9

Los verdes ojos de Corran se entrecerraron.

—Pues yo diría que el comandante no ha sido nada blando conmigo, señor.

Tycho alzó una mano.

—Discúlpeme, señor Horn. Me temo que no he sabido expresarme adecuadamente… Su historial en la Fuerza de Seguridad de Corellia y la forma en que tiende a sobresalir en aquellos escenarios donde puede actuar por su cuenta me han hecho pensar que es usted un solitario. A los solitarios no suele gustarles demasiado que se les obligue a operar formando parte de un equipo.

«Pero yo no soy así… ¿O realmente sí lo soy?». Corran frunció el ceño.

—Puedo trabajar en colaboración con otros, pero sé que cuando las cosas empiezan a ponerse realmente feas entonces sólo puedo confiar en mí mismo. No puedo evitar comportarme de esa manera, porque eso es lo que me ha permitido seguir con vida en situaciones bastante difíciles.

Tycho señaló el pasillo que llevaba hacia las profundidades de la base de Folor, y Corran echó a andar junto a él.

—El problema de esa actitud, Corran, es que mantiene alejados a los demás. Hace que les resulte más difícil ayudarte cuando lo necesitas. Les impide estar seguros de que también los ayudarás cuando llegue el momento en que te necesiten.

—Eh, nunca he abandonado a un compañero en apuros.

—No lo dudo, pero usted define a los «compañeros» utilizando sus propios términos…, y puede que otros no se vean a sí mismos como amigos suyos. —Los labios de Tycho se unieron para formar una rígida línea cargada de tensión—. Es evidente que el estar aquí no le resulta nada fácil, ¿verdad?

«Está llegando a conclusiones injustificadas. Me he adaptado tan bien como cualquier…». Corran volvió la cabeza hacia la derecha para mirar fijamente a Tycho.

—¿Por qué piensa eso, señor?

—Estuvo en la Fuerza de Seguridad de Corellia, y dedicó una gran parte de su tiempo a perseguir a personas que ahora son sus aliados. Esa transición no es algo que se pueda llevar a cabo de la noche a la mañana.

—A usted también ha tenido que resultarle igual de difícil, señor. Fue un piloto imperial.

Tycho tardó unos momentos en replicar y Corran se dio cuenta de que acababa de abrirse una ventana de vulnerabilidad, y también se percató de que había vuelto a cerrarse casi de inmediato. Lo supo con la certeza con la que había sabido que acababa de detectar las mentiras que los sospechosos le contaban durante los interrogatorios. Sintió un deseo casi incontenible de aprovechar aquella brecha, pero el fugaz destello de dolor que vio brillar en los ojos de Tycho se lo impidió.

—Limitémonos a decir que mi situación era muy distinta de la suya, Corran. —El rostro de Tycho se relajó hasta convenirse en una máscara totalmente desprovista de emociones—. Tanto el momento como las circunstancias eran distintos.

Corran oyó el timbre inconfundible de la sinceridad en las palabras de Tycho, y decidió que sería mejor no seguir insistiendo en ese tema. Aquella sinceridad le permitió pensar con más claridad, y se abrió paso a través de muros que ni siquiera se había dado cuenta de que hubiese erigido.

—Quizá tenga razón, señor. Cuando miro a mí alrededor, veo la clase de escondite de contrabandistas que mi padre y yo siempre ardíamos en deseos de aplastar. Me basta con echarle un vistazo a este sitio para saber que tuvo que ser usado por contrabandistas antes de que la Alianza lo convirtiera en una base. Si entonces hubiera sabido lo que sé ahora…

—Hubiese estado todavía más convencido de que la Rebelión no tenía la razón de su parte.

—Sí, supongo que sí. —Corran dejó caer la mano derecha sobre su estómago—. Me acuerdo de que cuando el Imperio emitió las órdenes de búsqueda de Han Solo y Chewbacca yo estaba en la Academia de la Fuerza de Seguridad. Los acusaban del asesinato del Gran Moff Tarkin… Ni una palabra sobre la Estrella de la Muerte, por supuesto. También recuerdo haber pensado que si ya estuviera trabajando con la Fuerza de Seguridad, hubiese capturado a Solo. Pensaba que Han Solo era una mancha en el honor de Corellia.

