21

La primera visión que Corran tuvo de Vladet después de haber salido del hiperespacio le reveló una bola azul surcada por franjas blancas y salpicada de manchas de color verde oscuro.

—Creo que deberíamos conquistar ese planeta y quedárnoslo, Silbador. Parece mucho más agradable de lo que jamás llegó a serlo el Mundo de la Niebla en sus mejores momentos.

El androide astromecánico emitió un trino de asentimiento, y después hizo aparecer la pantalla táctica en el monitor de Corran.

El corelliano echó un vistazo a las imágenes y activó su comunicador.

—Grupo Tres informa de una lectura negativa con respecto a los globos oculares. —El joven corelliano levantó la mano izquierda y accionó uno de los interruptores situados encima de su cabeza—. Estabilizadores-S colocados en posición de ataque.

—Recibido, Nueve. Manténgase a la escucha.

—De acuerdo, Control.

Delante de él, y acelerando hacia el planeta, dos de los escuadrones de ala-Y del Ala Defensora volaban con una escolta de cuatro ala-X cada uno. Al grupo de Corran le faltaban dos naves para alcanzar la plena potencia operacional, por lo que él y Ooryl habían sido asignados al Escuadrón Vigilante. Los escuadrones Campeón, dirigido por el general Salm, y Guardián formarían la primera oleada y prepararían el camino para que Vigilante, con sus defensas «rebajadas», pudiera pasar sin ser molestado.

Gracias a la reunión de información, Corran sabía que la Gran Isla no podría resistir el ataque de dos escuadrones de ala-Y Además de dos cañones láser, los ala-Y disponían de cañones iónicos gemelos y dos lanzadores de torpedos protónicos. Cada nave transportaba ocho torpedos, lo cual significaba que un solo escuadrón de bombarderos ya disponía de una potencia de fuego lo bastante grande para convenir el verde y exuberante paisaje de la Gran Isla en una humeante masa negra de roca líquida.

—Rebelde Nueve, continúe siguiendo el vector del Ala Dos y luego orbite en Ángeles 10K.

—Entendido. Llámenos si necesitan algo.

—Lo haremos. Aquí Control, cambio y cierro.

Corran creyó percibir una sombra de su propia frustración reflejada en la voz de Tycho. Las órdenes que acababa de dar a Corran estaban siendo transmitidas a los miembros del Escuadrón Vigilante por el controlador de vuelo de Salm. Se suponía que aquella cadena de mando de naturaleza dual garantizaría un buen control durante la operación, pero Corran dudaba de que fuera a producir esos efectos. «Cuando estaba en la Fuerza de Seguridad de Corellia y teníamos que llevar a cabo una operación conjunta con la inteligencia imperial, el control dual siempre se convenía en un duelo de controles y al final todo acababa complicándose enormemente…».

El descenso a través de la límpida atmósfera se fue volviendo un poco más movido, pero disponer de un poco de resistencia a la que combatir con los controles suponía un cambio bastante agradable después de seis horas de no hacer nada durante el recorrido por el hiperespacio. Corran niveló el ala-X a unos diez kilómetros por encima de la superficie del planeta.

—Control, Grupo Tres en posición. ¿Puede enviarme la señal visual táctica desde abajo?

—Ahí la tiene, Nueve. De Jefe Rebelde…, devolviendo el favor.

Corran sintió que le ardían las mejillas cuando se acordó de cómo sus datos sensores habían sido utilizados por el resto del escuadrón en Folor.

—Transmítale mi agradecimiento.

Los datos visuales procedentes del ala-X de Wedge le mostraron cuatro ala-Y que estaban bajando en picado sobre la ladera norte del cráter del volcán. Cuando se encontraban a un kilómetro de distancia del objetivo, cada una de las lentas naves lanzó un par de torpedos protónicos y viró. Las bolas azules avanzaron hacia la ladera montañosa y estallaron sobre ella en un punto donde las abundantes lluvias ya habían erosionado y debilitado la roca.

Las ondulantes series de explosiones llenaron el aire de humo, peñascos y plantas envueltas en llamas. El alimentador visual pasó a la modalidad vectorial, con parrillas verdes que representaban la tierra ocultada por el humo. Allí donde antes había una suave curva en el borde del cráter había aparecido una hendidura de contornos irregulares, como si un hacha vibratoria de dimensiones titánicas hubiera sido utilizada para cortar las rocas. La brecha se fue agrandando ante los ojos de Corran, y de repente comprendió que eso se debía a que Wedge estaba avanzando hacia el objetivo.

