1810
El 2 de enero de 1810, Beethoven escribe de nuevo a Breitkopf y Härtel: «Aquí no tenemos ni pan comestible […]. Estoy demasiado débil para escribir más».
La escasez no había desaparecido de Viena con la marcha de los franceses. La subalimentación, por una parte, y las emociones, por otra, perjudican la salud de Beethoven. Por dos veces cae enfermo de cuidado en el curso del invierno.
Sin embargo, poco a poco vuelve a recuperar sus fuerzas. Manifiesta su pasión por la libertad, política y nacional, trabajando en Egmont. Y sus lecturas del año anterior, de Goethe en particular, dan sus frutos en la composición de toda una colección de lieder.
La vida recobra su curso. Y Beethoven es asaltado de nuevo por sus deseos de matrimonio. Casi todos los críticos están hoy de acuerdo en situar en estas fechas el punto más alto de su amor por Teresa Malfatti. Los únicos documentos que aclaran para nosotros el drama son una serie de cartas de Beethoven a diversas personas; la única de estas cartas que tiene fecha es la carta a Wegeler del 2 de mayo de 1810. Es ésta la que condiciona las otras fechas, y hablando de ella se puede proponer la hipótesis siguiente: a finales de marzo o principios de abril, Beethoven le escribe a Teresa, que está ya en el campo, en los alrededores de Viena, una verdadera carta de pretendiente. Es sin duda la carta que le remite por Gleichenstein, quien, recordemos, era en esta época el prometido de Ana Malfatti, la hermana pequeña de Teresa. Parece que Beethoven ve a Teresa varias veces; cuida su aspecto, pide prestado un espejo a Zmeskall. Sus esperanzas se exaltan; a principios de mayo dirige una petición de matrimonio, por mediación de Gleichenstein, y pide a Wegeler que le consiga su acta de bautismo. Su petición es rechazada, como muy tarde, a mediados de mayo; en estos momentos conoce a Bettina Brentano, y confesará enseguida a esta nueva llama en su vida que estaba en el momento más bajo cuando la conoció.
Veamos ahora los textos, ordenados según la cronología que hemos propuesto:
258 / Recibís aquí, querida Teresa, lo que os había prometido, y si no hubieran existido los impedimentos más serios, recibiríais más todavía, para demostraros que doy siempre a mis amigos más de lo que prometo. Deseo, y estoy seguro de que será así, que tengáis bellas ocupaciones y conversaciones interesantes, pero no demasiado, para que podáis pensar también algo en mí. Sería seguramente ilusionarme demasiado y exagerar mi valía si os atribuyo la frase: «Los hombres no están juntos tan sólo cuando están reunidos; también el ser lejano del cual estamos separados vive en nosotros». ¿Quién podría atribuir una frase semejante a la voluble Teresa, que trata todo en la vida con tanta ligereza?
Sin embargo, en lo que se refiere a vuestras ocupaciones, no olvidéis el piano, y la música en general. Tenéis tan gran talento, ¿por qué no cultivarlo? Vos, que poseéis un sentimiento tan vivo de todo lo que es hermoso y bueno, ¿por qué no queréis emplearlo en conocer también, en un arte tan bello, esta gran perfección que se refleja siempre en nosotros?
Vivo muy solo y muy tranquilo. Aquí y allá algunas luces podrían sin duda despertarme; sin embargo, desde que os habéis ido todos de aquí, mi vacío es casi imposible de llenar, y mi propio arte, que siempre es tan fiel, no ha podido aún superar lo. Vuestro piano ya está encargado, y pronto lo tendréis. ¿Qué diferencia habéis encontrado entre la forma de tratar el tema al que yo aludí la otra tarde y el modo en que os lo he escrito últimamente? Explicad esto vos misma, pero sin ayuda del ponche. Qué feliz debéis de sentiros por poder estar ya en el campo. Hasta el 8 yo no podré saborear esa dicha. Estoy contento como un niño; ¡qué feliz seré cuando pueda errar por la espesura, por los bosques, entre los árboles, los peñascos! ¡Ningún hombre ama el campo tanto como yo! ¡Si sólo los bosques, los árboles, las piedras, devolvieran el eco que el hombre desea!5.
Pronto recibiréis unas composiciones mías, y no tendréis que lamentaros por sus dificultades. ¿Habéis leído Wilhelm Meister, de Goethe?; ¿a Shakespeare traducido por Schlegel? En el campo se tiene tanto tiempo libre que os resultará agradable que os envíe estas obras. La casualidad hace que conozca a alguien por esos parajes, es posible que alguna mañana me veáis llegar para veros media hora, y luego volver a partir. Como veis, quiero ocasionaros la menor molestia posible.
Recomendadme a la benevolencia de vuestro padre, de vuestra madre, aunque todavía no pueda pretender tal. Lo mismo a vuestra prima M. Ahora, adiós, querida T., os deseo todo lo que es bueno y es bello en la vida; acordaos de mí con frecuencia; olvidad mis locuras; podéis estar segura de que nadie puede querer para vos una vida más alegre y más feliz que yo, aunque no os toméis ningún interés por vuestro devoto servidor y amigo,
BEETHOVEN
N. B.– Sería muy amable por vuestra parte si me decís, en pocas líneas, en qué os puedo servir.
259 / Querido amigo [Gleichenstein], es ligeramente tarde, – os estrecho calurosamente sobre mi corazón; ¿por qué una parte de mí no puede encontrarse ahí? Adiós, el miércoles por la mañana estaré en tu casa. La carta está escrita para que todo el mundo pueda leerla; si encuentras que el papel del sobre no está bastante limpio, pon otro; de noche no puedo distinguir bien si está limpio. Adiós, querido amigo, piensa y actúa también por tu fiel amigo.
260 / Querido Z.[meskall], no seáis malo con mis recados; – ¿no recordáis la situación en que me hallo?; es la misma que tuvo Hércules cerca de la reina Onfalia.
Os pedía que me comprarais un espejo como el vuestro […], pues el mío se ha roto; – adiós, y no volváis a escribir más «el gran hombre» si se trata de mí, – porque nunca he sentido como ahora el poder y la debilidad de la naturaleza humana. – Queredme,
BEETHOVEN
261 / Viena, 2 de mayo de 1810.
Mi viejo amigo [Wegeler], casi puedo pensar que mis líneas despertarán en ti cierto asombro; y, sin embargo, aunque no tengas ninguna prueba escrita, ocupas siempre vivamente mi pensamiento. Entre mis manuscritos hay uno que desde hace tiempo te está destinado6, y que recibirás seguramente en verano. Desde hace algunos años, la vida tranquila ya no existe para mí, y he sido arrastrado por fuerza a la vida mundana; no he obtenido ningún resultado todavía, más bien al contrario; pero ¿sobre quién han dejado de actuar las tormentas del exterior? Sería feliz, sin embargo, posiblemente uno de los hombres más felices, si el demonio no se hubiese establecido en mis oídos. Si no hubiera leído en alguna parte que el hombre no debe renunciar voluntariamente a la vida mientras no haya realizado una buena acción, hace tiempo que ya no estaría aquí por mi propia voluntad. ¡Oh!, ¡la vida es tan bella!, pero para mí está envenenada para siempre.
No rechazarás mi amistoso ruego si te pido que me envíes mi acta de bautismo […]. No obstante, hay que tener en cuenta una cosa, y es que tuve un hermano, nacido antes que yo, que se llamaba igualmente Ludwig, sólo con el añadido Maria, y que murió. Para determinar mi verdadera edad hay que encontrar primero los documentos de Ludwig Maria, pues sé muy bien que otras personas han cometido un error sobre esto, asignándome más edad de la que tengo7. Tenía un libro de familia, pero se ha perdido; el cielo sabe cómo. Así que no te enfades si te recomiendo calurosamente este asunto, y que descubras a Ludwig Maria y al Ludwig de ahora que viene tras él.
Cuanto antes me envíes el acta de bautismo, te estaré más agradecido. – Se dice que en vuestra logia de francmasones8, tú cantas una melodía mía, probablemente en mi mayor9, y que no tengo ni yo; envíamela y te prometo revalorizarla el triple o el cuádruple de otra manera. Piensa en mí con benevolencia, por poco que yo lo merezca por tu parte, si nos atenemos a las apariencias externas. Besa a tu querida esposa, a tus hijos, a todos los que amas, en nombre de tu amigo.
BEETHOVEN
262 / Para mi amigo el barón de Gleichenstein [en francés en el texto].
Tú vives sobre un mar en calma y tranquilo, y ya estás al abrigo en el puerto, no sientes la angustia del amigo que se encuentra en medio de la tempestad, o no debes sentirla. ¿Qué pensarán de mí en la estrella de Venus Urania10, cómo me juzgarán sin verme? Mi orgullo está tan doblegado que, aun sin ser invitado, me reuniré ahí contigo; me gustaría verte mañana en mi casa, te espero hacia las nueve de la mañana para desayunar.
Dorner11 también podrá venir en otra ocasión contigo. ¿Por qué no eres sincero conmigo? Me ocultas seguramente algo, quieres distraerme, y me causas más dolor por esta incertidumbre que por la certeza, por fatal que ésta sea. Adiós, si no puedes venir, házmelo saber. Piensa y actúa por mí. No puedo confiar nada más de lo que pasa en mi interior al papel.
263 / [A Gleichenstein]. La noticia que me das me ha precipitado desde las regiones del éxtasis más alto, en una profunda caída. ¿Por qué añadir entonces lo que me harás decir cuando haya música de nuevo? ¿No soy acaso absolutamente nada más que tu músico o el de los demás? – Sólo así se explica esto. No puedo, pues, buscar un punto de apoyo más que en lo más profundo, en lo más íntimo de mi ser. En el exterior no existe nadie para mí. – No; sólo hay heridas para mí en la amistad y en los sentimientos del mismo género. – Que así sea para ti, pobre B.[eethoven], no esperes ninguna felicidad de fuera, eres tú quien debes crear todo en ti mismo; sólo en tu mundo ideal encontrarás amigos. – Te ruego que me confirmes si yo desmerecí en algo ayer. O si no puedes hacerlo, entonces dime la verdad, la oiré con tanto placer como la digo, – ahora estoy todavía a tiempo, todavía las verdades me pueden servir. – Adiós, – no dejes que sepa nada de esto tu único amigo Dorner.
BEETHOVEN
264 / Muchos lectores habrán estado extrañados como yo por la insistencia con que Beethoven, en su carta de 2 de mayo de 1810, me pide que le consiga su partida de bautismo […]. Encontré la explicación a este enigma en una carta que me fue escrita tres meses más tarde por mi cuñado Stephan von Breuning. En ella decía: «Beethoven me dice al menos una vez por semana que quiere escribirte; mas creo yo que su proyecto de matrimonio ha fracasado; por ello no se siente inclinado a agradecerte el trabajo que te has tomado con su acta de bautismo».
WEGELER
¿Por qué la petición de Beethoven no fue aceptada? Parece que fue ante todo porque Teresa no correspondía a sus sentimientos; al menos, si podemos fiarnos de las tradiciones familiares de los Malfatti, según las cuales, cuando se hablaba de Beethoven, Teresa se refería a él «con respeto, pero con reserva». Por otra parte, los Malfatti padres no debían de estar entusiasmados con este candidato; el tío Giovanni, el doctor que cuidaba a Beethoven, y que era considerado como el gran hombre de la familia, decía de su cliente: «Es un tipo de ideas confusas [ein konfuser Kerl]; a pesar de ello, bien puede ser el mayor de los genios». Y no se puede descartar que la opinión del tío no haya jugado doblemente contra Beethoven.
