4.

¡SI SUPIÉRAMOS LO

QUE PENSÁIS EN

VUESTRA MÚSICA!

1822-1824

1822

Sobre el comienzo de 1822 tampoco estamos bien informados. A pesar de la mejoría real de su salud, sufre todavía del hígado y de reumatismo, y tiene tantos dolores de oídos que le resulta imposible ir a escuchar, en febrero, a su viejo amigo de Bonn, el violonchelista Bernhard Romberg. El 6 de abril escribe a Ries:

599 / Enfermo de nuevo desde hace medio año, no he podido responder a vuestra carta. He recibido exactamente las 26 libras esterlinas, y os doy las gracias de todo corazón; no he recibido la sinfonía que me habéis dedicado…

Mi obra más grande es una gran misa que he escrito no hace mucho tiempo, etc. Hoy tengo muy poco tiempo, no digamos, pues, más que lo necesario… ¿Qué me ofrecería la Sociedad Filarmónica por una sinfonía?

Todavía mantengo la idea de ir a Londres, siempre que mi salud me lo permita. ¿Quizá la primavera que viene? – Encontraréis en mí un justo admirador de mi querido alumno, convertido ya en un gran maestro, ¿y quién sabe qué nuevo beneficio para el arte podría resultar de nuestra unión? Estoy, como siempre, absolutamente consagrado a mis Musas, y sólo ahí encuentro la felicidad de mi vida; y trabajo y me ocupo en todo lo que puedo…

Tenéis dos hijos, yo tengo uno: el hijo de mi hermano, pero vos estáis casado y vuestros hijos no os cuestan, entre los dos, tanto como me cuesta a mí el mío solo […].

Vuestro amigo de corazón,

BEETHOVEN

Beethoven se vanagloria un poco diciendo que ha escrito su misa «no hace mucho tiempo». En realidad no estará terminada hasta el final de 1822, y le dará todavía algunos retoques en 1823. Pero su atención va más allá del trabajo casi terminado; la idea de una sinfonía, prácticamente dejada de lado desde 1817-1818, comienza otra vez a apoderarse de él; en dos años estará terminada.

En el mes de mayo, salida de Viena, como de costumbre. De nuevo Döbling durante tres meses. El 5 de junio escribe a Peters, el editor de Leipzig que había sucedido a Hofmeister, el cual había encargado a su colega Steiner transmitir a Beethoven algunas proposiciones que Steiner astutamente le había silenciado:

600 / Cuando me habéis honrado con vuestra carta me encontraba justamente muy ocupado y sufriendo desde hacía cinco meses, por eso no he respondido sino a lo más urgente. Aunque me he encontrado con Steiner hace algunos días y le he preguntado qué me había traído de Leipzig, no me ha dicho una sola palabra de vuestro encargo, ni siquiera de vos mismo; por el contrario, me insistió en que le garantizase que entregaría mis obras, tanto actuales como futuras, a él y sólo a él, y por contrato; dije que no. Esto os demuestra claramente la razón por la que concedo a veces preferencia a otros editores extranjeros y también de aquí. Amo la lealtad y la sinceridad, y pienso que no se debe escatimar al artista, porque, ¡ay!, por resplandeciente que sea el brillo de su gloria, no todos los días se le concede ser huésped de Júpiter en el Olimpo. – Desgraciadamente, la vulgar humanidad arranca con frecuencia de este puro cenit del éter. – [Sigue una enumeración de obras que Beethoven ofrece al editor Peters y de los precios a que las ofrece]. Un cuarteto para dos violines; viola y violonchelo, que podréis recibir pronto [Beethoven piensa ya desde este momento en el 12.º Cuarteto]: cincuenta ducados.

Más que todo esto me preocupa la edición de mis obras completas, pues querría poder hacerlo en vida. He recibido numerosas ofertas, pero existen obstáculos que no he podido ni querido superar. Con la ayuda necesaria podré terminar la edición completa en dos años, posiblemente en un año, en año y medio, y por cada género de composiciones entregar una obra nueva de variaciones; para las sonatas, una obra nueva de sonatas; y así todo: para cada estilo del que pueda producir algo, una nueva obra; por todo el conjunto pediría diez mil florines […].

LUDWIG VAN BEETHOVEN

Este proyecto monumental de una edición de sus obras completas, que tanto preocupa a Beethoven y del que no se olvida ni en su lecho de muerte, creemos que si se hubiese realizado no se habría tratado más que de un conjunto póstumo realizado honestamente por Breitkopf y Härtel. Debería haberse tratado, verdaderamente, de una recreación y de una nueva interpretación sugerida por el creador mismo sobre el conjunto y sobre cada elemento de su obra. Nada puede reemplazar este trabajo, y nos vemos reducidos a soñar con las indicaciones que Schindler y Czerny, sus dos confidentes de la época, nos dan, pero que, sobre todo en el caso de Schindler, no nos ofrecen demasiada confianza.

601 / Beethoven tenía intención de dar más fuerza a sus primeras sonatas, reduciendo las que tenían cuatro fragmentos a tres, para darles mayor unidad.

Estaba también decidido a suprimir el scherzo-allegro en la Sonata en do menor con violín [opus 30, núm. 2], por considerarlo poco en armonía con el resto. Este fragmento le disgustaba mucho, y si esta edición hubiera podido hacerse, Beethoven habría apartado un buen número de scherzos-allegros y minuetos que habrían aparecido por separado […]. Debía reducir también las siguientes sonatas: opus 10, 13, 14, 31 (núms. 1 y 2), 57, y otras aún. Las últimas sonatas que tenían más de tres fragmentos, como las opus 106 y 110, deben ser juzgadas de distinta manera que las primeras.

SCHINDLER

CZERNY

Peters responde, pero parece que no dice una palabra del proyecto de las obras completas, pues Beethoven, en su carta del 6 de julio, no vuelve a hablar de ello. En cambio vuelve a mencionarlo a Steiner, que lo echa al olvido:

603 / En cuanto al proceder de Steiner, requiescat in pace. Esto no parece importarle mucho. No puedo justificar estos procedimientos, pero debemos, se quiera o no, tomar a estos hombres como son o viviríamos en una guerra perpetua.

BEETHOVEN

Por esta época termina el Dona nobis pacem de la Misa, y nunca ha sido tan grande en él el deseo de paz junto al de una creación donde pudiese absorberse por completo sin ser perturbado por discusiones. Este mismo verano se acerca a su hermano Johann, a pesar de la antipatía que siente por su cuñada (por una temporada, en otoño, llegará a vivir en su casa), y le escribe una carta todo lo pacífica que su carácter se lo permite.

604 / La única cosa que deseo es que el bien, que no puede dejar de producirse cuando estamos juntos, se consiga sin obstáculos. […] No tengo nada contra tu mujer, deseo solamente que vea que tu vida puede mejorar conmigo y que haga lo posible para que estas miserables mezquindades de la vida no nos causen ninguna inquietud.

Tu fiel hermano,

LUDWIG

[ P. S.] ¡La paz, la paz sea con nosotros! ¡Quiera Dios que el vínculo natural entre hermanos no se rompa! Además, mi vida podría no durar mucho. Lo digo una vez más: no tengo nada contra tu mujer, a pesar de que su comportamiento conmigo me haya parecido a veces muy especial; y también el estado delicado en que me encuentro, desde hace ya tres meses y medio, me vuelve muy susceptible […].

En este momento de su vida, cuando Beethoven termina la Missa solemnis y empieza a pensar en la Novena Sinfonía, otra música triunfa en Viena: la de Rossini, que visita en persona la ciudad, en el verano de 1822, para hacerse aplaudir en lo más glorioso de su carrera. Rossini y Beethoven no pueden sentir ninguna simpatía el uno por el otro, pero ninguna mezquina animosidad les enfrenta; y le honra a Rossini haber tomado la iniciativa para un encuentro. En un Cuaderno del verano, su hermano Johann escribe:

605 / Acabo de encontrar a Rossini y me ha saludado con mucha amabilidad. – Está deseoso de hablarte. – Si hubiera sabido que estabas aquí hubiese venido enseguida.

