1794

El 19 de enero de 1794, Haydn volvió a partir para Londres, donde iba a dar una segunda serie de conciertos. Beethoven vivía en Viena desde hacía catorce meses solamente. Al irse, Haydn legaba su «alumno» a uno de los teóricos más reputados de entonces, Johann Georg Albrechtsberger (1736-1809), organista de la corte de Viena desde 1772, tenido en muy alta estima por Mozart y profesor de Hummel; se esforzó tres veces por semana, con una consciencia pedagógica meticulosa, en formar a Beethoven en las reglas de la fuga a varias voces. Sus lecciones duraron desde enero de 1794 hasta febrero de 1795.

El resultado no satisfizo ni a uno ni a otro. Dejemos a los gramáticos de la música que discutan entre ellos la seriedad con que Beethoven hizo sus deberes, la cantidad de faltas que seguía cometiendo regularmente y el carácter, irónico o no, de sus anotaciones. Lo que es cierto es que Beethoven guarda de Albrechtsberger el recuerdo de un pedante insoportable.

60 / Tobias se encuentra como un aprendiz en casa del célebre e inconmovible director de orquesta Fux y le echa un cable para su Gradus ad Parnassum, pero siendo Tobias de un natural bromista, lo ha hecho tantas veces y tan bien que a fuerza de sacudir el cable más de uno que estaba ya muy alto se ha roto bruscamente el cuello, etc. Ahora se despide de nuestro globo terráqueo, y en la segunda parte vuelve a la luz del día, a la vez que Albrechtsberger. La nota cambiata de Fux, ya conocida, es ahora tratada en común con Albrechtsberger, y el arte de fabricar esqueletos musicales; arte colocado por este último por encima de todo…

(BEETHOVEN, «Suplemento de una biografía romántica de

Tobias Haslinger», en una carta al editor Schott, de Maguncia,

el 22 de enero de 1825).

En cuanto a Albrechtsberger, decía de Beethoven a Doleczalek: «Es un exaltado librepensador musical; no le frecuentéis; no ha aprendido nada y no hará jamás nada que merezca la pena». Y Ries dirá de los profesores de Beethoven:

61 / He conocido bien a los tres –Haydn, Albrechtsberger y Salieri–, y los tres estimaban mucho a Beethoven, pero eran de la misma opinión sobre su instrucción. Decían que Beethoven había sido siempre tan obstinado y tan díscolo que debía aprender por sí mismo, por una dura experiencia, lo que con anterioridad no había querido jamás aceptar en una lección. Albrechtsberger y Salieri eran en particular de esta opinión; ni las reglas secas de uno ni los preceptos fútiles del otro sobre la composición dramática, concebidos en el espíritu de la escuela italiana de la época, podían gustar a Beethoven.

RIES

Pues Beethoven no se contentaba con Haydn y Albrechtsberger; así que para la música vocal había solicitado lecciones de Salieri14, y para el violín a Wenzel Krumpholz. Y cuando tiene ocasión no deja jamás de interrogar a los instrumentistas de toda clase y de sacar partido de sus observaciones. Él, tan incapaz de plegarse a las enseñanzas de los pedantes, estará siempre ávido de aprender y abierto a todas las posibilidades de perfeccionarse.

62 / Todos los viernes por la mañana se interpretaba música en casa del príncipe [Lichnowsky]; además de nuestro amigo, había como ejecutantes cuatro artistas retribuidos, a saber: Schuppanzigh, Weis, Kraft y Linke15, más habitualmente un aficionado, Zmeskall. Beethoven aceptaba siempre de buen grado las advertencias de estos señores.

WEGELER

Salieri no era más que una relación profesional; Wenzel Krumpholz fue verdaderamente un amigo para Beethoven. Nacido en 1750, ya era mayor cuando Czerny, que le conoció bien, no era más que un niño; murió el 2 de mayo de 1817, y Beethoven, para celebrar su memoria, le puso música al Canto de los frailes, para tres voces de hombre, sobre un texto de Schiller.

