1 Recordemos que Beethoven le había conseguido a Ries una colocación de pianista en casa del conde de Browne.
2 El caballero Ignaz von Seyfried (1776-1841), hombre de mundo, director de orquesta, compositor de más de cien (nosotros decimos que cien) obras dramáticas, teórico musical, alumno de Mozart, de Kozeluch y de Albrechtsberger, publicó en 1832 las notas que Beethoven había tomado para dar lecciones al archiduque Rodolfo, y que confundió con los deberes hechos por Beethoven para Haydn y Albrechtsberger. Al final del volumen añade sus recuerdos sobre Beethoven. En parte para corregir estos recuerdos es por lo que Wegeler y Ries decidieron escribir los suyos.
3 Seyfried era el director de orquesta del teatro An der Wien; es, pues, probable que su cohabitación con Beethoven se ciña a las dos permanencias de Beethoven en un apartamento de este teatro en tiempos de Schikaneder y después en tiempos de Sonnleithner.
4 Joseph Sonnleithner (1766-1835) será más tarde consejero de Estado. Era tío del dramaturgo Franz Grillparzer, que volveremos a encontrar después, posteriormente en los últimos años de la vida de Beethoven; su hijo, Leopold Sonnleithner (1797-1873), será el amigo y propagandista de Franz Schubert.
5 Conservando, según su inveterada costumbre, muchos otros domicilios al mismo tiempo.
6 Cuando Ries dice «compuso» sería más exacto que dijera «empezó a preparar». Pero es verdad la fecha que cita Nottebohm, el mejor exégeta de los libros de apuntes, con las primeras ideas del comienzo de la sinfonía. No hay, pues, por qué buscar argumentos para desacreditar a Ries.
7 ¿Se trata de otra hoja con el título, además de la reproducida en la página precedente? Posiblemente hay muchas probabilidades de que hubiera al menos dos ejemplares de la puesta en limpio; uno destinado al dedicatario, a saber, al mismo Bonaparte. Sobre esta última, Beethoven habría italianizado su nombre, por afinidad con el nombre de Bonaparte.
8 Fue el 18 de mayo cuando el Senado adoptó el senadoconsulto que proclamó a Napoleón emperador de los franceses. Hasta el 6 de noviembre no se anuncian los resultados del plebiscito, y es el 2 de diciembre de 1804 cuando se hace coronar en Notre Dame. Schindler anota: «Considerando que existía entonces un gran alejamiento entre la capital de Austria y la de Francia, se comprenderá fácilmente que la elevación de Napoleón al trono hiciera tanto efecto en Viena, donde no se conocía aún el plebiscito que precedió a este acto solemne». Es muy posible, pues, que la escena referida por Ries no se sitúe en el mes de mayo, como quieren los críticos que buscan disminuir la autoridad de su testimonio, sino con posterioridad a la carta de Beethoven a Breitkopf y Härtel, citada más arriba, del 26 de agosto de 1804.
9 Hasta 1806 no fue publicada la sinfonía en partes separadas con el título siguiente: Sinfonia grande –Eroïca– per festeggiare il sovvenire di un grand’Uomo» (para celebrar el recuerdo de un gran hombre). Entonces estaba dedicada a Lobkowitz. Este trato infligido a Bonaparte, que Beethoven pretendía considerar como un difunto, ha dado lugar a la leyenda narrada por Fétis: «Se dice que el segundo movimiento de la Sinfonía heroica estaba terminado, y no era más que el colosal comienzo del último movimiento de la Sinfonía en do menor (5.a), cuando se anunció a Beethoven que el primer cónsul se acababa de hacer nombrar emperador. Su pensamiento cambió entonces de dirección; el heroico movimiento fue sustituido por una marcha fúnebre. Su héroe le parecía ya descendido a la tumba, etc.». A. B. Marx ha refutado esta leyenda sin ningún fundamento. Lo que es muy probable, por el contrario, es el dato que trae de nuevo Schindler: Beethoven habría dicho, cuando se enteró de la muerte de Napoleón en Santa Elena, en 1821: «Hace diecisiete años escribí la música que conviene a este triste acontecimiento». Pero los apuntes de la marcha fúnebre aparecen en los cuadernos casi después que los del primer movimiento.