Unas semanas más tarde Rossini hace una visita a Beethoven. Schindler dice que Beethoven no le recibió, pero se equivoca. Rossini afirmó siempre que Beethoven le había recibido muy cortésmente, e hizo tres relatos de su visita, cada vez con más detalles. Es bastante curioso que el tercer relato fuese hecho a… Richard Wagner, cuando Wagner a su vez visita a Rossini en 1860 en presencia de un tercero que lo cuenta:

606 / Durante mi estancia en Viena me hice presentar por el viejo Carpani a Beethoven; pero su sordera y mi ignorancia del alemán hicieron imposible la conversación. Por lo menos celebro haberle visto.

ROSSINI a Hiller

[…] [Wagner pregunta cómo terminó la visita y responde Rossini]: «¡Oh!, fue muy corta. Es comprensible, toda una parte de la conversación debía hacerse por escrito. Le expresé toda mi admiración por su genio, toda mi gratitud por haberme recibido y por habérselo podido decir. Me respondió con un profundo suspiro y con una sola palabra: «¡Oh, un infelice!».

ROSSINI a Wagner, en Recuerdos de Michotte

En otros momentos de menos melancolía, Beethoven no se define tan sencillamente. El 27 de julio de 1822, en mitad de una carta de negocios a su hermano, exclama:

608 / ¡Qué desgraciado hombre feliz soy!

BEETHOVEN

Sin duda, no habría cambiado por nada del mundo su aislamiento por la apoteosis que Viena tributa a Rossini. Más aún, cuando en el seno mismo de esta apoteosis cierta resistencia empezaba a manifestarse. El año anterior, el 18 de junio de 1821, el Freischütz de Weber triunfaba en Berlín. Recibido como el prototipo del drama nacional alemán, suscitaba, de escena en escena, un entusiasmo prodigioso.

En 1823, Edward Schulz recuerda que, cuando se interroga a Beethoven sobre el Freischütz, responde: «Creo que es un tal Weber quien lo ha escrito», con cierto desdén. Pero Schindler pretende que es Seyfried el que ha inventado la frase1 y se la ha dicho a Schulz; y esta vez Schindler parece que tiene razón, pues otros testimonios indican por el contrario una cierta admiración y, en todo caso, una viva atención de Beethoven por el Freischütz. El primer testimonio podría ser dudoso, porque viene del hijo de Weber, si no tuviera al mismo tiempo ciertas reticencias hacia Beethoven.

609 / Beethoven […] hizo traer la partitura y la estudió con seriedad a pesar de lo poco que le gustaba la música de Weber. Su originalidad profunda que, naturalmente, se le escapaba [¡?], le imponía, y, dando golpes sobre la partitura, gritaba delante de sus amigos: «¡Este pequeño infeliz!, ¡nunca lo hubiera creído de él! ¡Ahora Weber debe escribir óperas, nada más que óperas, una detrás de otra!» […], y como le recordaban el segundo final y la extraña música que encierra: «Sí –dijo–, es verdad; pero a mí me parece eso una tontería. Veo perfectamente lo que Weber ha querido hacer, pero ha puesto mucho orgullo. Cuando leo esto, como en la caza salvaje, no puedo evitar reír, ¡y es que debe ser así!».

MAX VON WEBER

El otro testimonio es más objetivo y nos interesa más aún, ya que concierne a Beethoven más todavía que a Weber; proviene, a través de Seyfried, de un diplomático sajón, Griesinger, al que el libretista del Freischütz, Kind, había rogado que propusiera una colaboración a Beethoven:

610 / Beethoven me respondió: «¡Gracias, muchas gracias! Conozco el valor del libreto del Freischütz: es tan musical como pintoresco…, pero no estoy interesado en poner música a este género de libreto. Mi Fidelio no ha sido comprendido por el público, pero sé que llegarán a apreciarlo; y, aun sabiendo perfectamente lo que vale mi Fidelio, sé, con no menos evidencia, que es en la sinfonía donde estoy en mi verdadero elemento. Cuando siento algo dentro de mí es siempre con gran orquesta, puedo exigir todo a los instrumentistas; en la composición vocal uno se pregunta siempre: ¿podrán cantar esto? No, no, que el señor Kind me perdone, pero no volveré a escribir una ópera2.

Hablamos todavía un poco de Weber, y Beethoven hizo de él un elogio extraordinario, así que estoy convencido de que los mordaces juicios que dicen que ha hecho sobre Weber se los han adjudicado gratuitamente. Hay que suponer que no admiraba a Weber por la política, pues nunca se molestó en expresar sus opiniones.

GRIESINGER

Durante su estancia en Döbling, en 1822, Beethoven tuvo todavía otros dos encuentros cuyos relatos nos ayudan a conocerle mejor. El primero es con el actor dramático Heinrich Anschütz.

611 / Un día le acompañé hasta el final del camino. Hablamos de arte, de música, y también del Rey Lear y de Macbeth. Como por casualidad le hice la observación –que yo me había preguntado muchas veces– de si no haría una música para ilustrar Macbeth parecida a la música de Egmont. La idea pareció electrizarle. Se paró de repente, como clavado en el suelo, me miró fijamente con una mirada penetrante, casi demoniaca, y me respondió rápidamente: «Ya me he ocupado. [Hemos dicho ya que Beethoven había soñado con esto quince años antes]. ¡Las brujas, la escena del crimen, el banquete del fantasma, la cocina de las brujas, la escena del sonambulismo, la locura mortal de Macbeth…!». Era apasionante seguir la expresión de su cara, que expresaba la sucesión, rápida como el viento, de sus pensamientos; en pocos minutos su genio había recorrido toda la tragedia. Le hice otra pregunta, se dio media vuelta y se marchó después de un rápido saludo.

Pero desgraciadamente los hechos no confirmaron su arranque de entusiasmo. Cuando algún tiempo después volví a hablar de este tema, le encontré de muy mal humor y me callé.

ANSCHÜTZ

El otro encuentro, más importante todavía, es el del novelista y musicólogo Friedrich Rochlitz3. El relato que hace Rochlitz en una carta a Härtel, del 9 de julio de 18224, nos parece que merece ser ampliamente citado. Su primer encuentro con Beethoven tiene lugar en casa de Tobias Haslinger, que fue quien preparó la entrevista.

612 / Encontré a Beethoven charlando animadamente con Haslinger. Está acostumbrado a él y le comprende bastante bien, pues lee las palabras en los movimientos del rostro y de los labios. Haslinger nos presenta. Beethoven parece contento, pero está turbado. Y si yo no hubiera estado preparando su visita me hubiera turbado también. No por su cabellera negra, espesa, hirsuta, que rodea su cabeza; no por su aspecto exterior abandonado, casi salvaje, sino por el conjunto de su persona […]. Unos ojos inquietos, brillantes, casi penetrantes cuando miran fijamente; pocos movimientos, pero bruscos; en la expresión de su rostro, los ojos, sobre todo, llenos de vida e inteligencia, una mezcla de cordial sencillez y de temor; en toda su actitud, esa tensión y esa inquietud de los sordos que tienen una sensibilidad muy viva; diciendo una palabra alegre para caer después en un mutismo feroz; todo esto dice Beethoven al corazón del observador: ¡He aquí al hombre que da alegría a millones de hombres, nada más que alegría, pura y espiritual!

[Articulando lo mejor que puede, Rochlitz expresa a Beethoven su agradecimiento personal que se tiene por su música en Leipzig]. Él estaba a mi lado, mirándome a la cara y moviendo levemente su cabeza; después, sonriendo, me hizo un signo amistoso con la cabeza, pero no dijo nada. ¿Me habría comprendido?». Por fin me detuve; él me estrechó fuertemente la mano y dijo lacónicamente a Haslinger: «Tengo todavía muchas cosas que hacer», y a mí al partir: «¡Nos volveremos a ver pronto!». Haslinger le acompañó fuera. Yo estaba profundamente emocionado.

