193
Anders Rönn cuelga la llave de la verja de metal en el armarito, en la sección de seguridad, antes de que la mujer le abra la primera puerta de la esclusa. El joven entra y espera a que la puerta se cierre antes de poder pasar la siguiente. Cuando suena la señal acústica la mujer procede a abrirla. Anders se vuelve y le dice adiós antes de continuar por el pasillo en dirección a la sala de personal de la zona de aislamiento.
Un hombre corpulento de unos cincuenta años, con hombros caídos y pelo rapado, está fumando debajo del ventilador de la cocinita. Aparta la brasa del cigarro, la echa en el fregadero, guarda lo que queda de él en el paquete y se lo mete en el bolsillo de la bata.
—Roland Brolin, jefe de servicio —se presenta.
—Anders Rönn.
—¿Cómo has acabado aquí? Será que no hay más sitios en el mundo —pregunta el jefe de servicio.
—Tengo dos críos y quería un trabajo cerca de casa —responde Anders Rönn.
—Has escogido un buen día para empezar —sonríe Roland Brolin y comienza a caminar por el pasillo insonorizado.
El médico saca su tarjeta, espera a que la cerradura de la puerta de seguridad emita su particular chasquido y luego la empuja con un suspiro. La suelta antes de que Anders haya pasado del todo y la pesada hoja le da un golpe en el hombro.
—¿Hay algo que debería saber sobre el paciente? —pregunta Anders parpadeando para quitarse las lágrimas.
Brolin agita la mano en el aire y suelta una ristra de datos de memoria:
—Nunca puede estar a solas con alguien del personal, nunca se le ha concedido un permiso, nunca puede ver a otros pacientes, no puede recibir visitas y nunca puede salir al patio. Tampoco…
—¿Nunca? —interrumpe Anders dubitativo—. No está permitido encerrar a…
—No, no está permitido —dice Roland tajante.
De pronto el ambiente se vuelve tenso. Pero al final Anders pregunta con cautela:
—¿Qué ha hecho ese hombre?
—Maravillas —responde Roland.
—¿Tipo?
El jefe de servicio le echa una mirada y su cara gris e hinchada se abre de repente en una amplia sonrisa.
—Eres un auténtico novato —dice con una risotada.
Cruzan otra puerta de seguridad y una mujer con piercings en las mejillas les guiña el ojo.
—Volved sanos y salvos —dice.
—No te preocupes —le dice Roland a Anders bajando la voz—. Jurek Walter es un hombre mayor y tranquilo. Ni se pelea ni levanta la voz. Él piensa en sus cosas y nunca entramos en la celda. Pero ahora tenemos que hacerlo porque los chicos que estuvieron de guardia anoche vieron que estaba escondiendo un cuchillo debajo del colchón y…
—¿De dónde demonios lo ha sacado?
A Roland le suda la frente, se pasa la mano por la cara y se seca en la bata.
—Jurek Walter puede ser bastante manipulador y… Vamos a investigar el asunto, pero quién sabe…