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Elin está escondida en la oscuridad sujetando el atizador con las dos manos. La adrenalina que tiene en la sangre la hace temblar, pero se siente sorprendentemente fuerte.
Daniel respira tranquilo y entra muy despacio en la sala.
Elin no puede verlo, pero oye el crepitar de los cristales cuando Daniel los pisa.
De pronto se oye otro clic seguido de un zumbido eléctrico y crujidos metálicos. La luz comienza a filtrarse por los diminutos orificios que se abren entre las láminas de las persianas. Daniel se queda en la puerta a la espera de que las persianas vayan subiendo lentamente y la luz del exterior empiece a inundar la sala.
No hay dónde esconderse.
Daniel mira a Elin y ella retrocede amenazándolo con el atizador.
Él tiene el hacha en la mano derecha, la mira un segundo y empieza a andar.
Elin intenta golpearlo, pero él esquiva el ataque. Respira nerviosa y vuelve a ponerse en posición. Siente una quemazón en el pie al pisar un trozo de cristal, pero no aparta los ojos de Daniel.
El hacha se mece en la mano del asesino.
Elin golpea de nuevo, pero Daniel vuelve a apartarse a tiempo.
Su mirada es impenetrable.
De pronto hace un rápido movimiento con el hacha, inesperado y contundente. El ancho de la hoja choca con el atizador y éste tiembla con tanta fuerza que le salta de las manos a Elin y cae al suelo.
La mujer ya no tiene con qué defenderse, se limita a retroceder poco a poco y entiende perfectamente lo que está a punto de ocurrir. La angustia se apodera de su cuerpo y la anula por completo, la aparta del momento presente impidiéndole actuar.
Daniel sigue avanzando.
Elin lo mira a los ojos, pero es evidente que nada lo detendrá.
Al final Elin topa con la gran ventana. A sus espaldas la fachada de hormigón cae en picado tres plantas y media hasta una terraza de piedra con muebles de jardín y una barbacoa.
Le sangran los pies y las huellas rojas se distinguen claramente en el parquet.
Ya no puede más. Se queda quieta y piensa que debería negociar, prometerle algo, hacerle hablar.
La respiración de Daniel se ha vuelto más pesada. El hombre la mira un momento, se moja los labios y después acelera los últimos pasos que lo separan de Elin, blande el hacha y ataca. Elin aparta de forma instintiva la cabeza y el hacha golpea la ventana. Elin nota el temblor del gran cristal en la espalda y oye el ruido del vidrio resquebrajándose. Daniel vuelve a levantar el arma, pero antes de que la vuelva a blandir Elin se echa atrás, apoya todo su peso en la ventana y nota cómo ésta empieza a ceder. Siente un cosquilleo en el estómago. Un instante después su cuerpo está cortando el aire en caída libre, rodeado de esquirlas de cristal. Elin Frank cierra los ojos y ni siquiera se da cuenta cuando impacta contra el suelo.
Daniel se apoya en el marco y asoma la cabeza. Todavía hay fragmentos brillantes cayendo desde la ventana. Abajo del todo puede ver a Elin. Hay cristales por todas partes. La sangre brota de su cabeza y se extiende poco a poco en una mancha uniforme por el suelo de piedra.
Daniel se toma su tiempo para recuperar el aliento. Tiene la camisa empapada de sudor en la espalda.
Desde el último piso la vista es esplendorosa. El pico Tyskhuvudet se alza muy cerca de la casa y el Åreskutan, con su característica cabaña roja en la cumbre, está envuelto en una bruma otoñal. En el camino que sube desde Åre aparecen de pronto las luces azules de dos vehículos de policía. Pero la carretera que baja a Tegefors está vacía.