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La oscuridad ya ha empezado a cernirse sobre el bosque cuando Elin gira a la derecha hacia Jättendal y se detiene detrás del coche de Daniel, quien ha sacado una neverita portátil de color rosa y las saluda con la mano. Elin y Vicky se bajan a estirar las piernas, cogen un sándwich de queso cada una, abren sendas botellas de refresco Trocadero y pasean la vista por la vía del tren y los campos.
—He llamado a la sustituta que está con las chicas —le dice Daniel a Vicky—. No le parece buena idea que vayas.
—¿Qué problema hay? —pregunta Elin.
—A mí tampoco me apetece verlas —murmura Vicky—. Sólo quiero mis cosas.
Vuelven a subirse a los coches. El camino serpentea entre lagos y establos rojos y avanza por bosques hasta llegar a la costa.
Toman un camino y aparcan delante de la casa donde ahora viven las alumnas del Centro Birgitta. Hay una mina submarina negra al lado de una vieja bomba de gasolina y en los postes de teléfono se han posado unas cuantas gaviotas.
Vicky se desabrocha el cinturón pero se queda en el coche. Ve a Elin y a Daniel cruzar el caminito de grava en dirección a una gran casa roja y después desaparecen detrás de las lilas que ya se han vuelto negras.
En el punto en el que el camino se parte en dos está el poste del solsticio de verano con los adornos marchitos. Vicky contempla la superficie lisa del mar y luego saca la caja del móvil nuevo que Elin le ha regalado. Arranca el sello, abre la tapa, coge el teléfono y, con cuidado, quita el plastiquito de protección de la pantalla.
Las alumnas están pegadas a la ventana cuando Daniel y Elin suben los escalones del gran porche. La sustituta Solveig Sundström, del Centro Sävsta, los está esperando en la puerta. Es evidente que no le gusta la visita. Les deja bien claro desde el primer momento que, lamentablemente, no se pueden quedar a cenar.
—¿Podemos entrar a saludar? —pregunta Daniel.
—Preferiría que no —responde Solveig—. Es mejor si decís lo que habéis venido a buscar y yo iré a recogerlo.
—Son muchas cosas —intenta razonar Elin.
—No puedo prometeros nada…
—Pregúntale a Caroline —dice Daniel—. Seguro que ella lo tiene controlado.
Mientras Daniel se pone al día de cómo están las alumnas y de si alguna ha cambiado de medicación, Elin mira a las chicas por la ventana. Se están dando empujones y sus voces se filtran por el cristal. Suenan encerradas, como si estuvieran debajo del agua. Lu Chu se abre paso y saluda a Elin. Después aparecen Indie y Nina una al lado de la otra. Las chicas se apretujan y se van alternando para mirar por la ventana y saludar. La única que no aparece en ningún momento es Tuula, la pequeña pelirroja.
Vicky mete la tarjeta SIM en el teléfono y luego levanta la cabeza. Un escalofrío le recorre la espalda. Cree haber visto algo que se movía con el rabillo del ojo, fuera del coche. A lo mejor no era más que el viento agitando las hojas de las lilas.
Ha oscurecido.
Vicky mira el coche de Daniel, el poste del solsticio, el cercado de abetos, la valla de madera y el césped frente a la casa roja.
Una lámpara solitaria brilla en la punta de un mástil al final del muelle y se refleja en el agua negra.
En un campo cerca del muelle hay viejas instalaciones para limpiar redes de pesca. Parecen una hilera de porterías de fútbol conectadas con cientos de ganchos de hierro saliendo de los postes y los traveseros.
De repente Vicky ve un globo rojo rodando por el césped delante del edificio donde viven las chicas.
Vuelve a meter el teléfono en la caja y abre la puerta del vehículo. El aire es templado y lleva consigo el olor del mar. Una gaviota solitaria grazna a lo lejos.
El globo se aleja por el césped.
Vicky empieza a subir con cuidado hacia la casa, se detiene y escucha. La luz que sale de una de las ventanas ilumina las hojas amarillas de un abedul.
Se oye un leve murmullo de fondo. Vicky se pregunta si habrá alguien más allí fuera, en la oscuridad. Sigue caminando en silencio junto al camino de grava. Frente a la fachada hay girasoles marchitos.
El globo sigue rodando por debajo de una red de voleibol hasta que se encalla en el cercado de abetos.
—¿Vicky? —susurra una voz.
Se da la vuelta rápidamente, pero no ve nada.
El pulso se le acelera, la adrenalina le inunda la sangre y de pronto todos sus sentidos se agudizan.
Las cuerdas de la hamaca crujen y la tela se mece lentamente. La vieja veleta gira en el tejado.
—¡Vicky! —dice una voz cortante, muy cerca de donde se encuentra.
Se vuelve a la derecha y mira fijamente a la oscuridad con el corazón a galope. Tarda unos segundos en ver la delgada cara. Es Tuula. Está entre las lilas y parece casi invisible. En la mano derecha tiene un bate de béisbol. Es pesado y tan largo que la punta descansa en el suelo. Tuula se humedece los labios y clava los ojos en Vicky.
Elin se apoya en la barandilla del porche e intenta ver si Vicky sigue en el coche, pero está demasiado oscuro. Solveig ha vuelto tras pedirle ayuda a Caroline. Daniel está hablando con ella. Elin lo oye explicarle que Almira necesita terapia y suele reaccionar de forma negativa a los antidepresivos más fuertes. Le pide una vez más que lo deje entrar, pero Solveig dice que las alumnas son responsabilidad suya. La puerta de la casa se abre y Caroline sale al porche. Le da un abrazo a Daniel y saluda a Elin.
—Ya he recogido las cosas de Vicky —dice.
—¿Está Tuula ahí dentro? —pregunta Elin con voz tensa.
—Sí, creo que sí —responde Caroline un poco sorprendida—. ¿La voy a buscar?
—Por favor —le pide Elin intentando parecer tranquila.
Caroline entra en la casa y llama a Tuula. Solveig mira descontenta a Elin y a Daniel.
—Si tenéis hambre le puedo pedir a alguna de las chicas que os vaya a buscar unas manzanas —dice.
Elin no responde. Baja los escalones y se planta en medio del jardín. A su espalda oye a Caroline llamando a Tuula.
Cuando no se ve el mar todo se vuelve más oscuro. Los árboles y los setos hacen de barrera para los últimos resquicios de luz.
La hamaca se balancea con el aire.
Elin intenta respirar tranquila, pero cuando corre para girar la esquina sus tacones suenan contra las baldosas del jardín.
Las hojas de la gran lila hacen ruido de repente, como si una liebre acabara de salir corriendo. Las ramas se mueven y de pronto Elin está cara a cara con Vicky.
—Dios —dice Elin asustada.
Se miran la una a la otra. La chica está muy pálida. El pulso de Elin es tan fuerte que le retumba en los oídos.
—Vamos al coche —dice y se aleja de la casa junto a Vicky.
Mira por encima del hombro y mantiene cierta distancia con los árboles oscuros, oye unos pasos rápidos a sus espaldas pero sigue avanzando por el jardín al lado de Vicky. Hasta que llegan al caminito de grava Elin no se vuelve para mirar. Es Caroline, que se les acerca a paso ligero con una bolsa de papel en la mano.
—No he encontrado a Tuula —dice.
—Gracias de todas formas —dice Elin.
Vicky coge la bolsa y mira dentro.
—Creo que está casi todo, aunque Lu Chu y Almira querían jugarse tus pendientes al póquer —dice Caroline.
Cuando Elin y Vicky se alejan en el gran coche negro, Caroline se las queda mirando con ojos tristes.