La sombra de una sonrisa tiró de las comisuras de los labios de Tycho.

—Y sigue pensándolo.

Corran torció el gesto.

—Han Solo transportaba especia de contrabando para un hutt. Tengo entendido que tomó algunas decisiones que hicieron que su vida se convirtiese en un infierno. Puedo entender y aprobar el que liberase esclavos wookies, porque en Corellia no había absolutamente nadie a quien le gustara la esclavitud, pero después de eso llegó a caer bastante bajo.

Tycho asintió.

—Y cuando su vida se desintegró usted no llegó a caer tan bajo, lo cual quiere decir que él no estaba obligado a caer tan bajo.

—Algo por el estilo. —Corran se detuvo cuando iban a entrar en el corredor que los sacaría del hangar—. ¿Eso es lo que piensa de mi opinión, o es lo que piensa de Han Solo en relación con el hecho de que usted abandonara el servicio imperial de la manera en que acabó haciéndolo?

La sonrisa de Tycho se volvió un poco más ancha.

—Qué perspicacia tan interesante… Usted piensa que hubo un momento en el que Han Solo, que había unido su concepto del honor a su servicio al Imperio, se olvidó de que ese honor podía existir fuera del servicio imperial. Me parece que se trata de una idea errónea que debe ser corregida.

—Y el que haya sido corregida le proporcionó la fama, la gloria y a la princesa Organa.

—Cierto, pero lo importante es que Han Solo sabe que el honor existe dentro de tu persona y que sólo puede irradiar hacia el exterior. Lo que ocurra en el exterior no puede cambiarlo o aniquilarlo a menos que abandones tu honor. Muchas personas renuncian al honor con demasiada facilidad, y luego hacen lo que pueden para llenar el vacío que eso ha creado en sus corazones. —Tycho meneó la cabeza—. Le ruego que me disculpe por haberle obligado a oír este pequeño sermón. He dispuesto de una cantidad de tiempo lamentablemente grande para pensar en este tipo de asuntos.

Dos oficiales de seguridad de la Alianza fueron hacia ellos. La teniente habló con voz suave y tranquila.

—¿Ya está listo para volver a su alojamiento, capitán Celchu?

Y de repente el piloto alto y delgado pareció sentirse muy fatigado, como si su esqueleto acabara de encogerse una talla de tal forma que su carne colgara fláccidamente de él.

—Sí, me parece que sí. Muchas gracias por esta conversación, señor Horn.

—De nada, señor.

Tycho dirigió una inclinación de cabeza a la mujer.

—Después de usted.

—No, señor —dijo ella—. Después de usted.

Corran pensó que había algo totalmente equivocado en su tono. Hasta aquel momento había dado por supuesto que se estaba ofreciendo a escoltar al capitán Celchu hasta su alojamiento como un acto de cortesía, pero el repentino y cortante filo adquirido por su voz había transformado las últimas palabras en una orden. «¿Qué razón puede haber para que le estén obligando a volver a su alojamiento? No lo entiendo… Esa mujer le está tratando igual que si fuera un criminal».

Los siguió con la mirada, intentando reconciliar la acción de la oficial de seguridad con una necesidad de proteger a Tycho de alguna amenaza. No podía imaginarse que nadie de la base de la Alianza fuera capaz de seguir guardándole rencor a Tycho por las cosas que había hecho antes de unirse a la causa rebelde. Convertirse en un rebelde era como empezar de nuevo partiendo de cero: la pantalla de datos era borrada, y el pasado quedaba olvidado. «Y sin embargo yo todavía tengo ciertas reservas acerca de Han Solo. Aun así, no quiero asesinarle, por lo que no necesita protección».