Cuando Haslinger regresó, le pregunté: «¿Me ha comprendido?» – «Ni una palabra», me respondió alzando los hombros. Estuvimos mucho tiempo sin hablar; no puedo decir hasta qué punto estaba conmovido. Le pregunté: «¿Por qué no le repetíais algunas de mis palabras para que me entendiera un poco?» – «No quería interrumpiros, y él es muy susceptible; además pensaba que comprendería algunas cosas; pero el ruido de la calle, vuestra voz, a la que no está acostumbrado; quizá también su precipitación por querer entender todo, porque se daba cuenta de que le decíais cosas agradables… ¡Estaba tan triste!» – No puedo explicar con qué estado de ánimo salí.

ROCHLITZ

Después contaba numerosas anécdotas sobre los franceses de la época de los dos sitios de Viena; no les profesaba ninguna simpatía. Decía todo esto con la mayor tranquilidad, sin la menor reserva; todo ello sazonado con opiniones muy originales o ideas burlescas. Me hizo el efecto de un hombre que poseía un espíritu rico, avanzado, una imaginación ilimitada, sin reposo; un hombre que, niño precoz y extremadamente inteligente, hubiese sido abandonado en una isla desierta con todo lo que hasta aquí le habría enseñado la experiencia, todo lo que hasta esta edad habría llegado a su conocimiento, después de que hubiera reflexionado y rumiado todo esto hasta que hiciera la síntesis de estos elementos y realizado, con sus fantasías, las convicciones que él proclamaba ahora a todo lo ancho del mundo con toda confianza6.

ROCHLITZ

ROCHLITZ

615 / «¿Entonces conocéis al gran Goethe; no es así? […], yo le conozco también», – continuó, golpeándose el pecho, y una franca alegría iluminó sus rasgos. «Leconocí en Karlsbad [Toeplitz], – Dios sabe cuánto tiempo hace. No estaba entonces tan sordo como ahora, pero ya era duro de oído. ¡Qué paciencia tuvo este gran hombre conmigo!, ¡qué influencia ejerció sobre mí!». Contó varias anécdotas con divertidos detalles. «¡Qué feliz me hizo entonces! Me hubiera dejado matar a golpes por él, y mejor diez veces que una. Como entonces yo era todo fuego, todo llama, hice la música de Egmont, y tuvo éxito, ¿no es cierto?7 […]. Desde el verano de Karlsbad leo a Goethe todos los días –cuando leo–. Para mí ha muerto Klopstock. ¿Esto os asombra? ¿Reís? ¡Jaja!, ¡porque he leído a Klopstock! Lo he llevado conmigo durante años, cuando iba de paseo y a todas partes. ¡Ah!, es cierto, no siempre lo he comprendido: ¡se eleva tan alto y empieza tan alto para caer siempre maestoso! ¡Mi bemol mayor!, ¿no? Pero, a pesar de todo, es grande y eleva el alma. Cuando no le comprendo le adivino casi. ¡Si no quisiera morir todo el tiempo! El tiempo pasa muy deprisa. Por lo menos suena siempre bien, etc. Pero Goethe está vivo, y nosotros vivimos con él. Por eso se le puede poner música. A ninguno se le puede poner música como a él. No escribo los lieder de buen grado…».

ROCHLITZ

ROCHLITZ

617 / [Después de este segundo encuentro, Beethoven y Rochlitz se vuelven a ver una tercera vez en Baden]. Esta vez estaba muy bien arreglado, casi elegante. Pero esto no le impidió (era un día muy caluroso) durante un paseo por el Helenenthal – donde pasea todo el mundo, incluido el emperador y la corte, y donde todo el mundo se codea en un sendero a veces bastante estrecho– quitarse su hermosa chaqueta negra y llevarla en el extremo de su bastón, sobre la espalda, y pasear en mangas de camisa. Se quedó [en Baden] desde alrededor de las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. Durante todo ese tiempo estuvo alegre y a veces hasta bromista, y decía todo lo que se le pasaba por la cabeza. Decía de él mismo –y esto es bastante significativo–: «Hoy me he destapado».

Todos sus discursos y sus gestos eran una sucesión de excentricidades, a veces muy divertidas. Todo esto irradiaba una bondad infantil, una despreocupación, una confianza en todos los que se aproximaban a él. Hasta sus gritos no son más que explosiones de la fantasía y de la excitación del momento. Se ponen en marcha con ruido, expresados sin arrogancia, sin amargura ni rencor, con ligereza y buen humor, en una incoherencia humorística, y eso es todo. Demuestra claramente muchas veces, y contra su propio interés, que aquel que le ha ofendido seriamente y contra el que ha echado pestes con violencia durante una hora, una hora más tarde será perdonado, y tendría hasta su último centavo si lo necesitara.

Además reconoce con la mayor alegría los méritos de los demás […] –¡cómo habla de Haendel, de Bach, de Mozart!–. No permite que se critiquen sus grandes obras (¿quién tendría derecho a hacerlo?), aunque no las estime exageradamente; sin embargo, se entrega a los pequeños sonriendo, como haría cualquiera […].

Cuando dejé al buen Beethoven en el coche y vagué solo por este placentero valle […] mis reflexiones no me llevaron únicamente, como después de nuestra primera entrevista, a los dolores con que el Destino le había cargado. Ahora veía que también tenía muchas horas serenas y completamente felices […].

ROCHLITZ

El final del verano se pasa no en Döbling, sino en Baden, donde Beethoven hace una cura con mejor resultado que la del año anterior. En el mes de septiembre, en el transcurso de un paseo en el Helenenthal, con Schindler y su sobrino, la inspiración le llega y canta a sus compañeros los dos motivos que acaba de encontrar: uno de ellos era totalmente a la manera de Haendel, «en el más estricto estilo del que –dijo Schindler– proyectaba hacía tiempo escribir una obertura».

Schindler añade que Beethoven le pregunta cuál de los dos motivos debía elegir para una obertura. Se iba a inaugurar, o más exactamente volver a abrir, el teatro de Josephstadt (del que Schindler sería uno de los directores de orquesta) y el director del teatro había encargado a Beethoven una obertura para esta ocasión. Schindler le aconseja el motivo inspirado en Haendel, sobre el que Beethoven escribió rápidamente la obertura Zur Weihe des Hauses (opus 124), que fue ejecutada el 3 de octubre.

Un mes más tarde, el 3 de noviembre, desmintiendo las palabras pesimistas de Beethoven a Rochlitz, Fidelio se representa de nuevo con gran éxito. La cantante que tenía el papel de Leonora no era su creadora, Anna Milder-Hauptmann, que tenía una hermosa voz, pero carecía por completo de sentido dramático; era una joven de dieciocho años, Wilhelmina Schroeder (más tarde Schroeder-Devrient). Beethoven al principio torció el gesto ante esta casi debutante, pero después se entusiasmó con la pasión que ella ponía en su interpretación. La música beethoveniana empezaba a tener los intérpretes que requería.

Beethoven había querido dirigir él mismo; se había encargado al director de orquesta Michael Umlauf, al que él apreciaba mucho, que le doblara. Pero esta preocupación no impidió la catástrofe la tarde del ensayo general.

618 / Se vio enseguida, en el primer dúo entre Marcelina y Jaquino, que Beethoven no entendía nada de lo que pasaba en el escenario. Retardaba el movimiento, la orquesta le seguía, pero los cantantes se adelantaban. ¡En el momento en que se oye llamar a la puerta de la prisión, todo se vino abajo!