10 De todo el texto de Schindler es esta primera frase la que nos inspira menos confianza. Por una parte, tendremos ocasión más adelante de decir que Schindler tuvo el cuidado de edulcorar las ideas políticas de Beethoven hasta escamotear fraudulentamente una gran parte de los Cuadernos de Conversación de los últimos años. Por otra parte, hemos visto ya (cf. supra, texto núm. 151) de qué mal humor se había puesto Beethoven cuando creyó que Bonaparte, al firmar el contrato con el Papa, renegaba de la Revolución. El mal humor había sido sólo pasajero, puesto que seis meses después Beethoven empezaba la Sinfonía Bonaparte. Pero estamos convencidos de que es a la luz de esta primera explosión, a propósito del Concordato, como se debe interpretar la segunda y definitiva explosión, debida a la coronación. Beethoven no había escrito la «Sonata revolucionaria», que una dama le había solicitado para Hofmeister, pero al escribir su sinfonía él la concebía como consagrada al héroe de la Revolución –y no como al hombre providencial que restableció el orden–. Si no, hubiera roto la dedicatoria al enterarse de la violenta muerte del duque de Enghien (que hizo un enorme ruido en todos los medios aristocráticos de Europa), el 20 de marzo de 1804, pero esto no le hizo cambiar de opinión.
11 Plutarco y Platón prestan aquí la coartada soñada para presentar a Beethoven como un utópico que no tenía nada que ver con la política de su tiempo y cuyas opiniones no deben tenerse en cuenta. Es seguro que Beethoven disfrutó y leyó mucho a Plutarco, y esto durante toda su vida, pero especialmente hacia 1800-1801 (cf. supra, carta del 29 de junio de 1801 a Wegeler, texto núm. 143); es también seguro que leyó a Platón, pero puede ser que sólo más tarde (en la traducción de Scheleiermacher). Pero, ¿es ésta la única fuente de sus convicciones políticas?
¡Es bastante divertido, además, ver a un crítico como Wasiliewski indignarse porque se haya podido creer al «casto» Beethoven ganado por Platón para la república, cuando la república de Platón comporta la comunidad de las mujeres! Y es todavía más divertido oír afirmar a Vincent d’Indy que, aun si Beethoven hubiese sido republicano en el sentido de Platón, no por eso dejaba de ser el enemigo irreductible de la Revolución francesa. La única prueba que aporta Vincent d’Indy es un argumento que por sí solo evita cualquier comentario: el jacobinismo no podía por menos de repugnar a su corazón honesto. Nadie, después de este mazazo, tendrá el mal gusto de preguntarse si existe otra manera de ser honesto que la de Vincent d’Indy.
12 Anotemos, entre otras, la tentativa de Vincent d’Indy, «cuyo corazón honesto» quiere probar que el nombre de Bonaparte no está unido al de la Heroica más que porque Beethoven quería dedicar una obra al «JEFE DEL ESTADO FRANCÉS» [sic], después de haber servido al rey de Prusia y al zar Alejandro. Hay también una tentativa más sutil, la de la música pura, según la cual Bonaparte, como cualquier sujeto, no tiene ninguna importancia. Lo que queda de verdad es que, en cierto sentido, Beethoven es, aún más que Bonaparte, el héroe de la Heroica. Pero en el sentido de que Beethoven participaba con su corazón más auténticamente que Bonaparte en el gran movimiento de su época, y no en el sentido de que la Heroica no expresaría más que el drama personal de su sordera.
13 Añadamos una última sugerencia. A la ambigüedad fundamental de Napoleón, portaestandarte y asesino de la Revolución, se añade otra ambigüedad: la de Francia, alternativamente liberadora y opresora de Alemania en aquella época. Se ha visto ya a Beethoven, en el momento de la campaña de Italia, oponerse por patriotismo alemán al avance de los ejércitos del Directorio. Cuando escribe la Heroica, Francia está en paz con Austria desde el tratado de Lunéville. Al tomar las guerras siguientes de Napoleón el carácter de una conquista tiránica de Alemania, Beethoven, sin renegar de sí mismo, se convertirá en enemigo de Francia.
14 Josefina tenía sin duda más belleza, encanto y éxito que Teresa; estaba al menos tan bien dotada como ella en el plano musical y, sin embargo, no tenía las pretensiones intelectuales ni los aires, un poco doctorales, de Teresa. Pero Teresa era la mayor y no estaba casada, mientras Josefina, madre de cuatro niños, seguía siendo encantadora y muy cortejada con «su fuerza seductora y su encanto, que es mayor porque ella lo desconoce», como dirá uno de sus pretendientes en 1806. Todo esto explica que los sentimientos de la hermana mayor respecto a la pequeña sean inconscientemente confusos y que Pepi haya terminado por sustraerse a las intervenciones de una hermana que la ahogaba con su «afecto» y sus manifestaciones de abnegación.
