8

Corran salió del picado, empezó a deslizarse sobre la superficie de Folor, y dirigió el morro de su caza hacia el par de montañas que indicaban el inicio del comedero de los cerdos. Una hilera de luces rojas se encendía y se apagaba en una rápida secuencia de parpadeos, pareciendo enviar la luz de las llanuras a las cimas de las montañas grisáceas. Los bordes de incontables cráteres desfilaban a una velocidad vertiginosa por debajo de él.

—Nueve, ¿debería Diez derivar la potencia de los escudos hacia adelante?

—Negativo, Diez. Iguálalos. Probablemente, tendremos objetivos detrás. —Corran echó un vistazo a su pantalla de datos—. Silbador, ¿puedes reforzar mis sensores delanteros? Busca formaciones de fondo y marca todo lo que sea anómalo. Sí, sí, de acuerdo… Antes puedes ocuparte de tu conexión de comunicaciones, pero hazlo de todas maneras. Gracias.

Un par de segundos después, el androide astromecánico hizo lo que se le había pedido y la imagen de la pantalla de datos se volvió más nítida y precisa. Las montañas aparecieron en un verde más claro y los probables blancos —en este caso, las luces de las montañas— quedaron traducidos a círculos rojos que empezaban a parpadear en cuanto se disponía de un buen vector de tiro. Por experiencias pasadas, Corran sabía que Silbador convertiría los círculos en diamantes si éstos demostraban ser hostiles.

El caza entró en la «trinchera», y gigantescas paredes rocosas se alzaron a cada lado de Corran. A diferencia de lo que ocurría en los desfiladeros abiertos en la piedra por el incesante fluir del agua, los muros de aquel cañón eran lo suficientemente escarpados y llenos de ángulos para convertir a un caza en partículas de polvo. «Parece como si estuviera volando por entre un montón de dientes en vez de hacerlo entre piedra…».

Corran pasó por encima de un pequeño promontorio y después descendió hacia un valle en el que dos círculos rojos se convirtieron en diamantes. Sus cañones se desviaron hacia la izquierda e iluminaron el primer blanco mientras los haces láser del gandiano caían sobre el segundo.

—Buen disparo, Diez.

—Ooryl estaba demasiado impaciente. En el futuro Ooryl esperará el permiso para abrir fuego.

—Nada de eso. Dos blancos más. Ya los tengo. —Corran permitió que su caza se desviase hacia la derecha—. Recoge lo que a mí se me vaya cayendo.

—Entendido.

Corran tiró de la palanca de control y empezó a subir a fin de ocuparse del primer blanco, y acabó con él antes de que su láser pudiera descender lo suficiente para devolverle el fuego. Después inicio un viraje hacia la izquierda y volvió al centro del cañón, y luego terminó la maniobra con un rizo interior que lo hizo descender hacia el segundo diamante. El blanco consiguió acertarle una vez antes de que Corran lo eliminara, pero el disparo no atravesó los escudos del caza.

Corran volvió a ascender, elevó su caza sobre el estabilizador-S derecho y se deslizó por una esquina de la trinchera. Al subir un poco más para permitir que sus sensores pudieran examinar el valle más allá de una gran elevación del terreno, se encontró bajo el fuego láser de dos casamatas situadas a casi un kilómetro de distancia. Empujó la palanca de control hacia adelante e hizo descender al ala-X, y luego volvió a ascender hacia la elevación del terreno.

—Voy a ocuparme del de babor, y tú encárgate del de estribor.

El comunicador emitió un breve y estridente silbido para indicar que Ooryl había entendido la orden.

El ala-X pasó a toda velocidad por encima del risco, y enseguida empezó a sufrir el ataque del objetivo situado a la izquierda. Corran descendió por debajo del fuego, con la intención de repetir la veloz ascensión de antes cuando Silbador empezara a gimotear. Una luz de amenaza se encendió en la posición de popa.

—¡Escudos de popa a máxima potencia, Silbador!

Varios haces láser se deslizaron muy cerca del ala-X cuando Corran se desvió hacia la izquierda. Dejó caer el pie sobre el pedal derecho del timón de cola, dirigiendo la impulsión de tal manera que hiciese que la cola de su caza se inclinara hacia la derecha. Esa acción sirvió para sacarle de la trayectoria de fuego de los dos cañones, al mismo tiempo que le permitía mantener el morro dirigido hacia el blanco que pretendía atacar. Corran disparó cuatro ráfagas, acertando con la segunda y la tercera.

