31

Corran sonrió cuando Erisi se unió al grupo.

—Lo hiciste bastante bien en el simulador, Erisi.

—Tratar de derribarte hizo que me sintiera un poco rara.

—Pon un poco más de énfasis en el «tratar» —dijo Bror, dirigiéndole una sonrisa de depredador—. Tuviste tan poco éxito en tu intento como lo tendrán ellos mañana.

Nawara Ven fulminó con la mirada a su hombre de ala.

—Si has encontrado una forma de alimentar tus escudos con las energías de tu ego, desearía que la compartieras conmigo. Rhysati meneó la cabeza.

—Bastará con que le pidas que expanda sus escudos para que nos cubran a todos. Tiene reservas de ego más que suficientes para poder hacerlo.

Bror se volvió hacia Corran.

—¿No te parece que los maullidos de nuestros inferiores están empezando a volverse un poco pesados?

Corran no pudo evitar quedarse boquiabierto durante unos segundos. No estaba muy seguro de qué le sorprendía más, si la forma en que Bror había rebajado a los demás o el hecho de verse repentinamente ascendido al grupo de sus iguales.

—Yo no los llamaría «maullidos», y no los considero inferiores a nosotros. Todo el mundo se ha esforzado muchísimo y ha tenido que pasar por pruebas muy duras. Gavin y yo hemos sido heridos, al igual que Shiel, y sólo tú y Rhysati habéis conseguido evitar sufrir daños personales o que los sufrieran vuestras naves. Quizá hayamos acumulado unas cuantas victorias más que ellos, pero el tiempo acabará eliminando esa pequeña ventaja inicial.

El thyferrano puso cara pensativa durante unos momentos, y luego asintió.

—Es algo que considerar, ciertamente. Y con mi comentario no pretendía insultaros a ninguno, aunque resulta obvio que ha sido tomado como un tanto despectivo. Os respeto a todos y creo que todos sois capaces de mucho más. Me honrará poder volar con vosotros mañana.

—Y aprovechando la ocasión de unirme a esa despedida… —Nawara Ven saludó a sus compañeros con una inclinación de cabeza, permitiendo que sus colas cefálicas se extendieran sobre sus hombros—. Os veré a todos mañana por la mañana.

—Un momento. —Rhysati extendió la mano hacia él—. Yo también me iré. Dormid un poco, porque nos va a hacer falta.

Gavin sonrió, y luego se desperezó y bostezó.

—Quiero grabar un mensaje para mis padres. Biggs nunca tuvo ocasión de hacerlo, y el tío Uff nunca se lo perdonó.

Corran le guiñó el ojo.

—Harás que se sientan orgullosos de ti, Gavin.

Bror le hizo una pequeña reverencia.

—Yo también grabaré un mensaje para mis padres.

Todos se fueron, dejando a Corran a solas con Erisi.

—Bien…

—Exacto, Corran. —Erisi extendió el brazo y le tomó la mano izquierda—. Ojalá pudiera ir contigo mañana.

—Nos gustaría poder contar con tu ayuda. —Corran permitió que Erisi tirase suavemente de él hacia los alojamientos que compartía con Rhysati—. Pero tal como están saliendo las cosas, quizá debas considerarte afortunada por no ir.

—No digas eso. —Erisi bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro, y una lágrima se formó en su ojo derecho—. Sobrevivir a esta misión aquí será bastante peor que morir en ella. Si la misión fracasa, si no volvéis… Bueno, en ese caso no podré evitar preguntarme si mi presencia hubiese podido contribuir a cambiar el curso de los acontecimientos.

—Morir ahí fuera quizá resulte menos agotador en el aspecto emocional, pero no creo que estemos ante el menor de dos males.

Erisi se limpió la lágrima con la yema de un dedo.

—Tienes razón, por supuesto, y yo estoy siendo muy egoísta porque… —Se interrumpió y volvió el rostro hacia él—. ¿No te molesta un poco que ni siquiera conozcas el nombre del mundo en el que puedes morir?

«Bueno, de hecho conozco el nombre… Wedge y yo somos los únicos que lo conocemos, aunque no creo que eso haga que esta misión sea más fácil».

