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Joona lleva tres horas conduciendo cuando llega al número 35 de la calle Skrakegatan, en Bengtsfors. Las lágrimas de la mujer mojaron el papel cuando le escribió la dirección en el bloc de notas. Joona había tenido que quitárselo de las manos y cuando intentó persuadirla para que le contara algo más, la mujer se limitó a negar con la cabeza, salió corriendo de la cocina y se encerró en el baño.
Avanza despacio entre las hileras de casas adosadas de ladrillo rojo hasta una pequeña glorieta con garajes. El número 35 es la última casa. El viento ha volcado los muebles de plástico blanco del jardín, que yacen inmóviles sobre el césped descuidado. El buzón está repleto de propaganda de pizzerías, los almacenes Coop y la cadena de supermercados Ica Kvantum.
Joona se baja del coche, pisa la hierba que rodea la verja del jardín y continúa por el pasillo de adoquines que lleva a la casa.
Junto a la puerta hay un felpudo con las palabras LLAVES, CARTERA, MÓVIL. Las ventanas están tapadas por dentro con bolsas negras de basura. Joona llama al timbre. Un perro empieza a ladrar y al cabo de un momento alguien lo mira por la mirilla. Dos cerraduras traquetean suavemente y luego la puerta se abre hasta donde le permite la cadena de seguridad. Joona puede percibir el olor a vino tinto, pero no consigue ver a la persona que está en el oscuro recibidor.
—¿Puedo entrar un momento?
—No quiere verte —responde un chico con voz grave y afónica.
El perro jadea y se oye el chasquido de los eslabones del collar de ahogo a medida que se estrecha.
—Pero tengo que hablar con ella.
—¡No compramos nada! —grita una mujer desde otra habitación.
—Soy policía —dice Joona.
Se oyen pasos dentro de la casa.
—¿Está solo? —pregunta la mujer.
—Creo que sí —susurra el chico.
—¿Sujetas a Zombie?
—¿Vas a abrir? ¿Mamá? —pregunta angustiado.
La mujer se acerca a la puerta.
—¿Qué quiere?
—¿Sabe algo de una chica que se llama Vicky Bennet?
Las uñas del perro resbalan sobre el suelo. La mujer cierra la puerta y luego Joona oye que le grita algo al chico. Al cabo de un rato la puerta vuelve a abrirse y queda entornada. La mujer ha quitado la cadena. Joona empuja y entra en el recibidor. La mujer le está dando la espalda. Lleva medias de color salmón y una camiseta blanca. El pelo rubio le cuelga por debajo de los hombros. Cuando Joona cierra la puerta todo queda tan oscuro que tiene que quedarse quieto un momento. No hay ni una sola lámpara encendida.
La mujer echa a andar. El sol da directamente en las ventanas tapadas. Los agujeritos y las rascadas en el plástico brillan como estrellas. Una penumbra gris inunda la cocina. En la mesa hay un brick de vino y debajo se puede ver un gran charco que se ha formado en el suelo de linóleo marrón. Cuando Joona entra en el oscuro salón la mujer ya está sentada en un sofá de tela vaquera. Hay cortinas de color lila que llegan hasta el suelo y detrás de ellas se pueden vislumbrar las bolsas de basura que tapan los cristales. Aun así, un haz de luz se cuela por debajo de la puerta que da al porche y le ilumina la mano a la mujer. Joona puede ver que se ha hecho la manicura y que tiene las uñas pintadas de rojo.
—Siéntese —dice ella tranquilamente.
—Gracias.
Joona se sienta justo enfrente, en un ostentoso reposapiés. Cuando los ojos se le acostumbran a la falta de luz se da cuenta de que a la mujer le pasa algo en la cara.
—¿Qué quiere saber?
—Fue a ver a la familia Arnander-Johansson.
—Sí.
—¿Con qué motivo?
—Fui a advertirles.
—¿De qué?
—¡Tompa! —grita la mujer—. ¡Tompa!
Una puerta se abre dentro de la casa y se oyen unos pasos lentos. Joona no consigue ver al chico en la oscuridad, pero puede percibir su presencia e intuir su silueta delante de la librería. El chico entra unos pasos en el salón.
—Enciende la lámpara del techo.
—Pero mamá…
—¡Tú hazlo!
El chico aprieta el interruptor y una gran bola de papel de arroz ilumina toda la estancia. El chico alto y flaco está de pie bajo el chorro de luz con la cabeza gacha. Joona lo observa. Su cara parece haber sido mordida por un perro de pelea y no haberse curado debidamente. La ausencia del labio inferior deja a la vista toda la hilera de dientes. La barbilla y la mejilla derecha están escarbadas y tienen un color carne rojizo. Un surco profundo le nace en la raíz del pelo y le cruza toda la frente y la ceja. Cuando Joona se vuelve hacia la mujer ve que su cara está aún más desfigurada. Aun así, ella le sonríe. Le falta el ojo derecho, tiene grandes muescas en la cara y el cuello, por lo menos diez cortes. La otra ceja le cuelga por encima del ojo y tiene la boca cortada en varias secciones.
—Vicky se enfadó con nosotros —dice la mujer, y la sonrisa se le borra del rostro.
—¿Qué pasó?
—Nos cortó con una botella rota. Nunca pensé que una persona pudiera enfadarse tanto. No paraba. Me desmayé y cuando desperté sólo sentía los tajos del cristal, los golpes, los trozos que se rompían dentro de mí, y comprendí que me había quedado sin cara.