**

—Corrija el rumbo, Dos. —El ala-X de Wedge entró en la humareda—. Mynock, asegúrese de que Control está recibiendo un examen topológico de esta hendidura.

El humo se disipó casi al instante, mostrándole un erizamiento de roca volcánica a una docena de metros de cada ala. «Hay espacio suficiente para los bombarderos, pero no queda mucho margen para un error…». Wedge desplazó la palanca de control hacia adelante, distanciándose un poco de los ala-Y que estaban siguiendo su estela iónica, y salió de la angosta cañada rocosa yendo más deprisa de lo que hubiese volado cualquier piloto prudente.

Los haces láser disparados por un cuarteto de cazas estelares TIE iluminaron el aire detrás de él cuando entró en el cráter situado debajo del escudo protector de la cúpula. Wedge invirtió inmediatamente el curso y se lanzó hacia la base del cráter. El viento silbaba en los estabilizadores-S. Wedge describió un giro de ciento ochenta grados, llenando su cabina de cielo, y luego tiró de la palanca de control para volver a nivelar el ala-X.

El androide astromecánico aulló una advertencia a su espalda.

—Ya lo sé: tengo dos globos oculares en la cola.

En el vacío del espacio la presencia de los dos cazas TIE que le seguían hubiera sido muy seria porque su superioridad en lo tocante a las maniobras hacía que resultara muy difícil quitárselos de encima. Pero dentro de una atmósfera, su escasamente aerodinámico diseño y las turbulencias producidas por las emisiones de sus motores gemelos significaban que los TIE sufrían problemas de cabeceo y ondulación significativamente graves. Eso no los volvía menos mortíferos en un combate individual, pero abría toda una miríada de estrategias para enfrentarse a ellos.

—Necesito un poco de ayuda, Dos.

—Voy para allá.

La voz de Bror surgió del casco de Wedge.

—Tres, conmigo. Los tengo.

«Bueno, ya va siendo hora de que le haga derramar unas cuantas lágrimas a uno de esos globos oculares…». Wedge subió cuarenta y cinco grados el ala izquierda y luego tiró suavemente de la palanca de control. La disminución del impulso y la resistencia atmosférica redujeron su velocidad lo suficiente para que su ala-X descendiera cincuenta metros y se desplazara veinte metros hacia la derecha.

El piloto del TIE intentó seguirle y continuar pegado a su cola, pero las alas hexagonales eliminaron la desviación lateral. La resistencia del aire frenó considerablemente al TIE, y la nave empezó a descender hacia la alfombra de jungla que cubría el suelo del cráter. El piloto imperial hizo lo único que podía hacer para evitar perder el control y estrellarse. Iniciando un picado, ganó velocidad y rebasó al ala-X de Wedge, pero sin colocarse lo suficientemente por delante de él para que Wedge pudiera desviarse hacia la izquierda y venir por detrás.

«Y de todas maneras, yo no quería hacer eso…». Wedge presionó el pedal izquierdo del timón e hizo que la popa de su nave se desviase hacia la derecha. Una delicada manipulación de la palanca de control enderezó la nave, y un instante después las miras de Wedge se centraron en el TIE y pasaron al verde. Wedge apretó el gatillo, y los haces de sus cuatro cañones láser convergieron para esparcir fragmentos de caza TIE por toda la Gran Isla.

—He vaporizado uno.

Unos segundos después, Wedge vio cómo un TIE humeante se estrellaba contra la pared de un cráter.

—El camino está despejado, Jefe.

—Gracias, Dos. Informe, Tres.

La voz de Nawara Ven parecía contener un cierto disgusto.

—Cuatro tiene un par. Mis sensores no pueden captar la isla.

—Jefe Rebelde a Control: Campeón puede iniciar su avance.

—Transmito ese mensaje. Nueve da las gracias por la ayuda.

Wedge sonrió. Hubiese preferido que Corran pudiera involucrarse más directamente en la acción, pero esperaban encontrarse con una cierta resistencia y hasta que pudieran incorporar a un nuevo piloto para que sustituyera a Lujayne Forge, su grupo sería vulnerable a pesar del elevado nivel de capacidad de que habían dado muestras tanto Corran como Ooryl. El general Salm había sugerido utilizar al Grupo Tres para que supervisara al Escuadrón Guardián, que era la que poseía menos experiencia de las distintas unidades que componían el Ala Defensora. Todos tendrían ocasión de acumular experiencia de misión, pero no se expondrían a ningún riesgo excesivamente letal.