Umlauf propuso una interrupción sin decir el porqué al maestro; después de algunos cambios de impresión gritaron: Da capo! – El dúo volvió a empezar, pero, como la primera vez, no se conjuntaban, y justo en el mismo lugar. Se paró de nuevo la obra; era evidente que no podía ir bien con el autor. ¿Pero cómo hacerle entender la verdad? Ni el administrador Duport, ni Umlauf, querían encargarse de ello. Cada uno parecía decir: ¡esto no marcha, aléjate, desgraciado! – Beethoven, inquieto, en su sitio, miraba a derecha e izquierda, espiando los rostros, para saber cuál era el obstáculo a la buena marcha de la obra. Pero, por todas partes, un profundo silencio. Me llamó entonces y me pasó su agenda para que escribiera el motivo de todo aquello. Escribí apresuradamente, poco más o menos, estas palabras: «Os ruego que no continuéis, os explicaré todo en casa». Entonces saltó de su asiento y dijo en voz alta: «¡Vamos rápido fuera!». Corrió sin detenerse hacia su domicilio; al entrar en su casa se tiró sobre un sofá, se tapó la cara con las manos y se quedó en esta postura hasta que nos sentamos a la mesa. Durante la cena no pudimos obtener una sola palabra de él, hundido en el abatimiento y en la más profunda melancolía. Cuando quise alejarme me rogó que no le abandonara hasta la hora del espectáculo. En el momento de separarnos me pidió todavía que le acompañara al día siguiente a casa del doctor Smetana, su médico de antes, que había adquirido cierta celebridad en las enfermedades del oído.

SCHINDLER

SCHINDLER

Nadie más que Schindler ha contribuido a formar una imagen de Beethoven en actitud de Pater Dolorosus. Aquí más que nunca. Sin embargo, en los cuatro años y medio que le quedan por vivir, veremos todavía más de una vez a Beethoven reír atronadoramente y sin acordarse de lo pasado; y la impresión que Rochlitz ha guardado de algunas horas más tarde nos parece más justa que la versión lacrimógena que nos cuenta Schindler. Pocas vidas han sido más dolorosas que las de Beethoven, pero pocas voluntades fueron tan fuertes y pocos temperamentos tan alegres a fuerza de estar vivos; no debemos, olvidar jamás ni lo uno ni lo otro si no queremos traicionarle.

A pesar de lo fuerte del golpe, Beethoven asiste a la representación de Fidelio, sentado detrás de Umlauf, envuelto hasta las orejas en su abrigo. Wilhelmina Schroeder cuenta que ella no veía de él más que sus ojos, que parecían arder y cuyo fuego le aterrorizaba.

En este mismo mes de noviembre, Beethoven recibe una carta de un ruso, violonchelista aficionado, y tan apasionado por la música de Beethoven que hacía arreglar sus sonatas en cuartetos para poderlas tocar.

El príncipe Nicolai Borisovich Galitzine pidió a Beethoven que compusiera para él tres Cuartetos, añadiendo que sería un «sumo placer para él pagarle el trabajo al precio que Beethoven quisiera fijarle».

Beethoven no respondió hasta el 25 de enero de 1823; acepta componer los tres Cuartetos a 50 ducados cada uno, pero a condición de poder terminar antes una sinfonía y un oratorio (¡siempre La victoria de la Cruz!), a condición también de que no se trate de fijarle un plazo para la entrega de los Cuartetos, «dado que la inspiración no se encarga, y que yo no soy de esos jornaleros que trabajan a tanto por día y por pieza». La idea de nuevos Cuartetos continúa creciendo en él, pero cada vez más el trabajo para la Novena Sinfonía le absorbe por completo. En diciembre de 1822 escribe a Ries:

620 / Acepto con placer la proposición de escribir una nueva sinfonía para la Sociedad Filarmónica, aunque los honorarios de los ingleses no pueden compararse con los de otras naciones; escribiría gratuitamente para los primeros artistas de Europa si no fuera todavía el pobre Beethoven. ¡Si estuviera en Londres, cómo me gustaría escribir para la Sociedad Filarmónica! Porque Beethoven puede escribir, gracias a Dios. Si no, ¿quién en el mundo podría hacerlo? ¡Que Dios me dé solamente salud, que por lo menos ha mejorado algo, y podré responder a todas las proposiciones de todos los países de Europa y hasta de América del Norte! ¡Y podré llegar también sobre una rama verde! [Sic : prosperar, rejuvenecerse]

BEETHOVEN

1823

En el mes de noviembre de 1822 Tayber, Kapellmeister de la corte, muere. El conde Moritz van Lichnowsky quiere aprovechar la ocasión para hacer una última tentativa de asegurarle a Beethoven una posición asentada y socialmente honorable en Viena. Después de haberse asegurado una acogida favorable cerca de su amigo el conde Von Dietrichstein (que era intendente de la música imperial a la vez que preceptor del duque de Reichstadt, alias el Aguilucho), obligó a Beethoven a presentar su candidatura.

A pesar del apoyo de Dietrichstein, la corte respondió suprimiendo el cargo, bajo el pretexto, que no engañó a nadie, de que había que economizar. Era muy difícil preferir abiertamente a otro músico antes que a Beethoven, y a éste no lo querían por nada del mundo. Lichnowsky y Dietrichstein tuvieron entonces otra idea, la de sugerir a Beethoven que compusiera una misa para el emperador –casi el único aristócrata notable de Viena y casi el único gran monarca de Europa al que Beethoven no había dedicado nunca NADA por una significativa omisión–. Este gesto de homenaje, piensan ellos, permitiría plantear de nuevo la candidatura de Beethoven con más posibilidades de conseguirla.

La idea de otra misa no disgustaba a Beethoven. En sus borradores de entonces se encuentran notas para una misa en do sostenido menor, y el 20 de marzo de 1823 escribe a Peters su intención de componer dos nuevas misas. Pero era necesario que la misa fuera no sólo dedicada al emperador, sino también conforme a los gustos musicales y a las costumbres piadosas de éste. En una carta a Lichnowsky, el 23 de febrero de 1823, Dietrichstein dicta su deber al candidato:

621 / Te envío al mismo tiempo la partitura de la misa de Reutter [1705-1772] que Beethoven desea ver. Es cierto que a S. M. le gusta este estilo; sin embargo, si Beethoven escribe una misa, debe dejarse guiar por su genio y por su inspiración; sólo hace falta que no sea demasiado larga ni de muy difícil ejecución. Nos gustaría una misa para voces infantiles, con muy pocos solos. Todo lo más, para soprano y contralto. Nada de solo, de bajo ni de órgano; uno para el tenor, que cantará Barth. En los solos de instrumentos el autor tendrá libertad para escribir un solo de violín, o de oboe, o de clarinete. – S. M. ama mucho las fugas, pero sin demasiado desarrollo. El Sanctus y el Hosanna, muy cortos, para no prolongar la elevación…, etc.

DIETRICHSTEIN

Beethoven no debía estar muy satisfecho por haberse dejado arrastrar en este quehacer; por esta vez se niega y pone a su vez excusas dilatorias. El emperador Franz no tendrá nunca su misa de Beethoven al estilo de Reutter. Todo el mundo ha demostrado su desagrado a Beethoven: Dietrichstein, el cardenal-archiduque, Lichnowsky mismo, que en un acceso de cólera le trata de «viejo testarudo holandés»; pero no consiguen nada. Y Schindler, inconsolable:

622 / Se podía esperar que la corte concediera ayuda y protección a su obra, y que Beethoven, renunciando a cualquier otro plan, se acomodaría al gusto del emperador y se pondría inmediatamente al trabajo. Desgraciadamente, no fue así, ya que, según su costumbre, Beethoven después de haber examinado y discutido ampliamente el tema bajo diferentes puntos de vista, declara que la composición para el emperador debía ser aplazada para más tarde. Así, añade con esto una nueva ligereza a la dificultad en que sus ideas democráticas le habían colocado. Él sigue como hasta entonces, libre e independiente. Sus principios, por un momento quebrantados, recuperan su fuerza, pero el resultado fue negativo.