Luego hizo que el caza girase para presentar su quilla al muro de la montaña que había alojado el cañón que acababa de reducir al silencio, y después activó los generadores de haces de repulsión. Éstos crearon un campo que lo hizo salir despedido de la pared rocosa, impulsándolo de vuelta hacia el centro del desfiladero. Corran viró hacia estribor, desconectó los generadores de haces de repulsión y descendió para adquirir un poco de velocidad. Al hacerlo apareció por debajo de Ooryl, todavía con andanadas láser que pasaban junto a él.

Silbador cambió las tomas del desfiladero durante un momento y le mostró lo que había estado ocurriendo en aquella sección. La ladera inversa del promontorio ocultaba un emplazamiento artillero. Si Corran no hubiera descendido cuando fue atacado por primera vez, sus sensores quizá habrían conseguido detectar su situación.

«Hubiese subido y girado y lo habría eliminado, y luego habría terminado el giro para ocuparme del blanco del lado derecho. Ooryl habría podido liquidar el blanco de la izquierda, y entonces ya no hubiéramos tenido más problemas».

—Vuelve al panorama delantero, Silbador. —En cuanto vio el despliegue de blancos que se estaba aproximando, Corran redujo la velocidad para disponer de un poco más de tiempo que dedicar a cada objetivo—. Parece que vamos a estar muy ocupados.

Silbador replicó con un comentario electrónico bastante sarcástico referente a la elección de términos demasiado suaves.

Los objetivos se iban sucediendo a gran velocidad, y sus artilleros parecían volverse más precisos a medida que el ala-X se iba internando en la trinchera. Corran acarició su amuleto de la suerte durante un instante, y después se obligó a concentrarse. Analizó las localizaciones de los objetivos y empezó a planear ángulos de ataque. Describiendo giros y virajes, subiendo y bajando, se fue abriendo paso a través del recorrido de tiro. No consiguió darle a cada uno de los blancos contra los que disparó, pero fueron todavía menos los blancos que lograron acertarle.

Cuando llevaban recorridas dos terceras partes de la trayectoria, Corran y Ooryl se fueron aproximando a otro promontorio como el que había escondido una posición artillera en su ladera posterior.

—Quédate atrás, Diez. Deja que atraiga el fuego de cualquier cañón que pueda haber en la ladera de atrás, y así luego podrás aproximarte para acabar con ellos.

Un estridente chillido respondió a sus palabras. Corran rebasó el promontorio un poco prematuramente y lanzó una andanada contra los cañones de la izquierda. Describiendo un gran viraje hacia la derecha, escapó del fuego procedente de abajo.

—Mitad inferior de la ladera, Diez.

Sin esperar ninguna confirmación, Corran hizo que su ala-X virase y llenó de haces láser el blanco de estribor. El blanco de babor seguía disparando contra él, pero Corran pasó por debajo de su hilera de andanadas y siguió internándose por el desfiladero.

—Ooryl acabó con él, Nueve.

—Felicidades, Diez.

Después de dejar atrás la última curva, Corran vio que el desfiladero se estrechaba un poco antes de entrar en su parte más profunda. Encima de esa cañada cuatro blancos láser disponían de un campo de tiro perfecto para hacer pedazos a cualquier ala-X, pero no podían disparar hacia abajo a fin de batir la hendidura que se abría entre las rocas.

—Dame la anchura de esa cañada, Silbador.

El androide le informó con tonos francamente lúgubres de que el promedio de anchura era de 15 metros, con sólo 12,3 en el punto más angosto.

—Perfecto. Las paredes me cubrirán.

Detrás de él, y anticipándose a su acción, Ooryl ya había elevado su ala-X sobre el estabilizador-S de estribor. Corran sonrió y descendió hacia la cañada al mismo tiempo que se aseguraba de que sus alas se mantuviesen paralelas al suelo.

—Tienes que girar, Nueve.

—Negativo, Diez. Es lo suficientemente ancho: hay un metro de sobra a cada lado.

—Si bajas justo por el centro.

—Si no bajara por el centro, tendríais que ir a mi funeral.

Haciendo una profunda inspiración de aire, Corran se concentró en un punto imaginario situado a unos diez metros del morro de su caza. Mantuvo la mano delicadamente posada sobre la palanca de control y se dirigió hacia ese punto. Mantuvo el ala-X en el centro de la cañada, desviándose levemente hacia la izquierda y hacia la derecha a medida que secciones de la pared iban sobresaliendo de un lado o del otro.