Según un proceso que empezamos a conocer, Beethoven seguirá siendo el amigo de todo el mundo. Después de su matrimonio con Ana, Gleichenstein se marcha de Viena en 1811 a vivir a la región de Baden. Regresará con su mujer y su hijo para volver a ver a Beethoven al final de su vida, y le pedirá «que bendiga a su hijo, como Voltaire bendijo al hijo de Franklin». El doctor no se enfadará con Beethoven hasta 1815, pero regresará para cuidarlo en su última enfermedad. En cuanto al resto de la familia, las relaciones seguirán cordiales. Cuando Teresa se casa con el barón Von Drossdick, en 1817 –el matrimonio estuvo lejos de ser feliz, y Teresa de ser fiel–, los Cuadernos de Conversación nos muestran que Beethoven seguía estando al corriente de cuanto le sucedía12. En resumen, todo sucedió con corrección.
Falta por decir que Beethoven nunca se sintió tan cerca del matrimonio como ahora, ni se comprometió jamás de esta forma, y que el último mensaje a Gleichenstein demuestra lo profundamente que este hombre de treinta y nueve años se vio afectado por su fracaso. En este mismo mes de mayo, cuando piensa que ninguna ayuda puede venirle de fuera, una joven llega a Viena, llama a su puerta y le trae un rayo de sol tal que él tiene la impresión de resucitar; ella tiene veinticinco años y se llama Bettina Brentano.
El tema de las relaciones entre Beethoven y Bettina Brentano es uno de los más discutidos de la vida de Beethoven, y el empeño con el que se discute es proporcional a su importancia. Como ha mostrado Jean Boyer en su tesis sobre «El romanticismo de Beethoven», pero sin tomar partido, el Beethoven que se desprende de los documentos «bettinianos» impone, en una parte esencial, toda la perspectiva que la posteridad se ha formado de Beethoven.
¿Cómo se plantea el problema? Comprobaremos su complejidad con la simple descripción del dossier de los escritos, según dos órdenes diferentes:
Dossier por orden de fecha atribuida a los escritos:
1. Una carta de Bettina a Goethe del 28 de mayo de 1810. Documento muy discutido (fondo y forma).
2. Una carta de Bettina a Anton Bihler del 9 de junio de 1810. Documento indiscutible.
1 bis. Otra versión mutilada de la misma carta de Bettina a Goethe, fechada el 28 de julio de 1810. Documento indiscutible.
3. Una carta de Beethoven a Bettina del 11 de agosto de 1810. Documento indiscutible.
4. Una carta de Beethoven a Bettina del 10 de febrero de 1811. Documento indiscutible.
5. Una carta de Beethoven a Bettina del mes de agosto de 1812. Documento muy discutido.
6. Una carta de Bettina a Hermann von Pückler-Muskau de 1832. Documento indiscutible por la forma; discutido por el fondo.
Dossier por orden de aparición de los escritos a la luz pública:
1835. Bettina publica, después de la muerte de Goethe, su correspondencia con él, bajo el título Correspondencia de Goethe con una niña.
En esta recopilación está la carta de Bettina a Goethe del 28 de mayo de 1810.
1839. Bettina publica en la revista Athenaeum, de Núremberg, las tres cartas de Beethoven a ella misma.
1840. Schindler pone en duda la autenticidad del conjunto, que acarrea a continuación numerosas críticas.
1848. Bettina publica de nuevo las tres cartas de Beethoven en una novela: Ilius Pamphilius y Ambrosia.
1870. Ludwig Nohl, tras la muerte de Bettina, publica la carta de Bettina a Anton Bihler del 9 de julio de 1810.
1873. Publicación de la carta de Bettina a Hermann von Pückler-Muskau de 1832.
1880. Carrière encuentra y publica el manuscrito de la segunda carta de Beethoven a Bettina, del 10 de febrero de 1811. Por la misma época, el recuento de los papeles de Goethe pone al día el comienzo de la carta de Bettina a él fechada el 28 de julio. Se trata claramente de otra versión, primitiva, de la carta del 28 de mayo.
Una primera observación se impone: Bettina seguramente no ha respetado ni una coma de los textos, se trate de sus antiguas cartas a Goethe o de las cartas de Beethoven. En estas últimas, los textos que ella publica apuntan muy ligeras variantes entre 1839 y 1848, y la segunda carta ofrece todavía ligeras variaciones con el manuscrito exhumado en 1880. Respecto a las cartas de Bettina a Goethe, la recopilación de los papeles de Goethe permitirá comprobar que Bettina manipuló considerablemente sus propios textos. No se trata, por supuesto, de negar palabra por palabra la forma de las cartas primera y tercera de Beethoven a Bettina. Tampoco se trata de disimular que la gran carta de Bettina a Goethe, en la que ella hace referencia a las palabras de Beethoven durante varias páginas, fue rehecha veinte o veinticinco años después de las conversaciones que ella cuenta. Esto en cuanto a la forma de los documentos.
En cuanto al fondo, hay que distinguir el caso de las cartas de Beethoven y el de las cartas de Bettina.
Estamos convencidos de que Bettina no reprodujo en su totalidad las cartas primera y tercera de Beethoven, y tampoco la segunda, cuyo manuscrito se ha encontrado. Y no vemos por qué habría introducido en ellas modificaciones más graves que en la segunda, en la que las variaciones son realmente mínimas. Respecto a la tercera carta, sólo la fecha crea dificultades de, aproximadamente, un mes; lo discutiremos en el momento de citar el texto. Pero las razones que se adelantan para negar su autenticidad son visiblemente de orden político, como para que nos parezcan serias científicamente. Llegamos a la firme conclusión de la autenticidad de fondo y a la casi integridad de forma de las cartas de Beethoven a Bettina.
El asunto es más complicado en lo que concierne a las cartas de Bettina a Pückler-Muskau y a Goethe. La postura más justa nos parece la de considerarlas como recuerdos escritos por Bettina, veinte o veinticinco años después de los acontecimientos, sobre sus encuentros con Beethoven y las conversaciones que mantuvieron. Estamos convencidos de que estos recuerdos reposan sobre un fondo auténticamente beethoveniano; sin duda un núcleo de algunas frases deshilvanadas y profundas, a veces un poco oscuras, como hemos visto ya tantos ejemplos en las cartas de Beethoven, y como veremos todavía. A partir de aquí, Bettina ha construido discursos, bien conseguidos literalmente, y dentro de un estilo que es más el suyo propio que el de Beethoven.
Para terminar, querríamos hacer tres observaciones de conjunto:
a) El conjunto de los documentos presenta una coherencia sorprendente. Es seguro que Bettina no cita en 1810 ninguna frase de Beethoven (pero hay que observar que hemos perdido casi toda la carta dirigida a Goethe en julio de 1810), que refiere ya algunas en 1832 y que le atribuye todo un discurso en 1835. Pero no hay ninguna contradicción interna de importancia en todo el conjunto. Como, por una parte, la carta de Bettina a Bihler es seguramente de 1810, la segunda carta de Beethoven es probablemente de 1811; como, por otra parte, Bettina está ocupada en los años siguientes por muchos otros asuntos, hay que admitir que esta coherencia juega en favor de la fidelidad de su memoria y de la verosimilitud de los textos más tardíos.
b) El conjunto de los documentos nos da un conocimiento tan perfecto del carácter de Beethoven y de su concepción del arte que, si Bettina lo hubiese inventado todo, tendría que haberlo hecho partiendo de una intimidad real y profunda con Beethoven. Y en este caso habría dado pruebas de tal genio en la intuición de la música en general, y de la música de Beethoven en particular, que nos parece más lógico atribuir esta genialidad al propio Beethoven.
c) El carácter excepcional de los documentos no constituye forzosamente un argumento contra ellos. En principio, muchos otros textos, que señalaremos en su sitio y lugar, los recortan. A continuación, en mayo de 1810 y en julio de 1812, Beethoven se encuentra en un estado de exaltación particular, de la que dan testimonio algunos textos, como las notas a Gleichenstein en mayo de 1810 y como la carta «a la amada inmortal» en julio de 1812. En fin, sabemos que Beethoven, para usar su propia expresión, «se manifiesta sin reservas» más fácilmente con algunas personas que con otras. Y la visión de una bonita joven no le disgustaba. Bettina era encantadora, entusiasta, excepcionalmente comprensiva; es más, Beethoven podía tener el propósito de conseguir a través de ella un diálogo con Goethe; habríamos estado personalmente asombrados si sólo hubiera dicho banalidades a esta visitante, cuya inteligente espontaneidad se armonizaba tan bien con su carácter. Ya a finales de 1804 Breuning notaba que Beethoven se volvía muy difícil de tratar, pero a la vez se mostraba excepcionalmente amable y expansivo con Pepi; en esta ocasión Schindler dice: «Bettina ha conseguido lo imposible, pues nunca he oído a Beethoven hablar así». Sentimos ganas de decir: tanto peor para Schindler, porque igual que no era una chica guapa, tampoco era ni muy inteligente ni muy divertido. ¡Después de todo, no es a Schindler a quien Beethoven ha enviado la «carta a la amada inmortal»! Contraprueba evidente: Wegeler, que ha recibido alguno de los desahogos más confusos de Beethoven, que sabe por propia experiencia cómo se manifiesta Beethoven en sus momentos de paroxismo, no parece haber puesto en duda en ningún momento la autenticidad de las palabras de Beethoven contadas por Bettina; cf. supra, texto núm. 23.
Nos parece, pues, indispensable dar al lector la totalidad de estos textos, que no se encuentran íntegramente reunidos en ningún libro francés sobre Beethoven. Hemos acompañado estos textos de notas particularmente abundantes, en las que hemos señalado las comparaciones que se imponen con otros textos de Beethoven o sobre él, que en general Bettina no podía conocer, y donde hemos marcado los pasajes que nos parecen manifiesta mente trabajados por Bettina. Es el lector quien debe juzgar, en el conjunto y en el detalle.
Hacía tiempo que Beethoven conocía indirectamente a la numerosa y poderosa familia de los Brentano. Desde su llegada a Viena había frecuentado asiduamente la casa de Joseph von Sonnenfels, una de las más nobles y más activas personalidades representativas del ambiente israelita de Viena, colaborador de José II en sus tentativas culturales y liberales13.
Una hermana de Sonnenfels se había casado con el consejero áulico Birkenstock, que había sido a su vez amigo de Franklin; Beethoven había frecuentado su casa y conocido de niña a su hija Antonia. Pero Antonia dejó Viena por Fráncfort a los dieciocho años, en el momento de su matrimonio con Franz Brentano.
En 1809 Birkenstock murió. Franz y Antonia se fueron entonces a pasar tres años a Viena (finales de 1809 o comienzos de 1810 hasta finales de 1812), y Beethoven entabló poco a poco con el matrimonio una amistad muy profunda que la separación no disminuyó. Antonia era de salud frágil; al final de su larga vida contaba a Ludwig Nohl que, cuando sufría, Beethoven iba a su lado, se sentaba al piano, improvisaba durante un buen rato, y se retiraba sin decir una palabra.