—Control a Jefe Rebelde: los escuadrones Campeón y Guardián inician sus aproximaciones.

—Puedo verlos, Control.

Los ala-Y empezaron a entrar por la brecha. Los ala-Y, que nunca eran muy elegantes, parecían poseer las características de vuelo atmosférico de algo que se hallara a medio camino entre un caza estelar TIE y un enorme peñasco. Todos los bombarderos descendieron para ganar velocidad, pero luego se nivelaron con muy poca dificultad aparente e iniciaron sus trayectorias de bombardeo para usar los cañones y lanzar los torpedos.

«¡Puede que sean lentos y poco maniobrables, pero no cabe duda de que los pilotos de Salm saben cómo hacer su trabajo!».

—Control a Jefe Rebelde, tenemos problemas.

—Adelante, Control.

—Dos naves, un crucero medio y una fragata de la clase Lancero, se encuentran en nuestro vector de salida. La Eridain está iniciando una maniobra de retirada.

Wedge sintió cómo su estómago empezaba a doblarse sobre sí mismo.

—Control, confirme la presencia de la fragata de la clase Lancero.

«No hay muchas, así que quizá se trate de un error. Oh, por favor, que sea un error…».

Las fragatas de la clase Lancero habían sido la solución que la Armada Imperial dio al problema de los cazas estelares y la amenaza que suponían para los grandes navíos de guerra. Las Lancero, de forma cuadrada y doscientos cincuenta metros de longitud, poseían veinte torretas artilleras, y cada una de ellas contaba con un láser cuádruple Seinar de Sistemas de la Flota. Con su velocidad, que era excepcional para una nave de sus dimensiones, y con aquellas armas, las Lancero eran como rancors entre un rebaño de nerfs. Los turboláseres de la Eridain hubieran podido mantenerla alejada, pero el crucero imperial superaba en potencia artillera a la burladora de bloqueos, y eso significaba que la Lancero podría lanzarse sobre los cazas.

Los ala-X eran lo suficientemente veloces para poder huir de ella, pero los ala-Y no podrían ni huir ni enfrentarse a la Lancero. Los cañones de la Lancero la convertían en el equivalente a ochenta cazas TIE. Wedge lanzó una rápida mirada a su indicador de combustible, y vio que no le quedaban reservas suficientes para librar un largo combate con la Lancero y volver a casa. «No dispongo del combustible suficiente para permitir que la Eridain vaya en busca de ayuda…». La única esperanza de los ala-Y era que los ala-X entretuvieran a la Lancero mientras los bombarderos huían.

Antes de que Wedge pudiera contestar a la petición de órdenes de Tycho, la voz del general Salm surgió del comunicador.

—Jefe Rebelde, proteja a los escuadrones Vigilante y Guardián y sáquelos de ahí. Campeón le proporcionará el tiempo necesario.

—Negativo, general. De esa manera Campeón será aniquilado…, y si atacamos a la Lancero, Rebelde podría ser aniquilado pero ustedes lograrían escapar.

—Es una orden, Antilles.

—El Escuadrón Rebelde recibe sus órdenes del almirante Ackbar, general.

—Jefe Rebelde, aquí Nueve.

—Ahora no, Nueve.

—Comandante, sé cómo podemos acabar con la Lancero. En el peor de los casos, perderíamos una nave.

—¿Qué tonterías está diciendo?

—Calma, general. Adelante, Nueve.

—Las naves tienen que acercarse hasta unos dos kilómetros y medio para obtener una resolución de disparo con un torpedo protónico. Cualquier ala-Y que se acerque a esa distancia de la Lancero quedará convertido en vapor, ¿verdad? Bien, pues un ala-X podría acercarse y enviar datos de puntería a los ala-Y, incrementando así el alcance para su resolución. Es exactamente lo mismo que hizo el capitán Celchu cuando estaba pilotando la Prohibido en Chorax. Los torpedos protónicos se ajustarán para treinta segundos, lo cual significa que pueden acertarle a un objetivo situado a un poco más de catorce kilómetros y medio. Eso los mantendrá a salvo de la Lancero.

Wedge frunció el ceño mientras llevaba a cabo un rápido repaso mental del plan de Corran. «Un ala-X que supiera maniobrar lo suficientemente bien podría llegar a acercarse a la Lancero…».

El general Salm vio el punto negro del plan en el mismo instante en que éste era detectado por Wedge.