SCHINDLER8

«Resultado negativo» si se quiere, pues si Beethoven había «renunciado a cualquier otro plan», es a terminar la Novena Sinfonía a lo que habría renunciado. Y en este momento, si Beethoven, aunque fértil en sus proyectos, se consagra sólo a ella, es en este comienzo de 1823 cuando tiene la impresión de emerger al fin. Cuando leemos los Cuadernos de Conversación del primer trimestre comprendemos que está obligado a defenderse contra los proyectos de diversión que le proponen. No sólo está la misa para el emperador, sino las repetidas exhortaciones para escribir una ópera, más frecuentes y calurosas que nunca después del gran éxito de la reposición de Fidelio. El mismo conde Lichnowsky anima mucho a Beethoven. En el mes de febrero, por ejemplo:

623 / LICHNOWSKY.–¿Os gusta el libreto? [Beethoven no parece estar entusiasmado]. – Está dispuesto a hacer todas las modificaciones que hagan falta. [Beethoven debe de decir que eso no será suficiente]. – Desearía una de las hermosas tragedias de Voltaire, Zaïre o Merope. [Beethoven, moroso, parece decir que no son temas para él]. – Todas las tragedias de Voltaire son propias para la ópera. – Mahoma, Fedra, Zaire, Merope. [Beethoven debe de decir que ya se verá después de la Novena]. – ¿Qué tal va con la sinfonía? [Beethoven debe de responder que todavía hay para mucho tiempo]. Sería necesario, sin embargo, que la academia se dé a fin de marzo o a primeros de abril […]. Es verdaderamente una pena que la miseria obligue a suprimir esta plaza. Pero mi opinión es que vos escribáis esta misa y la dediquéis al emperador […]. – Como la plaza no ha sido suprimida por decreto, sino que está solamente vacante en este momento, después de la misa compuesta para el emperador la plaza será… [Beethoven parece tomar la palabra a Lichnowsky para decirle que lo que desea es trabajar en la Novena. Lichnowsky debe de darse cuenta de que no gana nada insistiendo]: – Ahora la sinfonía es lo más útil para electrizar a la gente. – Las dos Sonatas de París [opus 110 y 111] son admiradas por doquier.

Otra vez, en marzo, es el abogado Bach el que intenta lanzar de nuevo a Beethoven sobre un antiguo proyecto relativo a La conjuración de Fiesco, de Schiller, y no parece sino que, desde hace ya algunos meses, Beethoven ha encontrado la concordancia del tema musical y de las palabras de la Oda a la Alegría.

624 / BACH.–El libreto de Fiesco debe existir. Sería un tema digno de ser tratado por usted. – No escriba solamente para nosotros, sino para el mundo entero. – Schiller y Beethoven. Estos dos nombres son dignos de estar uno al lado del otro.

Todos, hasta la dirección de la Ópera de Viena, le hacen proposiciones. Hemos citado ya mucho antes (cf. supra, texto núm. 148) el diálogo, de febrero de 1823, entre Schindler y Beethoven, sobre Giulietta, condesa Gallenberg, de soltera Guicciardi, a propósito de la acogida desagradable hecha a Schindler por Gallenberg. Algunos días más tarde Gallenberg comprende que tiene mucho que ganar al obtener una ópera del autor de Fidelio, en lugar de desanimarle, y le hace avanzar en el empeño:

625 / SCHINDLER.–Por lo demás, el señor G. ha estado extremadamente emocionado con vuestra carta y hace grandes elogios de vos. Os ha calificado de estrella de primera magnitud en el firmamento musical, etc. Sería feliz si le hicierais tan sólo una visita, pues os considera como un amigo de la casa. [Beethoven no debe de tener muchos deseos de convertirse en amigo íntimo de la familia de Giulietta; unos días más tarde Gallenberg insiste].

SCHINDLER.–Gall. se sentiría feliz de sentaros con frecuencia a su mesa. – Me ha contado que habéis vivido y tocado el piano, durante mucho tiempo, juntos.

En marzo, el infatigable Lichnowsky (que algunas veces tuvo ideas discutibles, pero cuya fidelidad y generosa amistad para Beethoven fueron indiscutibles) da forma a un nuevo proyecto más inteligente, pero que tampoco cuaja: poner «al viejo cabezota holandés» en contacto con un poeta que tiene sus mismas ideas políticas y con el que Beethoven podrá entenderse bien y colaborar: Grillparzer. Sobrino de Sonnleithner (el adaptador del libreto francés de Fidelio), redactor de la cancillería imperial, Franz Grillparzer (1790-1872) es en estos momentos el más grande y también el único poeta dramático de Austria. Aprovecha la ocasión de entrar en contacto con Beethoven, al que admira hace mucho tiempo, y se esfuerza por ponerse a su servicio9. Durante el primer encuentro, a primeros de marzo, tratan de la modificación de Las ruinas de Atenas:

626 / GRILLPARZER.–Haré los cambios que os parezcan oportunos.– Os ruego que me deis una idea general para el dúo, pues adapto mis pensamientos a los vuestros teniendo en cuenta lo que debe ser cantado […]. – En cuanto a la idea de hacer una alusión a la Grecia contemporánea, la censura pondrá su poderoso veto10.

Después de este primer contacto se hablará de nuevo de Grillparzer en los cuadernos del mes de abril:

627 / SCHINDLER.–Grillparzer hizo insertar hace dos años, en el Aglaïa, un poema sobre la Roma actual, en el que se decía que ahí donde el orgulloso romano celebraba antaño sus triunfos, se levanta la cruz sostenida por diez mil partidarios de los curas. El nuncio se ha querellado contra él y el poema ha sido suprimido. [Beethoven parece decir que esto va a costarle caro a Grillparzer]. – La pensión de la emperatriz y toda esperanza de un puesto en la corte.

BEETHOVEN.–Cerillas [?].

SCHINDLER.–Sois los dos tan firmes y sólidos como si estuvierais tallados en madera.

Mientras tanto Grillparzer propone dos temas para una ópera a Beethoven: una Melusina y una Drahomira. Hablaremos de esto en el momento de sus siguientes visitas a Beethoven, en las conversaciones donde Grillparzer aparece como deprimido por las molestias de la censura y lleno de admiración por Beethoven, lo mismo como oponente que como artista.

628 / GRILLPARZER.–¡Si estuvierais tan aburrido como yo! ¡Con esto tengo bastante! – Hay que estar por debajo del primer imbécil que llega. – Y, sin embargo, no me gustaría vivir en ningún otro sitio. – Los demás alemanes se ahogan en su pedantería. – El sentimiento está aquí. – La censura no puede nada contra los músicos11. – ¡Si supiéramos lo que PENSÁIS en vuestra música! […].

Soy un ignorante en música. – He aprendido la melodía de los versos por la música. – La música es el único arte que los modernos hayan inventado.

Primeros de mayo de 1823

En resumidas cuentas, los alemanes del Norte no entienden gran cosa de música12 […]. –

¿No os casaréis nunca? – El espíritu en las mujeres no tiene cuerpo, y los cuerpos no tienen espíritu. – Un Dios encerrado entre paredes no resucita […].

Mosel y también Dietrichstein se han comportado conmigo como enemigos. – Me han quitado la pensión que me pasaba el teatro […]. Si estas personas pudieran ser artistas, yo no querría serlo […]. He estado reflexionando si no sería conveniente caracterizar todas las apariciones o intervenciones de Melusina con la repetición de una melodía fácil de retener. ¿No podría empezar con ella la obertura y la introducción?13. – He imaginado esta melodía como aquella sobre la que Melusina cantaría su primer lied.

Julio de 1823

Las relaciones entre Beethoven y Grillparzer son comprensivas y confiadas, pese a la disparidad de temperamentos entre la frágil y dis tinguida melancolía del poeta y la fuerte combatividad del músico. Pero de este encuentro no saldrá más que una amistad y no una obra en común. Beethoven está completamente dedicado a la Novena, algunas composiciones más rápidas aparte, y cuando piensa en lo que vendrá después no es en una ópera en lo que sueña, sino en unos cuartetos: además de los tres pedidos por Galitzine, él propone otros dos al editor Peters y acepta escribir tres más para el inglés Neate. Como dice Romain Rolland, está atacado por una verdadera «hambre de cuartetos». Aparte de los cuartetos, no es Melusina lo que más le tienta, sino la proposición transmitida por Rochlitz. En abril de 1823 escribe:

630 / No escribo sólo lo que más me gustaría, sino lo que necesito, a causa del dinero. – Esto no quiere decir que escriba únicamente por dinero. – Cuando todo esto pase, espero escribir lo que será más grandioso para mí y para el arte: Fausto.