63 / Enseguida, después de la aparición del joven Beethoven, Krumpholz se unió a él con una obstinación y una abnegación tales que llegó a ser pronto su amigo íntimo, pasando casi todo el día en su casa, y Beethoven, que sin embargo era muy misterioso con todo el mundo sobre sus apuntes musicales, le comunicaba todas sus ideas, tocándole a veces sus nuevas composiciones e improvisando todos los días ante él. A pesar de que Beethoven se divertía con frecuencia con los sinceros éxtasis en que caía Krumpholz y le llamaba siempre «su loco», estaba emocionado por la devoción con que Krumpholz, despreciando las peores animosidades, defendía sus obras contra sus adversarios, entonces tan numerosos. He aquí al hombre al que yo debía interpretar todos los días obras de Beethoven, y a pesar de que no tuviera ningún conocimiento de piano, sabía decirme con naturalidad muchas cosas sobre su movimiento, su interpretación, su efecto, su carácter, etc., pues las había oído ejecutar muchas veces al mismo Beethoven y había asistido a la elaboración de la mayoría.

CZERNY

En cuanto a Ignaz Schuppanzigh16, aunque estaba menos estrechamente asociado a la elaboración de las obras de Beethoven, su nombre tiene otros méritos para figurar en lugar de honor en todas las biografías beethovenianas. Director del cuarteto que se presentó primero en casa de Lichnowsky y después donde Razumovski, fue él quien ejecutó el primero todos los Cuartetos de Beethoven y el que terminó por imponerlos al público, a pesar de que él mismo no los comprendía bien a la primera lectura; hasta tal punto que en su entorno era llamado por la gente «el Cuarteto Beethoven».

Muy corpulento, persona de buen humor y alegre vividor, Schuppanzigh era uno de los blancos favoritos sobre los que se ejercitaba el verbo de Beethoven, que le llamaba «Mylord Falstaff». Él encajaba con buen humor todas las bromas, aun cuando fueran del estilo de ésta (en la última página del manuscrito de la Sonata opus 28; por consiguiente, en 1801):

64 / Canon de circunstancia sobre Schuppanzigh. Elogio del obeso.

(Solo) ¡El diablo te lleve! Schuppanzigh es un canalla [lump], ¿quién no le conoce?

(A cuatro voces) Nosotros decimos unánimes: ¡tú eres el más grande de los asnos!

Mientras Beethoven se burlaba de los castigos de Albrechtsberger y se instruía cada vez con más frecuencia en compañía de Krumpholz y de Schuppanzigh, el poder temporal del arzobispo de Colonia vive sus últimas horas. El Elector había abandonado Bonn otra vez y había vuelto cuando la derrota y la traición de Dumouriez devolvieron los Países Bajos a Austria. Pero la situación sigue siendo precaria y las finanzas bajas. El 1 de marzo de 1794 Maximiliano Francisco licencia su teatro y su orquesta, y el sueldo de Beethoven deja de serle pagado. Después de algunos meses, sin embargo, esta situación estará definitivamente consagrada: el 26 de junio el ejército de Sambre-et-Meuse aplasta a los austriacos en Fleurus; en el mes de octubre las columnas de Marceau y de Kleber ocupan toda la orilla izquierda del Rin, y el Elector huye para siempre.

A los veintitrés años, he aquí a Beethoven libre. Hasta ahora los grandes músicos no habían podido vivir más que como domésticos –de un gran señor o de una comunidad religiosa–. Bach había estado preso en Weimar por haber desobedecido a su señor, y no se había librado de este yugo hasta que se convirtió en cantor contratado de la escuela de Santo Tomás, en Leipzig. Haendel había conquistado la libertad por el único medio: emigrar a Inglaterra. Mozart se había visto obligado a tomar sus comidas con los cocineros y los ayudas de cámara; había recibido una patada en el culo, propinada por el noble zapato del conde Arco, chambelán del príncipe-arzobispo de Salzburgo, y cuando había conseguido arrancarse de la esclavitud en que le tenía el arzobispo Colloredo, fue para encontrarse en la miseria y verse obligado a mendigar una plaza entre los músicos del emperador. Haydn, después de una larga lucha para no ser tratado como el último marmitón, sólo a los sesenta años llegará a evadirse de la jaula dorada en que le tenía el príncipe Esterhazy.

