14

Corran desbloqueó los cierres de seguridad de su cabina después de que el yate hubiera apagado sus impulsores de maniobra y la espesa neblina hubiese descendido sobre las dos naves. El yate había vuelto a aparecer en Chorax para recogerle, usando garras de descenso que se cerraron sobre el tren de aterrizaje del ala-X. Eso dejó su nave suspendida del casco dorsal del vate, aferrada a él como una avispa-dauber instalada sobre la espalda de un pájaro. A Corran no le gustaba demasiado aquella situación, pero la distancia que separaba Chorax de Talasea, en el sector de Morobe, era francamente grande y la idea de tener que dejar abandonados a su caza y a Silbador le gustaba todavía menos que la de ser transportado hasta un puerto.

Había desconectado todos los sistemas salvo los de apoyo vital, por lo que no podía comunicarse con el piloto del yate. Corran había quedado impresionado ante la elegante suavidad del descenso en aquel primitivo espaciopuerto. Una espesa niebla lo ocultaba casi todo, y lo poco que había podido distinguir gracias a la claridad desprendida por los impulsores de maniobra parecía estar recubierto por una especie de hiedra de color verde oscuro. Corran vio formas borrosas que parecían edificios, pero la mayoría de ellas estaban cubiertas por tanta vida vegetal que el corelliano se preguntó si la Nueva República no habría cultivado la base en vez de construirla.

Se puso en pie y se estiró, y luego se quitó el casco y los guantes y los dejó encima del asiento de pilotaje. Después salió de la cabina y aterrizó pesadamente sobre el casco del yate. «Hay más gravedad de lo que me esperaba…». Corran buscó una escalerilla para bajar al suelo, pero no consiguió encontrar ninguna. Al final acabó echando a andar por la curvatura del ala, y luego saltó al suelo desde el punto más bajo.

El impacto le dobló las rodillas, y Corran se encontró a cuatro patas.

—O la gravedad es superior a lo que me esperaba, o ese combate me ha dejado realmente agotado.

Mientras se erguía y empezaba a quitarse el barro de las rodillas de su mono de vuelo rojo, Corran comprendió que probablemente se trataba un poco de ambas cosas. «Tengo mucha suerte de estar vivo».

Una escotilla se abrió con un siseo en la quilla del yate y una rampa de abordaje descendió lentamente del hueco. Corran se volvió hacia la rampa, limpiándose las manos en los muslos mientras lo hacía. Un sullustano descendió por la rampa, seguido por un androide de mantenimiento de estructura insectoide fabricado en Verpine. Corran les saludó con una inclinación de la cabeza, pero los dos le ignoraron y se pusieron a esperar junto a la base de la rampa.

Corran supuso que estarían esperando al capitán de la nave, dando por sentado que tenía que tratarse de un hombre porque entre los contrabandistas independientes había muy pocas mujeres. Cuando el capitán bajó por la rampa, el primer atisbo de unas piernas tan largas como hermosas terminadas en botas y de un mono de vuelo azul oscuro ceñido al cuerpo hizo que la teoría de Corran saltara por los aires. Un cinturón-pistolera rodeaba la esbelta cintura de la recién llegada, y una larga cabellera negra caía sobre el centro de su espalda. La mujer se agarró al soporte delantero de la rampa y luego giró en un movimiento lleno de despreocupada agilidad para encararse con Corran, y el corelliano quedó muy agradablemente impresionado por la sonrisa que iluminaba su hermoso rostro.

—Gracias por el viaje —dijo, volviendo a limpiarse las manos en el mono de vuelo.

La mujer le devolvió la sonrisa mientras acortaba la distancia que los separaba.

—Gracias por la operación de salvamento en el espacio.

—Fue un placer. —El corelliano le ofreció la mano—. Me llamo Corran Horn.

Un destello vagamente peligroso ardió en los ojos castaños de la mujer.

—¿Tienes alguna clase de parentesco con Hal Horn?

—Es… Era mi padre. ¿Por qué?

