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Cuando el fuego se apagó, detrás del granero, lo único que quedaba era los restos de dos cadáveres carbonizados. Un montículo de huesos negros entrecruzados y humeantes.
El personal sanitario se llevó a Flora en ambulancia al mismo tiempo que la mujer mayor aparecía en el patio del granero. La baronesa Rånne se quedó petrificada por un instante en el centro del pequeño descampado antes de sentir el dolor.
Joona vuelve a Estocolmo escuchando la radio mientras piensa una vez más en el martillo y la piedra, el arma que tanto lo había desconcertado. Ahora todo resulta tan evidente. A Elisabet no la asesinaron para que el homicida pudiera cogerle las llaves, porque Daniel ya tenía la suya propia del cuarto de aislamiento. Elisabet debió de verlo. Él la persiguió y la mató porque era testigo del primer asesinato, no para cogerle las llaves.
Una lluvia dura como el cristal comienza a repicar sobre el parabrisas y el techo del coche. El sol del atardecer ilumina las gotas y la carretera emana un vapor blanco.
Seguramente Daniel se metía en la habitación de Miranda cuando Elisabet estaba dormida bajo los efectos de los somníferos. La chica hizo lo que él le dijo, no tenía elección. Se desnudó y se sentó en la silla con el edredón sobre los hombros para no tener frío. Pero aquella noche algo salió mal.
Quizá Miranda le dijo a Daniel que estaba embarazada, quizá él se encontró una prueba de embarazo en el lavabo, ¿quién sabe?
Lo que sí es cierto es que le entró el pánico.
Daniel no supo qué hacer, se sintió atosigado y atrapado, se puso las botas que siempre tenía en el recibidor, salió y encontró una piedra en el patio, regresó, obligó a Miranda a cerrar los ojos y la golpeó hasta matarla.
Miranda no podía mirar, tenía que taparse la cara con las manos, igual que la pequeña Ylva.
Nathan Pollock interpretó la cara tapada de la chica como que el asesino quería quitársela para convertirla en un simple objeto.
Pero en realidad Daniel estaba enamorado de Miranda y quería que se tapara los ojos para que no tuviera miedo.
Las muertes de las demás chicas las había planeado con tiempo, pero en el caso de Miranda actuó de forma impulsiva. La mató sin saber cómo iba a salvarse a sí mismo.
En algún momento de la escena, cuando forzaba a Miranda a taparse la cara, la golpeaba con la piedra, la subía a la cama y le volvía a poner las manos en los ojos, apareció Elisabet.
Era posible que ya hubiera metido la piedra en la estufa de leña o la hubiera tirado al bosque.
Daniel fue tras Elisabet, la vio meterse en la destilería, cogió un martillo en el trastero, la siguió, le dijo que se tapara la cara y después la golpeó.
Hasta que Elisabet no estuvo muerta no tuvo la idea de echarle la culpa a Vicky Bennet. Sabía que la niña dormía como un tronco las primeras horas de la noche gracias a su medicación.
Daniel tenía prisa porque debía actuar antes de que nadie se despertara. Cogió las llaves de Elisabet, volvió a la casa, las dejó colgando en la cerradura del cuarto de aislamiento, se apresuró a colocar las pruebas en la habitación de Vicky y la embadurnó de sangre mientras dormía antes de marcharse del centro.
Probablemente, colocó una bolsa de basura o un periódico en el asiento del coche cuando regresó a casa, donde quemó la ropa en la chimenea.
Después de todo aquello procuró mantenerse cerca para controlar si alguien sabía o sospechaba algo. Jugó a ser asistente colaborador y víctima al mismo tiempo.
Joona se está acercando a Estocolmo y el programa de radio está a punto de terminar.
Joona apaga la radio y luego deja que su cabeza ponga orden al caso hasta el final.
Cuando Vicky fue detenida y Daniel se enteró de que Miranda le había contado lo del juego de no mirar, comprendió que acabaría siendo delatado si Vicky tenía la oportunidad de hablar abiertamente y en detalle sobre lo ocurrido. Habría bastado con que un psicólogo le formulara las preguntas adecuadas, así que Daniel hizo todo lo que pudo para conseguir poner a Vicky en libertad y así poder preparar el supuesto suicidio de la chica.
Daniel trabajó durante muchos años con niñas vulnerables, chiquillas que necesitaban padres y amparo. Consciente o inconscientemente el hombre se labró un camino hasta llegar a ese entorno y se fue enamorando de niñas que le recordaban a la primera de todas. Daniel abusaba de ellas y, cuando las trasladaban, se encargaba de que jamás pudieran contarlo.
Joona reduce la velocidad a medida que se acerca a un semáforo en rojo y siente un escalofrío que le recorre la espalda. Se ha topado con unos cuantos asesinos a lo largo de su carrera, pero cuando Joona piensa en cómo Daniel escribía informes y dictámenes y planeaba la muerte de todas esas niñas mucho antes de ir a visitarlas, la pregunta que le surge es si Daniel Grim no es el peor de todos.