Es en casa de su hermano y de su cuñada donde Bettina se hospeda cuando va a Viena14. Desde joven había mostrado disposiciones intelectuales asombrosamente precoces, y desde hacía tres años, por sus visitas y su correspondencia con Goethe, se había convertido en su amiga íntima. Posiblemente le recordase a su madre, Maximiliana de Laroche, a la que había amado hacía tiempo. Además, Bettina, que vivía en Fráncfort, había conocido a la madre de Goethe y recogido de su boca numerosas anécdotas sobre la infancia del gran hombre. Goethe, que se disponía a escribir sus memorias (Poesía y verdad) había olvidado asombrosamente todo lo que se refería a sus primeros años; Bettina podía, pues, serle útil. Por otra parte, ella era encantadora, y Goethe no se mostraba muy reservado en estos casos. En fin, ella le aportaba la frescura nueva de su inteligencia y sus dones asombrosos para descubrir todo lo que encontraba de importante y de genial en su camino. Los críticos que creen haber acabado con ella tratándola de atolondrada, histérica y mitómana harían bien en recordar que, además de la forma en que Bettina ensalzó y defendió a Beethoven, fue también una de las primeras en descubrir y en proclamar el genio de Friedrich Hölderlin. En ella el entusiasmo lo dominaba todo, pero es de justicia añadir también que este entusiasmo tenía una parte de clarividencia y de adivinación digna casi de un genio.
Todo esto explica la amistad que Goethe le profesaba, y cuyo apogeo fue justamente en 1810. Al encontrarse con Beethoven, Bettina no le daba sólo su amistad (lo que por sí solo ya habría sido bastante); le ofrecía además la posibilidad de contactar personalmente con el poeta vivo al que más admiraba desde hacía muchos años. Y todo ello en el momento en que Beethoven acababa de componer su Egmont, así como una serie de lieder sobre poemas de Goethe.
265 / [A Anton Bihler] el 9 de julio de 1810.
No he conocido a Beethoven hasta los últimos días de mi estancia en Viena; he estado a punto de no conocerlo, pues nadie me quería llevar donde él, ni aun los que se decían sus mejores amigos, por verdadero temor a la melancolía que le consume, de tal manera que no se interesa por nada y que demuestra a los extraños más grosería que educación15. Una Fantasía suya, que había oído interpretar de forma perfecta, me había emocionado el corazón16 y tuve desde ese instante tantos deseos de verle que puse en ello todo mi empeño. Nadie sabía dónde vivía; a veces se mantenía totalmente oculto. – Su vivienda es muy curiosa; en la primera habitación, dos o tres pianos, apoyados en el suelo y sin patas, baúles donde guarda sus papeles, una silla con tres patas; en la segunda habitación, su cama, que, aun siendo invierno, consiste en un jergón y una manta delgada, una palangana sobre una mesa de pino y las ropas de dormir sobre el suelo.
Hemos esperado ahí una media hora larga, porque se estaba afeitando. Al fin llegó. Es pequeño (siendo grandes su espíritu y su corazón), moreno, marcado de viruela, lo que se dice feo; pero tiene una frente tan celeste, tan noblemente moldeada por la armonía, que se podría contemplar como una magnífica obra de arte; cabellos muy largos, que peina hacia atrás; parece tener apenas treinta años; él mismo no sabe su edad, pero cree tener treinta y cinco.
Había oído decir que se debía ser prudente con él, para no indisponerle, pero yo había juzgado su carácter distinto, y no me había equivocado. En un cuarto de hora ya se encontraba tan a gusto conmigo que no podía separarse de mi lado; se colocaba siempre junto a mí; incluso fue con nosotros a casa y, ante el asombro de todos sus amigos, se quedó allí todo el día. Este hombre tiene una pretendida arrogancia, que hace que no toque complacido ni para el emperador ni para los duques que le pagan en vano una pensión, y en toda Viena es muy raro oírle. Como le rogué que tocase, respondió: «Bien, ¿y por qué debo tocar?». «Porque quiero llenar mi vida de cosas magníficas y porque vuestra actuación marcará mi vida», dije.
Él me aseguró que intentaría merecer tal alabanza, se sentó cerca del piano, en el extremo de una silla17, y tocó suavemente con una sola mano, como queriendo vencer su repugnancia a hacerse oír. De golpe, olvidó todo lo que le rodeaba y su alma se derramó en un océano de armonía. Sentí por este hombre una ternura infinita. Para todo el que aprecie el arte es realmente un señor [so herrschend] y tan verdadero que ningún artista puede comparársele. Pero en el resto de su vida es tan ingenuo que se puede hacer de él lo que se quiera. Su distracción es objeto de burla, y se aprovechan de él, que rara vez tiene dinero suficiente como para procurarse lo estrictamente necesario. Hermanos y amigos le explotan; sus ropas están rotas, tiene una figura completamente andrajosa y, sin embargo, su aspecto es imponente y magnífico [herrlich].
A todo esto se añade que es muy duro de oído y que no ve casi nada. Pero cuando viene de componer está completamente sordo y sus ojos están totalmente extraviados si miran al exterior; esto, unido a toda la armonía que se agita bajo su frente, le impide dirigirse a los demás. Así, faltándole lo que le mantiene en contacto con el mundo –la vista y el oído–, vive en la soledad más profunda. Algunas veces, cuando se habla mucho rato con él18 y esperamos una respuesta, ésta es, de golpe, una explosión de sonidos: coge papel de música y escribe. No hace como el Kapellmeister Winter, que escribe todo lo que pasa por su cabeza; él hace primero un gran plano y dirige su música en una forma determinada, sobre la que trabaja a continuación. Vino a mi casa todas las tardes durante estos últimos días que he pasado en Viena19, me ha dado los lieder de Goethe que había compuesto20, y me rogó que le escribiera, al menos, una vez al mes, porque aparte de mí no tenía, decía, ningún amigo.
¿Por qué os escribo ahora todo esto con tanto, detalle? En primer lugar, porque creo que, como yo, sentís atracción y respeto por un alma semejante; en segundo lugar, porque sé lo equivocadamente que le juzgan, precisamente por ser demasiado pequeños para comprenderle; tampoco puedo evitar describirle por completo tal y como es para mí. Además, se preocupa, para su mayor satisfacción, de todos aquellos que se confían a él en lo que a la música concierne. El más pequeño debutante puede confiarse a él con la certeza de que no se cansará de prodigarle consejos y asistencia, ¡este hombre, que jamás ha podido permitirse desperdiciar una hora de su libertad!
BETTINA BRENTANO
Si no tuviésemos de Bettina más que este único texto (el cual, que nosotros sepamos, no se encuentra íntegramente reproducido en ningún libro francés sobre Beethoven), habría que reconocer que es de primer orden, por su riqueza y por su calor. Cosa rara, cuando se piensa en el gran número de mujeres a las que Beethoven ha amado o querido, Bettina es la única, con Teresa de Brunsvik, si se quiere, y sobre todo con Fanny Giannastasio del Rio al cabo de algunos años, de cuya boca podemos oír hablar largamente de Beethoven con una profunda ternura. A lo largo de este libro son voces casi exclusivamente masculinas las que alternan con la de Beethoven –y, sin embargo, ¡cuánto mejor comprenderíamos su carácter y su genio si tuviésemos las impresiones de María Erdödy o de Josefina!–. Aunque sólo sea por esto, la carta de Bettina a Bihler tiene un precio infinito para nosotros.
Veintidós años más tarde, he aquí en qué términos, de un tono bastante diferente, contaba Bettina el encuentro al príncipe Hermann von Pückler-Muskau, ¡que había sido, veinticinco años antes, el amante de Giulietta, condesa Gallenberg!
266 / [A Pückler-Muskau, 1832].
Quise conocer a Beethoven durante mi corta estancia. Nadie quería conducirme donde él, a causa de su humor singular, y porque era un misántropo. No tuve más remedio que iniciar yo sola su búsqueda. Tenía varios domicilios: en la ciudad, en los suburbios y en el campo21. Le encontré22 en el último piso de una alta casa; en la antesala tenía un pianoforte; sobre el suelo, al lado, un mal camastro con un jergón y una manta de lana. El criado me dijo: «He aquí la cama del señor Beethoven». Entré, estaba sentado al piano23, me acerqué a él y le dije al oído en alta voz (pues era sordo): «Me llamo Brentano». Sonrió, me tendió la mano sin levantarse y dijo: «Acabo de hacer un lied para usted». Él cantó: «¿Conocéis el país…?»24, sin languidez ni dulzura, su voz era áspera y traspasaba, en un grito de pasión, los límites de lo cultivado y agradable. Preguntó: «Bien, ¿os gusta esto?». Asentí con la cabeza. Lo cantó una vez más, con un fuego atizado por la necesidad de comunicar su llama; después me miró triunfante. Vio que mis ojos y mis mejillas estaban enrojecidas y dijo ingenuamente: «¡Ajá!». Entonces cantó: «¡No os sequéis, lágrimas del eterno amor!…»25. A continuación escribió la frase con signos en los cuadernillos que llevaba en el bolsillo y me dejó durante un rato que le alisara los revueltos cabellos. Besó mi mano, y cuando quise marcharme, me acompañó. Por el camino dijo: «La música es el clima de mi alma, ahí florece, y no brota de ella solamente hierba, como los pensamientos de otros que se dicen compositores. Pero pocas personas comprenden que cada frase musical es un trono de la pasión, y pocos saben que la pasión misma es el trono de la música». Y habló así, como si yo hubiera sido su amiga íntima de toda la vida.
Todos se asombraron al verme entrar, de la mano del misántropo Beethoven en una reunión de más de cuarenta personas que estaban sentadas a la mesa. Se acomodó sin ceremonias; habló poco, ya que era sordo; por dos veces sacó sus cuadernos de notas del bolsillo y escribió algunos signos. Después de la comida todo el mundo subió a la torre de la casa para ver el panorama. [Nosotros nos quedamos] solos, él y yo; entonces volvió a sacar sus cuadernos, los repasó, escribió, borró, y después dijo: «Mi lied está terminado». Se asomó a la ventana y lo cantó a pleno pulmón. Dijo luego: «Eh, ¿suena bien esto? Lo he hecho para vos; vos me lo habéis inspirado; lo he leído en vuestros ojos como lo he escrito». Mientras estuve en Viena vino todos los días26.
Veamos ahora el relato que Bettina hace pasar por una carta escrita a Goethe el 28 de mayo de 1810, pero que probablemente fue redactada por ella en 1835, o un poco antes, seguramente ayudándose con notas tomadas antes o con la carta que escribió de verdad a Goethe en julio de 1810:
267 / Y ahora, ¡atención! Es de Beethoven de quien quiero hablar27, del Beethoven cerca del cual olvido al mundo y a ti mismo. Es verdad que soy joven, pero, sin embargo, no me equivoco diciendo (lo que posiblemente nadie comprenda y sepa hoy) que él va mucho más lejos de la civilización [Bildung] de la humanidad entera. ¿Le alcanzaremos alguna vez? Lo dudo. Que pueda él vivir hasta que el poderoso y sublime enigma contenido en su espíritu esté plenamente resuelto; que pueda alcanzar su meta más elevada; entonces, ciertamente, nos dará la llave de una ciencia divina que nos acercará un grado a la verdadera felicidad.