—Un ala-X que esté haciendo ese tipo de giros no podrá obtener un contacto de puntería sobre la Lancero, Antilles. Esa idea suya es una locura.

La voz de Corran volvió a surgir del comunicador.

—El ala-X no necesita obtener un contacto de puntería, porque lo único que necesita es acercarse lo suficiente. Los ala-Y se encargarán de dirigir la baliza de localización del ala-X. Háganlo bien, pongan a la Lancero entre los cohetes y el ala-X…, y podrán borrar a una Lancero de la lista.

—Eso podría dar resultado. —Wedge tiró de la palanca de control del ala-X y empezó a ascender hacia el espacio y los navíos de guerra imperiales que le esperaban en él—. Lo intentaré.

—Negativo, Antilles.

—General…

—Jefe Rebelde, aquí Nueve en vector de salida. Transfiérame el control del Escuadrón Vigilante.

La furia de Salm hirvió a través del comunicador.

—¡Bajo ninguna circunstancia! Deténgase ahora mismo, Rebelde Nueve.

—Transfiérame el control del escuadrón. Estoy siguiendo un vector de salida, y voy a jugar al escondite con la Lancero.

—Esto es traición, Nueve. —La ira hizo temblar la voz de Salm—. Haré que le fusilen.

—No me importa, siempre que sea el Escuadrón Vigilante quien lo haga. Nueve, fin de transmisión.

—¡Haga algo, Antilles!

—Nueve tiene la altitud, general. —«Y la actitud correcta, además…».—. Cédale el control del escuadrón. —Wedge dejó escapar un prolongado suspiro—. Después, y sólo por si su truco no da resultado, haga formar a Campeón para que me siga.

**

Corran activó su comunicador.

—Bien, Vigilantes, voy a explicaros cómo nos convertiremos en héroes. Conectad vuestros torpedos para lanzar dos a la vez, y luego los lanzaréis cuando yo dé la señal. Saber escoger el momento adecuado será decisivo: si los lanzáis demasiado pronto no le daréis a nada, y si los lanzáis demasiado tarde entonces me… Bueno, procurad no lanzarlos demasiado tarde. Diez, necesito que iguales su velocidad y que no permitas que se me acerquen a más de ocho kilómetros y medio. Ah, y que tampoco estén mucho más lejos. Mi baliza de localización estará sintonizada en trescientos doce como cuarenta y tres. Utilizadla como frecuencia para la fijación de objetivo de los torpedos.

—Entendido, Nueve.

—Control, aquí Nueve. Esté preparado para dispersar a los Vigilantes mediante series de maniobras evasivas en el caso de que la Lancero empiece a ponerse agresiva una vez lanzados los torpedos.

—De acuerdo, Nueve. Buena suerte.

La mano de Corran subió hacia el medallón que llevaba colgado del cuello.

—Gracias, Control, y fin de transmisión… Bien, Silbador, el trabajo nos espera. —El piloto accionó interruptores que dirigieron toda la emisión del motor de fusión a los sistemas de propulsión, y después derivó toda la energía disponible para escudos a los escudos—. Voy a tratar de acercarme a ese monstruo siguiendo una trayectoria lo más sinuosa posible. Quiero que hagas pasar mis órdenes por un aleatorizador que añada o sustraiga porciones de cinco grados en todas las dimensiones de mis órdenes. No permitas que la Lancero salga de un cono de veinte grados con respecto a mi proa, pero quiero estar saltando continuamente de un lado a otro dentro de ese cono. ¿Lo has entendido?

El androide replicó con un seco silbido afirmativo.

—Y cuando estemos lo suficientemente cerca de ellos, quiero invertir la nave y hacer un rizo pasando justo encima de la parte superior del casco de la Lancero y bajando por el otro lado. Después deberíamos alejamos en un ángulo de noventa grados con respecto a nuestra trayectoria actual y volver hacia la atmósfera de Vladet. —Corran suspiró—. Si conseguimos llegar hasta esa fase del plan, claro…

Silbador dejó escapar un graznido reprobatorio.

—Siento haberte metido en esto. —Corran pulsó el botón de la consola que permitía la activación del sistema eyector del androide—. Quizá tu próximo piloto no sea tan estúpido.

La luz verde instalada encima del botón se apagó.

Corran volvió a presionarlo.

—Y quizá tu próxima nave sea inmune a los cortocircuitos… La luz volvió a apagarse.

El piloto se volvió hacia el androide.