Se dio cuenta de que estaba intentando racionalizar el por qué Tycho estaba siendo escoltado por guardias armados y comprendió que la respuesta más sencilla era que, de alguna manera, Tycho suponía una amenaza para la Alianza. La obvia ridiculez de tal idea brillaba con la cegadora intensidad de una supernova, porque si Tycho realmente constituyera alguna clase de amenaza entonces nadie hubiese confiado en él para que enseñara a volar a los pilotos. «Aunque tampoco hay que olvidar que le han asignado un Cazador de Cabezas de entrenamiento…».

—Ah, estás aquí.

La voz femenina hizo que Corran irguiera la cabeza. Un poco más alta que él, pero más delgada y caminando sobre dos piernas muy largas y muy hermosas, la recién llegada entró en el hangar y clavó los ojos en el corelliano. Corran giró sobre sus talones y miró hacia atrás para averiguar a quién se estaba dirigiendo, pero cuando volvió nuevamente la mirada hacia ella, vio que acababa de detenerse justo delante de él.

—Me estaba preguntando dónde te habías metido.

—¿Quién, yo? —Corran enarcó una ceja—. ¿Estás segura de que me buscabas a mí, Erisi?

Erisi asintió, visiblemente segura de sí misma. Un destello de simpatía iluminó sus grandes ojos azules.

—Me enviaron en tu busca. Los demás están en Horas Bajas, hablando de lo que ocurrió ahí fuera.

—¿Y todavía no os habéis reído lo suficiente, y por eso queréis que me reúna con vosotros? —Corran meneó la cabeza—. Gracias, pero… En alguna otra ocasión, ¿de acuerdo?

—No, ahora. —Erisi le cogió por el codo izquierdo—. Queremos que vengas para que podamos disculparnos.

Corran titubeó, intentando ocultar su sorpresa. Erisi parecía sincera, pero era una thyferrana y casi siempre estaba en compañía de Bror Jace. Corran intentó decidir si le estaba tendiendo alguna clase de trampa, pero la delicadeza con la que sus cortos cabellos negros se pegaban a la curva de su largo cuello le distraía y le impedía pensar con claridad.

—No estoy muy seguro de ser buena compañía.

—Tienes que venir —dijo ella, tirando suavemente de su codo para llevarlo hacia el pasillo—. Oye, todos utilizamos tus datos porque el comandante Antilles nos dijo que nuestro ejercicio consistía en hacer precisamente eso. No nos contó lo que había ocurrido y lo que te había hecho hasta que hubimos terminado las trayectorias. Nos ordenó que no te dijéramos nada salvo para notificar nuestras puntuaciones. A nadie le ha gustado demasiado lo ocurrido, y queremos compensarte de alguna manera.

Corran asintió y echó a andar junto a ella.

—¿Y cómo te tocó la misión de venir en mi busca? ¿Sacaste la carta de sabacc más baja?

Erisi, sus ojos dominando un rostro delicadamente esculpido de pómulos esbeltos y firme mandíbula, le sonrió.

—Me ofrecí voluntaria. Nawara Ven y Rhysati Ynr están intentando meter algo de sentido común en la dura cabeza de Bror, y tenía que salir de allí durante un rato.

—¿Y eres capaz de dejar abandonado a otro thyferrano para que se enfrente a una conversación con un ahogado twi'lek?

La carcajada de Erisi creó débiles ecos en el pasillo sumido en la penumbra. Las tiras de iluminación se extendían a lo largo de los bordes del túnel allí donde el suelo se encontraba con las paredes y les proporcionaban la claridad suficiente para moverse, pero casi todas las personas que se encontraban por delante de ellos quedaban reducidas a siluetas oscuras.

—Bror Jace procede de una familia que posee una parte bastante significativa de las acciones de Zaltin. Los Jace son famosos por ser bastante altivos y difíciles de soportar.

—No me había dado cuenta.

—Pues te tenía por un observador más agudo. —Erisi le apretó suavemente el brazo—. Y además, Bror se ha fijado en ti. Te considera como su gran rival en la lucha por la supremacía dentro de este escuadrón.