Bien puedo confesártelo a ti: creo en un encanto divino, elemento de la naturaleza intelectual; este encanto Beethoven lo ejercita en su arte. Todo lo que pueda enseñarte sobre ello es pura magia; cada situación sirve a la organización de una existencia más alta, y para ello Beethoven se considera como el fundador de un nuevo punto de partida en la vida del espíritu. Comprenderás ciertamente lo que quiero decir y lo que es la verdad. ¿Quién podría reemplazar para nosotros este poderoso espíritu? ¿De quién podríamos esperar nada parecido? Todo el esfuerzo humano se desarrolla alrededor de él como el mecanismo de un reloj. Él mismo actúa libremente y obtiene de sí lo que no ha sido nunca creado ni presentido. ¿Qué son las relaciones del mundo para él, que antes de la aurora comienza ya su santa jornada y que después de la puesta del sol encuentra apenas tiempo para echar una mirada sobre lo que le rodea? ¿Él, que casi no se acuerda de la alimentación de su cuerpo, y al que el torrente impetuoso de la imaginación lleva más allá de las orillas de la vida cotidiana? Me ha dicho:
«Cuando abro los ojos, suspiro, pues todo lo que veo es contrario a mi culto28, y me veo forzado a despreciar a este mundo incapaz de comprender que la música es una revelación superior a toda sapiencia y a toda filosofía. Sí, como un vino generoso, la música da la inspiración, y yo soy el Baco que vendimia el vino con que la humanidad se embriaga29. Una vez en ayunas, no hay en ella más que una mezcla indigesta de ideas confusas30. No tengo amigos, mi vida debe transcurrir solitaria, pero sé que Dios está más cerca de mí en mi arte que de los demás31. Marcho sin temor con él, pues siempre le he reconocido y comprendido. En cuanto a mi música, no siento ninguna inquietud por ella, nada malo puede sucederle32. El que la ha comprendido una vez debe sentirse libre de todas las miserias en que los demás se debaten»33.
Esto es lo que me ha dicho Beethoven la primera vez que le he visto. Oyéndole hablar con una franqueza tan amistosa, a mí, que para él debía de ser tan poca cosa, me sentí penetrada de un profundo sentimiento de respeto, y a la vez de un gran asombro, pues me habían dicho que era totalmente misántropo y que no hablaba con nadie; temían hasta conducirme a su lado; tuve que buscarle sola. Tiene tres domicilios, donde se esconde alternativamente: uno en el campo, otro en la ciudad y otro sobre las murallas. Es aquí donde le encontré, en el tercer piso. Entré sin ser anunciada; estaba al piano; me identifiqué; fue muy amable y me preguntó si quería oír una canción que acababa de componer. Entonces la cantó con una voz áspera y penetrante, que llenaba de tristeza al que la oía: «¿Conocéis el país?…» – «¿No es cierto que es hermoso –dijo con entusiasmo–, verdaderamente hermoso? Voy a repetirlo una vez más». – Se alegraba de mi aprobación ilimitada. «La mayoría de los hombres se emocionan con lo que es bello –dijo–, pero no son naturalezas artísticas. Los artistas son de fuego; no lloran». Me cantó entonces otra de sus canciones, que acaba de componer: «¡No os sequéis, lágrimas del eterno amor!». Me acompañó a mi casa, y en el camino dijo muchas cosas bonitas sobre el arte; pero se paraba en mitad de la calle, y hablaba tan alto que realmente había que tener valor para escucharle; pero se expresaba con mucha animación y de una manera demasiado emocionante, para que yo también me olvidase de que estábamos en la calle. Se asombraron mucho al verle entrar conmigo en medio de un numeroso grupo de invitados que teníamos a cenar. Después de la comida se sentó por su propia voluntad al piano y tocó larga y admirablemente; el orgullo y el genio hablaban a la vez. En estos momentos de inspiración, lo que su espíritu crea es inconcebible; sus dedos ejecutan lo imposible. – Desde entonces viene todos los días a mi casa o voy yo a la suya. Esto me hace descuidar el mundo, las galerías, los teatros y hasta la torre de San Esteban. – Beethoven me dijo: «¡Eh!, ¿qué es lo que queréis ir a ver allí? Os iré a buscar y pasearemos por la tarde en la alameda de Schoenbrunn». Ayer fui con él a un encantador jardín lleno de flores; todos los invernaderos estaban abiertos; el aire estaba perfumado; Beethoven se paró bajo un sol ardiente y dijo34:
«Las poemas de Goethe ejercen sobre mí una gran influencia, no solamente por su contenido, sino por su ritmo. Me siento dispuesto y estimulado a componer para esta lengua que se organiza en una alta disposición, como una arquitectura edificada por la mano de los espíritus, y que lleva ya en ella el secreto de las armonías. Es entonces, después del fuego brillante del entusiasmo, cuando debo ocuparme de la melodía, que se escapa en todos los sentidos. La persigo, la estrecho de nuevo con pasión; pero huye y se pierde en el caos de las impresiones; pronto vuelvo a alcanzarla con un ímpetu renovado, no puedo separarme de ella, debo multiplicarla en un espasmo de éxtasis, en todas las modulaciones, ¡y en el último momento triunfo sobre ella, la poseo después de perseguirla! Y mirad, es una sinfonía35. Sí; la música es realmente la mediadora entre la vida de los sentidos y la vida del espíritu. Me gustaría hablar con Goethe. ¿Me comprendería él? La melodía es la vida sensual de la poesía. ¿No es la melodía la causa por la que el contenido espiritual de una poesía se infiltra en nuestros sentidos? ¿La melodía de Mignon no comunica la completa Stimmung sensual del lied? ¿Y esta impresión sentida no excita el espíritu para nuevas creaciones?36.
»El espíritu se extiende hasta una generalidad sin límites. Se forma toda una capa de sentimientos suscitados por el simple pensamiento musical, que de otra forma desaparecerían sin dejar huellas. Es la armonía. Esto es lo que está expresado en mis sinfonías; mezcla de formas múltiples que, fundiéndose y amalgamándose en un todo, se dirigen juntas hacia el mismo fin. Entonces verdaderamente la presencia de algo eterno, infinito, impalpable, se deja sentir, y aunque haya logrado en cada una de mis obras el sentimiento del éxito, en el momento en que el último golpe de los timbales impone a mis oyentes mi convicción y mi satisfacción, experimento, como un niño, el eterno deseo de recomenzar lo que me parecía terminado.
»¡Habladle de mí a Goethe! ¡Decidle que debe oír mis sinfonías! Él me concederá que la música es la única, la inmaterial entrada en un mundo más alto del saber; donde el hombre se encuentra envuelto y sin poderlo asir. Para que el espíritu la pudiera concebir en su esencia, es necesario que tenga el sentimiento del ritmo; gracias a la música tenemos el presentimiento de la inspiración de las cosas divinas. Y lo que el espíritu recibe de ella por los sentidos es una revelación espiritual reencarnada. Bien que el espíritu viva, como el cuerpo, del aire; sin embargo, es otra cosa hacérselo comprender.
»Pero cuando más encuentra el alma su alimento, más madura el espíritu, y llega a un feliz entendimiento con ella. Pocos alcanzan esto, pues lo mismo que millares de criaturas creen casarse por amor y no tienen ni una sola vez la revelación del amor –aunque todas lo profesen–, lo mismo millares de individuos hacen profesión de la música sin tener la menor intuición. Contiene en ella misma los gérmenes del sentido moral, como están contenidos en todas las artes; una creación verdadera es moralmente un progreso37. Someterse a sus leyes impenetrables, refrenar en virtud de ellas su propio espíritu, a fin de que derrame las manifestaciones: he aquí el principio del arte. Separarse de sus manifestaciones es abandonarse al principio divino, que en la calma ejerce su poder sobre la furia de las fuerzas indomables, y presta así a la imaginación su más alta eficacia. El arte representa siempre a la divinidad, y los contactos de los hombres con él son una religión; lo que nosotros adquirimos por el arte viene de Dios, inspiración divina que da a las facultades humanas un objetivo que alcanzar.
»La inteligencia, como el grano de trigo, necesita un terreno húmedo, cálidamente eléctrico, para crecer, para pensar, para expresarse. La música es el suelo eléctrico en que el espíritu vive, piensa, crea. La filosofía es un producto de este espíritu eléctrico; su propia indigencia, que quiere basar todo en un principio original, está realizada, aunque el espíritu no sea dueño de lo que él crea para ella; es, sin embargo, feliz en esta creación, y lo es también en toda creación espontánea del arte; independiente del artista, más poderosa aún que él, lleva a la divinidad, y no sostiene al hombre más que para dar testimonio de la acción de Dios en él. La música da al espíritu la idea de la armonía. Un pensamiento separado le ha hecho ya concebir un conjunto, una proximidad; así, cada pensamiento en la música está en contacto íntimo, inseparable, con el conjunto de la armonía, que es la unidad. – Todo lo que es eléctrico lleva al espíritu a una creación musical, activa, desbordante. – Yo soy de naturaleza eléctrica. Pero ¡basta ya de esta sabiduría mía en el aire!; de lo contrario, me podría quedar a un lado del objetivo final38. Escribid a Goethe de mi parte, si me comprendéis, pero yo no puedo responder de nada, y deseo también de todo corazón que él me instruya»39.
Le he prometido transmitirte todo en cuanto pueda hacerlo. Me llevó a un ensayo de música con gran orquesta40; yo estaba sola en un palco, al fondo de una amplia sala oscura; aquí y allá, algunos rayos de luz […].
Es aquí donde vi a este maravilloso genio conducir su regimiento. ¡Oh!, Goethe, ningún emperador, ningún rey tiene, tanto como Beethoven, la consciencia de su poder y el sentimiento de que toda fuerza viene de él. Si le comprendiese tan bien como le siento, ahora lo sabría todo. ¡Él estaba allí de pie, armado de una resolución tan firme! Sus movimientos, su rostro, terminaban de imprimir a su obra el sello de la perfección; evitaba las menores faltas, los menores errores de interpretación; ningún soplo se producía arbitrariamente, la maravillosa presencia de su espíritu transformaba todo en una actividad premeditada y consciente. Se podría profetizar que un día, en un perfeccionamiento ulterior, reaparecerá como amo del mundo.
Ayer por la tarde escribí todo lo que precede y esta mañana se lo he leído. – «¿He dicho yo todo eso? –dijo–; entonces es que he tenido un raptus»41. – Ha releído mi carta atentamente, borrando, escribiendo entre las líneas, porque tiene mucho interés en que tú le comprendas.
Ahora, alégrame con una rápida respuesta que le demuestre a Beethoven que tú le aprecias. Nuestro plan, tú lo sabes, había sido hablar sobre música; yo también lo deseaba, pero ahora sé, gracias a Beethoven, que no soy digna de ello.
BETTINA
Hemos querido dar este documento al completo, a pesar de su extensión, ya que es imposible silenciarlo bajo el pretexto de que su estilo literario final no es evidentemente beethoveniano, o citar los pasajes más llamativos e ignorar sus conexiones con el resto. El lector ha encontrado nuestra opinión en las notas; es él quien tiene que formarse la suya propia sobre la naturaleza y la importancia del mensaje que Beethoven ha encargado a Bettina para Goethe y sobre el grado de fidelidad con que Bettina –póstumo o no– lo ha transmitido.
De lo que no existe ninguna duda, desde luego, es de la importancia que Bettina adquirió en unos días en la vida de Beethoven. En su carta a Bihler, Bettina dice que Beethoven le pidió que le escribiera por lo menos una vez al mes, porque, aparte de ella, no tiene ningún amigo. Además, el doctor Bertolini, que fue amigo de Beethoven entre 1806 y 1816, y su médico, nos dice que Beethoven tenía siempre o casi siempre una pasión, y cita tres: Cristina Frank-Gerardi y Giulietta Guicciardi en la época anterior a 1806 y Bettina en el periodo siguiente. Esto no quiere decir ciertamente que Bettina haya sido su amor más grande de esos años, pero nos confirma que Bettina no exageró al referir el comportamiento de Beethoven hacia ella durante su breve estancia, y que no tuvo necesidad de trucar las cartas llenas de ternura que Beethoven le escribió.
