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Ya ha empezado a oscurecer cuando Flora se dirige a la pequeña planta de reciclaje que hay detrás del supermercado para buscar botellas y latas. No se quita los asesinatos de Sundsvall de la cabeza y ha empezado a imaginarse la vida de Miranda en el Centro Birgitta.
Se la imagina con ropa insinuante, fumando y soltando tacos a pleno pulmón. Al pasar por delante de las puertas correderas del súper vuelve al presente, se detiene más adelante y mira en los cartones que hay debajo del muelle de carga antes de continuar.
Entonces empieza a imaginarse a Miranda jugando al escondite con algunas amigas delante de una iglesia.
Ve a Miranda tapándose la cara para contar hasta cien y siente que se le acelera el pulso. Una niña de cinco años se marcha corriendo entre las lápidas y se ríe a carcajada limpia, aunque con un poco de miedo en el cuerpo.
Flora para delante de los contenedores de periódicos y cartones. Deja su bolsa, en la que ya tiene algunas latas y botellas de plástico PET, se acerca al contenedor de vidrio transparente y alumbra con la linterna. Una luz casi cegadora recorre los trozos de cristal y las botellas enteras. Al fondo de todo, casi en la esquina, Flora descubre una botella por la que podría sacar unas coronas. Estira el brazo por la abertura y tantea a ciegas con cuidado. La planta de reciclaje está desierta. Flora se estira aún más y de pronto nota que está tocando algo. Es como una sutil caricia en el anverso de la mano y al instante siguiente se corta los dedos con un cristal roto, saca el brazo de un tirón y se aparta.
Un perro empieza a ladrar a lo lejos y después Flora oye un crujido lento entre los cristales del gran contenedor.
Se aleja corriendo de la planta de reciclaje, camina un tramo con el corazón a galope y respira nerviosa. Los cortes en los dedos le escuecen. Mira a su alrededor y piensa que el fantasma se escondía entre los trozos de vidrio.
«Veo a la chica muerta cuando era pequeña —piensa—. Miranda me persigue porque me quiere mostrar algo, no me deja en paz porque yo la he atraído a este mundo a través de las sesiones».
Flora se chupa la sangre de las yemas de los dedos y se imagina a la chica intentando agarrarla de la mano.
—Alguien estuvo allí y lo vio todo —se imagina que susurraría la niña—. No tenía que haber testigos, pero los hubo…
Flora acelera el paso otra vez, se mira por encima del hombro y pega un grito al chocar con un hombre que sonríe y suelta un «¡ups!» antes de verla marchar a toda prisa.