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El agua es gris y las burbujas corren por delante de la máscara de Hasse Boman. Se está aguantando con una mano mientras alarga la otra y trata de apartar la rama de abeto.
De repente lo tiene justo delante de la cara. Un ojo abierto y una hilera de dientes descubiertos. A Hasse le da un vuelco el corazón y está a punto de resbalarse de la repisa, sobrecogido por la proximidad de la visión. Pero sabe que se debe al fenómeno óptico de que bajo el agua todo parece estar más cerca. Te acabas acostumbrando, pero cuando algo te coge desprevenido es difícil defenderse. El imponente cuerpo del alce está pegado a la reja y tiene el cuello atravesado por una rama gruesa y un remo partido. La cabeza da tumbos con la corriente.
—He encontrado un alce —dice retirándose para alejarse del animal muerto.
—Por eso ha reaccionado así el perro —dice Gunnarsson.
—¿Subo?
—Busca un poco más —responde Joona.
—¿Hacia abajo o hacia un lado?
—¿Qué es eso? Justo delante de ti —pregunta Joona.
—Parece tela —dice Hasse.
—¿Llegas?
Hasse nota el ácido láctico en los brazos y las piernas. Pasea la mirada por todos los escombros que han quedado atrapados contra los barrotes y trata de ver por detrás de los arbustos negros y entre las ramas. Todo tiembla. Piensa que con el dinero de la inmersión comprará una Playstation nueva. Se la dará a su hijo como regalo sorpresa cuando vuelva de los campamentos.
—Cartón, sólo es cartón…
Intenta apartar el papel empapado. El cartón se deshace suavemente. Un pedazo grande es arrastrado por la corriente y queda pegado a la reja.
—Se me están acabando las fuerzas, voy a subir —dice.
—¿Qué es eso blanco que se ve? —pregunta Joona.
—¿Dónde?
—Donde estás mirando ahora, había algo —dice Joona—. Me ha parecido ver algo entre las hojas, en la reja, un poco más abajo.
—A lo mejor una bolsa de plástico —propone el buzo.
—No —dice Joona.
—¡Sube ya! —grita Gunnarsson—. Hemos encontrado un alce, eso es lo que ha encontrado el perro.
—Un perro adiestrado puede alterarse con un cadáver, pero no así —dice Joona—. Creo que ha reaccionado por otra cosa.
Hasse Boman baja trepando un poco más y aparta hojas y ramitas. Sus músculos están temblando por el esfuerzo. La corriente lo empuja por detrás. Tiene que aguantarse con un brazo para que no lo chafe contra la reja. El cabo de seguridad tiembla sin parar.
—No encuentro nada —jadea.
—¡Aborta! —grita Gunnarsson.
—¿Aborto la misión? —pregunta Hasse.
—Si no puedes más, sí —responde Joona.
—No todo el mundo es como tú —le gruñe Gunnarsson.
—¿Qué hago? —pregunta el buzo—. Tengo que saber qué queréis que…
—Desplázate de lado —dice Joona.
Hasse Boman nota el golpe de una rama en la nuca, pero continúa buscando. Aparta un montón de cañas viejas y basura que tapan la esquina inferior de la reja. Constantemente se acumulan más escombros. Empieza a apartarla más de prisa y de repente descubre algo inesperado: un bolso de tela blanca y reluciente.
—¡Espera! No lo toques —dice Joona—. Acércate e ilumínalo.
—¿Lo ves ahora?
—Podría ser de Vicky. Mételo con cuidado en una bolsa de plástico.