Precisamente en la irrupción de Bettina en su existencia es en lo que piensa Beethoven cuando escribe el 9 de julio de 1810:
268 / Querido Z.[meskall], vos viajáis y yo debo ir al campo por motivos de salud. Mientras tanto, aquí todo está patas arriba. El señor (¡el archiduque!) quiere tenerme a su lado, – ¡pero el arte también! Tengo un pie en Schoenbrunn y el otro aquí; a diario me llegan nuevas peticiones del extranjero. Nuevos conocimientos, nuevas relaciones, hasta bajo el aspecto artístico. Más de una vez he creído volverme loco por mi inmerecida gloria. La felicidad me persigue, – y tengo miedo, por esta razón, a una nueva desgracia.
BEETHOVEN
El tono es completamente distinto al de la última nota a Gleichenstein. Beethoven es feliz de nuevo; trabaja en el último movimiento victorioso de este 11.º Cuarteto, abierto sobre una discusión tan trágica –y que dedicará a Zmeskall, su cabeza de turco, pero su confidente de siempre–. Pero la felicidad no disminuye su desconfianza, y más aún cuando la situación financiera se ensombrece. Vencida, devastada, afligida por una pesada indemnización de guerra, Austria se enfrenta a una terrible crisis económica que terminará en devaluación42. La renta de Beethoven se abona irregularmente, dado que Lobkowitz atraviesa una crisis personal, además de la crisis general; su amor por el arte, la música y el teatro no va más allá que su considerable fortuna, y al año siguiente se ve al borde de la ruina, obligado a aceptar una resolución judicial. ¿Es a las mezquindades financieras de sus «mecenas» o a las mezquindades de su conducta y de su humanidad a las que se dirige esta fórmula lapidaria puntuada con un obligado arrepentimiento?
269 / No existe en el mundo cosa más pequeña que nuestros Grandes – (pero exceptuando al archiduque).
BEETHOVEN
(Carta del 21 de agosto de 1810 a Breitkopf y Härtel desde Baden)
Y en la misma carta expresa su preocupación:
270 / ¡Que se vaya al diablo la «economía musical»! No tengo por objetivo, como parecéis creer, convertirme en usurero del arte musical que escribe solamente para hacerse rico. – ¡No, ciertamente no! – Pero quiero una vida independiente, y esto no lo puedo tener más que con un pequeño peculio.
BEETHOVEN
Pero las preocupaciones no le impiden escribir a Bettina su primera carta, sobre cuya autenticidad ya nos hemos manifestado.
271 / Viena, 11 de agosto de 1810.
¡Muy querida Bettina! [Theuerste Bettina!]
No hay primavera más hermosa que la de este año, os lo digo y lo siento así, porque es cuando os he conocido. Habréis visto vos misma que me encuentro en sociedad como un pez en la arena; se debate, se revuelve, y no se puede escapar hasta que una benevolente Galatea le vuelve a echar al poderoso mar43. Sí, estaba seco, Bettina querida [liebste Bettina], me habéis sorprendido en un instante en el que el desánimo era mi dueño, pero ciertamente se ha desvanecido ante vuestra vista y me he visto desembarazado de él; pertenecéis a otro mundo, no a este mundo absurdo, al que, con la mayor buena voluntad, no se pueden abrir los oídos44. ¡Soy un hombre miserable, y me quejo de los demás! – Vos me lo perdonaréis con el buen corazón que se lee en vuestros ojos y con vuestra razón, que se asienta en vuestros oídos45; – al menos, vuestros oídos saben halagar escuchando. Mis orejas son, por desgracia, un tabique a través del cual no puedo tener ninguna comunicación amistosa, por pequeña que sea, con los hombres. ¡Si no!, – ¡es posible!, – me habría abandonado antes a vos. De esta forma tan sólo he podido captar la mirada inteligente de vuestros ojos, que me ha impresionado tanto que no conseguiré olvidarla nunca. – ¡Querida Bettina, muchacha querida [liebstes Mädchen]!, – ¡el Arte! – ¿quién lo alcanza?, – ¿con quién se puede hablar de esta gran diosa?46 – Qué queridos me resultan los pocos días en que hablábamos, o mejor, nos comunicábamos juntos; he guardado todos los papeles47 donde están vuestras espirituales y queridas respuestas queridas [lieben liebsten]. Así pues, debo a mis oídos enfermos que lo mejor de estas desvanecidas charlas esté escrito. – Después de vuestra marcha he tenido horas de tristeza, horas de sombra, donde no se puede hacer nada48. He vagado al menos tres horas alrededor de la alameda de Schoenbrunn después de vuestra partida49; pero ningún ángel ha venido a mi encuentro, que se haya apiadado de mí [o que me haya embrujado con su encanto]50, cómo Tú, el Ángel51; – perdóname, Bettina querida, este desvío fuera de tono; necesito estas expansiones para dar aire a mi corazón. Y a Goethe le habéis escrito respecto a mí, ¿no es cierto? – Si pudiera esconder mi cabeza en un saco, donde no oiría ni vería nada de lo que sucede en el mundo, puesto que tú, Ángel querido [liebster Engel], tú no vendrás a mi encuentro. ¿Pero recibiré al menos una carta vuestra? La esperanza me mantiene; mantiene seguramente a medio mundo, y he vivido con ella toda mi vida; si no, ¿dónde estaría yo? – Os envío aquí, escrito por propia mano, «Kennst du das Land?» [¿Conoces el país…?], como un recuerdo de la hora en que he aprendido a conoceros; envío también la otra, que he compuesto después de despedirme de ti, ¡querido corazón amado [liebes liebstes Herz]!
Corazón, mi corazón, qué se puede decir.
¿Quién te empuja tan fuerte?
¿Qué vida nueva y extraña?
No te reconozco52.
Sí, Bettina querida, respóndeme enseguida, escríbeme, qué va ser de mí después de que mi corazón se haya vuelto tan rebelde. Escribid a vuestro muy fiel amigo,
BEETHOVEN
¿Cómo acogió Bettina esta carta, donde el amor se disimula tan mal? Hacía tiempo que estaba solicitada en matrimonio por Achim von Arnim –que había publicado cuatro años antes, en colaboración con Clemens Brentano, la célebre recopilación de las baladas populares Das Knaben Wunderhorn (La trompa mágica del niño)–; cuando ella se fue de Viena, Arnim se reunió con ella y renovó su compromiso, al que ella le había hecho esperar que respondería favorablemente. Ante el gran desconcierto de Arnim, Bettina declaró que «debía consagrarse a la gran misión de su tiempo, a la música», y que por lo demás, «no distinguía lo que sucedía en su corazón». Si unimos a estas palabras las frases de la carta de Bihler, mediremos la sacudida afectiva que el encuentro con Beethoven había ocasionado a Bettina. Si ella se hubiese quedado en Viena, si hubiese vuelto a ver a Beethoven en los meses siguientes…53.
Pero mientras Beethoven vive solitario en la gran ciudad, Bettina no está nunca sola. Cuando Beethoven le escribe, el 11 de agosto, Bettina está pasando dos días en Toeplitz, en Bohemia, al lado de Goethe, y se puede leer en el libro de Romain Rolland de qué forma tan lúbrica este sexagenario, que representa con ella el papel del buen padre de familia, se toma estos días con Bettina familiaridades capaces de desequilibrarla. Pero no será a Goethe ni a Beethoven a quien ella se entregue; en un movimiento que era finalmente como un reflejo de buena salud para no dejarse embrujar, Bettina acepta la petición de Achim von Arnim. Se promete a él el 4 de diciembre de 1810; se casarán el 11 de marzo de 1811, y Bettina se comportará como la correcta esposa de un hombre al que nunca amó con pasión.
A finales de julio Bettina había terminado, de todos modos, por enviar a Goethe esta larga carta, empezada el 7 y terminada el 28 de julio, donde ella le hablaba de Beethoven. Seguramente en aquellos días del mes de agosto pasados en Toeplitz Bettina habló también de Beethoven a Goethe. Debió de intentar hacerle compartir el entusiasmo de su descubrimiento. Ella sabía el valor que habría tenido para Beethoven la amistad de Goethe, y presentía posiblemente que Goethe tenía aún más que ganar con el descubrimiento de Beethoven.
Pero por este lado Goethe estaba bien cubierto; uno de sus amigos íntimos era el músico berlinés Zelter. Y en todo lo concerniente a la música, Zelter era, ante los ojos de Goethe, como un oráculo. He aquí lo que Zelter pensaba de Beethoven:
272 / Con admiración y espanto vemos en el horizonte del Parnaso un fuego fatuo, un talento de la mayor importancia, como Beethoven, empuñar la maza de Hércules para aplastar las moscas. Nos asombramos al principio, después alzamos los hombros ante la muestra de este talento, que no pretende más que dar consistencia a bagatelas.
ZELTER
(Carta a Goethe del 12 de noviembre de 1808)
273 / [El oratorio del Cristo en el monte de los Olivos es] una impudicia, cuyo fondo y final son la muerte eterna. Conozco aficionados a la música que estaban en otro tiempo alarmados y hasta indignados oyendo estas obras; ahora sienten por ellas una pasión análoga a la de los adeptos del amor griego.
ZELTER
(Carta a Goethe de septiembre de 1812)54
Goethe era bastante sensible a esta estupidez masiva de Zelter, teniendo en cuenta que, particularmente en estos años de 1810-1812, en que se sitúan sus relaciones con Beethoven, su miedo senil a toda novedad literaria o estética adquiría la forma de un furor enfermizo. Zelter estaba justamente en Toeplitz, cerca de Goethe, cuando llegó Bettina. Debió encolerizarla, pues todo el invierno siguiente, que ella pasará en Berlín, rehusó tomar lecciones de armonía con él; le abrumó con sarcasmos y le trató de «filisteo» en sus cartas a Goethe. Desde ese momento Bettina –y Beethoven– había perdido la partida ante Goethe. Zelter había hablado, y la decisión estaba ya tomada.
A pesar de todo, Bettina no abandona la partida. El día de Navidad de 1810 le envía a Goethe una nueva carta (de la que tenemos esta vez el texto íntegro completo), que es un largo alegato a favor de Beethoven.
274 / Zelter no deja pasar el fielato a nadie que él no comprenda. Todos quieren expresarse razonablemente en música, y la música es, propiamente hablando, lo que comienza ahí donde la razón ya no llega […]. Tal es ahora el estado de la música. El genio es siempre solitario y desconocido, pues se ha hecho él mismo su camino, no a plena luz, sino casi sin darse cuenta y sin tener consciencia de sí mismo.
Hacen falta muchos hombres para que aparezca un genio. Y en compensación, el genio debe tener una acción viva y persistente […]. Sin público no hay música […].
Ahora es asunto del corazón, donde debe resonar el espíritu de la música, según la estructura de cada corazón. Pero ¿qué músico puede conservarse lo suficientemente inocente y puro para aprobar aquello que es bueno? […]. Zelter debe evitar oponerse a Beethoven; se pone tenso frente a la música, como una pieza de madera. Lo que es conocido, él lo tolera, no porque lo comprenda, sino porque está acostumbrado a ello, como el asno a su carga cotidiana […]. Todo arte obliga a rechazar la muerte, a guiar al hombre al firmamento; pero ahí donde los filisteos montan guardia alrededor se siente humillado y con la cabeza rapada; lo que debe ser libre voluntad y libre vida no es más que mecanismo, y desde entonces se puede aguardar en vano, y creer y esperar; y no saldrá nada de ello.
