1 En cualquier caso, Seyfried adjudica a Beethoven otra frase parecida: «Karl Maria von Weber ha empezado a aprender tarde. Su arte no ha podido desarrollarse naturalmente y es visible que su único esfuerzo es pretender pasar por genial». J.-G. Prod’homme sugiere que Beethoven pudo hablar así antes del Freischütz y cambiar de opinión a renglón seguido; es posible.

2 Nos parece que esta conversación no pudo tener lugar más que antes de la reposición y el éxito de Fidelio, en noviembre de 1822; en ese momento, ocupado por la Misa y los proyectos de la Novena Sinfonía, Beethoven parece recibir con reticencias las sugerencias de su entorno familiar, que quiere que escriba óperas para ganar tanto dinero como Rossini.

3 Desde la creación de la Allgemeine Musikalische Zeitung, en 1798, Rochlitz (1769-1842) había sido su redactor jefe hasta 1818; estaba muy relacionado con la casa Breitkopf y Härtel, que aportaba fondos para la revista. A continuación se instaló en Weimar, cerca de Goethe. Es a él a quien Beethoven designa antes de su muerte como el más capaz de escribir su biografía: requerido por Schindler, Rochlitz renunció a hacerlo en septiembre de 1827. Pero el hecho de que Beethoven le hubiera designado para este cometido nos parece que da un valor especial a sus recuerdos.

4 Rochlitz publicó esta carta en 1832, en el volumen cuarto de sus memorias. No es descartable que la haya retocado un poco en esta ocasión, ya que hace decir a Beethoven: «Todo lo más, Schuppanzigh exhuma a veces un cuarteto». Y en julio de 1822, Schuppanzigh estaba todavía en Rusia y no regresa a Viena hasta abril de 1823.

5 Tendremos ocasión de volver más adelante, y en su totalidad, sobre las relaciones de Beethoven con Schubert.

6 Si se recuerda que es de filosofía y de política de lo que habla Beethoven, las expresiones de Rochlitz son claras. Quiere decir que Beethoven se negó a evolucionar y siguió fiel a las convicciones revolucionarias y humanistas, por no decir racionalistas, de su juventud renana. Para los hombres que han dado el paso a la reacción progresiva instaurada, Beethoven aparece como uno de los siete durmientes, que se despertaría de un largo sueño y rehusaría aceptar la marcha de las cosas. Rochlitz es, en parte, uno de esos hombres, y escribiendo en 1822 y publicando en 1832 no puede, de todas formas, decir más a causa de la censura policial.

7 En realidad, Beethoven había terminado de componer Egmont dos años y medio antes de conocer a Goethe personalmente, y es sin duda en los tres años que precedieron al reencuentro de Toeplitz cuando leyó a Goethe más intensamente, aunque también leyera sus obras después, especialmente el Diván. Pero hay que observar que Goethe no aparece nunca en el diario de 1812-1818, donde están consignados tantos otros autores.

8 Durante los últimos años de su vida, Beethoven no se separa jamás de un busto de Bruto, colocado bien a la vista sobre su escritorio. Esta profesión de fe, silenciosa y obstinada, de sus convicciones republicanas no estaría, evidentemente, en consonancia con un puesto en la corte. Recuerda a otro gran republicano, Miguel Ángel, esculpiendo un busto de Bruto en la época en que defendía Florencia contra las tropas pontificias.

9 Con ocasión de las exequias de Beethoven se pedirá a Grillparzer que componga el discurso fúnebre. Grillparzer lo escribió y el actor Anschütz lo leyó en su tumba.

10 No hay nada asombroso en el hecho de que Beethoven quisiera transformar el libreto de Las ruinas de Atenas, del que siempre había estado descontento y cuyo autor era, como se recordará, Kotzebue. Nada asombroso tampoco es que quisiera aprovechar la lucha de Grecia por su independencia. No podemos hacer aquí el resumen de todas las alusiones políticas contenidas en los Cuadernos; son muchas y muy significativas, a pesar de los cortes de Schindler. Y la intervención francesa en España en 1823 es seguida con una hostilidad tan atenta como apasionada.

Se comprende mejor la certeza expresada por Grillparzer sobre una prohibición de la policía: alusión a Grecia (donde la lucha está en todo su apogeo y por la que Byron morirá al año siguiente) si se recuerda que a los ojos del Gobierno austriaco los griegos no son más que revolucionarios sublevados contra la autoridad monárquica del sultán. En el congreso de Verona, los enviados de Grecia no pudieron ser recibidos por los ministros de las grandes potencias y Metternich en persona decía: «Los turcos degüellan a los griegos; los griegos les cortan la cabeza; éstas son las mejores noticias que recibo. Es un tema que está fuera de la civilización. Que suceda esto ahí o en Santo Domingo, ¡qué más da!; más allá de nuestras fronteras orientales, trescientos mil o cuatrocientos mil individuos ahorcados, degollados o empalados, da lo mismo».

La indiferencia (?) de Metternich se extendía también en otras direcciones geográficas, pues cuando un archiduque austriaco restableció el orden en el norte de Italia ahogando la sublevación nacional y liberal en una carnicería que batió todos los récords del terror blanco, Metternich se limitó a decir: «¡Esto es una revolución atajada a tiempo!». Se encuentran también en los Cuadernos las huellas de los atroces acontecimientos de Italia; en abril de 1823, el consejero Peters dijo a Beethoven que él es ein Revolutionar, ein Carbonaro.

11 Sin embargo, terminará por hostigarles igualmente. Algún tiempo atrás Tobias Haslinger advertía a Beethoven: «En la actualidad, hasta los fragmentos de música sin palabras deben ser sometidos a la censura. Probablemente a causa del título o de la dedicatoria».