No le cabía a Beethoven más que continuar la tradición. La Revolución le había desembarazado de Maximiliano Francisco (de quien hay que decir, para ser sinceros, que no tenía demasiadas quejas), pero Lichnowsky (o Lobkowitz o el conde de Browne) no hubiera querido más que ofrecerle una situación análoga a la de Haydn con Esterhazy, pero ciertamente con mucha más consideración.

Pero las atenciones no bastan a Beethoven; hay demasiadas afinidades entre él y el espíritu de la Revolución para que no sienta pasión por la independencia. Acepta la hospitalidad de Lichnowsky y aceptará su dinero, mas a condición de no ligarse en nada.

65 / El príncipe, que tenía una voz muy alta y de timbre metálico, daba un día la orden a su lacayo de que cuando Beethoven y él le llamasen a la vez sirviera primero a Beethoven. Éste oyó estas palabras, y el mismo día tomó un criado para él solo. También cuando las caballerizas del príncipe fueron puestas a su disposición quiso tener un caballo para sí, porque había tenido el capricho que se le pasó pronto, de aprender a montar.

La hora de la cena en casa del príncipe estaba fijada para las cuatro. «Hace falta –dice Beethoven– que esté todos los días en mi casa a las tres y media, para vestirme un poco, afeitarme, etc.; ¡no podré llegar!». El resultado fue que tuvo que ir con frecuencia al restaurante.

WEGELER

Sin embargo, hay que vivir. Beethoven, como en Bonn, utilizará sus relaciones para dar lecciones de música, a pesar de que conocemos ya su aversión por este trabajo (salvo cuando la alumna era una chica bonita). Y más aún, va a utilizar una forma de ganar dinero de la que los músicos precedentes no se habían podido valer: los editores de música. Es solamente a finales del siglo XVIII cuando arrancará la edición musical, y esto a escala internacional. Lo que hay que observar es que Beethoven, al que todos los testimonios nos describen como tan poco apto para los asuntos financieros, tan ignorante del valor del dinero, parece haber tenido al mismo tiempo un olfato económico muy desarrollado sobre lo que había que hacer para ganarlo. No conseguirá jamás estar completamente desahogado, pero es uno de los primeros en poner a los editores en competencia entre ellos para conseguir buenos precios. Desde 1794, los editores de Viena no le bastan, y se dirige a su compatriota Nikolaus Simrock, al que ya conocemos, y que acaba de fundar en Bonn su propia casa editora.

66 / Viena, 2 de agosto [1794].
Querido Simrock:
[…] Os prometía en mi carta anterior enviaros alguna cosa mía, y lo habéis interpretado como una palabra de caballero;
¿por qué he merecido esa calificación? ¡Bah!, ¿quién emplearía tal lenguaje en estos tiempos democráticos? Para desmerecer de esta cualidad que me habéis dado, cuando haya emprendido una gran revista de mis composiciones, lo que será pronto, tendréis algo mío, que imprimiréis con seguridad […]. Pero, ¡al diablo los negocios! Aquí hace mucho calor, los vieneses están inquietos; pronto no podrán encontrar helados, pues el invierno ha sido tan poco frío que el hielo anda escaso. Aquí se ha encarcelado a muchas personalidades; se dice que va a estallar una revolución, pero creo que mientras el austriaco tenga cerveza negra y salchichas no se sublevará. Las puertas de los suburbios deben cerrarse a las diez de la noche. Los soldados tienen sus armas cargadas. No se puede hablar alto o la policía te encuentra un alojamiento.

