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Kirtan Loor estrujó nerviosamente el extremo de su guerrera entre los dedos y tiró de la visera de su gorra para ajustarla sobre su cabeza. Hubiese querido enfrentarse a la orden de volver a Coruscant con firme confianza y sin sentir ningún temor, pero no se atrevía a permitirse ese lujo. Se le había encomendado la misión de destruir al Escuadrón Rebelde. La mitad del escuadrón había muerto en Borleias, pero la otra mitad vivía y Wedge Antilles y Corran Horn todavía estaban en condiciones de volar. De hecho, la unidad había acumulado una considerable lista de presas durante el tiempo en que Kirtan había estado tratando de destruirla, por lo que no podía imaginarse que Ysanne Isard estuviera de muy buen humor.

El agente de inteligencia se dio cuenta de que estaba sonriendo. «De hecho, no puedo imaginármela de buen humor en ninguna circunstancia…».

La puerta del despacho de la directora se abrió ante él, y la sonrisa de Kirtan desapareció. Isard volvía a llevar su uniforme escarlata de almirante, con la tira negra rodeando su brazo izquierdo incluida. Se había peinado hacia atrás y había recogido sus cabellos sobre la nuca mediante un pasador negro. Isard movió la mano en un gesto de invitación, pero la supuesta naturaleza afable y educada de su saludo únicamente estaba presente en la mano. Sus ojos de distinto color profetizaban el desastre, pero Kirtan tuvo la impresión de que la inmediatez de tal destino quizá pudiera ser retrasada.

—Entre, agente Loor. Confío en que el viaje desde Borleias no haya resultado demasiado agotador.

Kirtan meneó la cabeza, haciendo cuanto podía para ocultar cualquier rastro de fatiga.

—Le pido disculpas por no haber podido presentarme antes. Mi planificación original se vio interferida, y de ahí esta semana de retraso en mi llegada.

—Ya lo sé. Otra operación exigió ciertos recursos que había planeado utilizar para su regreso. —Después descartó cualquier motivo de preocupación relacionado con el retraso mediante un gesto de la mano, algo que Kirtan encontró levemente irritante porque ella era la causa directa tanto de éste como de la semana que había pasado en Toprawa—. Confío en que haya sabido aprovechar su estancia en Toprawa.

—¿Aprovecharla?

Toprawa había sido un punto de transferencia rebelde para los datos robados sobre la primera Estrella de la Muerte. Como castigo por su complicidad con la Rebelión, la población vio reducido su mundo a un estado preindustrial en el que los banthas eran el medio de transporte más rápido y el fuego era el nivel de producción de energía más elevado accesible a los nativos. Las fuerzas imperiales vivían en ciudadelas resplandecientes que permanecían iluminadas como faros durante toda la noche, conviniéndose de esa manera en monumentos visibles de lo que los habitantes de Toprawa habían perdido a causa de su perfidia.

—Estudió su sufrimiento, ¿verdad? —Las oscuras cejas de Ysanne Isard se unieron para formar una línea recta a través de su frente—. Vio en qué se han convertido.

Kirtan tragó saliva.

—Los he visto, sí. Eran realmente patéticos y lamentables.

—¿Y presenció una de sus celebraciones?

Kirtan asintió lentamente. La «celebración» había consistido en que una compañía de soldados de las tropas de asalto llevara una carreta llena de sacos de trigo hasta el centro de una aldea. Para recibir el trigo, los aldeanos tenían que arrastrarse sobre el estómago y avanzar hacia él como si fueran gusanos mientras lloraban y gemían estridentes lamentaciones por la muerte del Emperador. El reparto del trigo se basaba en la creencia de sinceridad que algún soldado de las tropas de asalto otorgara a esa exhibición de luto colectivo. Kirtan no dudaba de que muchas de aquellas personas habían acabado creyendo que lamentaban sinceramente la muerte del Emperador.

—Esas gentes conspiraron con los asesinos del Emperador, agente Loor. Ahora han aprendido que sus acciones tienen ciertas consecuencias, y lamentan su pasada deslealtad. —Un espasmo de tensión frunció las comisuras de sus ojos—. En su arrogancia anterior, se atrevieron a creer que el Imperio era superfluo y podía ser sustituido. Ahora saben que no es así. Todo lo que hay de bueno en sus vidas procede del Imperio. Se les ha mostrado la verdad, y ahora sus vidas se reducen a esperar una oportunidad de que se les permita volver a formar parte de nuestra hermandad.