—¿Quieres morir o qué?

Silbador replicó con un silbido despectivo.

—No estoy pensando en acaparar toda la gloria. —Corran tragó saliva, para lo que tuvo que luchar con el nudo que se le acababa de formar en la garganta—. Gracias por quedarte conmigo. Mi padre murió sin tener a nadie cerca, y tengo entendido que no se trata de una muerte particularmente agradable.

El androide replicó con una enérgica reprimenda electrónica.

—De acuerdo, de acuerdo… Tú haz tu parte, y yo me aseguraré de que no morimos. —Corran echó un vistazo a su sensor. Los detectores le colocaban a dieciocho kilómetros de la Lancero—. Repasa mis cálculos, Silbador. Cuando vaya a máxima potencia, recorreré seis kilómetros en el tiempo que necesiten los torpedos para alcanzarme. Eso significa que los bombarderos tendrán que Lanzarlos cuando llegue al punto de los seis kilómetros, y para eso deberán encontrarse a unos quince kilómetros de la Lancero. Bien, parece que todos estamos preparados y listos para entrar en acción…

El androide dejó escapar un trino triunfal y una cuenta atrás apareció en la esquina superior del diagrama sensor.

—Nueve a Vigilantes, cuarenta, cuatro cero, segundos para el lanzamiento. Silbador, conecta el aleatorizador cuando me encuentre a dos kilómetros y medio del objetivo. —El armamento de la Lancero había sido tomado de los bombarderos TIE, por lo que padecía las mismas limitaciones de alcance que los cazas—. También quiero que obtengas un registro completo de cómo están funcionando las torretas y que transmitas esos datos a Control y al Jefe Rebelde. Si la Lancero tiene algún punto débil, si cualquiera de las torretas parece no tener muy buena puntería…, bueno, en ese caso necesito saberlo.

El cronómetro llegó a los diez segundos. Corran volvió a acariciar su medallón, y después puso la mano derecha sobre la palanca de control y sonrió.

—Y allá va Rebelde Nueve, siguiendo la tradición de aceptar misiones suicidas con una sonrisa en los labios tan apreciada por su unidad… Vigilantes, cuando dé la señal. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Ya. ¡Lanzad los torpedos!

El comunicador emitió una oleada de informes de disparo. Corran no consiguió entender nada, pero pudo oír el último informe. —«Vigilante Tres, torpedos lanzados»— en cuanto el conflicto de voces se hubo disipado.

Lanzó una mirada al cronómetro, que había empezado a recortar los segundos que faltaban para el impacto. «Dos segundos de retraso… Probablemente no será un problema».

—¿Quieres hacer el favor de bajar el volumen de la sirena de advertencia de la fijación de torpedos, Silbador? Te aseguro que ya me he enterado de que se están aproximando.

El ruido de fondo de la cabina cesó de repente. El corelliano contempló la lenta cuenta atrás de los segundos. Dejar atrás el punto de lanzamiento y llegar a la parte central del trayecto hacia la Lancero pareció requerir una eternidad. Mientras su nave seguía avanzando hacia el objetivo, Corran pudo ver cómo hileras de verdosos haces láser empezaban a extenderse en su dirección. Los haces iniciaron una serie de curvas y ondulaciones a medida que los artilleros intentaban seguir la trayectoria de su nave. Al principio la velocidad con la que se estaba aproximando hizo que los primeros disparos de los imperiales quedaran demasiado largos.

Cuando faltaban doce segundos para el impacto, Silbador activó el programa aleatorizador y Corran sintió que la palanca de control empezaba a vibrar. Una minúscula chispa de miedo se deslizó por su cuerpo cuando se imaginó que había perdido el control de la nave. Pero el miedo se disipó casi al instante, dejando tras de sí una calma que le resultó terriblemente familiar porque era la misma que había experimentado aquella noche en Talasea. «Bueno, entonces no morí. Quizá, sólo quizá…».

Desplazando la palanca hacia atrás y hacia la izquierda, Corran hizo que el ala-X fuera siguiendo las ondulaciones. Oleada tras oleada de verde energía láser aparentemente sólida surgió de la Lancero, pero el caza de Corran se fue abriendo paso a través de los huecos y se deslizó por encima de las crestas, flirteando con sus mortíferas caricias. Cortinas de luz resplandecían sobre los escudos del joven corelliano dejándole parcialmente cegado, pero aquellas fracciones de impacto ni le frenaron ni le desviaron de su curso.