—Si quieres que te sea sincero, Erisi, la verdad es que no he pensado demasiado en ello. Los imperiales estacionados en ese sitio quieren verme muerto, y yo tampoco tengo muchas ganas de querer hacerme amigo suyo. El lugar en el que acabemos enfrentándonos no tiene excesiva importancia para mí.

—Pues para mí sí la tiene. —Erisi echó a andar de nuevo, y su mano ascendió hasta la parte interior del codo de Corran para guiarle hacia adelante—. Si las cosas van mal, he pensado que iría a ver ese sitio o que me aseguraría de que erigiesen un monumento conmemorativo. Incluso…

Y entonces se le quebró la voz de repente, y Corran sintió cómo un estremecimiento recorría todo su cuerpo.

—Eh, Erisi, todo va a ir estupendamente. ¿Te acuerdas de que el comandante nos advirtió de que nunca conseguiríamos llegar a superar en heroísmo a todos los que ya han muerto en acto de servicio formando parte del Escuadrón Rebelde?

—Sí —resopló Erisi.

—Bien, pues estaba equivocado. Podemos ser más grandes, pero sólo viviendo más tiempo y haciendo las cosas mejor de lo que jamás consiguieron llegar a hacerlas ellos. Tal como estaba diciendo el comandante Antilles hace un rato, en esos días luchaban por la supervivencia. Nosotros estamos luchando por el futuro. Si hacemos bien esto, Biggs y el resto no serán recordados como los héroes más grandes del Escuadrón Rebelde, sino como los predecesores de los héroes más grandes del Escuadrón Rebelde. —Corran le dirigió una gran sonrisa—. Mis planes incluyen seguir por aquí para conseguir que esa predicción se convierta en realidad.

Erisi también sonrió, pero las comisuras de sus labios estaban temblando.

—Y probablemente lo hagas, Corran. Espero que así sea. Ojalá supiera hacia dónde vais a poner rumbo… ¿Es que no sientes ni la más mínima curiosidad?

—Puede que para mis memorias… Oh, claro que sí. —Corran extendió el brazo y le secó las lágrimas de las mejillas—. Dentro de unos cincuenta años la operación dejará de estar considerada como alto secreto, y la desclasificación llegará justo a tiempo para que pueda incluir el lugar en mi autobiografía.

—Aunque tuviera que esperar cincuenta años, haría que te construyeran un monumento conmemorativo. —Erisi se detuvo delante de la puerta abierta de su alojamiento—. Corran, ya sabes que Rhysati no va a volver por aquí esta noche. Si quieres, puedes quedarte.

—No debería hacerlo, Erisi.

—¿Estás seguro? —La decepción que había en su voz se convirtió en una jovialidad forzada—. Considéralo como un capítulo para tus memorias.

—Estoy seguro de que harían falta dos capítulos enteros para contarlo —dijo Corran, y dejó escapar un prolongado suspiro—. El problema está en que me temo que entonces no dormiría ni cinco minutos, y eso me mataría. Moriría feliz, pero me temo que nuestros compatriotas no.

Erisi asintió lentamente y bajó la vista.

—Comprendo.

«Debo de estar loco. Acabo de decirle “no" a una de las mujeres más deseables que he conocido jamás —pensó Corran, y sonrió—. Por supuesto que estoy loco. Me he ofrecido voluntario para volver a Borleias, ¿no?».

—¿A qué viene esa sonrisa?

Corran le acarició la mejilla.

—Estaba pensando que eres un incentivo más que suficiente para impulsarme a hacer todo lo posible con vistas a volver.

Erisi se inclinó hacia adelante y le besó en la boca.

—Pues si no vuelves, entonces me sentiré horriblemente mal durante todo el resto de mi vida.

—Y no puedo permitir que eso ocurra, ¿verdad?

—Desde luego que no. —Erisi volvió a besarle, y después retrocedió lentamente—. Que duermas bien esta noche, Corran Horn, y mañana… Mañana vuela mejor que nunca.

La puerta de su alojamiento se cerró y Corran giró sobre sus talones para volver por el pasillo que llevaba al que compartía con Ooryl. «Aunque con Ooryl estando ingresado en el centro médico para que puedan mantener bajo observación su brazo, estaré totalmente a sola…».