—Lo vi. No lo he olvidado.

La expresión de Isard se suavizó ligeramente.

—Yo tampoco he olvidado su excelente índice de retención visual.

«Así que Toprawa pretendía ser una lección en el arte del arrepentimiento…». Kirtan alzó ligeramente el mentón, exponiendo su garganta.

—Señora directora, lamento profundamente no haber completado mi misión.

—¿De veras? —Isard extendió las manos hacia él, y la sorpresa agrandó sus ojos—. ¿Y por qué cree que ha fracasado?

—Me envió a destruir al Escuadrón Rebelde. —Kirtan inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado—. No he conseguido alcanzar ese objetivo.

—Es cierto que el Escuadrón Rebelde todavía existe, aunque la cuestión de durante cuanto tiempo seguirá existiendo debería ser seriamente discutida. El ataque a Borleias les causó graves pérdidas, y su informe lo dejaba muy claro. —Sonrió, y Kirtan tuvo que reprimir un estremecimiento—. Pero la información que proporcionó sobre la empresa privada que el general Derricote ha establecido en Borleias es todavía más importante. No podía ocultarme su existencia, naturalmente, dado que era la clave de la defensa que hizo huir a los rebeldes sin que hubieran podido alzarse con la victoria.

Kirtan Loor inclinó la cabeza ante ella.

—Me alegro de que esté complacida.

Cuando volvió a alzar la cabeza vio que la expresión de la directora estaba cambiando de nuevo, y que no indicaba nada que se aproximara ni de lejos a placer por su parte. La nueva emoción también estaba muy lejos de ser un leve disgusto, lo que convirtió la boca de Kirtan en un desierto y su estómago en el hogar ideal para un sarlacc.

«¿Qué es lo que he hecho? —Cuando tragó saliva, su laringe le arañó el interior del cuello con tanta violencia como si esas dos partes de su cuerpo estuvieran hechas de piedra—. ¿En qué he fracasado?».

—Esperaba algo más de usted, agente Loor. ¿Es capaz de imaginarse el qué?

Kirtan meneó la cabeza.

—No.

—No, por supuesto que no puede imaginárselo. ¿Y sabe por qué no puede hacerlo?

—No.

—Pues porque su imaginación se ha atrofiado hasta tal punto que ya casi está muerta —siseó Ysanne Isard, y sus palabras crearon ecos que resonaron por toda aquella estancia casi vacía—. Tenga la bondad de recordar lo que pensaba Gil Bastra de usted.

Kirtan sintió que le empezaba a arder el rostro.

—Rastra opinaba que yo confiaba excesivamente en mi capacidad para retener los conocimientos y que la usaba para compensar la falta de análisis. Lo recuerdo, y he intentado cambiar mi forma de actuar. Había llevado a cabo un análisis de las estrategias rebeldes más probables, y aislé un número de mundos que me parecía podían atacar después de su incursión contra el sistema de Hensara. Y tenía razón, porque Borleias figuraba en esa lista.

—¿Y qué fue lo que le llevó a Borleias?

—Usted me envió allí.

—Yo le envié allí. —Isard extendió la mano derecha como si quisiera alejarla de su cuerpo, y después hizo que su mano izquierda adoptara la misma posición mediante un gesto similar—. ¿Y a qué conclusión llegó?

—A la de que su análisis de la estrategia rebelde había seguido un curso paralelo al mío, y que por eso me había enviado a Borleias.

Ysanne Isard juntó las manos y entrelazó los dedos.

—Inició el análisis, encontró lo que le pareció era una corroboración de él y luego, en vez de seguir sometiendo su análisis a nuevas pruebas y, de dicha manera, corroborar la evidencia, lo que hizo fue dejar de pensar. Y ahora, piense un poco en el completo y total absurdo al que logró llegar mediante su conclusión.

—¿Qué quiere decir?

—Kirtan Loor, ¿realmente es tan estúpido como para suponer que si yo fuera capaz de predecir dónde iban a atacar los rebeldes le enviaría a usted, y únicamente a usted, para que estuviera allí y observan su ataque? Bien, pues en ese caso le aseguro que no tengo un concepto tan elevado de sus capacidades combativas.