—Porque persiguió implacablemente a mi padre e hizo que lo enviaran a Kessel. —La mujer clavó un dedo en el pecho de Corran, hincándolo justo allí donde la palanca de control había producido unos cuantos morados—. Si hubiera sabido quién eras, te hubiese dejado allí.

Corran retrocedió, muy sorprendido, y por primera vez vio la insignia de tela que cubría el hombro del mono de vuelo de la mujer. La insignia mostraba una raya de mar corelliana con una barra allí donde hubiesen tenido que estar sus ojos. A causa de la hebra polarizada utilizada para bordar la barra negra, ésta quedaba atravesada por una pequeña línea blanca vertical que iba de un extremo a otro. «Conozco esa insignia… ¡Ya sabía que esta nave me resultaba familiar!».

—Es el Patinaje del Pulsar, ¿verdad? Si hubiera sabido que estaba siendo transportado por la nave de Toberas Terrik, me habría quedado allí.

—Veo que ya se han conocido.

Corran giró sobre sus talones y se apresuró a saludar a Wedge.

—Sí, señor.

La mujer apoyó los puños en sus esbeltas caderas.

—No me dijiste quién era este piloto porque sabías que en ese caso no le hubiese transportado, ¿verdad?

Wedge sonrió.

—Sospechaba que en ese caso quizá hubiese habido una cierta fricción, si… ¿Qué tal te han ido las cosas últimamente, Mirax?

—A duras penas consigo ganar lo suficiente para pagar los repuestos y el combustible, Wedge. —Mirax besó al comandante en la mejilla—. También he estado coleccionando historias sobre ti procedentes de todos los rincones de la galaxia. Tus padres se habrían sentido muy orgullosos…

Wedge asintió solemnemente.

—Me gusta pensar que así habría sido.

Los verdes ojos de Corran se entrecerraron.

—Señor, debería saber que el Patinaje del Pulsar es una nave con una ampliamente documentada historia de contrabando y que Toberas Terrik es uno de los contrabandistas más famosos que han usado Corellia como base.

El comandante de Corran sonrió.

—Lo sé todo sobre el Patinaje, teniente Horn. Tenía quince años cuando ayudé a sustituir la cámara de fusión de ese motor de estribor. El padre de Mirax utilizaba regularmente la estación de aprovisionamiento de mis padres para repostar y hacer reparaciones.

—Pero es que Toberas se dedicaba al contrabando de brille…

Wedge le interrumpió con un fruncimiento de ceño.

—También me ayudó a dar con los piratas que destruyeron la estación de aprovisionamiento y mataron a mis padres…, unos piratas que la destruyeron mientras estaban huyendo de la Fuerza de Seguridad de Corellia, y a los que dicha Fuerza de Seguridad jamás consiguió capturar.

—¿Y eso le convierte en un defensor de la ley?

—No, teniente, pero permite ver las cosas desde una nueva perspectiva. —Wedge deslizó un brazo sobre los hombros de Mirax y se los apretó afectuosamente—. Mirax no es su padre. Desde que él se retiró, Mirax ha transportado un montón de suministros para la Alianza. —Se volvió hacia la mujer y clavó los ojos en su rostro—. Y Corran tampoco es su padre, desde luego. Si él no hubiera introducido ciertas modificaciones en el curso que estábamos siguiendo, no habríamos acabado llegando al sistema de Chorax justo a tiempo para salvarte.

Mirax bajó la mirada hacia el suelo. La ira que había estado impregnando su expresión perdió un poco de intensidad, algo a lo que ayudó bastante la aparición del rubor que tiñó sus mejillas.

—Tienes razón, Wedge. Todavía estoy bajo los efectos de la tensión que sentí cuando cayeron sobre mí… El Áspid Negro surgió del hiperespacio justo en mi vector de salida, y me atrapó con sus haces gravitatorios. Alguien me ha traicionado.

Corran soltó un bufido.

—Los ladrones no tienen ningún sentido del honor.

Wedge le miró y volvió a fruncir el ceño.

—La explicación más probable es la de que unos cuantos créditos imperiales hayan conseguido comprar más lealtad que la promesa de entregar unos créditos hecha por la Alianza.