BEETHOVEN

Mientras tanto había que ocuparse de la edición de la Misa. Y, al mismo tiempo, otras cuestiones se plantean para la primera Misa, la Misa en do mayor, opus 86. Por respeto a la liturgia, la censura prohibía dar el texto en latín en un concierto. Para la ejecución había que encontrar una paráfrasis alemana. Un primer proyecto no complació a Beethoven; un segundo texto, de Benedikt Scholz, se le somete el 20 de abril, y Schindler es testigo de la emoción que suscita en él.

631 / Beethoven abrió el manuscrito y empezó a leer rápidamente. Cuando llegó al Qui tollis del Gloria14, las lágrimas rodaron por sus mejillas. En el Credo se puso a llorar con fuerza y tuvo que parar de leer; decía: «¡Sí, es así como lo sentía cuando lo escribí!».– Ésta fue la primera y última vez que vi llorar a Beethoven15.

SCHINDLER

El 19 de marzo de 1823, tres años después de la entronización del archiduque Rodolfo, Beethoven le envía por fin la partitura de la Missa solemnis, opus 123, que le está dedicada. Pero no la publica todavía. Ha concebido un grandioso proyecto económico: el de obtener la suscrip ción, por 50 ducados como mínimo, de todas las principales cortes y las altas personalidades de Europa.

Esta iniciativa –que por otra parte no aportará financieramente casi nada a Beethoven, contrariamente a sus esperanzas– no debe engañar a nadie sobre la sinceridad de Beethoven. Cuando escribía la Misa en re mayor, no era ni para exaltar al archiduque Rodolfo ni para ganar dinero, era porque sentía deseos de tratar un tema espiritual (cf. supra, carta a Hauschka, texto núm. 511), y debemos creerle cuando escribe a Andreas Streicher el 16 de septiembre de 1824:

632 / Trabajando en esta gran misa, mi objetivo principal era el de despertar y hacer duraderos los sentimientos religiosos tanto entre los cantantes como entre los oyentes.

BEETHOVEN

Pero Beethoven no puede dejar de pensar que ésta es una ocasión única para dar un gran golpe y despejar ciertas dudas. En el fondo, su amigo el abogado Bach no debe de estar muy lejos de su pensamiento cuando le dice prudhommescamente en un cuaderno del mes de marzo:

633 / BACH.–La Misa es una obra de las más considerables, y todas las cortes querrían sin duda poseerla. – Es una obra que durará eternamente. – Una misa es, por naturaleza, una cosa duradera; si está compuesta por vos, no hay ni que decir que será una obra de arte. – ¡Voy pocas veces a misa, pero a ésta sí iré!16.

En cualquier caso, además de una invitación a suscribirse, transmitida por el conducto de cada embajada, esta iniciativa nos va a servir para ver surgir, entre los destinatarios y familiares de la correspondencia de Beethoven, cierto número de cabezas coronadas en los primeros meses de 1823: el rey de Inglaterra, el rey de Nápoles, el gran duque de Hesse, etc. Para el rey de España, nada; y adivinamos por qué. Por el contrario, a Bernadotte, convertido en rey de Suecia, Beethoven le escribe el 1 de marzo una carta en francés, bastante adornada, donde aparece una alusión personal (cf. supra, págs. 89-91 y texto núm. 97).

634 / […] Me tomo la libertad de acercarme a Vuestra Majestad. La presencia de Vuestra Majestad en Viena y el interés que demostró por mi mediocre talento se han grabado profundamente en mi corazón. [Se refiere sin duda al Congreso de Viena en 1814-1815.] Las proezas que con tanta justicia elevaron a Vuestra Majestad al trono de Suecia despertaron la admiración general, y en particular la de aquellos que habían tenido la alegría de conocer personalmente a Vuestra Majestad. Éste ha sido mi caso. [Se refiere seguramente a su «conocimiento personal» de Bernadotte en tiempos de la embajada, en 1798].

LOUIS VAN BEETHOVEN

Beethoven escribe el 8 de febrero a Zelter para pedirle su apoyo en la gestión cerca del rey de Prusia; el mismo día, a Goethe, para pedirle lo mismo cerca del gran duque de Weimar; el 15 de marzo, a Luigi Cherubini, superintendente de la música en Francia, para pedirle que apoye la petición ante el rey de Francia; por último, a Galitzine, para pedirle que lo haga con el zar.

Zelter suscribe a su rey y además a él mismo. Galitzine suscribe a su zar y se suscribirá él también. Cherubini y Goethe no se molestan en responder, e incluso Cherubini pretenderá no haber recibido nunca la carta de Beethoven. Se ha conservado un borrador de esta carta, mitad alemán, mitad francés.

635 / […] Aprecio vuestras obras sobre todas las demás destinadas al teatro […]. El verdadero arte permanece inalterable, y el verdadero artista encuentra un profundo placer en todas las grandes producciones del espíritu. Estoy encantado cada vez que oigo una nueva obra vuestra, y pongo en ellas un interés más grande que en mis propias obras; en una palabra, os respeto y os quiero […]. No creáis que esto no es más que un simple preámbulo oratorio porque ahora me dispongo a apelar a vuestra cortesía. Espero, y estoy persuadido de ello, que no me creeréis capaz de una intención tan baja […]. Mi crítica situación pide que no fije, como de costumbre, mis ojos en el cielo, al contrario, debo fijarlos también aquí abajo a causa de las necesidades de la vida. Cualquier cosa que suceda con la petición que aquí os dirijo no será obstáculo para os siga honrando y amando, y seguiréis siendo, entre todos mis contemporáneos, el que más estime. Si queréis causarme un gran placer, escribidme algunas líneas; esto me aliviará mucho. El arte une a todo el mundo, sobre todo a los verdaderos artistas, y espero que vos me incluyáis entre ellos.

Con la mayor estima,

Vuestro amigo y servidor,

BEETHOVEN

Con algunas frases muy parecidas, la carta a Goethe –anterior en un mes– es mucho más personal, y la sinceridad con la que Beethoven se humilla ante él nos duele de verdad, sobre todo si pensamos en el posterior silencio del habitante del Olimpo.

636 / ¡Excelencia!:

He vivido siempre, desde mi juventud, con vuestras obras inmortales, que no envejecen nunca, sin olvidar ni por un momento las horas felices vividas a vuestro lado. Ahora se presenta la ocasión para llamar a vuestro recuerdo. – Espero que hayáis recibido la dedicatoria a Vuestra Excelencia de Meeresstille und glückliche Fahrt [ Mar en calma y viaje feliz, opus 112], puesto en música por mí; las dos me parecen muy apropiadas, en razón de su contraste, para poder expresar este mismo contraste en música; cuánto me gustaría saber si he acomodado convenientemente mi armonía a la vuestra; también vuestras lecciones serán bienvenidas y las consideraré exactamente como una verdad, pues amo ésta por encima de todo, y no se me oirá jamás decir: veritas odium parit. – Muchos poemas vuestros, todavía poco conocidos, deberían aparecer pronto con música compuesta por mí; entre ellos se encuentra también Rastlose Liebe [ Amor sin tregua]; ¡pondría la mayor atención a cualquier observación general por vuestra parte respecto a la composición o a la puesta en música de vuestros poemas!