Si vuestras hijas son ya mayores, guardadme una como novia; porque aunque estaba soltero en Bonn, no creo que lo siga estando durante mucho tiempo […].

Vuestro BEETHOVEN

Vemos que por estas fechas no hay lugar para Lorchen en los sentimientos y en los proyectos de Beethoven. Se ve, sin embargo, que Beethoven considera con aprensión la perspectiva del regreso a su provincia natal, pero que todavía no lo ha descartado. Y lo menos que puede decirse es que cinco semanas después de Fleurus, algunos días antes de que sea conocido en Viena el golpe de Estado reaccionario del 9 de termidor, la perspectiva de una proximidad y una propagación de la Revolución francesa no parece disgustarle.

Mientras tanto, es Bonn el que viene a Beethoven. En el mes de octubre, habiendo tenido dificultades con las autoridades francesas, Wegeler llega a Viena. «Nos volvimos a encontrar con los mismos sentimientos, que no se habían debilitado –dirá–, y no pasó apenas un día sin que nos viésemos»17.

1795

Los años de estudios han terminado; las lecciones de Albrechtsberger tocan a su fin en febrero. La aristocracia vienesa, semimaravillada y semi protectora, ha adoptado ya a Beethoven; todos los virtuosos del clave que pululan por Viena conocen, admiran, temen o denigran al nuevo virtuoso. En este año de 1795 le queda por emprender la conquista del público.

El 29 de marzo Beethoven se presenta por primera vez en un gran concierto celebrado en el Burgtheater; al día siguiente, nuevo concierto, donde esta vez improvisa en público; al otro día, tercer concierto, donde ejecuta un Concerto de Mozart, con una cadencia de su propia cosecha. Sólo el Wiener Zeitung nos ha conservado un breve eco de estos comienzos.

67 / Durante el entreacto, la primera noche, el célebre señor Ludwig van Beethoven ha recogido la aprobación unánime del público en un concierto completamente nuevo para pianoforte compuesto por él mismo.

Es probable que este Concerto, el primero que compuso, deba ser identificado como el segundo publicado; en cualquier caso, si creemos a Wegeler, fue terminado justo antes de su ejecución, según una costumbre que Beethoven parece que conservaría muchos años.

68 / Fue la víspera de la ejecución de su primer concierto, durante el mediodía, cuando escribió el rondó, a pesar de estar bajo la influencia de los dolores de un cólico bastante fuerte, a los que era bastante propenso. Le alivié como pude. Cuatro copistas estaban sentados en su antecámara y les iba entregando sucesivamente cada hoja terminada.

WEGELER

Los tres conciertos de finales de marzo no constituían más que la primera fase de la ofensiva beethoveniana, con miras a la conquista del gran público. En el mes de mayo daba al editor Artaria tres Tríos para imprimir, dedicados a Lichnowsky. El número de opus 1 que él les daba indicaba con claridad que para él había llegado el tiempo de la madurez; el tiempo de las producciones en que se reconocía a sí mismo, lejos de toda influencia.

Entre tanto, Haydn volvía de Londres el 30 de agosto, después de dieciocho meses de ausencia. Es seguramente en este momento cuando hay que situar la célebre escena contada por Ries; por consiguiente, en el momento en que los tres tríos, aparecidos en octubre, están en trámite de edición desde mayo.