Mirax se encogió de hombros.

—Algunos de nosotros pensamos que las promesas de los rebeldes encierran menos peligro que el permitir que el Imperio nos convierta en sus marionetas. —Extendió la mano hacia Corran—. Quiero pedirle disculpas por mi conducta, teniente.

Corran se la estrechó.

—Disculpas aceptadas, pero yo también le pido que me disculpe. Todavía no me he recuperado de la impresión que supone el que todo un crucero dispare contra ti. Mi R2 ha dejado de funcionar, y estoy un poquito preocupado…

Mirax sonrió, y una parte de la tensión que había estado oprimiendo el pecho de Corran se disipó.

—Comprendo. Si puedo serte de alguna ayuda…

—Te agradezco la oferta. —Corran volvió la mirada hacia Wedge—. Probablemente debería hacer que descargaran el ala-X y empezaran a reparar a Silbador.

—Dentro de unos momentos, teniente. Antes quiero hablar con usted. —Wedge señaló el Patinaje del Pulsar con un pulgar—. ¿Sabes adónde tenía que ir tu envío, Mirax?

—Se suponía que debía acudir a una cita con una nave para llevar a cabo una transferencia de coordenadas. —Se encogió de hombros—. Según el manifiesto de carga, se trataba de un montón de materiales primarios para establecer una base. Probablemente, casi todo os resultaría de bastante utilidad aquí.

—No lo dudo. —Wedge sacó un comunicador cilíndrico de un bolsillo de su traje de vuelo y lo activó con un movimiento del pulgar—. Antilles a Emetrés.

—Aquí Emetrés, señor. He estado intentando ponerme en contacto con usted desde que llegamos…

Wedge alzó los ojos hacia el cielo.

—Estoy seguro de ello, pero ahora no tengo tiempo para hablar. Necesito que nos envíes un equipo de recuperación provisto de una grúa para que se encarguen del ala-X y la unidad R2 de Horn. También tendrás que obtener el manifiesto de carga del Patinaje del Pulsar. Entérate de adónde tenía que ir ese envío de suministros, y averigua si puedes conseguir que lo que necesitamos se quede aquí.

—Sí, señor. Como le estaba diciendo, señor…

—Fin de la transmisión. —Wedge apagó el comunicador y volvió a metérselo en el bolsillo—. Tycho me dijo que no había tenido ningún problema con el androide durante el trayecto hasta aquí, pero soy incapaz de imaginarme por qué.

Mirax volvió la cabeza hacia Wedge y arqueó una ceja.

—Así que le enviaste aquí para que hablara conmigo, ¿eh?

—No es ni con mucho el peor androide de protocolo de que disponemos, créeme. —Wedge le guiñó un ojo—. Limítate a entregarle la tarjeta de datos, y luego retírate al Patinaje y amenaza con pegarle un tiro.

—Y asegúrese de disparar dos veces.

—Procuraré no olvidarlo, teniente. —Mirax suspiró—. ¿No sería mucho más sencillo para todos que le transmitiera el manifiesto a vuestro ordenador central?

Wedge torció el gesto.

—En estos momentos Emetrés es nuestro ordenador central.

—Cierto, pero tampoco nos encontramos en la periferia del borde. Este sitio hace que los mundos exteriores parezcan civilizados.

—Me alegro de que lo comprendas. —Wedge le dedicó un saludo abreviado—. Ya hablaremos más tarde, Mirax. Teniente, si tiene la bondad de seguirme…

Corran echó a andar junto a su comandante.

—¿Quería decirme algo, señor?

—Nunca volverá a ser exactamente igual que esa primera vez. —Wedge sonrió—. Enfrentarse a una escuadrilla de cazas enemigos es una cosa, pero tener que luchar bajo la sombra de un navío de guerra de gran tamaño… Bueno, eso puede poner nervioso a cualquiera.

«Quizá ésa ha sido la diferencia entre esta vez y las otra…».

—Le agradezco que me proporcione esa nueva perspectiva, señor.