[ Sigue la petición relativa a la suscripción a la Misa]. – He escrito mucho, pero por el momento no he ganado nada escribiendo, y ahora ya no estoy solo; desde hace ya seis años soy padre de un hijo de mi hermano fallecido, consagrado por entero a la ciencia, y ya se encuentra en él la riqueza de los escritos del helenismo; pero en este país esto cuesta también muy caro, y para los jóvenes que hacen estos estudios no hay que pensar tan sólo en el presente, sino también en el futuro, y si anteriormente no he pensado más que en las cosas elevadas, hoy mis miradas deben dirigirse hacia abajo. – Mi tratamiento no da resultados [mein Gehalt ist ohne Gehalt]; mi estado, enfermo desde hace muchos años, no me ha permitido viajar para mi arte y, en particular, alcanzar algo provechoso; si recuperase mi salud, entonces podría aspirar a lo mejor. Vuestra Excelencia no debe pensar que le he dedicado Meeresstille und glückliche Fahrt a causa de esta última mediación en mi favor: era ya cosa hecha en 1822, y hace sólo algunas semanas todavía no había pensado en esta manera de dar a conocer la Misa. – La estima y la consideración que he tenido desde mi juventud por el único e inmortal Goethe dura todavía; esto no se puede expresar con palabras, sobre todo [con las palabras] de un chapucero como yo, que no ha pensado nunca más que en conseguir sonidos; pero un sentimiento que es propio en mí me empuja siempre a repetíroslo, cómo yo [¿vivo?] en vuestros escritos [indem ich in ihren schriften]. – Sé que no negaréis a un artista que ha visto siempre cómo el verdadero beneficio se aleja de él vuestra intercesión cuando la necesidad le acucia, yasí colaborar unos con otros. – El bien está claro para nosotros en todo momento, y también sé que Vuestra Excelencia no rechazará mi ruego. Unas palabras vuestras me llenarían de felicidad.

Con la más profunda y la más ilimitada consideración hacia Vuestra Excelencia, vuestro admirador,

BEETHOVEN

Goethe no responde; casi nadie responde; el cardenal-archiduque, de paso en Viena, pone mala cara a Beethoven a causa del proyecto de misa para el emperador, y exige cada vez más sus lecciones de música. Abrumado, Beethoven escribe a Ries, a primeros de abril, una carta cuyo comienzo no ha sido encontrado (¿o ha sido destruido?), y después otra el 25 de abril.

637 / […] Arregladlo todo apresuradamente para vuestro pobre amigo; espero vuestro plan de viaje; aquí esto se ha vuelto muy duro; estoy cada vez más a disgusto con el cardenal; si esto no marcha, es un crimen legis [ laesae] majestatis; mi petición se debe a que todavía necesito una estampilla para percibir mi miserable sueldo. – Deseáis, por lo que parece, recibir pronto una dedicatoria mía; me pliego a vuestros deseos, y muy gustosamente, con mayor placer entre nosotros que con los más grandes señores. ¡Sólo el diablo sabe cómo se puede evitar caer entre sus manos!

Recibiréis una dedicatoria dirigida a vos sobre la nueva sinfonía […].

BEETHOVEN

Primeros de abril

BEETHOVEN

25 de abril

En realidad, la salud de Beethoven se ha debilitado de nuevo. En el mes de abril sufre una crisis de conjuntivitis aguda (recordemos que siempre ha tenido los ojos débiles), y los médicos le prohíben leer y escribir. Beethoven no les obedece del todo, pero el trabajo de la Novena Sinfonía se retrasa. –En este mismo mes de abril ocurren una serie de encuentros y visitas importantes. La primera, al empezar el mes, es la de un niño de once años: Franz Liszt.

Alumno de Karl Czerny, Liszt había dado ya un concierto el 1 de diciembre de 1822, donde improvisó sobre el andante de la Quinta Sinfonía. En la víspera de su segundo concierto es recibido por Beethoven y escribe en el Cuaderno de Conversación:

639 / He expresado tantas veces al señor Schindler mi deseo de conoceros que me siento feliz de que esto pueda suceder ahora; voy a dar un concierto el domingo 13 y os ruego muy respetuosamente que me concedáis el honor de vuestra presencia.

LISZT

Algunos días más tarde, Schindler vuelve a la carga.

640 / SCHINDLER.–El pequeño Liszt me ha pedido con insistencia que os ruegue le deis un tema sobre el que desearía improvisar un concierto el domingo. Orat humiline [sic] dominationem vestram si placeat scribere unum Thema. – Pero quiere que sea sellado para abrirlo solamente allí.

[…] ¿No es verdad que repararéis vuestra primera acogida, un poco desagradable, asistiendo mañana al concierto del pequeño Liszt? – Será un estímulo para este niño. – Prometedme que iréis.

Al día siguiente del concierto de Liszt, Lichnowsky y el joven Karl dicen que Beethoven no ha asistido. Si nos atenemos a los Cuadernos se podría pensar que el encuentro no ha suscitado nada. Pero en su vejez, y aun antes, Liszt hacía un relato muy distinto y mucho más caluroso de su visita a Beethoven. A pesar de algunas inexactitudes en los detalles es difícil creer que Liszt lo haya inventado todo. Como además Liszt no habla más que de Czerny, mientras que en los Cuadernos es Schindler quien patrocina a Liszt, podemos preguntarnos si Liszt no se refiere a una segunda visita un poco anterior a sus dos primeros conciertos, ya que Czerny tendría ocasión de ver a Beethoven, y sabemos que tiene cerca de él un crédito musical que suponemos fácilmente superior al de Schindler.

641 / Tenía once años cuando mi venerado maestro Czerny me llevó a casa de Beethoven. Hacía mucho tiempo que me había hablado de él y le había rogado que me escuchara. Pero Beethoven sentía tal aversión por los niños prodigio que evitaba siempre recibirlos. Por fin se dejó persuadir por el infatigable Czerny y terminó por decir con impaciencia: «¡En el nombre de Dios, traédmelo ya!». Eran aproximadamente las diez de la mañana cuando penetramos en las dos pequeñas habitaciones de la Schwarzspanierhaus, donde vivía Beethoven17; yo estaba un poco avergonzado, pero Czerny me daba ánimos. Beethoven estaba sentado cerca de la ventana, delante de una mesa larga y estrecha, y trabajaba. Nos miró un momento, con aspecto serio, cambió algunas rápidas palabras con Czerny y quedó en silencio, cuando mi buen maestro me indicó que me sentara al piano.

Toqué primero un pequeño fragmento de Ries. Cuando hube terminado Beethoven me preguntó si podía tocar una fuga de Bach. Elegí la fuga en do menor de El clave bien temperado. «¿Podrías llevarla a otro tono?», me preguntó Beethoven. Por suerte pude hacerlo. Después del último acorde le miré. La mirada penetrante y ardiente del gran maestro se posó en mí. Pero de pronto una sonrisa endulzó sus rasgos; Beethoven se acercó, se inclinó sobre mí, apoyó su mano sobre mi cabeza y, acariciándome los cabellos, murmuró: «¡Diablo de chico!, ¡vaya un bribón!». Esto me dio valor y pregunté audazmente: «¿Podría tocar alguna cosa vuestra?». Beethoven accedió sonriendo. Toqué el primer fragmento del Concierto en do menor. Cuando terminé, me agarró con las manos, me besó en la frente, y me dijo con dulzura: «¡Oh!, tú eres feliz y harás felices a los demás. No hay nada mejor ni más hermoso».

LISZT

En el mismo momento aparece en los Cuadernos, para desaparecer enseguida, un compatriota de Beethoven, llamado Sandra y sordo él también. Entre los dos, el diálogo es prácticamente todo escrito.

642 / Los baños, el aire del campo, pueden hacer mucho bien, pero no empleéis demasiados aparatos, así he podido conservar algo de mi oído izquierdo. – […] Si es posible, por escrito; es mejor, esto no fatiga al oído. – […] ¿El galvanismo? No he podido soportarlo en otros tiempos. – […] – Una triste enfermedad; los médicos no saben gran cosa y al final se cansa uno de ellos, sobre todo si se tienen otras ocupaciones.

BEETHOVEN

A finales de mes, Beethoven experimenta una verdadera alegría: «Mylord Falstaff» vuelve de Rusia y Beethoven saluda su regreso componiendo un alegre canon, el 26 de abril, veinte años después del elogio del obeso. Una de las primeras visitas de Schuppanzigh es para él, y los dos amigos se entregan juntos a largos comentarios sobre los músicos vieneses y otros.