—Se está olvidando del comandante y del capitán Celchu.

Erisi meneó la cabeza.

—No se está olvidando de ellos, sino que se limita a ignorarlos. Como dijo el comandante Antilles, quienes han servido con el Escuadrón Rebelde anteriormente son leyendas, y Bror cree que no se puede derrotar a una leyenda. ¿Convertirse en una? Oh, sí. Pero superar a una leyenda…, no, eso nunca.

—Te agradezco tu franqueza, Erisi, pero me sorprende un poco oírte hablar de un amigo en unos términos tan poco elogiosos.

—¿Qué te ha hecho pensar que éramos amigos?

—El hecho de que pasas muchísimo tiempo con él, quizá.

—Oh, eso… —Erisi dejó escapar una risita cortés—. Más vale Moff conocido que nuevo enviado del Emperador por conocer. Nunca podré llegar a ser amiga de alguien que ha crecido dentro de la cultura empresarial de Zaltin. Mi gente está con Xucfra, el verdadero líder en la producción y las operaciones de refinado del bacta. Mi tío descubrió la contaminación asherniana del Lote ZX1449F.

—¿De veras?

La mujer le lanzó una rápida mirada de soslayo, el rostro paralizado durante un milisegundo, y después sonrió y le dio una juguetona palmada en el hombro izquierdo.

—¡Oh, vamos! Ya sé que la política empresarial thyferrana resulta muy aburrida, pero para mi gente es tan vital como la sangre. Aunque hay millares de vratix que cultivan alazhi y refinan bacta, en realidad los diez mil humanos que dirigen las corporaciones son quienes hacen que la galaxia pueda disponer del bacta. Al ser una comunidad tan pequeña, y debo admitir que francamente rica, damos mucha importancia a los logros de nuestros parientes.

Corran asintió mientras llegaban a una escalera mecánica que los llevaría hacia las profundidades del corazón de Folor.

—¿Y el elegir a un miembro de cada familia corporativa fue una forma de evitar suspicacias?

—En el caso de que eso fuera posible, por supuesto. —Erisi le guiñó el ojo—. Sospecho que habrían enviado a más de nosotros, pero el establecimiento de un vínculo realmente sólido con la Alianza crea feroces discusiones en Thyferra. Nuestros líderes parecen haber optado por seguir el camino de la neutralidad benigna.

«Y utilizar a un bando en contra del otro significa grandes beneficios para el Cártel del Bacta».

—Sí, pero… Bueno, ¿estás lo suficientemente convencida de que la Rebelión tiene razón como para ofrecerte voluntaria?

—Hay momentos en los que los ideales más elevados deben tener preferencia sobre la seguridad personal.

Salieron de la escalera mecánica y atravesaron una pequeña sala hasta llegar a un orificio oscuro abierto en la lisa suavidad de la piedra fundida. Más allá de él había una ruidosa galería de roca prácticamente desprovista de luz visible, a menos que los intensos colores de los neones estroboscópicos que la reseguían pudieran ser considerados como adecuados para la iluminación. Voces surgidas de docenas de gargantas alienígenas graznaban por debajo del retumbar de la conversación humana o chillaban por encima de él. La pesada atmósfera cargada de humedad apestaba a sudor, humo acre y asfixiante y néctares fermentados procedentes de centenares de mundos de la Alianza y de más de unas cuantas fortalezas imperiales.

Corran se detuvo en el umbral de la cafetería improvisada a la que los rebeldes habían decidido llamar Horas Bajas. «Si todavía estuviera en la Fuerza de Seguridad, pediría refuerzos antes de poner los pies en un sitio semejante…».