69 / De todos los compositores, los que Beethoven estimaba más eran Mozart y Haendel; después, Sebastian Bach. Si le encontraba con música en las manos, si alguna cosa había sobre su atril, eran, a buen seguro, composiciones de estos héroes del arte. Siempre que Haydn salía a la palestra era objeto de algún ataque indirecto; esta ojeriza de Beethoven venía desde los primeros tiempos de su carrera. La causa puede ser la siguiente: los tres tríos que forman la primera obra de Beethoven fueron interpretados por primera vez ante el mundo artístico en una velada en casa del príncipe Lichnowsky. La mayoría de los artistas y aficionados de Viena habían sido invitados, y particularmente Haydn, a cuyo juicio todo se sometía. Los tríos fueron tocados y causaron una impresión extraordinaria. El mismo Haydn los alabó, pero aconsejó a Beethoven que no publicase el tercer trío en do menor. Esto asombró mucho a Beethoven, que consideraba este trío como el mejor de los tres; es así lo que se opina todavía hoy, pues es el que produce mayor efecto.

Esta forma de hablar de Haydn causó en Beethoven una mala impresión y dejó en él la idea de que Haydn estaba celoso, era envidioso y no le quería bien.

Debo confesar que cuando Beethoven me contó este hecho le creí poco. Aproveché una ocasión para preguntar a Haydn al respecto. Pero su respuesta confirmó las palabras de Beethoven, pues me dijo que nunca creyó que este trío fuera comprendido tan fácilmente, ni acogido favorablemente por el público.

RIES

Podemos creer que, pasados algunos años, Haydn, al hablar con Ries, más bien había suavizado su primera impresión, ya que los testimonios relativos a las obras siguientes muestran lo que pensaba Haydn no ya del alumno, sino del rival Beethoven.

70 / DOLECZALEK, músico muy adicto a Beethoven, cuenta que un día acababa de interpretar otro trío en do menor de Beethoven [para instrumentos de cuerda sin piano, núm. 3, opus 9] en presencia de Haydn. Otro músico, Kozeluch, le arrancó la partitura y le dijo a Haydn: «¿No es cierto, papá, que nosotros lo habríamos hecho de otra manera?». Y Haydn respondió riendo: «Sí; nosotros lo habríamos hecho diferente» [hacia 1797].

(Anécdota contada, con variantes, por muchos:

SEYFRIED, A. B. MARX, Allgemeine Musikalische Zeitung de 1846).

72 / Cuando el estado de salud de Haydn empeoró, Beethoven iba a verle cada vez con menos frecuencia, sobre todo por una especie de temor (?), ya que había seguido un camino que el maestro no consideraba de acuerdo con sus convicciones. Sin embargo, el amable anciano se informaba sobre su Telémaco, y preguntaba a menudo: «¿Qué hace ahora nuestro Gran Mogol?».

SEYFRIED

En 1795 el «Gran Mogol» no hacía ya concesiones ni a los demás ni a sí mismo. Una de sus admiradoras, que entonces tenía doce años, nos lo describe así:

73 / Era pequeño y de escasa apariencia, con un rostro rojo y feo, cubierto de marcas de viruela. Su cabello era oscuro y caía en mechones alrededor de su cara. Su atuendo era bastante vulgar y poco alejado del abandono que estaba entonces de moda. Además de todo esto, hablaba mucho en dialecto, y con una forma de expresarse bastante vulgar, y como en general nada de su apariencia traicionaba su personalidad, aparecía poco amanerado en sus gestos y actitudes. Era muy orgulloso.

[En casa del príncipe Lichnowsky] conocí también a Haydn y a Salieri, que eran muy célebres entonces, mientras que no se quería reconocer el mérito de las composiciones de Beethoven. Me acuerdo todavía muy bien de Haydn, así como de Salieri, en la pequeña sala de música, sentados en el sofá, uno y otro siempre vestidos con cuidado, a la antigua moda, peinados con coleta, con zapatos y medias de seda, mientras Beethoven tenía la costumbre de vestir, aun en esta sociedad, de la manera más libre, a la nueva moda de allende el Rin; casi con negligencia.

Sra. VON BERNHARD, de soltera VON KISSOW

Como ocurre muchas veces, su desprecio por la urbanidad y por la forma de vestir no le impedían en absoluto el éxito.