El punto decisivo se fue aproximando. «Con calma, con calma…». Corran se desvió cosa de medio metro hacia babor, y de repente el tramo más estrecho se encontró detrás de él sin que se hubiera dejado ni una sola partícula de pintura en ninguno de sus lados. Las paredes desfilaban velozmente junto a él, con el negro y el gris confundiéndose. Corran se encontró pilotando su nave casi sin ningún esfuerzo. Sabía que hubiese podido recorrer la trayectoria a velocidad máxima sin tener absolutamente ningún problema.

«Casi parece como si hubiera kilómetros junto a cada estabilizador-S en vez de sólo uno o dos metros… —La línea de luminosidad que indicaba el final de la cañada se fue desplegando ante él—. Y ahora tengo objetivos».

El ala-X salió de la hendidura rocosa en un veloz ascenso y empezó a escupir fuego. Corran empezó por el blanco que se encontraba más abajo, acertándole de lleno con el primer disparo, y luego dirigió las andanadas hacia arriba y hacia estribor mediante un giro y una ascensión. Acabó con el segundo blanco, y después siguió girando hasta que su caza quedó invertido. Dos ráfagas meticulosamente controladas le permitieron eliminar al tercer puesto artillero y Ooryl, siguiendo la maniobra de Corran, se encargó del último.

Corran descendió, viró y pasó a toda velocidad junto a Ooryl cuando se dirigían hacia la salida de la hendidura. Tirando de la palanca de control, hizo que su ala-X quedara erguido sobre la cola y se alejó velozmente de Folor. Un largo rizo le permitió sustituir distancia por tiempo, y Corran pasó por encima del ala de Ooryl mientras los dos avanzaban hacia el punto en el que estaba orbitando el resto del escuadrón.

La voz del comandante Antilles llenó el casco de Corran.

—Una exhibición muy impresionante, señor Horn. Su puntuación es de tres mil doscientos cincuenta sobre los cinco mil puntos posibles. Lo ha hecho francamente bien.

Corran sonrió de oreja a oreja.

—¿Has oído eso, Silbador? El Jefe Rebelde ha quedado impresionado. —El joven corelliano activó su unidad de comunicaciones—. Gracias, señor.

—Ya puede poner rumbo hacia la base, señor Horn. Su participación en este ejercicio ha llegado a su fin. Considérese en libertad de hacer lo que le plazca durante el resto del día.

—Sí, señor. Rebelde Nueve vuelve a casa.

«Sí, podía considerarme en libertad… de ser humillado». Los músculos se tensaron junto a las comisuras de los labios de Corran mientras apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar. Había aguardado en el hangar a que los otros volvieran a la base, con la esperanza de oír que su marca no había sido superada durante el resto del ejercicio. Sabía que estaba deseando recibir felicitaciones por lo maravillosamente bien que había volado, pero no de la forma egoísta en que lo hubiese hecho Bror Jace. Corran no quería reinar sobre los demás desde lo alto de una cima inalcanzable, y sólo deseaba saber que le tenían por un gran piloto.

Los demás habían vuelto en parejas y, en su mayor parte, habían intentado evitarle. Lujayne Forge y Andoorni Hui habían sido las primeras en regresar. Cuando Corran vio aproximarse sus naves, su sonrisa se volvió aún más ancha. Sabía que había superado con creces cualquier puntuación que hubieran podido obtener. «Son buenos pilotos, pero realmente he estado volando al máximo de mis capacidades. Hoy nadie podía tocarme».

Andoorni había permanecido en silencio, posiblemente sumida en la melancolía o la reflexión…, pero ¿quién podía saberlo con una rodiana? Lujayne había estado a punto de pedirle disculpas.

—He obtenido una puntuación de tres mil trescientos, Corran. Andoorni ha obtenido tres mil setecientos cincuenta puntos.

—¿Qué?

Lujayne titubeó, recogiendo un mechón de cabellos castaños detrás de su oreja izquierda.

—Sencillamente era nuestro día de volar bien. Nos inspiraste, de veras…

—Fuiste una auténtica inspiración, Horn.

Las orejas de la rodiana rotaron hacia él, y luego volvieron a su posición original cuando Andoorni se alejó.

Lujayne le sonrió afablemente.