—También quería felicitarle por la forma en que supo recuperarse ahí fuera. Se encontraba en una situación muy difícil, y logró salir de ella de una manera bastante airosa.

—Fue más cuestión de suerte que de ninguna otra cosa, señor. Si esa segunda andanada me hubiera dado de lleno, ahora me encontraría a bordo de ese Interdictor y Talasea estaría siendo atacada.

—Llámelo como quiera, señor Horn, pero no cabe duda de que lo hizo bastante bien. —Wedge meneó la cabeza—. La forma en que acabó con esos dos enemigos después de que sus sistemas hubieran dejado de funcionar fue muy impresionante.

—Como le dije al capitán Celchu, él se encargó de la parte más difícil y yo me limité a apretar el gatillo. Si hubieran conseguido salir de sus miras, nunca hubiese podido darles. —Corran frunció el ceño—. Y eso me lleva a una pregunta, señor.

—¿Sí?

Corran se detuvo, y unos zarcillos de neblina grisácea ondularon entre los dos.

—El capitán Celchu consiguió obtener una fijación para torpedos sobre esos dos enemigos. ¿Por qué no los destruyó él mismo?

Wedge titubeó durante unos segundos antes de responder, lo que tuvo el efecto instantáneo de poner en guardia a Corran.

—La Prohibido está siendo modificada con vistas a los adiestramientos para que pueda simular el perfil de una cañonera de asalto. La lanzadera cuenta con el paquete sensor para los cohetes de demolición, pero no transporta ninguno…, y aunque los transportara no podría lanzarlos.

—¿Y entonces por qué no los destruyó con sus láseres? Las lanzaderas de la clase Lambda disponen de cañones láser.

Cuando llegó por fin, la réplica de Wedge sonó sorprendentemente seca y llena de frustración.

—La Prohibido no.

Corran bajó la mirada hacia el suelo.

—Comandante, vi cómo personal de seguridad de la Alianza escoltaba al capitán Celchu por todo Folor. Nunca ha contado con armas de un nivel de energía realmente operativo a bordo de su Z-95…, ¿y ahora usted me está diciendo que a su lanzadera le han quitado los cañones láser a pesar de que íbamos a viajar por sectores del Núcleo altamente disputados? ¿Qué está pasando aquí?

Wedge hizo una profunda inspiración de aire, y después lo dejó escapar muy despacio.

—¿Le ha hablado a alguien más de la escolta de seguridad?

—No, yo sólo…

—Teniente, quiero que entienda dos cosas. La primera es que tengo la máxima confianza posible en el capitán Celchu. No tengo absolutamente ninguna reserva acerca de él, su servicio, sus capacidades o su compromiso con la Alianza. ¿Me ha entendido?

—Sí, señor.

—La segunda es que la cuestión a la que alude es de naturaleza privada, y que concierne únicamente al capitán Celchu. Debido a ella, el capitán ha accedido a someterse a ciertas limitaciones. Él es la única persona que puede hablar de ese asunto, pero tanto él como yo creemos que sacarlo a relucir sólo serviría para crear una distracción dentro de la unidad.

«Como si el no saber nada sobre ella no fuera a suponer una distracción para mi…».

—¿Significa eso que no puedo preguntárselo directamente al capitán?

Wedge se cruzó de brazos.

—Usted ha sido agente de la ley, Corran, y por eso le resulta mucho más fácil y natural sentir suspicacia que confianza. Quiero que se haga una pregunta a sí mismo, ¿de acuerdo? Si pudo confiar en él para que le ayudara a destruir esos dos cazas enemigos, ¿no cree que puede llegar hasta el final en lo que se refiere a la confianza? Celchu no tenía por qué salvarle, pero lo hizo…, sabiendo que si los interceptores se volvían contra él estaría tan muerto corno usted.

—Entiendo adónde quiere ir a parar, señor —dijo Corran, asintiendo lentamente—. No le estoy diciendo que no vaya a preguntárselo, a menos que usted me ordene que no lo haga, pero le aseguro que no hablaré con nadie más del asunto. Y si el capitán se niega a responder a mis preguntas… Bien, supongo que entonces tendré que aguantarme. El capitán Celchu me salvó la vida, así que por lo menos le debo eso.