15 Sobre la explicación de esta frase, cf. infra, texto núm. 180.
16 Ciertos historiadores, como J.-G. Prod’homme, prefieren situar esta anécdota de Ries en la época de una segunda estancia de Luis Fernando en Viena en 1806, pocos meses antes de caer muerto en la campaña de Jena. Nosotros hemos preferido la fecha de 1804 para esta historia, porque en 1806 Ries ya no estaba allí. Pero esto no tiene gran importancia, y no podemos porfiar para defender nuestra teoría.
17 Aprovechamos esta historia para dar un ejemplo entre diez mil de las libertades que se permiten los escritores, pasablemente instruidos, novelando la vida de Beethoven sin cerciorarse previamente. En su Beethoven (pág. 48 de la traducción francesa) [en España el libro apareció en la editorial Juventud, S.A. (Buenos Aires-Barcelona, 1944), traducido al castellano], Emil Ludwing cuenta así la escena: «Algunos días más tarde, el príncipe le invitó a su vez, y le sentó entre él mismo y una linda joven». Es evidente que sustituyendo «una linda joven» en el viejo cuadro evocado por Ries, sentando a Beethoven y no al príncipe entre dos convidados bien definidos, Ludwing escamotea el significado de la escena, el carácter social de la reivindicación de Beethoven y desvía la atención en un sentido frívolamente sensual.
18 Después de la primera edición de este libro (1955), trece cartas inéditas de Beethoven a Josefina, que van sin duda del otoño de 1804 al otoño de 1807, han sido publicadas por el profesor Joseph Schmidt-Görg en 1957 bajo los auspicios de la Beethovenhaus de Bonn; documentos capitales que esperamos dar a conocer pronto a los lectores.
19 En el momento mismo en que se empeña en obstaculizar (digamos mejor en el mismo momento en que ella está decidida a no hacer nada para ayudar) al más grande amor de Beethoven, aquel que podría haberle hecho más feliz, Teresa escribe a Carlota: «Mientras Schiller y Beethoven escriban, no se debe desear la muerte».
20 Sobre las relaciones de Beethoven con la familia Brunsvik-Guicciardi por esta época, de todos los autores franceses, Romain Rolland es el mejor informado. No tenemos más remedio que remitirnos a su estudio (apéndice III del tomo I de Las grandes épocas creadoras) para más detalles, aun discrepando radicalmente de él sobre las opiniones que aporta. Así, cuando Romain Rolland dice de Giulietta: «Era la Primavera: ella no ama, se la ama, y es muy justo que así sea; hay que agradecérselo». Nosotros somos más bien de la opinión de que este tipo de jovencita merece más una azotaina que un eterno agradecimiento. Y cuando Romain Rolland se harta de hacer el panegírico de Teresa de Brunsvik, lo menos que podemos decir es que no nos convence.
21 Heinrich Joseph von Collin (1771-1811), jurista y más tarde consejero áulico, era también dramaturgo e incluso fue considerado durante algunos años, pese a su mediocridad, como el verdadero sucesor de Schiller. En cualquier caso, Beethoven le estimó mucho y gustaba de colaborar con él. Para la obra de Collin que lleva su nombre, y no para la de Shakespeare, es para la que Beethoven escribió la obertura de Coriolano en 1807, y proyectaban hacer juntos un Macbeth. Mientras tanto, Beethoven pensaba también poner música al Régulus de Collin.
22 Ciertos beethovenianos, sin embargo, no han admitido nunca esta leyenda, como Hevesy, guiado por su deseo de guardar para Giulietta el primer puesto en los amores de Beethoven. Otros, como Herriot, no llegan a acallar sus dudas, no se atreven a ir hasta el final de estas dudas y se contradicen entre una página y la siguiente.
J.-G. Prod’homme, que en su obra sobre Las sinfonías de Beethoven había adoptado con entusiasmo la leyenda «teresiana», hizo nuevo examen del asunto. En su última edición de Las sinfonías de Beethoven, y sobre todo en su apreciado estudio sobre La amada inmortal de Beethoven, publicado en 1946, ha dicho claramente las razones por las que no lo cree, y nosotros nos permitimos remitirles ahí para más detalles.
En cuanto a Romain Rolland, el principal propagador en Francia de la leyenda «teresiana», no tuvo el mismo valor. En su Vida de Beethoven, de principios de siglo, afirmaba categóricamente:
a) Que Teresa amaba a Beethoven desde hacía mucho más tiempo, en 1806.
b) Que Beethoven y Teresa se habían prometido en secreto en mayo de 1806, en Martonvásár (texto núm. 196).
c) Que la carta «a la amada inmortal» fue destinada a Teresa y enviada a Korompa entre 1806 y 1810.
d) Que los lieder a la amada lejana y las confidencias a G. del Rio en 1816 se refieren a Teresa.
e) Que hasta el último día de su vida, Teresa amó a Beethoven.
f) Que en su último año de vida, Beethoven lloraba todavía sobre el retrato de Teresa (texto núm. 198).