—¿Quieres ir a Horas Bajas y comer algo?

El tono de su voz sugería de una manera muy obvia que Corran quizá quisiera aceptar su oferta para ahorrarse el tener que soportar lo que estaba a punto de caer sobre él.

Pero a pesar de la advertencia no pronunciada en voz alta. Corran había meneado la cabeza.

—Gracias. Puede que te vea en la cafetería más tarde.

Corran siguió esperando a que el resto del escuadrón volviera del entrenamiento. Pesh Vri'syk y Ooryl regresaron juntos. El bothano de rojizo pelaje dio grandes muestras de deleite al poder notificar una puntuación de 4.200. El gandiano no abrió la boca en todo el rato, y cuando por fin habló se limitó a decir:

—Qrygg se anotó cuatro mil cincuenta puntos.

Esa respuesta le indicó a Corran que estaba ocurriendo algo muy extraño. Al volver a referirse a sí mismo utilizando su apellido Ooryl había demostrado que se avergonzaba de su puntuación, pero Corran sabía que en realidad hubiese debido estar radiante. El hecho de que resultara evidente que Ooryl no quería hablar con Corran, y que sólo aceptara hacerlo después de que Corran insistiera, significaba que el motivo de la vergüenza de Ooryl, fuera el que fuese, tenía algo que ver con el corelliano.

Los otros pilotos no dijeron gran cosa y se limitaron a comunicar sus puntuaciones. Todos habían obtenido mejores resultados que Corran, y la mayoría le habían superado en más de 1.000 puntos. A Corran eso le parecía totalmente imposible. Sabía que había recorrido aquel trayecto de entrenamiento todo lo bien que podía llegar a hacerlo. «En ejercicios subsiguientes quizá consiguiera obtener esa clase de puntuaciones, pero nunca la primera vez. Eso no es posible. A menos que…».

Corran echó a correr hacia la toma de energía a la que se había conectado Silbador.

—Al principio de nuestra trayectoria estableciste una conexión de comunicaciones con alguien, Silbador. ¿Con quién estuviste en contacto?

El proyector holográfico del androide empezó a brillar. Una imagen en miniatura de Wedge Antilles flotó entre ellos.

—Le enviaste los datos de mis sensores, ¿verdad?

Una seca serie de silbidos de reproche siguió a una nota afirmativa.

—Ya sé que no te prohibí que lo hicieras.

Un estridente graznido hizo que Corran torciera el gesto.

—Sí, aprobé tu acción. Pero nunca vuelvas a difundir esa clase de datos sin contar con mi permiso, Silbador.

El pequeño androide emitió un suave trino electrónico, y después pasó a emplear el mismo canturreo que había utilizado para advenir a Corran cuando Loor entró en el despacho del complejo de la Fuerza de Seguridad. El piloto se volvió y vio cómo el Cazador de Cabezas de adiestramiento atravesaba la burbuja de confinamiento magnético, seguido de cerca por el Jefe Rebelde. Ignorando decididamente los quejumbrosos balidos de Silbador, Corran contempló el descenso de la nave.

—Ya va siendo hora de obtener respuesta a algunas preguntas…

Corran sintió un tirón en la pernera de su traje de vuelo cuando la extensión de pinza de Silbador se cerró sobre la tela. El corelliano se apartó, tirando de la tela con la fuerza suficiente para desgarrarla.

—Ya me traicionaste en una ocasión aquí mismo, Silbador, así que no agraves todavía más el problema.

Las melancólicas notas musicales del androide fueron formando una especie de marcha fúnebre mientras Corran iba hacia el ala-X de Wedge. El joven corelliano se inclinó para pasar por debajo del morro y luego se puso firmes cuando Wedge empezó a bajar por la escalerilla. Con un nudo de ira que le oprimía la garganta, Corran saludó al comandante y mantuvo su mano temblorosa pegada a la frente hasta que Wedge le devolvió el saludo.

—¿Quiere hablar conmigo acerca de algo, señor Horn?

—Sí, señor.

Wedge se quitó los guantes.

—¿Y bien?

—¿Me da su permiso para hablar con franqueza, señor?

—Desahóguese, señor Horn.

Las manos de Corran se convinieron en puños.