—Perfecto.

—Una cosa más, señor.

—¿Sí, teniente?

Corran volvió la mirada hacia el Patinaje del Pulsar.

—Cuando estábamos allí, usted dijo que la Fuerza de Seguridad de Corellia nunca logró capturar a los piratas que habían destruido la estación de Gus Treta y matado a sus padres. Mi padre se ocupó de ese caso, y dedicó muchos esfuerzos a él. Nunca llegó a darse por vencido, sino que sencillamente… Bueno, el canso es que no disponía de las conexiones al otro lado de la ley con que contaba usted. —Tragó saliva—. Creo que si mi padre hubiera sabido que Toberas Terrik le estaba ayudando a dar con esos piratas, hubiera sido un poco más indulgente con él y Toberas no habría tenido que pasar todo ese tiempo en las minas de especia.

Wedge estiró el brazo y le dio una suave palmada en el hombro.

—Toberas no era un Jedi, obviamente, pero tampoco se había vuelto hacia el lado de los Sith, y el tiempo que pasó en Kessel le obligó a dejar el contrabando. Cuando Mirax pueda disponer de un momento en el que se sienta algo más dispuesta a la sinceridad, probablemente admitirá que los cinco años que pasó en la oscuridad de las minas fueron beneficiosos para su padre.

—Dudo que ella y yo vayamos a compartir muchos momentos propicios a la sinceridad, señor.

—¿De veras? Pues yo creo que los dos podrían acabar llevándose bastante bien.

—Nuestros padres se odiaban abiertamente el uno al otro, señor, y eso no constituye los mejores cimientos posibles para una amistad duradera. —Corran meneó la cabeza—. Además, Mirax Terrik es amiga suya y…

—Pero sólo es una amiga. O más bien una hermana, dado que se quedaba a vivir con nosotros cuando su padre tenía que hacer algún viaje especialmente peligroso.

«Así que mi oficial superior la considera como una hermana, ¿eh? Eso sí que constituye todo un incentivo para llegar a conocerla mejor…»., pensó Corran, y sonrió.

—Me lo tomaré como una especie de consejo, señor.

—Hágalo, teniente. Tener amigos nunca le ha hecho daño a nadie.

—¡Señor, señor!

Los dos hombres alzaron la mirada para ver cómo Emetrés surgía de la neblina talaseana. «Su oscurísimo color en este mundo tan apagado… No me extraña que el comandante intente darle esquinazo al androide mientras estemos aquí, pero le va a costar bastante».

Wedge miró a Corran, y en cuestión de un instante Corran supo que los dos habían estado pensando exactamente lo mismo.

—Emetrés… Bien, dejaré que discutas las condiciones de su ala-X con el teniente Horn. Localízame en cuanto hayas acabado.

Corran leyó un «Si puedes hacerlo» en la sonrisa de Wedge mientras el comandante del Escuadrón Rebelde giraba sobre sus talones y se alejaba.

—Como desee, señor. —El androide abortó un saludo, y después desplazó cautelosamente sus pies en un lento giro para volverse hacia Corran—. Acerca de su ala-X…, señor, los daños no son tan considerables.

—¿Qué me dices de Silbador?

—Ah, se refiere a su unidad R2. —El androide inclinó su cabeza en forma de concha de una manera casi imperceptible—. Su Silbador se pondrá bien. Se autodesconectó antes de que la andanada iónica pudiera producir el efecto de desconexión masiva, y ello fue posible en virtud de que el disparo estuvo a punto de fallar el blanco. Debo decirle, señor, que inicialmente pensé que…

—Sí, Emetrés, te lo agradezco. Pero… ¿Silbador volverá a funcionar sin problemas?

—Creo que sí, señor, aunque pudo ocurrir lo peor.

—¿Lo peor? —preguntó Corran, y enseguida lamentó haber invitado a Emetrés a que se explican.