74 / En Viena, al menos cuando yo viví allí, Beethoven tenía siempre alguna relación amorosa, y durante esa época hizo conquistas que habrían sido muy difíciles, por no decir imposibles, a más de un Adonis. ¿Puede un hombre sin haber conocido el amor hasta sus más profundos misterios haber compuesto Adelaida, Fidelio y tantas otras obras? Dejo esto a juicio de los entendidos y de los aficionados […]. Haré notar todavía que, por lo que yo sé, todos los objetos de sus pasiones eran de un elevado rango.

WEGELER

El testimonio de Wegeler, de quien nadie puede poner en duda ni su intimidad con Beethoven, ni la veracidad, ni la carga altamente moral, es, a nuestro juicio, de una claridad que no deja ningún lugar a la leyenda acreditada principalmente por Seyfried y Schindler (que no conoció íntimamente a Beethoven más que durante los últimos nueve años), según la cual Beethoven no habría tenido nunca más que amores platónicos, o por lo menos no había llegado nunca más allá del flirteo. Tales psicoanalistas podrán hablar de una homosexualidad latente y reprimida en Beethoven, pero ni su conciencia ni su «práctica» así lo indican. El testimonio de Ries vendrá allá por los años 1800-1805 a corroborar lo dicho por Wegeler, pero, sin embargo, con mucha menos claridad sobre «el conocimiento del amor en sus más profundos misterios» que Beethoven ha realizado en sus «relaciones amorosas» gracias a las conquistas que hizo.

Es ahora el momento de mencionar una hipótesis plausible, que remitimos como tal a la apreciación del lector, y que, como vamos a ver, se opone a toda discusión: la de la sífilis de Beethoven. En el primer volumen de su Beethoven: las grandes épocas creadoras, Romain Rolland afirma:

75 / Excesivos escrúpulos se oponían a la divulgación de ciertos documentos que existen en una colección de Berlín: unos dibujos que Beethoven había remitido a su médico. Se trataría de un mal que se remontaría a sus primeros años de estancia en Viena, y el propio Beethoven no habría conocido exactamente su naturaleza.

R. ROLLAND18

Sea como sea, en este año de 1795 Beethoven lleva una vida bastante agradable y mundana, donde la música y los sentimientos rivalizan a veces entre sí.

76 / Se representaba La molinera [ópera de Paisiello, ejecutada en junio de 1795], Beethoven estaba en un palco con una dama a la que apreciaba mucho. Cuando llegó la célebre canción «Nel cor più non mi sento», la dama dijo que ella había tenido unas variaciones sobre este tema, pero que las había perdido. Beethoven escribió por la noche las seis variaciones que se tienen de él y las envió al día siguiente a esta dama con esta nota: “Variazioni, etc. Perdute per la… ritrovate par Luigi van Beethoven”. Son tan sencillas que aquella señora debía de poderlas tocar a primera vista.

WEGELER

Se puede también preguntar si Beethoven no atravesaría una crisis de frivolidad, al menos si los encantos de la vida vienesa no le harían olvidar un poco esa sed de aprender que sintió en todas las demás épocas de su vida.

77 / Cuando las lecciones particulares sobre Kant, organizadas en Viena por Adam Schmidt, Wilhelm Schmidt, Hunczovsky, el doctor Göpfert y muchos otros, tuvieron lugar, Beethoven no quiso acudir ni una sola vez, a pesar de mi insistencia. Sentía en él otro «imperativo categórico» que el del filósofo de Koenigsberg; su ciencia era la de crear19.

WEGELER

En otros encuentros, sin embargo, está harto de la sociedad que frecuenta y del papel que desempeña en ella.