—Transmitió mis datos de puntería a todos los demás, ¿verdad? Volé todo lo mejor que podía hacerlo e hice ese trayecto todo lo bien que se puede llegar a hacer cuando es la primera vez que lo recorres. Usted les pasó esos datos a los demás, y eso significa que los demás llevaron a cabo su recorrido basándose en las cosas que yo había hecho. Les proporcionó mi puntuación para que les sirviera como base, y ellos la utilizaron como tal.

Los ojos castaños de Wedge sostuvieron la mirada de Corran sin la más mínima vacilación.

—¿Y…?

—Que no es justo, señor. Soy uno de los mejores pilotos de este escuadrón, pero parece como si fuese el peor. Los otros parecen mejores, pero no lo son. Me han robado.

—Comprendo. ¿Ha terminado?

—No.

—Bien, pues debería…, o puede que esté acabado para siempre ¿Me entiende?

El gélido tono de la voz de Wedge llenó de agujas de hielo las entrañas de Corran.

—Sí, señor.

Wedge señaló el exterior de la base con una inclinación de la cabeza.

—Tiene que examinar el por qué está aquí, señor Horn. Forma parte de un equipo, y debe actuar como parte de él. Si necesito que ataque una trinchera de esa forma y que envíe sus datos a un escuadrón de ala-Y que se esté aproximando, entonces le obligaré a hacerlo. Lo bueno que sea usted no significa nada si el resto de pilotos del escuadrón muere. Quizá sea el mejor piloto del escuadrón, pero el escuadrón sólo es tan bueno como el peor de sus pilotos.

»Hoy los demás han aprendido a utilizar los datos de un vuelo de reconocimiento de tal forma que les ayudaran a atravesar un territorio mortífero. Usted ha aprendido que el mero hecho de que sea un buen piloto no le hace más importante que cualquier otro integrante de este escuadrón. Me complace que mi gente haya aprendido esas lecciones. Si usted no las ha aprendido, estoy seguro de que hay otros escuadrones a los que les encantaría poder utilizar las sobras del Escuadrón Rebelde.

Corran sintió que las mejillas le empezaban a arder, y notó un repentino vuelco en el estómago. «Tiene razón. Ha visto lo mismo que vio Lujayne, y ha encontrado una forma de hacerme entender hasta qué punto puede llegar a ser un problema muy serio. Me he estado comportando como un idiota…».

—Sí, señor —dijo, tragando saliva.

—¿Sí qué, señor Horn?

—Me alegro de aprender lo que he aprendido, señor. Quiero seguir con el escuadrón.

Wedge asintió lentamente.

—Excelente, porque no quiero perderle. Tiene todo lo que se necesita para llegar a ser un gran piloto, pero todavía le falta un poco para alcanzar esa meta. Posee las capacidades que necesita, pero formar parte de este escuadrón requiere algo más que saber volar bien.

El adiestramiento que recibirá será un poco distinto del de los demás, pero su necesidad de aprender es igual de grande que la suya. ¿Lo ha entendido?

Corran asintió.

—Sí, señor. Gracias, señor.

Wedge entregó su casco y sus guantes a un astrotécnico.

—Y sólo para que lo sepa, tiene todo el derecho del mundo a estar furioso. Pero recuerde una cosa: dejarse dominar por esa clase de ira en una batalla supondrá su muerte…, y creo que usted tiene tan pocas ganas de que eso ocurra como yo. —El jefe del escuadrón le saludó marcialmente—. Puede irse, señor Horn.

Corran le devolvió el saludo, giró sobre sus talones y se alejó hacia las profundidades del hangar caminando con pasos mecánicos y envarados. Avanzó por entre los cazas, pasando por encima de los cables de energía y dando rodeos para esquivar las carretillas de las herramientas. Se mantuvo deliberadamente alejado del sitio en el que Silbador se estaba recargando, porque la pequeña unidad R2 había llegado a perfeccionar el silbido de la variedad «Ya te lo había dicho», y Corran sabía que lo había oído con excesiva frecuencia desde la muerte de su padre.

—Señor Horn…

Corran se detuvo y parpadeó para expulsar de su mente las nubes de oscuros recuerdos que amenazaban con invadirla. Su mano se alzó en un rápido saludo.

—Capitán Celchu.

El hombre de ojos azules le devolvió el saludo, y después se cruzó de brazos.

—¿Todavía puede caminar y hablar?

—¿Señor?

—O el comandante Antilles está olvidando el arte de bajarle los humos a los reclutas o… —y los labios de Tycho dibujaron una sonrisa torcida— usted está hecho de un material bastante más resistente de lo que me había imaginado.