Lo único que consigue Bettina con esta última tentativa será perder su crédito ante Goethe. Las relaciones se enfrían, y se prevé ya la gran discusión que estallará entre ellos en septiembre de 1811.
275 / Muestras demasiadas veces una obstinación realmente cerrada, y especialmente en lo que se refiere a la música; tú te fabricas en tu pequeña cabezota caprichos inverosímiles, sobre los que no te quiero sermonear ni mortificar.
GOETHE
(Carta a Bettina de 11 de enero de 1811)55
1811
Sin duda Bettina no le ha dicho nada a Beethoven de la resistencia que ha encontrado por parte de Goethe; en represalia, se debió desahogar en sus cartas sobre la estupidez de Zelter y de los estetas berlineses. Lo curioso es que Bettina, que conoce a tanta gente, que se interesa por tantas cosas, de la que sus detractores dicen que es tan fútil y tan ligera, que acaba además de prometerse, encontrara tiempo para escribir dos cartas a Beethoven desde el mes de agosto. Beethoven no le escribe por segunda vez hasta febrero. Bien es verdad que sabemos pocas cosas de él en este principio del invierno de 1811, sólo algunas cartas a editores y algunas notas a Zmeskall; y también que va a terminar, y a poner fecha del 3 de marzo de 1811, el Trío en si bemol mayor, opus 97 (al archiduque Rodolfo).
276 / Viena, 10 de febrero de 1811.
¡Querida, querida Bettina!:
Tengo ya dos cartas vuestras, y veo, según vuestra carta a Toni [Antonia Brentano], que os acordáis de mí. – He llevado
vuestra carta primera durante todo el verano conmigo, y muchas veces me ha hecho feliz; aunque no os escriba con frecuencia, y aunque no queráis nada absolutamente de mí, os escribo mil veces con el pensamiento. – Como os encontráis en Berlín, en plena vida mundana, podía dudar, a pesar de haberlo visto escrito por vos; peroratas y habladurías sobre arte, ¡pero sin actuar! El mejor resumen se encuentra en la poesía de Schiller Los ríos, allí donde el Spree habla56. Os casáis, querida Bettina, ya está hecho, y no he podido veros antes ni una sola vez; que hacia vos y hacia vuestro marido discurra toda la felicidad con que el matrimonio bendice a los casados. – ¿Qué debo decir de mí? Grito con Juana57: «¡Deplora mi Destino!». Si salvo aún para mí algunos años de vida, entonces quiero agradecer, como para el resto del bien y del mal, al que lo abarca todo en Él, al Altísimo. – Para Goethe, si le escribís respecto a mí, buscad todas las palabras que le expresen mi respeto y mi admiración más profundos; estoy a punto de escribirle a él mismo respecto a Egmont, cuya música he compuesto, y esto únicamente por amor a sus poesías que me hacen feliz; también, ¿cómo agradecer bastante a un gran poeta, joya la más preciada de una nación? – Ahora, nada más, querida y buena B.; he vuelto esta madrugada, a las cuatro, de una bacanal, donde he reído mucho, para hoy llorar casi tanto; a veces la alegría ruidosa me arroja con violencia en mí mismo. – En cuanto a Clemens, muchas gracias por su atención y por la cantata; el asunto no es bastante importante para nosotros aquí; en Berlín es otra cosa. – En cuanto a afición, la hermana del susodicho [Clemens] tiene tanta que no queda demasiado para el hermano; ¿será suficiente para que pueda servirle? – Ahora, adiós, querida, querida B., os beso [aquí sigue algo completamente tachado] en la frente, e imprimo en ella, como en un sello, todos mis pensamientos para vos. – Escribid pronto, pronto, con frecuencia, a vuestro amigo
BEETHOVEN
Esta vez Bettina tarda en transmitirle a Goethe el mensaje de Beethoven; hay que decir que se casa el 11 de marzo, y lógicamente este acontecimiento altera un poco su empleo del tiempo; por eso tarda dos meses en participárselo a Goethe. Al fin, el 11 de mayo se decide a notificárselo –su matrimonio–, y en la misma carta anuncia a Goethe el envío de la música de Egmont, mezclando al elogio de Beethoven el halago indispensable de ella misma, con objeto de retener la atención de Goethe.
277 / No quiero decir nada malo de aquellos a los que llamas tus amigos. Pero Beethoven no es de estos últimos, y es un ingenuo; ha recibido de ti una rica bendición: te ha interpretado con todas las fuerzas de una naturaleza libre; un testigo vivo de la todopoderosa.
BETTINA
Hacia esta fecha, Goethe había recibido ya un mensaje más directo. Desde hacía algunos años, Beethoven contaba entre sus amigos a un joven cultivado, inteligente, buen músico: Franz Oliva58. De tarde en tarde se sirvió de él como de un secretario. Es a él a quien Beethoven encarga entregarle a Goethe en propia mano la carta en la que le anunciaba el envío de la música de Egmont –que finalmente será retrasada para su impresión hasta principios de 1812–, carta con fecha de 12 de abril.
Goethe no se había dignado siquiera acusar recibo de los lieder opus 75 y 83 que Bettina le había remitido el año anterior. Pues, como hacia quienquiera que no ocupase una digna situación en la buena sociedad, su excelencia el consejero íntimo Von Goethe parecía tener como regla inamovible de conducta comportarse como un pillo59. Sin ofenderse por el silencio, Beethoven le escribe humildemente:
278 / Viena, 12 de abril de 1811.
¡Excelencia!:
La ocasión es apremiante, en el momento en que uno de mis amigos, gran admirador vuestro como yo mismo, se va de aquí rápidamente y no me deja más que un breve instante para expresaros mi agradecimiento por el mucho tiempo que hace que os conozco –os conozco, en efecto, desde mi infancia–: ¡es poco para tanto!
Bettina Brentano me ha asegurado que me acogeríais con benevolencia, incluso con amistad. ¿Pero cómo podría pensar yo en semejante acogida, cuando soy solamente capaz de aproximarme a vos con el mayor respeto, con un inexplicable y profundo sentimiento hacia vuestras magníficas creaciones?
Recibiréis próximamente desde Leipzig, por medio de Breitkopf y Härtel, la música destinada a Egmont, que he repensado a través de vos, profundamente ensayado y puesto música, habiéndome entusiasmado con él desde el momento en que lo he leído. Deseo firmemente conocer vuestro criterio; hasta la crítica será beneficiosa para mí y para mi arte, y será acogida con agrado, como si fuera la mayor lisonja.
De Vuestra Excelencia gran admirador,
LUDWIG VAN BEETHOVEN
El 4 de mayo de 1811, Oliva, portador de la carta de Beethoven, llega a Weimar. Goethe le invita a cenar, porque Oliva era un joven de buena familia, que tenía acceso a los círculos de la alta banca. Después de la cena, Oliva se sentó al piano e interpretó a Beethoven. Durante ese tiempo Goethe recorre con la vista la habitación, en compañía de su amigo Boisserée, y miran los cuadros del pintor Runge. Boisserée ha conservado para nosotros el diálogo, en el que la pintura de Runge y la música de Beethoven son condenados con idéntica presunción.
279 / GOETHE.–Qué, ¿no conocéis esto? Pues bien, ¡mirad! ¡Es para ponerse furioso! Hermoso y loco a la vez.
BOISSERÉE.–Sí, totalmente igual a la música de Beethoven que éste toca ahí.
GOETHE.–Precisamente. Esto quiere abarcar todo, y eso se pierde siempre en lo elemental. A decir verdad, infinitas hermosuras en el detalle… ¡Qué trabajo tan diabólico! Y aquí, de nuevo, ¡todo lo que el divertido [Kerl] ha derramado de gracia y esplendor! Pero el pobre diablo no lo ha podido conseguir; ¡ya está acabado! ¡Imposible que no fuera así! El que se mantiene de ese modo sobre la guillotina debe perecer o volverse loco; ¡no hay piedad [Gnade]!
[Silencio; después:]
GOETHE.–¡Vos no podéis saber!; para nosotros, ya viejos, es para volverse locos furiosos cuando tenemos que ver a nuestro alrededor este mundo delicuescente que vuelve a lo elemental, hasta –¿Dios sabe cuándo?– ¡un renovado paraíso!…
Pese a todo, esta vez Goethe responderá a Beethoven. Porque a finales de junio está en Karlsbad, y en Karlsbad encuentra a dos príncipes que opinan lo mejor de Beethoven: Kinsky y Lichnowsky (que ha olvidado el gran enfado de octubre de 1806). Desde el momento que Beethoven tiene amigos de esta categoría, más vale ser cortés. Y el 25 de junio Goethe le escribe, en términos corteses y afectuosos:
280 / La buena Bettina bien merece la simpatía que le habéis demostrado. Habla de vos con el transporte y la simpatía más viva. Cuenta las horas que ha pasado con vos entre las más felices de su vida. [Por su parte, él aguarda con placer la partitura de Egmont.]
Espero proporcionar una gran satisfacción, tanto a mí como a vuestros numerosos admiradores en esta comarca [y si el propio Beethoven viene a Weimar, será bien recibido].
Con toda seguridad, encontraréis en Weimar una recepción digna de vuestros méritos. Pero nadie está más interesado en vuestra venida que yo, que os expreso mi cordial agradecimiento por tanto bien como he recibido ya de vos.
GOETHE
Para ser equitativo con Goethe, hay que añadir que no era el único espíritu grande de la época que sentía una aversión que podía llegar hasta la repugnancia por la música de Beethoven. Stendhal, al que la guerra de Wagram había traído a Viena, igual que a Trémont, escribía en 1809:
281 / Cuando Beethoven y el mismo Mozart han acumulado las notas y las ideas, cuando han buscado la cantidad y la extravagancia de las modulaciones, sus sinfonías sabias y llenas de rebuscamiento no han conseguido ningún efecto; sin embargo, cuando han seguido los pasos de Haydn, han tocado todos los corazones.
STENDHAL
Todavía Stendhal, aunque más apasionado por la música que Goethe (que, sin embargo, se preciaba mucho de interesarse sobremanera por ella), no es más que un escritor, como Goethe. Pero el 21 de mayo de 1810 Karl María von Weber escribía al editor de música Hans Georg Naegeli, de Zúrich:
282 / Parecéis ver en mí, después de mi Cuarteto y mi Capricho, un imitador de Beethoven. Este juicio, muy halagador según algunos, no me resulta del todo agradable. En primer lugar, odio todo lo que lleva la marca de la imitación, y en segundo lugar, difiero mucho de Beethoven en mis objetivos como para que pueda nunca encontrarme con él. El don brillante, y casi increíble, de inventiva que le anima se acompaña de tal confusión en las ideas y en su forma de ordenarlas que sus primeras composiciones solamente me gustan, mientras que las últimas no son para mí más que un caos confuso, una lucha incomprensible para encontrar lo nuevo, a través del cual brillan algunas chispas de genio, que muestran lo grande que podría ser si hubiese querido refrenar la exuberancia de su fantasía. Mi naturaleza no se inclina a saborear el gran genio de Beethoven, creo poder defender mi música en relación a la lógica y el arte oratorio, y producir por un solo fragmento una impresión determinada.