78 / Cuando Beethoven hubo adquirido en Viena una posición elevada, se desarrolló en él una repugnancia idéntica, como mínimo, a «su aversión extraordinaria a dar lecciones», o aún más fuerte, por las invitaciones para tocar en sociedad; cualquiera de estas invitaciones le hacía perder toda su alegría. A menudo venía a mí, triste y de sanimado; se lamentaba de que se le obligaba a tocar aun cuando la sangre le hervía hasta debajo de las uñas. Después, gradualmente, se mantenía entre nosotros una conversación, con la que yo procuraba entretenerle amistosamente y calmarle a la vez. Cuando este extremo estaba conseguido, yo dejaba decaer la conversación, me sentaba en mi despacho, y Beethoven se veía forzado, si quería hablarme, a sentarse en una silla colocada ante el piano. Pronto, a veces aún medio vuelto y con una sola mano, tocaba algunos acordes, que se desarrollaban sucesivamente en encantadoras melodías. ¡Ah!, ¿por qué no las he comprendido mejor? A veces yo ponía, aparentemente por descuido, papel de música sobre el atril para poseer algún manuscrito suyo; él escribía, pero terminaba por doblarlo y guardárselo en el bolsillo. No me quedaba más remedio que reírme yo mismo, y a mi costa.

[…] Salía de estas sesiones con el humor totalmente cambiado y volvía siempre por voluntad propia. Pero su repugnancia a tocar continuaba; éste fue el motivo de las mayores rupturas entre Beethoven y sus primeros amigos y protectores.

WEGELER

Vemos cuánta importancia tenía para Beethoven la intimidad de Wegeler; hubo, sin embargo, dos disputas terribles, como casi siempre en las amistades beethovenianas. Y Wegeler nos ha conservado de la época de su estancia en Viena una carta de reconciliación de Beethoven; una de las más típicas de este género, en el que fue siempre excepcionalmente fecundo. Se notará que cuanto más se aproxima el final de la carta más se acusa el carácter ansioso, desordenado, que caracteriza la prosa de Beethoven cada vez que se ve transportada por un ritmo emocional.

79 / ¡Qué abominable día me has demostrado cómo soy! Lo reconozco, no merezco tu amistad. Tú eres tan noble, tienes tan buen corazón, y por primera vez no he estado a tu altura; he demostrado ser tan inferior a ti… ¡Ay de mí! ¡He hecho sufrir durante muchas semanas a mi mejor amigo! ¿Tú crees que mi corazón ha perdido su bondad?; ¡gracias al cielo, no!; esto no ha sido una maldad premeditada, deliberada; me ha hecho actuar así mi imperdonable ligereza, que no me ha permitido ver las cosas bajo su verdadero prisma. ¡Oh!, cómo me avergüenzo de mí; tanto por ti como por mí; apenas me atrevo a rogarte que me devuelvas tu amistad. ¡Ah!, Wegeler, mi único consuelo es que tú me conoces desde mi infancia y sin embargo, ¡ah!, deja que te diga yo mismo que he sido bueno y que he procurado ser recto y honesto en mis acciones; de otra forma, ¿cómo hubieras podido quererme? ¿Habría cambiado todo yo entonces de golpe, tan terriblemente y de forma tan negativa para mí? Es imposible que estos sentimientos grandes y buenos se hubiesen apagado de pronto en mí.

No, querido, excelente Wegeler; ¡oh!, ¿puedes, una vez más, arrojarte en los brazos de tu B.? ¡Confía en las buenas cualidades que has encontrado siempre en él! Yo lo atestiguo; el templo puro de la amistad sagrada que erigirás encima se conservará eternamente firme, y ningún accidente, ningún temporal, podrá conmover sus cimientos; firme, eterna, nuestra amistad, perdón, olvido, resurrección de la amistad agonizante, vacilante; ¡oh!, Wegeler, no rechaces la mano de la reconciliación; pon la tuya en la mía; ¡ah!, Dios, nada más, yo mismo iré a tu casa y me echaré en tus brazos, y te llamaré el amigo perdido, y tú vendrás a mí, el arrepentido, que te quiere, que no te olvidará nunca.

BEETHOVEN

En este momento he recibido tu carta, pues acabo de regresar a mi casa.

Ludwig van Beethoven
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