Una punzada de miedo le atravesó las entrañas, y estuvo a punto de volver sobre sus pasos para ir en busca de Erisi. Desde la muerte de su padre, Corran había pasado mucho tiempo solo. No se trataba de que cuando su padre vivía siempre se hubieran estado haciendo compañía el uno al otro, pero el mero hecho de saber que podía hablar con él y que su padre entendería sus problemas significaba que no tendría que enfrentarse a ellos sin ninguna ayuda. A diferencia de la mayoría de jóvenes de su edad que conocía, Corran se llevaba muy bien con su padre. Tenían sus discusiones y peleas ocasionales, pero nunca llegaban a ser algo que pudiera desgarrar la textura de su relación. Esa relación, reforzada por la pena mutua que habían sentido cuando murió la madre de Corran, consiguió soportar todas las adversidades y éstas sólo sirvieron para fortalecerla todavía más.

Corran y su padre siempre habían sido como una pareja de banthas uncidos al mismo trineo gravitatorio. Cuando estaban juntos, no había ninguna meta que no fueran capaces de llegar a alcanzar. De repente Corran comprendió que desde la muerte de su padre había estado haciendo todo lo posible para seguir avanzando pero, sin la presencia de éste, se había encontrado con grandes dificultades para decidir cuál de todas las direcciones posibles era la que correspondía al avanzar. Gil Rastra había tratado de ayudarle, y había sido realmente muy efectivo, pero desde que abandonó la Fuerza de Seguridad de Corellia, Corran había carecido de una brújula moral. «De hecho sí la he tenido, pero estaba tan acostumbrado a cotejar sus indicaciones con lo que mi padre pensaba de las cosas que ahora no estoy seguro de que siga estando calibrada correctamente…».

En lo más profundo de su ser, Corran sabía que su padre hubiera apoyado su decisión de unirse a la Rebelión, pero que su aprobación habría resultado bastante difícil de obtener. Corran estaba casi seguro de que al final hubiese acabado obteniéndola, pero la muerte le había impedido cerciorarse de que su padre seguía estando orgulloso de él. Sabía que su padre habría pensado que la misión a Borleias era tan estúpida como innecesariamente peligrosa, pero también habría sido uno de los primeros en ofrecerse voluntario para tomar parte en ella.

—Supongo que en realidad no te has ido, ¿verdad, viejo? —El joven corelliano acarició su medallón—. Tengo tu sentido del deber y tu amuleto de la buena suerte, así que eso me da una clara ventaja en este pequeño juego.

Abrió la puerta de su alojamiento y accionó el interruptor de la luz. Ya se había bajado la cremallera del traje de vuelo hasta el ombligo cuando sus ojos vieron removerse el bulto cubierto de negrura que ocupaba la cama de Ooryl.

—¿Cómo has entrado aquí?

Mirax se irguió y apartó largos mechones de cabellos negros de su cara.

—Tu amigo gandiano me dejó entrar.

—¿Dónde te encontraste con él?

—En el centro médico. Una bomba de refrigerante del Patinaje se averió e inundó el sistema de ventilación. Mi androide está reparando la avería, pero acabé con un poco de refrigerante dentro de un pulmón. Tu amigo estaba allí y me reconoció. Los androides médicos dijeron que no me preocupara por mi pulmón, pero no podía volver a la nave, y como estáis preparando una operación ahora hay muy poco espacio libre por aquí. Tu amigo todavía tendrá que seguir una temporada con los androides médicos, así que me ofreció su alojamiento. —Bostezó—. Supuse que tú pasarías la noche con la reina del bacta, así que decidí aceptar su ofrecimiento.

Corran parpadeó sin decir nada.

—¿De veras pensaste eso? —preguntó por fin.

—Vi cómo te miraba cuando subí al Aplazamiento. Hubiese podido darle un par de lecciones sobre el tema de la posesividad a cualquier hutt, créeme.

El tono de presuntuosa seguridad en sí misma que impregnaba su voz no le gustó nada a Corran.

—Debes de haber conseguido aspirar más refrigerante de lo que creías.

—¿Qué clase de vector intentas trazar?

—Estoy aquí, ¿no?