WEBER60
Y Weber no era el más violento. Tenía un homónimo, Dionys Weber, sensiblemente mayor, que era el fundador y el director del Conservatorio de Música de Praga, y que desde la Tercera Sinfonía había disparado contra Beethoven un anatema parecido al de Zelter.
283 / Entre los que estaban más escandalizados por la Heroica hay que contar a Dionys Weber. Más tarde también, cuando las peleas hubieron cesado y la obra prevaleció, Beethoven se divertía contando cómo en vida de Dionys Weber la Sinfonía Heroica había sido declarada obra contraria a las buenas costumbres en el Conservatorio de Praga. Y así hasta cuarenta años después de su existencia esta sinfonía no fue interpretada por primera vez en Praga. El viejo director del Conservatorio no era ya de este mundo. Abatido por las disonancias de Beethoven, desapareció a la edad de setenta años.
SCHINDLER
Empero, los Goethe, los Zelter, los Dionys Weber y tantos otros son incapaces de impedir una nueva generación que reconoce en Beethoven a alguien que le permite expresarse completamente.
Lo mismo que Goethe se siente traicionado por Bettina, Dionys Weber se verá impotente para preservar de la «viruela beethoveniana» a su mejor alumno, un joven israelita de Praga: Ignaz Moscheles61. Romain Rolland ha relatado su conversión con mucha amenidad:
284 / El profesor de Moscheles, Dionysius Weber, prohibía a sus alumnos leer nada fuera de J. S. Bach, Mozart y Clementi. Moscheles oyó hablar a sus camaradas de un nuevo compositor que fabricaba las «máquinas más extrañas», «una música barroca en oposición a todas las reglas», «de tal manera que nadie podía ni interpretarla ni comprenderla». El pequeño Moscheles se procura a escondidas la Sonata Patética. La novedad de estilo le sorprende y le fascina. Pide una copia, pues no era lo bastante rico para comprarla, y comete la imprudencia de traicionar su entusiasmo ante su maestro. Dionysius Weber, indignado, le prohibió formalmente tocar o leer esas «producciones excéntricas». Pero ya era tarde: el pequeño músico había saboreado el fruto prohibido, y durante el resto de su vida no pudo olvidar su sabor. Sin tener en cuenta la orden expresa de su maestro, se procuró en secreto las obras de Beethoven a medida que aparecían. «Y encontré en ellas –dijo– un consuelo y una alegría que ningún otro compositor me había proporcionado».
ROMAIN ROLLAND
(Las grandes épocas creadoras, I, pág. 113)
En 1808-1809 Moscheles viene a Viena. Aún no tiene quince años. Arde en deseos de conocer a Beethoven, pero todo el mundo le dice que Beethoven es inabordable, que no admite alumnos, etc. Por fin, hacia 1810-1811, Moscheles encuentra por casualidad a su dios en casa del editor Artaria; Beethoven sólo le concede una distraída atención, y no se harán amigos hasta bastante más tarde.
285 / Beethoven me dirigió un saludo amistoso con la cabeza, y dijo que había oído hablar de mí en términos favorables. A las palabras que pude balbucir con modestia no respondió nada. Y pareció querer acabar la conversación. Yo me escabullí, sintiendo un deseo más grande todavía que el que experimentaba antes de este encuentro, y pensé: «¿Soy realmente tan insignificante como para que él no me haya hecho ni una pregunta sobre música ni manifestado el deseo de saber quién ha sido mi maestro, o si tengo algún conocimiento de sus obras?».
La única explicación que encontré, para consolarme de esta indiferencia y podérmelo explicar, fue que Beethoven estaba predispuesto a la sordera, pues me había dado cuenta de que Artaria le hablaba al oído. Tomé, pues, la resolución de seguir a Beethoven en todas las manifestaciones de su genio, ya que me era imposible tener con él la intimidad que tanto había deseado. No falté nunca a ninguno de sus cuartetos Schuppanzigh, a los que él iba a menudo, ni a los maravillosos conciertos del Augarten, donde él mismo dirigía sus sinfonías. Le oí tocar también en diferentes ocasiones, lo que hacía muy raramente, tanto en público como en las sociedades privadas […]. Le encontré varias veces en las casas de los señores Zmeskall y Zizius, dos de sus amigos, cuyas reuniones musicales atrajeron al principio la atención pública sobre las obras de Beethoven; pero en lugar de un conocimiento más íntimo con el gran [hombre], tuve que conformarme con un saludo distante de su parte.
MOSCHELES
Bettina, Goethe, Moscheles… Unos huyen de él y lo denigran; otros le admiran de lejos, y él se limita a pasar al lado de su amistad –provisionalmente al menos–, sin sospecharla. Escribe cartas llenas de ternura a una de las mujeres más inteligentes y más entusiastas que haya encontrado, y ella se casa con otro. Pero ¿qué es lo que pasa en la vida de Beethoven? Tenemos que resignarnos de una vez por todas a estos vacíos; entre los testimonios exteriores sobre él y la intimidad con él, a la que nos conduce su música. Ese espacio no está ocupado la mayoría de las veces. Durante estos meses de 1811 las notas a Zmeskall y las cartas a sus editores apenas nos muestran nada. Una vez anota en su cuaderno:
286 / El algodón en las orejas, mientras estoy sentado al piano, adormece el zumbido de mi oído enfermo.
BEETHOVEN
Otra vez es Thomson, su editor de Edimburgo, el que le propone poner música a una célebre cantata que conmemora la victoria de Nelson en el estrecho de Sund en 180162.
287 / Por la cantata sobre la batalla en el mar Báltico pido 50 ducados; pero con la condición de que el texto original no sea ofensivo para los daneses; en caso contrario, no podría ocuparme de ello63.
BEETHOVEN
(Carta en francés a Thomson del 20 de julio de 1811)
288 / Para la cantata de la batalla del mar Báltico […] es necesario que el texto esté especialmente bien escrito.
BEETHOVEN
(Carta en francés a Thomson el 29 de febrero de 1812)
En otra ocasión, Breitkopf y Härtel le proponen modificar el texto de su oratorio Cristo en el monte de los Olivos, del que no está demasiado satisfecho, y que sólo entonces se decide a publicar (hemos visto ya cómo Zelter tendrá la disparatada idea de asimilar la música a la pederastia griega). La respuesta de Beethoven es tanto más interesante, porque no vale sólo para el oratorio:
289 / El texto debe quedar en todas sus partes como estaba en su origen. Sé que el texto [del poeta Huber] es extremadamente malo; pero cuando se ha hecho un todo con un mal texto es difícil evitar con modificaciones separadas que este todo no sea destruido. Y aunque no hubiera más que una sola palabra a la que se le haya concedido gran importancia, esa palabra debe quedar. Es un autor miserable aquel que no busca y, por tanto, no llega a conseguir todo lo mejor, aunque sea de un mal texto, y cuando sea éste el caso, no serán sólo algunos cambios los que vuelvan el conjunto mejor.
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel del 22 de agosto de 1811)
290 / ¡Eh!, ¡Dios mío!, ¿es que creen en Sajonia que es la letra la que hace la música? Si una palabra inadecuada puede estropear la música –y esto es un hecho–, deberíamos alegrarnos cuando encontramos que la música y la letra forman un todo, y no deberíamos pretender hacerlo mejor, aunque la palabra en sí sea vulgar. Dixi!
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel del 28 de enero de 1812)
No sabemos nada más. Pero en el verano de 1811, en lugar de veranear en los alrededores más cercanos a Viena, como de costumbre, Beethoven parte para Toeplitz, en Bohemia, donde su médico le envía para hacer una cura, y Toeplitz, como Karlsbad, la vecina ciudad balneario, estaba tan frecuentada por los alemanes del norte y del centro como por los austriacos. Beethoven va a tener aquí una serie de encuentros.
Primero son unos amigos de Goethe: Rahel Levin, del ambiente financiero israelita de Berlín, cultivada e inteligente, que tenía uno de los principales salones de Berlín; y su prometido, el escritor Karl August Varnhagen von Ense (1785-1858), que era entonces oficial en la guarnición de Praga. Sobre la amistad que surgió entre Beethoven y Varnhagen (en parte gracias a Oliva, su amigo común, que había acompañado a Beethoven a Toeplitz) estamos informados por una carta de Varnhagen a su amigo el poeta Ludwig Uhland del 23 de diciembre de 1811.
291 / Durante los últimos días del verano he conocido en Toeplitz a Beethoven y encontrado en este hombre, al que equivocadamente creen salvaje y poco sociable, un admirable artista con un corazón de oro, un espíritu sublime y una amistad generosa. Lo que con obstinación ha negado a los príncipes64, nos lo ha concedido generosamente la primera vez: ha tocado el piano para nosotros. Me convertí enseguida en su íntimo amigo, y su noble carácter, el ininterrumpido efluvio de un soplo divino que yo creía notar con un santo respeto en su entorno inmediato, y, por otra parte, muy tranquilo, me unieron con tanta fuerza a él que no me preocupaba la incomodidad de su trato, que a veces resultaba fatigante a causa de su sordera.
Si no supiese ya por testimonios irrecusables que Beethoven es el más grande, el más profundo y el más rico de los compositores alemanes, su presencia me lo hubiera dicho, sin ninguna duda, a mí, que soy por lo demás incompetente en música. No vive más que para su arte, y ninguna pasión terrestre le impide ejercerlo; es increíblemente laborioso y fecundo. En sus paseos a pie busca los lugares abiertos, en los caminos aislados entre montañas o en el bosque; contemplando los grandes aspectos de la naturaleza, piensa en música, y su propio corazón le da alegría. Si hablo así no es para que tú puedas compararlo con otros músicos, sino para que le veas como un hombre aparte. ¡Me gustaría poder decirte hasta qué punto este hombre parecía apuesto, conmovedor, reflexivo y serio, como si un dios le abrazase, cuando tocó para nosotros unas celestes variaciones, que eran como las creaciones de un dios activo; tan puras que el artista las perdía en cuanto el sonido expiraba, y que no podía –aunque hubiese querido– confiar al papel!
VARNHAGEN
Más tarde, en sus Memorias, Varnhagen añadirá algunos detalles interesantes a esta descripción tan romántica:
292 / El hombre en sí me decía más aún que el artista, y como fui muy pronto amigo íntimo de Oliva, estaba todos los días con Beethoven. La idea, acogida por él con avidez, de que yo podría darle o corregirle un libreto de ópera dramática, nos unió más estrechamente aún. Se sabe que Beethoven era un antifrancés rabioso y un alemán convencido; hasta en ese punto de vista estábamos perfectamente de acuerdo.
Pero sobre las relaciones entre Beethoven y Rahel Levin estamos mucho menos al corriente. Sabemos por Varnhagen que, al ver a Rahel, Beethoven se había mostrado profundamente conmovido, «porque le recordaba rasgos muy queridos». El 4 de septiembre de 1811 Varnhagen escribía desde Toeplitz a su coronel y amigo el conde Von Bentheim: «B. quiere tocar para Rahel; pero esto debe ser un secreto […]. Debido a Rahel, su conocimiento me resulta doble y triplemente querido».
Durante mucho tiempo esto ha quedado así. Pero un erudito israelita, el doctor S. Kaznelson, en una obra reciente, viene a remover el asunto65. Para él, Rahel estuvo unida a Beethoven por un gran amor. Los argumentos del doctor Kaznelson nos parecen lejos de ser tan decisivos como él cree, pero merecen ser resumidos aquí.