El sarlacc agazapado en el estómago de Kirtan se puso repentinamente nervioso y empezó a tratar de salir de su prisión a mordiscos. «Borleias hubiese debido caer, y si no cayó fue únicamente porque Derricote disponía de recursos ocultos para defenderlo. Si Ysanne Isard fuera capaz de predecir dónde harían acto de presencia los rebeldes, hubiese enviado una fuerza significativamente mayor para oponerse a ellos y les habría asestado un golpe realmente serio».

—Desde el primer momento, agente Loor, la gran dificultad en lo concerniente a la Rebelión ha radicado precisamente en cómo localizados. Desde la muerte del Emperador, los rebeldes han podido desplegarse y diversificar sus bases, lo cual hace que resulten más difíciles de destruir. El esfuerzo que usted llevó a cabo contra la base de Talasea fue bastante meritorio…, y si el almirante Devlia no se hubiera comportado como un estúpido, el Escuadrón Rebelde tal vez habría sido eliminado. La importancia de ese ejemplo, sin embargo, estriba en que le muestra a qué vasto problema hemos tenido que enfrentarnos a la hora de localizar a los rebeldes a los que queremos matar. —Ysanne Isard se llevó las manos a la espalda—. Borleias sólo es uno entre las dos docenas de mundos que proporcionan acceso a los planetas del Núcleo, e incluso al mismísimo Centro Imperial, a los rebeldes. Organizar una defensa contra esos ataques resulta casi imposible, y además se vuelve totalmente ridículo en cuanto se es consciente de que la destrucción de la Rebelión es el único camino que permite llegar a la preservación y restauración del Imperio. Ése objetivo ocupa el primer lugar en mi mente, y fue basándome en esta consideración como decidí enviarle a Borleias.

Kirtan se concentró durante unos momentos. «Lo único que hice en Borleias fue descubrir que Derricote había organizado una compleja operación clandestina. Pero si Ysanne Isard hubiera conocido su existencia previamente, entonces se habría ocupado a título personal de ello…».

—¿Me envió allí para que espiara al general Derricote?

Isard asintió de una manera casi mecánica.

—Derricote posee ciertas capacidades que me resultan útiles. El que consiguiera reparar y devolver al estado operacional a la antigua instalación de la Biótica de Alderaan indicó que sus capacidades no se habían atrofiado. Después de haber recibido el informe que usted me envió, le hice venir aquí y dejé a mi gente a cargo de Borleias. De hecho, en estos momentos el general Derricote se encuentra aquí…

—Y mi retraso se debió a que para traerle utilizó naves que originalmente habían sido reservadas para mi transporte.

—Magnífico, agente Loor. Su informe indicaba que Derricote disponía de los recursos necesarios para poder resistirse a una invitación casual. La llegada de un Super Destructor Estelar bastó para convencerle de que debía venir a verme. Ahora tengo a mi gente protegiendo su operación particular para él, y ya están mejorando las defensas y todo lo demás.

«Las instalaciones de Derricote se han convertido en un rehén que asegurará su cooperación». Kirtan cerró los ojos durante un momento, esperando que la confusión y el conflicto de pensamientos que se habían adueñado de su mente se disiparan por sí solos.

Pero no fue así. Kirtan abrió los ojos y vio que Ysanne Isard le estaba observando de la misma forma en que un carroñero observaría a un cadáver que estuviera empezando a pudrirse.

—Discúlpeme, señora directora, pero ya no tengo demasiado claro cuál era la misión que quería encomendarme.

—Su misión, agente Loor, sigue siendo la que se le ha encomendado desde el primer momento: debe destruir al Escuadrón Rebelde. El hecho de que elija encargarle otras misiones de vez en cuando no debería apartarle de su deber principal.

—¿Piensa volver a enviarme a recorrer la galaxia para que les siga el rastro hasta dar con ellos?

—No. Se quedará aquí y colaborará con el general Derricote.

Kirtan abrió la boca y se dispuso a formular una pregunta, pero enseguida se apresuró a cerrarla. Contempló en silencio a Ysanne Isard durante un par de segundos, y después inclinó la cabeza.

—Como desee, señora directora.

—No se trata de lo que yo desee, sino de lo que tiene que ser. —Ysanne Isard le dio la espalda para volverse hacia las ventanas que daban a la Ciudad Imperial—. No hay ninguna necesidad de enviarle en pos de ellos, porque no tardará en ver cómo aparecen por aquí. Y cuando lo hagan, se encontrarán con la bienvenida que usted les habrá preparado…