—Eh, Corran, yo sería la primera en afirmar que el nivel de inteligencia del hijo de Hal Horn supera al de hermosura de Erisi.

—Pero pensabas que estaría con ella.

—Todo el mundo comete errores, y tú habrías cometido uno si te hubieras quedado en su habitación.

—Ella es posesiva y ahora tú estás siendo… ¿Qué? ¿Protectora, quizá? —preguntó, sonriendo sarcásticamente.

—No hay muchas de nosotras por aquí, Corran. —Mirax tiró del hombro de su chaleco—. Esa mujer no te conviene.

—¿Y cuál me conviene? ¿Tú?

—Sigue soñando, agente de la ley.

La expresión de sorpresa que apareció en el rostro de Mirax coincidió con el aguijonazo que la observación produjo en el corazón de Corran. El corelliano nunca se hubiese imaginado que una respuesta tan automática, lanzada además con la velocidad de un reflejo que había sido muy ejercitado, pudiera afectarle tanto. En su carrera anterior Corran había oído pronunciar con mayor o menor vehemencia esas mismas palabras centenares de veces a todas las criaturas que habían intentado articular el básico con sus bocas. Siempre las había ignorado sin llegar a oírlas en realidad, y esa reacción se había producido tantas veces que Corran ni siquiera podía tratar de contarlas.

La expresión de sorpresa claramente visible en el rostro de Mirax le indicó que en realidad la contrabandista había hablado sin pensar. De hecho, ella estaba tan concentrada en tratar de comprender el porqué de su comentario como lo estaba él en el efecto que había tenido sobre su persona. «El rechazo automático me ha dolido porque esperaba merecerme algo más que eso. Y ella se ha mostrado tan seca y cortante porque me atreví a sugerir que me convenía tan poco como Erisi…, ¡y su propia reacción la ha dejado muy sorprendida!».

Corran atravesó la habitación y se sentó en el extremo de la litera de Ooryl.

—Oye, Mirax, hemos tenido un día muy largo y el día de mañana va a ser francamente duro. No quería ofenderte.

—Ya lo sé. En realidad pensaba en alguien de tu unidad, y me estaba desahogando. En estos momentos estoy un poquito enfadada con los thyferranos. El precio del bacta está subiendo, ¿sabes? Le echan la culpa a un ataque asherniano contra una planta procesadora. Antes solía obtener unos beneficios bastante razonables de los envíos, pero ahora no consigo reunir el dinero necesario para comprar una cantidad de bacta lo suficientemente grande. Me he visto reducida a transportar comida y componentes, y con eso nunca llegas a hacerte rico.

—Ojalá pudiera ayudarte.

—Por supuesto. —Mirax meneó la cabeza sin dejar de sonreír—. Si quisiera matar a mi padre, le enviaría un holograma y le diría que el hijo de Hal Horn me ha dicho que le encantaría poder ayudarme a hacer unos cuantos negocios.

—Las cenizas de mi padre están tratando de volver a adquirir forma en algún punto de la órbita entre Corellia y Selonia para detenerme. —Corran sonrió y le dio unas palmaditas a una rodilla cubierta por la manta—. Pero hablaba en serio.

—Te creo. No sé adónde vais a ir mañana, pero si cuando estés en la superficie te encuentras con alguien que pueda firmar un acuerdo de importación/exportación exclusivo, piensa en mí y sácale una tarjeta de datos.

—Si acabo en la superficie de ese sitio, lo único que acabará siendo exportado será mi persona…, y me exportarán a Kessel.

—Bueno, en ese caso te ofreceré un buen precio por la especia que saques de las minas.

—Eres toda corazón.

Mirax alzó las rodillas y las pegó al pecho.

—Va a ser bastante duro, ¿verdad?

—Lo único que tenemos a nuestro favor es que no saben que vamos a ir allí.

—Bueno, eso ya es algo. —Mirax extendió el brazo y sus dedos acariciaron el medallón de Corran—. ¿Es lo que creo que es?

—No lo sé. Era el amuleto de la buena suene de mi padre. —Corran se lo quitó y se lo alargó, con la cadenilla de oro incluida—. Es una moneda rodeada por una especie de colgante que me permite suspenderlo de una cadenilla. Mi padre solía llevarla en el bolsillo, pero cuando llevo algo en el bolsillo casi siempre acabo perdiéndolo. Bien, ¿es lo que creías que era?