En julio-agosto-septiembre de 1811 Rahel y Varnhagen están a punto de enfadarse. Una diferencia de catorce años de edad (Rahel ha nacido en 1771 y Varnhagen en 1785), temperamentos muy distintos, las numerosas aventuras amorosas de Varnhagen, todo ello hace que su relación sea más que tormentosa. Se conocen desde hace tres años, y este verano de 1811, en Toeplitz, están a punto de romper, y Rahel es muy desgraciada66. Se reconciliarán antes de que Rahel se vaya de Toeplitz, el 14 de septiembre de 1811, y se casarán tres años después, el 27 de septiembre de 1814.
Partiendo de estos datos incuestionables, el doctor Kaznelson hace una doble serie de observaciones. La primera es que, si seguimos el orden cronológico de las alusiones escritas hechas por Varnhagen sobre su encuentro con Beethoven, se asiste a un escamoteo gradual del lugar que ocupa Rahel en este encuentro. Es ella la que está en primer plano en la carta del 4 de septiembre de 1811 a Bantheim, y, en cambio, en las Memorias de Varnhagen ya no representa más que un papel muy borroso.
La segunda serie de observaciones es más interesante aún. Después de la muerte de Rahel, ocurrida en 1833, Varnhagen publica las cartas que ella había intercambiado con él. Así, comparando el texto publicado por Varnhagen con el original de las cartas, Kaznelson se da cuenta de que por dos veces, en las cartas de Rahel de los días 16 y 23 de septiembre de 1811, Varnhagen ha trucado el texto. Las dos veces Rahel encargaba a Varnhagen saludar a Oliva de su parte; las dos veces Varnhagen ha añadido una alusión, perfectamente convencional y anodina, para Beethoven.
Estas dos constataciones podrían conducir a dos conclusiones divergentes. Kaznelson estima, con alguna razón, que conducen a la misma conclusión: Varnhagen ha querido borrar el recuerdo de una intimidad entre Rahel y Beethoven, de la que estaba celoso, y ha procedido hábilmente, evitando, por una parte, mencionar las audiencias musicales secretas que Beethoven concedía a Rahel y volviendo a introducir, por otro lado, el nombre de Beethoven de la manera más insignificante posible ahí donde el silencio de Rahel habría podido prestarse a comentarios, en las cartas enviadas inmediatamente después de su reconciliación con Varnhagen.
¿Hay que deducir necesariamente, al igual que el doctor Kaznelson, que Rahel y Beethoven se han amado apasionadamente, e incluso que Rahel es la mujer a la que cantará Beethoven en 1816 en sus lieder a la amada lejana? No estamos del todo convencidos67; menos aún porque en esos mismos días del verano de 1811, cuando Beethoven muy probablemente se ha podido sentir atraído por Rahel hasta iniciar con ella un comienzo, pronto abortado, de aventura, le vemos entusiasmado por otro lado y por otra mujer.
Porque en Toeplitz Beethoven encuentra también al autor de Urania, el poeta Tiedge, a cuyo lied An die Hoffnung, para Pepi, había puesto música a finales de 1804 (pronto iba a componer una segunda versión, opus 94). Tiedge había llegado a Toeplitz en compañía de la condesa Elise von der Recke, que nos interesa poco, y de una joven de veinticuatro años que nos interesa mucho más: Amalia Sebald.
Nacida en Berlín el 27 de agosto de 1787, de una familia de músicos bastante unida a Zelter, Amalia tenía una gran reputación como cantante, aunque no profesional. Weber, que la oirá cantar en Berlín en 1812, quedará muy impresionado por su talento musical, y sobre todo por «sus dotes intelectuales y físicas». Sobre la naturaleza de los sentimientos que inspira a Beethoven en este mes de agosto de 1811, dos documentos nos pueden orientar, pero sin precisar demasiado. El primero es un papel redactado a guisa de tarjeta de visita:
293 / Ludwig van Beethoven,
a quien, incluso si queréis hacerlo,
no deberíais olvidar.
Toeplitz, 8 de agosto de 1811 [Amalia ha corregido la fecha: 1812, y ha escrito debajo: «Encontré esto sobre mi mesa el año 1812 para anunciarme su visita68. Amalia Krause, nacida Sebald; cantante».]
El segundo documento es un pasaje –o mejor dicho dos–, de una carta a Tiedge, escrita por Beethoven desde Toeplitz el 6 de septiembre de 1811, después de la marcha de Tiedge y de sus dos compañeras.
294 / De Amalia, al menos sé que vive. Cada día me reprocho a mí mismo el no haber aprendido a conoceros mejor en Toeplitz. Es abominable reconocer lo que es bueno y perderlo en tan poco tiempo. Nada es más intolerable que deberse reprochar uno mismo sus propias faltas […]. A la condesa [Von der Recke], un apretón de manos muy afectuoso y lleno de respeto; a Amalia, un beso ardiente, si nadie nos ve, y nosotros dos abracémonos como dos hombres que pueden amarse y estimarse.
BEETHOVEN
Partida de Toeplitz el 18 de septiembre y regreso a Viena, con una breve parada en el castillo de Lichnowsky, en Silesia. De nuevo las notas a Zmeskall, las cartas a los editores. De nuevo los problemas financieros. La economía austriaca no se ha repuesto de la guerra de Wagram, y se debe proceder a una devaluación bastante considerable. La renta pagada por los príncipes a Beethoven ha disminuido su valor real. Y el mal humor de Beethoven frente a la sociedad vienesa en general y a la aristocracia en particular se acrecienta69.
En el mes de diciembre el compositor suizo Schnyder von Wartensee llega a Viena y va a visitarle.
295 / Beethoven me recibió extraordinariamente bien y he ido ya muchas veces a su casa. Es un hombre muy singular. Grandes pensamientos agitan su alma, que no puede expresarse más que con las notas; las palabras no le vienen con facilidad. Su educación ha estado muy abandonada, y, exceptuando su arte, se siente frustrado, pero, leal y sin falsedad, dice claramente lo que piensa. En su juventud, y más adelante también, ha debido vencer muchos obstáculos, lo que le ha vuelto caprichoso y sombrío. Se queja de Viena y desea abandonarla. «Desde el emperador hasta el último limpiabotas –dice–, ningún vienés vale nada».
Le he preguntado si aceptaba alumnos. «No –me ha respondido–, sería un trabajo enojoso»; no tiene más que uno, que le ha ocasionado muchos problemas y del que querría desembarazarse si pudiera. «¿Y quién es?». «¡El archiduque Rodolfo!».
SCHNYDER VON WARTENSEE
(Carta al editor Hans Georg Naegeli, de Zúrich, el 17 de diciembre de 1811)
1812
El archiduque Rodolfo no es el único que recibe sus golpes. Al empezar el año 1811, Breitkopf (¿o quizá sea Härtel?) habría perdido a su mujer. El 28 de enero de 1812, Beethoven escribe gallardamente a Breitkopf y Härtel:
296 / Me parece, algo me lo dice, que buscáis una nueva esposa; atribuyo a esto todas vuestras distracciones precedentes. Os deseo una Xantipa, como le sucedió al santo Sócrates griego, para que al fin pueda ver a un editor alemán en dificultades.
BEETHOVEN
Pero, en general, es siempre Viena la que recibe sus golpes:
297 / Pensad en mí, maldita sea la vida para mí aquí, en la barbarie austriaca.
BEETHOVEN
(Carta a Zmeskall, 2 de febrero de 1812)
298 / Oh cielo, ayúdame a soportarlo (¡el archiduque, la renta, en fin, todo!). No soy un Hércules al que Atlas pueda ayudar a sostener el mundo, o que lo lleve en su lugar [pide a Zmeskall que no le afecten las palabras desagradables que cierto «Herr Barón von Krufft» ha proferido ante su amigo común Zizius a propósito de él, Beethoven], esto no durará mucho, seguir viviendo aquí de una manera vergonzosa. El arte, ese perseguido, encuentra en todas partes una ciudad libre. ¡Dédalo, encerrado en el Laberinto, supo inventar las alas que le llevaron a lo alto, por los aires; ¡yo también encontraré esas alas! – Todo vuestro,
BEETHOVEN
(Carta a Zmeskall, 19 de febrero de 1812)
El tono no es siempre tan furioso ni tan heroico. Las ursulinas de Gratz han preguntado a Beethoven, por un intermediario llamado Varenna, si podían tocar obras suyas en un concierto de caridad que organizaban para sus pobres. Hacia enero de 1812, Beethoven le responde a Varenna:
299 / Si vuestra carta no dejase adivinar claramente vuestra intención de ser útil a los pobres, me habríais ofendido en mi amor propio, al unir cifras a la petición que me dirigís. Nunca, desde mi primera infancia, mi celo en servir y en ayudar en lo que sea a la pobre humanidad que sufre se ha prestado a otra cosa ni ha reclamado nada más que la satisfacción que acompaña siempre a estos actos […].
LUDWIG VAN BEETHOVEN
Al mismo tiempo, tiene nuevos proyectos. Ya el año anterior, en Toeplitz, había proyectado hacer una ópera sobre Las ruinas de Babilonia, y había hecho, sobre unos malos escenarios del mediocre Kotzebue, la música de dos piezas de gran espectáculo: Las ruinas de Atenas y El rey Esteban, que se acababan de montar y representar el 9 de febrero de 1812 para la inauguración del nuevo teatro de Pest. Ahora está de nuevo a la busca de un verdadero poeta con el que colaborar. Esta vez su elección no es mala, pues se vuelve hacia Theodor Koerner, el hijo del amigo de Schiller, y proyectan juntos extraer de Homero un Retorno de Ulises. Pero el proyecto se aplazará, y la muerte gloriosa de Koerner, alistado voluntario y caído en el curso de uno de los primeros enfrentamientos de la campaña de Alemania en 1813, le pondrá fin.
Pero el trabajo creador de Beethoven no se detiene y continúa alimentando planes de evasión fuera de Austria. En una carta del 2 de junio a Varnhagen, Oliva dice que espera acompañar a Beethoven a Inglaterra. Este último ha estado bastante enfermo en el mes de abril. En el mes de mayo escribe a Breitkopf y Härtel, les hace varias recomendaciones, y termina así:
300 / Es necesario que así sea, si me veis en el Norte, –¿quién puede determinar en qué caos vivimos nosotros, pobres alemanes? – Adiós. – Escribo tres nuevas sinfonías, de las que una está casi terminada [la Séptima], pero en la cloaca en que nos encontramos todo está casi perdido; – ¡procuraremos tan sólo que no me pierda yo mismo por completo!
BEETHOVEN
¿Debemos ver mayor dureza en estas alusiones que en las precedentes? En mayo de 1812 toda Europa sabe que la guerra entre Francia y Rusia es inevitable e inminente. Napoleón se ha asegurado la alianza militar, más o menos hipócrita, de Austria, y de lo que queda de Prusia. Establece su corte en Dresde este mismo mes de mayo; todos los príncipes y los reyes de Alemania, el emperador y la emperatriz de Austria están rendidos a sus pies y rivalizan para conseguir sus favores. Napoleón concentra en la frontera polaca el ejército europeo («el ejército de las veinte naciones», dirán los rusos), y el 24 de junio ordenará el paso del Niemen. Beethoven puede tener, como muchos de sus contemporáneos, la impresión de que «todo está perdido» y de que los reyes y aristócratas alemanes acaban de encadenar a su patria común y de ahogar –por su sumisión y su complicidad– toda esperanza de renacimiento de la libertad para Alemania.