No había forma de fallar el objetivo. La fragata de la clase Lancero, Silbador la había identificado como la Devastadora— fue aumentando de tamaño hasta convertirse en un rectángulo de contornos nítidamente marcados y recubiertos de pinchos con una proa curvada hacia arriba y un bulboso módulo motriz. Los reflejos verdosos de los láseres cuádruples esparcían pinceladas de color sobre el blanco exterior del navío imperial. Corran alineó —más o menos, evidentemente— el ala-X con la cubierta central de la nave, y después el caza quedó completamente fuera de su control.

Obedeciendo las instrucciones que Corran le había dado antes, Silbador hizo que el caza se inclinase bruscamente hacia estribor. La palanca de control impulsó la mano derecha de Corran contra el lado de la cabina pero luego, y antes de que su cerebro pudiera empezar a percibir el dolor, la palanca se liberó de su presa y le asestó un potente golpe en el pecho. Con la palanca de control aprisionándole en su asiento de pilotaje, Corran sólo podía alzar la mirada y contemplar cómo el casco de la Devastadora se convenía en una masa borrosa que desfilaba vertiginosamente por encima de su cabeza.

A los torpedos les faltaba medio segundo para alcanzar al caza cuando éste ascendió de repente y empezó a describir una curva alrededor de la Devastadora. Aunque eran perfectamente capaces de llevar a cabo la misma maniobra que había efectuado el caza, su mayor velocidad hacía que los torpedos necesitaran más espacio para poder imitarla. En el mismo instante en que empezaban a corregir sus rumbos para seguir a Corran, los torpedos chocaron con la Devastadora y detonaron.

La primera media docena de explosiones produjo más energía de la que podían absorber los escudos. Las murallas protectoras se derrumbaron, dejando indefensa a la fragata ante el resto del enjambre de torpedos. Los escudos antidetonaciones se doblaron y los ventanales de transpariacero se evaporaron bajo las detonaciones de los torpedos. Las planchas de titanio del casco se derritieron, fluyendo en riachuelos de glóbulos de metal que se endurecerían en la oscuridad helada del espacio para convertirse en esferas perfectas. Las cubiertas se partieron y la bola de fuego que estaba empezando a crecer en el centro de la nave consumió atmósfera, equipo y personal con un voraz apetito.

Salvo dos, todos los torpedos sirvieron para alimentar la burbujeante tormenta de plasma que hervía en el corazón de la Devastadora. Al bisectar la nave, los torpedos cortaron todas las conexiones de control y energía entre el puente, en la proa, y los motores, en la popa. Los sistemas de seguridad automáticos entraron inmediatamente en acción y los motores dejaron de funcionar. La Devastadora dejó de escupir haces láser, y la fragata herida de muerte inició un rápido escoramiento. La Devastadora empezó a ser derrotada en el pulso invisible que mantenía con el planeta que se extendía debajo de ella, y fue cayendo lentamente por el pozo gravitatorio de Rachuk.

Corran, en un ala-X que se alejaba a gran velocidad de la fragata imperial, no podía ver ninguno de los daños que los torpedos habían infligido a la Devastadora. El joven corelliano bajó la mirada hacia su monitor de sensores y sonrió mientras éstos le iban informando, línea tras línea, de las muertes de los veintidós torpedos que le habían estado siguiendo.

«¿Veintidós? Pero tendría que haber veinticuatro…». Corran apartó la palanca de control de su pecho.

—¿Dónde están esos dos últimos torpedos, Silbador?

La imagen mostrada por el monitor de sensores cambió. Los dos últimos torpedos habían pasado por debajo de la Devastadora, readquiriendo su objetivo cuando éste dejó atrás el lado opuesto de la fragata. «Ya casi los tengo encima… ¡He de virar, y deprisa!».

La palanca de control tembló y vibró como si tuviera vida propia. El horror hizo que un hilillo de electricidad se deslizara a través de las entrañas de Corran.

—¡Anula el sistema, Silbador!

La palanca de control siguió estremeciéndose y oponiendo resistencia a sus dedos. En un instante de nitidez dolorosamente cristalina, Corran comprendió que al no especificar el sistema al que se refería su última orden había cometido un error igual en magnitud al que suponía haber mantenido toda la energía de los escudos concentrada en su arco delantero. Se dispuso a rectificar ambos errores, pero el indicador de proximidad que mostraba la situación de los torpedos lanzados por Vigilante Tres le informó de que se le había acabado el tiempo.