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Veinte minutos más tarde Joona aparca el coche en un estrecho camino de piedra. Él y Flora abren una verja grande y cruzan un frondoso jardín hasta una casa de madera roja con esquinas y planchas de eternita blanca. La vegetación otoñal está llena de insectos. El cielo está revuelto y amarillento por la lluvia y la tormenta contenidas. Joona llama al timbre y un ruido ensordecedor resuena por el jardín.
Dentro se oyen pasos que se arrastran y al cabo de unos segundos la puerta se abre. Al otro lado hay un anciano con chaleco de punto, tirantes y pantuflas.
—¿Torkel Ekholm? —pregunta Joona.
El hombre se apoya en un andador y los mira con ojos vidriosos. Un audífono le asoma por detrás de la oreja derecha, grande y arrugada.
—¿Quién quiere saberlo? —dice con voz apenas audible.
—Joona Linna, comisario de la policía judicial.
El hombre entorna los ojos para mirar su identificación sin poder esconder una sonrisita.
—Policía judicial —susurra el hombre y les hace un gesto invitándolos a pasar—. Entrad. Haré un poco de café.
Se sientan a la mesa de la cocina mientras Torkel se acerca a los fogones, después de decirle a Flora que siente no poder ofrecerles nada para picar. Habla muy bajito y parece estar casi completamente sordo.
En la pared hay un reloj ruidoso y detrás del sofá cuelga una escopeta de caza oscura y brillante, una Remington bien cuidada. Un tapiz con la frase LA AUTÉNTICA FELICIDAD ES CONTENTARSE CON POCO se ha soltado de la chincheta y cuelga con las esquinas dobladas, como una postal ajada de una Suecia de antaño.
El hombre se rasca la barbilla y mira a Joona en la oscuridad de la cocina.
Cuando el agua rompe a hervir, Torkel Ekholm saca tres tazas y una lata de café instantáneo.
—Al final la comodidad es lo que prima —dice encogiéndose de hombros mientras le pasa una cucharilla a Flora.
—He venido para preguntarle sobre un caso de hace mucho tiempo —dice Joona—. Hace treinta y seis años encontraron a una niña muerta junto a la iglesia de Delsbo.
—Sí —responde el anciano sin mirar a Joona.
—¿Un accidente? —pregunta Joona.
—Sí —responde Torkel conteniéndose.
—Yo creo que no —dice Joona.
—Mejor que no sea eso —dice el viejo.
La boca le empieza a temblar y le acerca a Joona el cuenco con terrones de azúcar.
—¿Recuerda el caso? —pregunta Joona.
La cucharilla tintinea cuando el viejo policía se echa el café en la taza y lo remueve. Cuando vuelve a levantar la cabeza y se encuentra con la mirada del comisario tiene los ojos inyectados en sangre.
—Me gustaría poder olvidarlo, pero algunas veces…
Torkel Ekholm se levanta, va hasta una cómoda oscura que hay junto a la pared y abre el primer cajón. Con voz temblorosa les cuenta que después de todos estos años sigue guardando sus apuntes sobre el caso.
—Sabía que tarde o temprano vendrían a verme —dice tan bajito que apenas se le entiende.