Mirax lo hizo girar sobre su palma y lo examinó atentamente.

—Es un credijed.

—¿Qué dices que es?

Mirax frunció el ceño.

—Mi padre los llamaba así. Procede de un crédito de los Jedi. Parece una moneda, pero en realidad es un medallón conmemorativo acuñado cuando un Jedi corelliano llegaba a convenirse en un Maestro Jedi. Acuñaban cosa de una docena y los repartían entre la familia, los amigos más íntimos, el Maestro Jedi y sus estudiantes favoritos.

Corran enarcó una ceja.

—¿Cómo sabes tantas cosas sobre los credijeds?

Mirax le sonrió con dulzura.

—Mi querido amigo… ¿Acaso has olvidado que me gano la vida proporcionando lo que normalmente es raro a aquellos que quieren tenerlo? Este tipo de piezas de colección pueden venderse a muy buen precio, sobre todo desde que el Emperador monopolizó el mercado de todo lo referente a los Caballeros Jedi. ¿Cómo lo consiguió tu padre?

—La verdad es que no lo sé. —Corran reflexionó durante unos momentos—. Sé que mi abuelo solía reunirse con los Jedi a fin de coordinar sus acciones con las de la fuerza de Seguridad y que tenía un amigo entre ellos, pero eso era antes de las Guerras Clónicas. Supongo que este tipo era alguien a quien conocía. En una ocasión me dijo que el único Jedi al que había llegado a conocer realmente bien murió en las Guerras Clónicas.

Mirax le devolvió el amuleto.

—Espero que te dé más suerte de la que le dio al Jedi cuya cara estamparon en él.

Corran volvió a colgárselo del cuello, agradeciendo la sensación de su peso sobre su esternón.

—Yo también lo espero. —Se levantó y reprimió un bostezo con la mano—. Lo siento. No creas que es por haber estado hablando contigo, ¿eh?

—Lo sé, lo sé. Es tarde, y el día ha sido agotador.

—Me levantaré temprano para grabar unos cuantos mensajes, pero ahora necesito dormir.

—Yo también.

—Bien, pues entonces voy a acostarme.

—Es lo que me había imaginado que harías.

Mirax se tumbó y tiró de la manta hasta dejarla recogida debajo de su mentón.

Corran fue hasta su cama, se sentó y se quitó las botas. Después empezó a quitarse el traje de vuelo, pero se detuvo cuando vio que Mirax le estaba observando.

—Creía que ibas a dormir.

—Y es lo que voy a hacer, pero me estaba preguntando…

—¿Sí?

—¿No tienes miedo de pasar frío esta noche?

Corran tiró del traje de vuelo hasta deslizarlo a lo largo de la mitad inferior de su cuerpo. La pregunta de Mirax parecía de lo más inocente, pero la peculiar inflexión de su voz había conseguido impregnarla de toda clase de matices e invitaciones. Visiones de los dos estrechamente abrazados en su cama desfilaron por la mente de Corran.

La tentación era muy fuerte. Los brazos de Mirax le ofrecerían un refugio donde estar a salvo de la soledad y el miedo que sentía, pero en cuanto a lo que hicieran. Bueno, Corran lo haría únicamente por y para él mismo, y eso no estaría bien.

—Sí, Mirax. Creo que no tendré frío.

—Oh, bien. —Mirax le sonrió mientras Corran se tapaba—. Sólo era una pregunta.

—Gracias.

Corran accionó el interruptor de la luz, y la oscuridad se adueñó de la habitación.

—¿Corran?

—¿Sí?

—¿Estás seguro de que no tendrás frío?

—Segurísimo —dijo Corran, lamentando cada sílaba.

—Estupendo —dijo Mirax en un tono lleno de traviesa malicia—. En ese caso no te importará pasarme tu otra manta, ¿verdad?

—En absoluto. —Corran dejó escapar una suave risita y lanzó la manta del pie de su cama a la oscuridad—. Buenas noches, señorita Terrik.

—Que duerma bien, señor Horn. El nuevo día le traerá cielos despejados y blancos fáciles.