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En Suecia es poco habitual pero, aun así, en algunas ocasiones la policía ha contado con la ayuda de médiums espirituales y videntes. Joona recuerda el asesinato de Engla Höglund. Aquella vez la policía recurrió a un médium que elaboró una descripción detallada de dos homicidas. Más tarde se comprobó que las descripciones estaban completamente equivocadas.
El autor real del crimen acabó siendo detenido gracias a que una persona que estaba probando una cámara fotográfica que se acababa de comprar le sacó casualmente una foto a la chica y al coche del asesino.
Hace cierto tiempo, Joona leyó que en Estados Unidos se había hecho un estudio independiente sobre la médium que más veces había colaborado con la policía en el mundo. En el estudio se constató que la mujer no había aportado información relevante en ninguno de los ciento quince casos en los que había participado.
El suave sol de la tarde se ha sumido en la sombra del anochecer. Joona tirita de frío al bajarse del coche y luego se acerca a una finca gris de pisos en alquiler con antenas parabólicas en los balcones. El cerrojo del portal está reventado y alguien ha llenado el vestíbulo de pintadas con spray rosa. Joona sube por la escalera hasta la segunda planta y llama al timbre de la puerta que tiene una placa con el apellido Hansen junto a la ranura del buzón.
Una mujer pálida con ropa gris y raída abre la puerta y se lo queda mirando con ojos medrosos.
—Me llamo Joona Linna —dice Joona enseñando su placa—. Ha llamado a la policía varias veces…
—Lo siento… —susurra la mujer mirando al suelo.
—No hay que llamar si no se tiene nada que contar.
—Pero… yo llamé porque vi a la chica muerta —dice encontrándose con su mirada.
—¿Puedo entrar un momento?
Ella asiente con la cabeza y lo guía por un pasillo oscuro con suelo de linóleo desgastado hasta una cocina pequeña y limpia. Flora se sienta en una de las cuatro sillas que hay alrededor de la mesa y se abraza a sí misma. Joona se acerca a la ventana y mira al exterior. La fachada del edificio de enfrente está cubierta con una lona protectora. El termómetro que hay atornillado en el marco de la ventana se mueve un poco con el viento.
—Creo que Miranda viene a mí porque fui yo quien la dejó entrar desde el otro lado durante una sesión —empieza Flora—. Pero no… no sé muy bien lo que quiere.
—¿Cuándo fue esa sesión? —pregunta Joona.
—Hay una cada semana… Me gano la vida hablando con los muertos —dice y se le empieza a mover un músculo del ojo derecho.
—En cierto modo, yo también —contesta Joona tranquilamente.
Se sienta frente a la mujer.
—Se ha terminado el café —murmura ella.
—No pasa nada —dice Joonna—. Cuando llamó dijo algo acerca de una piedra…
—No supe qué hacer, pero Miranda no para de enseñarme una piedra manchada de sangre…
Le enseña el tamaño de la piedra con las manos.
—O sea que hizo una sesión —dice Joona en tono suave— y entonces apareció una chica y le contó…
—No, no fue así —lo interrumpe—. Fue después de la sesión, cuando ya estaba en casa.
—¿Y qué le dijo la chica?
Flora lo mira directamente a los ojos y Joona ve que el recuerdo le oscurece la mirada.
—Me enseñó la piedra y me dijo que cerrara los ojos.
Joona la observa con su inescrutable mirada gris.
—Si Miranda viene más veces quiero que le pregunte dónde se esconde el asesino.