—Bien, señor, una conexión energética quedó polarizada negativamente y eso impidió que se llevara a cabo la reinicialización automática. Muchos considerarían que se trata de un problema menor. La conexión tendrá que ser sometida a un reacondicionamiento térmico, pero aquí disponemos de las instalaciones necesarias para ello porque los colonos solían utilizar androides agrícolas y este mundo padece algunas tempestades bastante violentas durante cada estación lluviosa.

—Todo eso es realmente fascinante, Emetrés. —Corran sonrió—. Deberías pedirle al comandante Antilles que te permitiera informar al escuadrón acerca de la climatología de este planeta. —«Así que el comandante quería utilizarme para poder huir del androide, ¿eh?».—. En realidad, deberías exigírselo.

—¿Exigírselo? Oh, cielos…

—Insiste enérgicamente. Quince o veinte minutos de razonar con él deberían convencerle de la necesidad de ello. —Corran asintió solemnemente—. Y ahora, volvamos a mi ala-X. Perdí un estabilizador lateral fi-invertido.

—Correcto, señor. —Emetrés le entregó un cuaderno de datos—. He introducido los impresos de solicitud para dicho componente en este cuaderno de datos. Si tiene la bondad de rellenarlos y de cumplimentar un informe de incidentes, haré que el capitán Celchu los repase y le pida al comandante Antilles que los firme. Después transmitiremos la información al general Salm. Deberíamos disponer del componente dentro de un mes o, como mucho, de dos.

Corran sintió que se le aflojaba la mandíbula.

—¿Uno o dos meses?

—Sí, señor. Usted se trajo su ala-X consigo, y nunca lo ha entregado formalmente a la Alianza. A fin de evitar que los individuos utilizaran la Alianza como si fuera un depósito de mantenimiento, la regulación 119432, subsección 5, párrafo 3, dice con toda claridad que «los aparatos no pertenecientes a la Alianza que estén aliados con o se encuentren operando bajo las órdenes de un comandante de la Alianza recibirán las piezas y el mantenimiento necesarios según lo considere adecuado el oficial al mando y/o el oficial a cargo de la entrega de piezas y de la asistencia de mantenimiento para dicho aparato. Si dicho aparato queda dañado en cualquier acción que no haya sido planeada o aprobada previamente (véase sección 12, párrafo 7, para una lista de excepciones), todos los daños se considerarán no relacionados con la Alianza y en tal caso dicho aparato será reparado únicamente después de que se hayan completado todas las reparaciones de los aparatos que hubieran resultado dañados en acciones aprobadas». Bien, en cuanto a las excepciones…

—Ya es suficiente, Emetrés —dijo Corran, dándose masaje en las sienes—. ¿Es la única forma de conseguir un nuevo estabilizador?

—Conozco con todo detalle las reglas y los reglamentos de más de seis millones de distintas organizaciones militares y paramilitares, señor, y no hay nada que…

El piloto golpeó la negra placa pectoral del androide con un nudillo, y eso detuvo la letanía.

—Emetrés, tiene que haber otros estabilizadores laterales fi-invertidos en existencia aparte de los que tenemos guardados en todos los almacenes y naves de la Alianza. Tanto los Z-95 Cazadores de Cabezas como los Incom T-47 Deslizadores del Aire utilizan ese estabilizador. De hecho, probablemente haya un T-47 averiado en algún lugar de esta base.

—Podría haberlo, señor. —El androide hizo que su cabeza describiera un lento círculo para examinar toda la zona—. Prepararé los impresos necesarios para solicitar una inspección general del sector local.

Dejando caer el cuaderno de datos, Corran extendió los brazos y tomó la cabeza del androide entre las manos. Después tiró de ella, atrayendo la abertura facial de Emetrés hacia él.

—No me estás entendiendo, Emetrés. Los impresos y las solicitudes requerirán mucho tiempo. Sin ese componente, no puedo volar. Si no puedo volar, quedaré atrapado en el suelo y entre esta neblina y eso hará que la vida me resulte insoportable, y no quiero que eso llegue a ocurrir. Tiene que haber algunos componentes que…

—Y reglas que deben ser observadas.

