15
Joona se acerca a la alcoba y a la puerta sin manija.
La cerradura con la llave sigue en su sitio.
Cierra los ojos unos segundos y luego sigue avanzando hasta entrar en la pequeña habitación.
Todo está quieto e iluminado.
El aire recalentado está saturado de olor a sangre y orina. Hace un esfuerzo por respirar para percibir también el resto de olores: madera húmeda, sábanas sudadas y desodorante.
El metal de los focos chasquea a causa de la temperatura. Unos ladridos atenuados atraviesan las paredes.
Joona permanece inmóvil y se obliga a contemplar el cuerpo que está sobre la cama. Aguanta la mirada unos segundos en cada detalle a pesar de las ganas que tiene de marcharse de allí, abandonar la casa, salir al aire libre y perderse en el bosque.
La sangre ha caído al suelo y ha salpicado los muebles y los envejecidos motivos bíblicos de la pared. Ha salpicado hasta el techo y el lavabo sin puerta. En la cama hay una chica delgada en sus primeros años de pubertad. La han tumbado boca arriba con las manos sobre la cara. Sólo lleva unas braguitas blancas de algodón. Los pechos quedan ocultos por los codos y los pies están cruzados por los tobillos.
Joona siente la fuerza con que late su corazón, se percata de su propia sangre corriendo por sus venas hasta el cerebro, siente las pulsaciones en las sienes.
Se obliga a mirar, registrar y pensar.
La chica se está tapando la cara.
Como si tuviera miedo, como si no quisiera ver a su asesino.
Antes de tumbarla en la cama la sometieron a una violencia extrema.
Repetidos golpes con un objeto contundente en la frente y la coronilla.
No era más que una niña y debía de estar terriblemente asustada.
Algunos años atrás no era más que una cría, pero una cadena de sucesos en su vida la ha conducido hasta esa habitación, en un centro especial de acogida. A lo mejor sólo tuvo mala suerte con sus padres y las familias que quisieron ayudarla. A lo mejor alguien creyó que allí estaría a salvo.
Joona estudia todos los detalles hasta que siente que ya no puede aguantar más. Entonces cierra los ojos un momento y piensa en la cara de su hija y en la falsa lápida que lleva su nombre. Luego los vuelve a abrir y continúa con la observación.
Todo apunta a que la víctima estaba sentada en la silla de la pequeña mesa cuando el asesino la atacó.
Joona intenta elaborar una imagen de los movimientos que han originado las salpicaduras.
Cada gota de sangre que cae por el aire adopta una forma esférica y tiene un diámetro de cinco milímetros. Si la gota es más pequeña se debe a que la sangre ha sido sometida a una fuerza mayor que la ha dividido en gotas menores.
Es entonces cuando se habla de salpicadura.
Joona está de pie sobre dos láminas adhesivas delante de la mesa, probablemente en el preciso lugar donde hace unas horas se hallaba el homicida. La chica estaría sentada en la silla al otro lado de la mesa. Joona observa las formas de las salpicaduras, mira hacia atrás y ve sangre en la parte superior de la pared. El arma ha sido blandida hacia atrás varias veces para tomar impulso, y cada vez que ha cambiado de trayectoria para asestar un nuevo golpe ha salpicado hacia atrás.
Joona ya lleva en la habitación más tiempo del que habría estado ningún otro comisario. Pero aun así no tiene suficiente. Vuelve a la chica en la cama, se la queda mirando, observa el piercing en el ombligo, el pintalabios en el borde del vaso, una cicatriz de lunar debajo del pecho izquierdo, el vello claro de sus espinillas y un morado en el muslo de hace varios días.
Se inclina con cuidado por encima de su cuerpo. De su piel desnuda mana un último calor. Joona le mira las manos que le tapan la cara y ve que la chica no ha arañado a su atacante, no hay restos de piel bajo las uñas.
Se aleja unos pasos y la vuelve a mirar. La piel blanca. Las manos sobre la cara. Los pies cruzados. Apenas tiene sangre en el cuerpo. Sólo la almohada está manchada.
Por lo demás está limpia.
Joona echa un vistazo a la habitación. Detrás de la puerta hay un pequeño estante con dos ganchos. En el estante hay un sujetador blanco. En uno de los ganchos cuelgan unos vaqueros descoloridos, un jersey negro y una cazadora tejana. Debajo, en el suelo, hay un par de zapatillas deportivas con unos calcetines embutidos dentro.
Joona no toca ninguna de las piezas de ropa, pero no parecen tener restos de sangre.
Seguramente, la chica se desnudó y colgó la ropa antes de ser asesinada.
Pero ¿por qué no tiene sangre en ninguna otra parte del cuerpo? Algo debe de haberla protegido. Pero ¿qué? Ahí no hay nada.