73
Flora siente el suelo frío como un campo helado pegado a la espalda. Levanta la cabeza y mira fijamente hacia el cuarto de baño.
Su corazón palpita nervioso.
Ya no puede ver a la niña.
No hay restos de sangre ni en la bañera ni en la cortina de ducha. Junto a la taza hay un par de vaqueros de HansGunnar.
Parpadea y piensa que sus ojos deben de haberle jugado una mala pasada.
Traga saliva y descansa la cabeza en el suelo a la espera de que se le calme el corazón. Percibe un sabor inconfundible de sangre en la boca.
Un poco más allá, en el pasillo, ve que la puerta de su cuartito está abierta. Siente un escalofrío y se le pone la piel de gallina en todo el cuerpo.
Está segura de haberla dejado cerrada antes de salir, siempre lo hace.
De pronto una ola de aire frío empieza a correr hacia su habitación. Flora ve las pequeñas motas de polvo en movimiento y las sigue con la mirada. Bailan con la corriente de aire por el suelo del pasillo hasta colarse entre dos pies descalzos.
Flora se oye a sí misma emitiendo un extraño y lastimero jadeo.
La niña que antes estaba tumbada al lado de la bañera está ahora de pie en el umbral de su habitación.
Flora intenta incorporarse, pero su cuerpo está paralizado por el miedo. Ahora sabe que está viendo un fantasma, por primera vez en su vida está viendo un fantasma de verdad.
La niña parecía llevar el pelo bien recogido, pero ahora lo tiene desgreñado y manchado de sangre.
La respiración de Flora se acelera y el pulso le retumba en los oídos.
La niña está ocultando algo detrás de la espalda y de repente empieza a caminar hacia Flora. Los pies descalzos se detienen tan sólo a un paso de su cara.
—¿Qué tengo detrás de la espalda? —pregunta la niña en voz tan baja que casi no se pueden distinguir las palabras.
—No existes —dice Flora.
—¿Quieres que te enseñe las manos?
—No.
—Pero si no tengo nada…
Una piedra pesada cae con un golpe sordo detrás de la niña. El suelo tiembla un instante y saltan trocitos de escayola del relieve destrozado.
La niña le enseña las manos con una sonrisa.
La piedra sigue detrás de sus pies, oscura y grande. Tiene algunos cantos afilados, como si hubiese salido de una mina.
La niña la pisa con un pie y la balancea. Luego la empuja a un lado.
—Muérete de una vez… —murmura la chica entre dientes—. Muérete de una vez.
La niña se pone de cuclillas, apoya sus manos grisáceas sobre la piedra y la mueve, intenta agarrarla firmemente, se le resbala, se seca las manos en el vestido, vuelve a empezar y pone la piedra de lado.
—¿Qué vas a hacer? —pregunta Flora.
—Cierra los ojos y me marcharé —responde la niña mientras coge la piedra afilada y la levanta sobre la cabeza de Flora.
Es una roca pesada, pero la sujeta con brazos temblorosos justo encima de la cara de Flora. El lado inferior de la piedra parece mojado.
De repente vuelve la luz. Las lámparas se encienden en todo el piso. Flora rueda hacia un lado y se sienta. La niña ha desaparecido. Se oyen voces en el televisor y el susurro de la nevera.
Flora se levanta, enciende más luces, abre la puerta de su habitación, entra, enciende la lámpara del techo, abre los armarios y mira debajo de la cama. Después se sienta a la mesa de la cocina y trata de controlar el temblor de sus manos mientras marca el número de la policía.
La centralita automática le da una serie de opciones. Puede denunciar un delito, dejar una pista o escuchar las respuestas de las preguntas frecuentes. La última opción también ofrece hablar directamente con un telefonista.
—Policía —dice una voz amable al otro lado—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Me gustaría hablar con alguien que esté trabajando en el caso de Sundsvall —dice Flora con voz entrecortada.
—Bien —responde el telefonista—. Entonces le propongo que hable con nuestra sección de pistas. Le paso con ellos.
Flora intenta protestar, pero ya la han cambiado de línea. Al cabo de unos segundos responde una voz de mujer:
—Sección de pistas de la policía, ¿en qué puedo ayudarle?
Flora no sabe si es la mujer que se enfadó con ella cuando contó la mentira del cuchillo ensangrentado.
—Me gustaría hablar con alguien que esté trabajando en los asesinatos de Sundsvall —solicita.
—Puede hablar primero conmigo —responde la voz.
—Era una piedra grande —dice Flora.
—No le oigo bien. Hable más alto, por favor.
—Lo que pasó en Sundsvall… Tienen que buscar una piedra grande. Tiene sangre en la parte de abajo y…
Flora se queda callada y siente las gotas de sudor corriéndole por los costados.
—¿Cómo es que tiene información sobre el homicidio de Sundsvall?
—Tengo… Una persona me lo explicó.
—Alguien le habló del homicidio de Sundsvall.
—Sí —susurra Flora.
Nota el pulso latiendo en las sienes y un fuerte zumbido los oídos.
—Continúe —dice la mujer.
—El asesino utilizó una piedra…, una piedra con bordes afilados, es lo único que sé.
—¿Cómo se llama?
—Eso no importa, sólo quería…
—Reconozco su voz —dice la mujer—. Usted llamó hablando de un cuchillo manchado de sangre. He formalizado una denuncia en su contra, Flora Hansen…, pero debería ponerse en contacto con un médico, por lo que parece necesita ayuda.
La policía corta la llamada y Flora se queda sentada con el teléfono entre las manos. De repente una bolsa de la compra se cae en el pasillo. Flora da un respingo en un acto reflejo y tumba sin querer el rollo de papel de cocina que está sobre la mesa.