—¡Al cuerno con las reglas!

El androide dio un paso hacia atrás, y la condensación que se había ido acumulando sobre su cabeza le permitió escapar de la presa de Corran.

—¡Señor, pensaba que si existía algún miembro del Escuadrón Rebelde que fuese capaz de valorar la adherencia a las reglas tenía que ser precisamente usted!

Corran suspiró.

—Las reglas tienen su sitio, pero no cuando se vuelven perjudiciales. ¿No podrías sacar el componente de algún sitio aunque fuera saltándote las reglas?

El androide se quedó totalmente inmóvil, con los parpadeos luminosos de sus ojos como única indicación de que seguía funcionando. Al principio el piloto corelliano agradeció el cese del parloteo del androide, pero el silencio se prolongó durante mucho más tiempo de lo que jamás había podido disfrutar de él en presencia de Emetrés.

Los destellos oculares se volvieron asincrónicos, y eso empezó a preocupar un poquito a Corran.

—¿Emetrés?

Los ojos del androide se oscurecieron durante un momento, y después sus miembros y su cabeza temblaron tan violentamente como si acabara de ser fulminado por un rayo.

—¿Emetrés?

Los ojos volvieron a encenderse, y Corran hubiese jurado que la claridad que despedían era un poco más potente que antes.

—Protocolo de obtención irregular activado, señor. —El androide se inclinó y recogió el cuaderno de datos del suelo. Le echó un vistazo, y después meneó la cabeza—. Enviaré una petición a través de los canales reglamentarios, pero creo que podré encontrarle algo antes de que recibamos cualquier tipo de notificación o ayuda del mando. Usted es un piloto, y mi trabajo consiste en asegurarme de que pueda seguir combatiendo. Considérelo hecho.

Corran pensó que incluso la voz parecía distinta.

—¿Te encuentras bien, Emetrés? ¿Te está afectando toda esta humedad?

—Estoy perfectamente, señor. La humedad no es ningún problema. —Una luz ocular parpadeó rápidamente—. Puede que haya contraído la sombra de algún virus, pero no es nada de lo que haya que preocuparse.

«¿Estoy soñando, o este androide acaba de guiñarme un ojo?».

—¿Estás seguro?

—Sí, señor. —El androide le saludó marcialmente—. Si no tiene nada más que decirme, señor, empezaré a ocuparme del asunto inmediatamente. Y también haré que le envíen el equipo a su alojamiento, señor.

—Gracias, Emetrés. —Corran le devolvió el saludo—. Puedes irte.

El androide giró sobre un talón y empezó a alejarse. Corran le siguió con la mirada, y luego se estremeció.

—Ooryl no pensaba que hiciera tanto frío aquí.

Corran se volvió y vio al gandiano de piel gris verdosa inmóvil detrás de él. «Otro que sabe confundirse con toda esta niebla…».

—No es frío, Ooryl, sino sólo fatiga. Ha sido un día muy largo, y ha estado lleno de sorpresas.

—Qrygg quería pedir disculpas por haberte abandonado. —El gandiano juntó las manos en un gesto que casi era digno de un penitente—. Qrygg estaba demasiado ocupado esquivando los interceptores pegados a la cola de Qrygg para poder ver que no te encontrabas allí.

—Obedeciste órdenes, igual que lo hubiese hecho yo.

—Qrygg querría darte una muestra de la pena que siente Qrygg. Corran pasó un brazo por encima del exoesqueleto de los hombros del gandiano.

—Voy a decirte qué haremos, ¿de acuerdo? Llévame a mi alojamiento y permíteme disfrutar de ocho horas de sueño, y consideraremos que estamos en paz. ¿Bastará con eso para disipar tu culpabilidad gandiana?

—Ooryl lo encuentra aceptable.

—Estupendo. —Corran agitó su mano izquierda por entre la niebla—. Guíame, Ooryl, y esta vez te prometo que te estaré siguiendo durante todo el trayecto.