12 Es bastante cómico que Grillparzer, hundido hasta el cuello en su nacionalismo austriaco, no comprenda que Beethoven es, justamente, un alemán del Norte.

13 Aquí, Grillparzer anuncia ya el leitmotiv wagneriano, que por la misma época Weber empezaba a emplear tímidamente.

14 Para el Qui tollis, la paráfrasis de Scholz era la siguiente: «Él lleva con tierno amor, con indulgencia paternal, lleno de piedad, al pecador mismo… Él es el apoyo de los débiles, la esperanza de los que están cansados de la vida, el socorro de los oprimidos… Ningún lamento llega en vano hasta él. Ninguna lágrima es derramada en vano».

15 Lo que prueba que Schindler no era tan íntimo de Beethoven como él creía. Además, otros testimonios nos han mostrado ya a Beethoven llorando, a pesar de la famosa frase de Bettina respecto a que los artistas no lloran porque son de fuego.

16 Es divertido observar que, de todos los monarcas, el que respondió más amablemente a Beethoven fue Luis XVIII, que era sin duda, entre todos los reyes, el menos condescendiente.

17 Error: sólo a partir de octubre de 1825 Beethoven habita en la Schwarzspanierhaus.

18 En la conversaciones de Schuppanzigh, destaquemos esta frase: Weber dijo: «Si Dios quiere». Beethoven dijo: «Si Beethoven quiere». «Doleczalek bien podría haber enviado al Spielberg, pues tiene la costumbre de hablar mal de los grandes».

19 Recordemos que las dos sonatas en sol mayor y en re menor que tienen actualmente el número de opus 31, conjuntamente con una tercera en mi bemol mayor, aparecieron primero bajo el número de opus 29.

20 El sentido de este apelativo de «Samotrácico», reservado sólo a Schindler en la correspondencia, sigue siendo muy misterioso. El mismo Schindler no se lo explica más que por una vaga referencia a los antiguos misterios de Samotracia; esto es evidente, pero nos gustaría saber más. Los otros sobrenombres que Beethoven le da son más comprensibles: «Papageno», porque Schindler había dirigido una representación de La flauta mágica, y «Lumpenkerl»: canalla.

Sobre esta misma alusión a Samotracia, Otto Baënsch ha construido todo un sistema de explicación de la Novena Sinfonía. Es tan ingenioso que no podemos resistir el placer de mencionarlo, pero tan inconsistente que no nos lo podemos creer. Baënsch constata que el único escritor alemán de la época que se ocupó ampliamente de los misterios de Samotracia fue Schelling, en un ensayo Über die Gottheiten von Samothrace, que data de 1815. Lo que interesa a Schelling es la sucesión de las cuatro divinidades que representan alternativamente un papel mistagógico en los diferentes episodios de la iniciación en los misterios samotrácicos:

1. Deméter: La noche pobre y humillada, el hambre de una existencia absoluta.

2. Perséfone (la Maya del hinduismo): La ilusión de los sentidos.

3. Dionisos: Oculto (antes Osiris que Baco, el Dionisos-Zagreo del orfismo). El rey de los espíritus desencadenados, el consolador.

4. Hermes-Cadmilo: El heraldo que marcha delante del Dios supremo, le anuncia y le revela.

Baënsch pretende volver a encontrar esta sucesión en los cuatro fragmentos de la Novena Sinfonía. Esta última sería entonces la búsqueda esotérica de la existencia absoluta en el mundo platónico de las ideas. Por un lado, la hipótesis de Baënsch descansa sobre una base bien pequeña y no tenemos ningún indicio de que Beethoven leyera el escrito de Schelling. Por otra parte, veremos, en el capítulo sobre la Novena Sinfonía, que el Himno a la Alegría parece tener un sentido mucho más realista y humano, a la vez psicológico, según Schiller y según el propio Beethoven.

Añadamos, por fin, que en el momento en que Beethoven trabaja en el Himno a la Alegría es más razonable suponer que lee o relee a Schiller antes que a Schelling. Pero también Schiller se ha referido a los misterios de Samotracia en su ensayo sobre La misión de Moisés, y ve en estos misterios una de las fuentes de la francmasonería. Es infinitamente probable que Beethoven leyera este ensayo de Schiller y que en él encontrara el texto de las tres inscripciones egipcias que tenía colocado permanentemente sobre su mesa de trabajo (cf. supra, pág. 367 y la nota 2). En nuestra opinión, es en una dirección masónica donde hay que buscar el sentido del término «Samotrazier» aplicado a Schindler.

21 Por lo que se puede interpretar en esta frase, parece que quiere significar que, a los ojos de Beethoven, por muy grande que sea Mozart, Haendel sigue siendo el rey del imperio musical.

22 Esta carta está fechada el domingo 8 de septiembre de 1822; no vemos, pues, J.-G. Prod’homme en su excelente edición de los Cuadernos, a octubre de 1823. La dificultad estriba en que en esta fecha de septiembre de 1822 no es seguro que se trate de Karoline Unger y es seguro que su compañera no puede ser todavía Wilhelmina Schroeder, y sería posible que hubiese estado acompañada por Karoline Unger.

23 Dando cuenta al día siguiente de los detalles de la sesión, Schindler escribe en el Cuaderno: «Cuando el público aplaudía por quinta vez, el comisario de policía se adelantó… – Mi triunfo [sic!] es enorme. Ahora puedo hablar francamente; temía que la Misa sería prohibida, pues me había dicho que el arzobispo protestaría. Ahora, pax tecum».

Ludwig van Beethoven
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