En las diferentes partes de su Las grandes épocas creadoras, treinta o cuarenta años más tarde, R. Rolland abandonaba o escamoteaba en silencio cada uno de sus asertos, intentando mantener a cualquier precio la posibilidad de que Beethoven hubiera amado a Teresa más tarde y le hubiera enviado la famosa carta.
23 Es casi seguro que este monumento era un retrato de Beethoven que Teresa había prometido hacer y que ella le envió… con mucho retraso, a finales de 1810 o principios de 1811.
24 En tal caso habría que suponer un idilio relámpago en 1800 (fecha del único viaje de Beethoven a Martonvásár, y de sus variaciones sobre el texto de Goethe: «Ich denke dein» (cf. supra, pág. 100). Es poco probable y en cualquier caso este sentimiento no habría dejado muchas huellas ni en uno ni en otro.
25 En 1808, Teresa habla de un retrato de Beethoven pintado por Neigart: es para decir que lo envíen a Pepi. En 1811 (o finales de 1810), Teresa envía a Beethoven el «monumento» prometido: un retrato de él al que se añade un dibujo alegórico que representa a Beethoven como un águila sosteniendo el sol. Beethoven se lo agradece con una carta que no tenemos, pero que no debía de ser muy íntima, pues lo primero que hace Teresa es enviar la copia a Pepi. Decididamente, no actúa como una enamorada.
26 De noviembre de 1804 a noviembre de 1805 tiene un gran amor por un joven oficial, Toni. Su familia se opone al matrimonio. El invierno de 1805-1806 Teresa lo pasa en Budapest, en una gran crisis de frivolidad, anotándose varios flirts en su haber. De 1807 a 1809, periodo oscuro y agitado, donde se decidió la desgracia de su vida entera, según dijo ella más tarde. En 1808 vuelve a encontrar al gran pedagogo suizo Pestalozzi, lo cual supone para ella una luz sobre su futura vocación. En 1809, en Florencia, tiene una especie de conversión mística –que no le impide alimentar una nueva pasión en 1810–. En 1811 (tiene ya treinta y seis años) vuelve a consagrarse a Pepi y a los hijos de Pepi. De 1814 a 1819 es solicitada tres veces en matrimonio por el barón Podmaniczky, y le rechaza.
En la misma época escribe numerosas y apasionadas cartas a un joven noble, Ludwig Wilhelm Migazzi (1792-1867), que llegará a ser un orientalista distinguido. Firma sus cartas como «Diotima» (¡en caracteres griegos!). Ella le escribe: «Podría ser tu madre». Como habla en su diario en términos ardientes y bajo el único nombre de «Luigi», se ha creído durante mucho tiempo que se trataba de Beethoven, hasta que se descubrió el error.
Desde julio de 1815 a junio de 1816, y en septiembre de 1816 de nuevo, vive en Viena. Tuvo que volver a ver a Beethoven entonces, pues anotó su dirección en un cuaderno. Podemos preguntarnos si es ella la que está señalada bajo la letra T en el diario de Beethoven de esta época; cf. infra, textos núms. 445 y 446.
Sólo desde 1827-1828, la vida de Teresa toma una nueva dirección. A partir de ese momento, se consagrará a la fundación de asilos y a la educación de niños pobres. Y es seguramente entonces cuando se muestra más digna del afecto de Beethoven.
27 Señalemos aquí un misterio suplementario. Se ha encontrado entre los efectos de Beethoven, después de su muerte, un retrato, entre muchos otros, que se ha tomado por el de Teresa. Debajo del retrato están escritas estas palabras:
DEM SELTNEN GENIE
DEM GROSSEN KUNSTLER
DEM GUTEN MENSHEN
[Al hombre bueno
Al genio raro
Al gran artista]
VON T. B.,
de parte de T. B.
Sin embargo, por otra parte, según los sobrinos de Teresa (familia de Carlota, condesa Teleki), este retrato no es el de Teresa, porque no tiene ningún parecido con los otros retratos de Teresa conservados en la familia. Además, se ha hecho notar que la dedicatoria, caligrafiada cuidadosamente, presenta dos faltas de ortografía en tres líneas (Seltnen por Seltenen y Menshen por Menschen), y esto sería demasiado para Teresa, cuya ortografía natural era muy buena.
Nos guardaremos muy bien de zanjar este punto no estando autorizados para hacerlo. Pero si el retrato no era el de Teresa, de todas formas es el de una mujer amiga o amada de Beethoven. ¿Entonces, QUIÉN?