Erisi tomó su mano entre las suyas y le guió hacia el interior de la galería. Como si pudiera ver cosas que Corran era incapaz de ver, le fue conduciendo por entre mesas de juegos holográficos y grupitos de pilotos y técnicos. Alguien había instalado un proyector holográfico en un rincón. El aparato parecía estar proyectando un acontecimiento deportivo que se estaba celebrando en Commenor, pero el exoesqueleto acolchado que lucían los jugadores y el balón curiosamente erizado de pinchos que estaban lanzando de un lado a otro no pertenecían a ningún depone conocido por Corran. Dejando aparte a un cuarteto de ugnaughts sentados junto al límite del anillo de proyección que alzaban los ojos hacia las gigantescas figuras, nadie parecía sentir el más mínimo interés por el partido.

El resto del Escuadrón Rebelde se había reunido en un ángulo de la cafetería. El primero en atraer la atención de Corran fue Gavin, tanto por su tamaño como por su nerviosismo. El joven estaba mirando a los distintos alienígenas como si nunca los hubiera visto antes. Eso sorprendió un poco a Corran, porque pensaba que, con Mos Eisley en Tatooine, Gavin ya habría tenido ocasión de hartarse de ver alienígenas. «Aunque dudo que el chico haya pasado mucho tiempo allí. Está tan verde como la espuma de la cerveza de Lomin…».

Bror Jace y Nawara, sentados hacia la derecha, parecían hallarse absortos en una intensa conversación. Shiel pasó junto a Corran y le entregó a Gavin una jarra llena de un líquido humeante que desprendía un olor dulzón. Lujayne le dirigió una sonrisa a Corran nada más verle, y después golpeó suavemente con el borde de su jarra la mesa alrededor de la que estaban sentados.

—Tenemos aquí a Corran.

La reacción del bothano a la llegada de Corran pareció ser relativamente apática, pero todos los demás parecieron complacidos de verle. El twi'lek señaló a Corran con la punta de una cola cefálica, y Bror Jace incluso consiguió sonreír. Levantándose y dando un paso hacia adelante, el piloto thyferrano le ofreció la mano.

—Quiero que sepas que de haberlo sabido no hubiese utilizado tus datos —dijo—. Seré el primero en firmar una carta de protesta dirigida al general Salm.

—¿Una carta de protesta?

Nawara parecía un poquito exasperado.

—Algunos miembros del escuadrón opinan que la forma en que te ha tratado el comandante Antilles exige una protesta oficial. Corran clavó la mirada en los ojos de Nawara.

—¿No eres de la misma opinión?

El twi'lek meneó lentamente la cabeza.

—No creo que vaya a resultar efectivo y, sinceramente, opino que en realidad se trata de un incidente francamente menor.

Corran sonrió.

—Me alegra ver que alguien ha sido capaz de conservar el sentido de la perspectiva.

Los gélidos ojos azules de Bror se entrecerraron.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir, amigos míos, que formamos parte de una unidad militar involucrada en una insurrección ilegal contra un gobierno que controla la mayoría de los planetas de esta galaxia. Aquí todos somos voluntarios, y todos hemos venido a este lugar porque esperamos conseguir la libertad para todas las especies conscientes derribando al gobierno. Si no hay más remedio, todos estamos dispuestos a hacer el máximo sacrificio imaginable…, y sin embargo, ¿resulta que ahora vamos a protestar porque no nos gusta la forma en que uno de los líderes más condecorados y reverenciados de la Rebelión dirige los ejercicios de adiestramiento? Francamente, no lo creo.

Gavin, que tenía los ojos muy abiertos y llenos de confusión, miró fijamente a Corran.

—Pero lo que te hizo no estuvo bien. Se comportó de una forma implacable y rastrera, y únicamente para herirte y hacerte daño.

—Estoy de acuerdo en que fue bastante desagradable y que actuó de una manera implacable, pero no pretendía herirme ni hacerme daño. —Miró al resto del escuadrón—. El comandante Antilles quería dejarme muy clara una cosa, y lo consiguió. Y también os ha dejado muy clara una cosa, ¿verdad? El que ahora estéis reunidos aquí de esta manera, vuestra incomodidad ante lo que ocurrió y vuestro deseo de protestar por la forma en que he sido tratado significan que sé que vais a estar allí cuando os necesite. Y ahora vosotros sabéis que estoy dispuesto a hacer todo lo que deba hacer para asegurarme de que nuestro escuadrón será capaz de hacer su trabajo. Si eso significa que he de actuar en solitario o con Ooryl, o que he de hacer cualquier otra cosa para obtener la información necesaria, lo haré.

»Lo que todos debemos recordar es esto: nada de cuanto pueda llegar a hacernos el comandante Antilles será peor que lo que el Imperio ya ha hecho en centenares de mundos. Destruyeron Alderaan. Destruyeron a los Jedi, y si pueden nos destruirán. Gracias a lo que hizo hoy, el comandante Antilles sabe que puede contar conmigo…, Y espero que vosotros también lo sepáis.

Erisi le tomó la mano izquierda y se la levantó por encima de la cabeza.

—Creo que Corran tiene razón. Quizá no haya sido el mejor piloto del ejercicio de simulación de hoy, pero probablemente es el que más ha aprendido.

Lujayne se levantó, fue hacia Corran y le abrazó.

—Como segunda peor piloto de hoy, te doy las gracias…, tanto por tu habilidad como por la sabiduría de que acabas de dar muestra.

Corran se ruborizó ligeramente, liberó su mano izquierda de la suave presa de los dedos de Erisi y retrocedió para salir del abrazo de Lujayne.

—Muchas gracias a todos, pero únicamente para que no penséis que siempre sé ver las situaciones con tanta claridad…, bueno, debo admitir que he mantenido una discusión con el comandante Antilles durante la que me hizo ver la mayoría de las cosas que acabo de mencionar.

—¿Gritos? ¿Puñetazos?

—No. Sólo hubo una conversación muy clara y concisa.

Shiel enseñó los dientes y Gavin se rió. Lujayne metió la mano en el bolsillo del muslo de su traje de vuelo y extrajo un puñado de monedas de forma bastante rara. Después se las alargó al twi'lek, quien las tomó y sonrió avariciosamente. Acarició un par de ellas con sus dedos terminados en afiladas garras, y luego alzó la mirada y se quedó tan inmóvil como si acabaran de sorprenderle con las manos manchadas de sangre.

Corran entrelazó las manos y permitió que reposaran sobre la hebilla de su cinturón.

—¿Y esos créditos son para…?

—Por haber ganado la apuesta. —Nawara se guardó las monedas en un bolsillo—. Dije que serías razonable. Rhysati le asestó un codazo.

—Optaste por lo de que sería razonable porque con esa apuesta obtenías las mejores probabilidades.

El twi'lek puso cara de sentirse bastante ofendido.

—Yo mantengo opiniones. No las apuesto.

Corran se echó a reír.

—¿Quién dijo que estaba dispuesto a desafiar al comandante Antilles en un duelo a muerte a bordo de un ala-X?

Erisi alzó la mano.

—Y además las probabilidades estaban bastante igualadas.

—Nawara ganó apostando por lo que había en mi cerebro, pero tú apostaste por lo que había en mi corazón. —Corran señaló la barra—. En honor de tu sagacidad, te invitare a tornar lo que más le apetezca a tu corazón.

Erisi volvió a cogerle la mano izquierda.

—¿Y si eso no tiene precio?

—Pues entonces te invitaré a tomar una copa y hablaremos de qué más se podría hacer para que te sintieras feliz.

Bror Jace se inclinó ante Erisi.

—Para conseguir que se sintiera feliz, deberías hacer que la empresa de su familia obtuviera todavía más beneficios de los que ya está obteniendo.

—Y conseguir eso significa que tendría que hacer algo para aumentar el uso del bacta, ¿verdad? —Corran extendió las manos en un gesto que pretendía abarcar a la totalidad del escuadrón—. Y dado que el Imperio compra bacta y que vamos a disparar contra sus pilotos, tengo la impresión de que no me resultará demasiado difícil.