643 / SCHUPPANZIGH.–¿Por qué me habéis dado tres platos de sopa? […] – Ries disfruta de una gran posición en Londres. – Ries ha plagiado todo a Beethoven. – Todos lo han hecho, pero es demasiado evidente en Ries. – Field es un hombre muy bueno y vuestro mayor admirador. – Hay que oírle tocar a Beethoven, es su único placer. – Comparado con Field, el resto es una porquería. – A Beethoven le gustaría mucho Field, porque es un verdadero Falstaff […]. – No os lavéis el ojo con agua. – Un reumatismo del ojo no es grave.– El aire puro del campo os curará de todas estas incomodidades.– Iré a veros al campo, deberíamos componer un nuevo cuarteto18.

Mientras espera que Beethoven componga los nuevos cuartetos con los que sueñan ambos, Schuppanzigh se dedicará, en los conciertos de música de cámara que da de nuevo, a reponer con honor los antiguos cuartetos: el 10.º Cuarteto, el 12 de junio, y el 8.º Cuarteto, el 17 de julio. En su conjunto instrumental, al lado de Weiss y de Linke, que son para nosotros viejos conocidos, Schuppanzigh ha enrolado a un violinista llamado Karl Holz, a quien volveremos a encontrar pronto.

Pero los esfuerzos de los músicos del Cuarteto Schuppanzigh no se ven más que a medias coronados por el éxito. El corresponsal del Allgemeine Musikalische Zeitung observa que no son más de ochenta los vieneses que se molestan en asistir a un cuarteto de Beethoven, y añade: «Antes, el señor Schuppanzigh celebraba su triunfo supremo con las obras de Beethoven; ahora, el tiempo parece, aquí también, haber traído un pequeño cambio». El triunfo de Rossini no ha terminado.

Nuevos admiradores siguen llegando, uno por uno, hasta Beethoven. Aloys Schlösser, que será más tarde Kapellmeister en Darmstadt y que, con veintitrés o veinticuatro años, desembarca desde su Hesse natal en Viena, arde en deseos de conocer a Beethoven. Según el esquema clásico, no se atreve, asustado por la reputación de misántropo de su dios; por fin consigue relacionarse con él y una profunda amistad nace en pocas semanas.

644 / Beethoven me dijo: «¿Qué es lo que os ha retenido para venir a verme? Seguramente os han contado un montón de absurdos y me han pintado como un ser desagradable, lunático, altivo, del que se puede apreciar la música, pero al que hay que evitar personalmente. Conozco estas malas lenguas mentirosas; como no encuentro más que raramente personas que comprendan mis sentimientos y mis pensamientos y por este motivo me conformo con pocos amigos, el mundo me considera sin corazón: me conoce mal».

SCHLÖSSER

645 / Añado la última conversación que tuve con el pensador más profundo. Un día le llevé una nueva composición mía, bastante complicada; después de haberla recorrido atentamente me dijo: «Dais demasiado, habría estado mejor con menos; esto es propio de la juventud; se lanza al asalto del cielo [Himmelstürmenden], nunca piensa que ha hecho bastante, pero se apaciguará en una etapa más madura, y yo prefiero antes demasiadas que pocas ideas». Le pregunté tímidamente: «¿Cómo se debe hacer para encontrar la medida justa y cómo habéis podido alcanzar vos mismo este objetivo?». Me respondió: «Llevo mis ideas conmigo mucho tiempo, a veces demasiado tiempo, antes de escribirlas. Tengo una memoria tan fiel que estoy seguro de no olvidar nunca, aunque pasen años, un tema que he concebido una vez. – Cambio muchas cosas, las tiro y vuelvo a empezar tantas veces como haga falta, hasta que quedo satisfecho. Entonces empieza en mi cabeza la elaboración a lo largo y a lo ancho, en altura y profundidad, y como tengo clara conciencia de lo que quiero, la idea que fermenta en el fondo no me abandona jamás. Sube, empuja, oigo y veo la imagen en todo su desarrollo, se alza ante mi espíritu como en una fundición, y ya no me queda más que el trabajo de ponerla por escrito, lo que va muy deprisa, según encuentro el momento, pues a menudo trabajo en varias cosas a la vez, pero estoy seguro de no enredarlas juntas. – ¿Me preguntáis de dónde obtengo mis ideas? No puedo decirlo con certeza; surgen sin ser llamadas, inmediatamente o por etapas. Podría atraparlas con mis manos, en la naturaleza, en el bosque, paseando, en la calma de la noche, en la aurora; lo que las suscita es cierta disposición del espíritu [Stimmun], que se manifiesta con palabras en el poeta y en mí con sonidos, resonando, ruidosas e impulsivas, hasta que al fin se convierten en música».

SCHLÖSSER

Cuando Schlösser abandona Viena, a principios de mayo, Beethoven le envía una calurosa nota de despedida, con un canon sobre un pequeño poema de Goethe. Y él mismo deja Viena el 17 de mayo para pasar la temporada en Hetzendorf. Uno de sus admiradores, el barón de Pronay, puso una parte de su lujosa residencia a su disposición. Un cuerpo a cuerpo con la materia musical comenzó aquí, para terminar la Novena Sinfonía, con una actitud comparable a las luchas de los veranos en Mödling para la Misa en re mayor.

Schindler observa con gravedad en su Biografía que, «bruscamente, el humor que hasta aquí había hecho a Beethoven abordable, desaparece». La verdad es que Beethoven empezaba a estar harto de Schindler, esta auténtica décima plaga egipcia en su existencia. Cuando seguimos las intervenciones de Schindler en los Cuadernos podemos comprender por qué. Para ser justos hay que decir que llega hasta Schindler la oportunidad de retener una confidencia preciosa de Beethoven y de conservarla; debemos estarle agradecidos por ello.

646 / SCHINDLER.–Lo nuevo y lo original se alumbran de ellos mismos sin darse cuenta, nos decíais últimamente.

Febrero de 1823

Pero he aquí algunas muestras de su actitud más frecuente:

647 / SCHINDLER.–[A propósito de la Obertura opus 124, de la que Beethoven estaba muy descontento]. ¿Pero cómo volvéis hoy sobre esta vieja historia? Si he cometido la falta de haberos hecho escribir esta obertura, asumo mi culpa, pero si las orquestas no pueden tocarla y la ejecutan mal, no es culpa mía […]. – Hacéis demasiado honor a vuestro fiel discípulo Schindler al cargarle con tales culpas. – Os ruego que terminéis con todo esto […].

Febrero de 1823

12 de abril de 1823

Marzo de 1823

Me esfuerzo todo lo posible [con las Sonatas del opus 29]; sin embargo, no las toco a vuestro gusto. – Tocad tan sólo una vez más, os lo ruego encarecidamente. – Para el movimiento largo tengo todavía poca poesía en mí y muy poco dominio de mí mismo. – Toco ahora perfectamente el primer movimiento, estaréis contento. – No es agilidad en la mano lo que me falta, pero debo familiarizarme con ello. – Todo este opus 2919 es todavía demasiado nuevo, demasiado extraño para mí.

Finales de marzo de 1823

[A propósito de la Séptima Sinfonía]. ¡Tened paciencia conmigo, excelencia!; últimamente habéis sido muy impaciente, no he podido comprender todo tan rápido […] – Ahora os comprendo perfectamente.

Junio de 1823

Tampoco entiendo el fugato [de la Sonata opus 102, núm. 2], a pesar de haberla interpretado un gran número de veces. – Maestro, no os pongáis serio por esto. Corregiré esta falta todos los días, ya que soy más viejo cada día y posiblemente más inteligente.

Julio de 1823

En el momento en que Schindler le importunaba de esta manera, Beethoven se preguntaba si terminaría su sinfonía con un final puramente instrumental o con la Oda a la Alegría, y en este caso, cómo introduciría esta última. Se comprende que estalle con frecuencia. Y más teniendo en cuenta que Schindler ha cogido la costumbre de llevar acompañantes para hacerles admirar su influencia ante Beethoven. En las cartas del verano último asistimos a una verdadera ducha escocesa; tan pronto Beethoven le envía al diablo como le llama precipitadamente porque le necesita. Hacia el mes de junio:

650 / El tiempo es malo, pero yo no estoy nunca solo, ni cuando estoy solo. – ¡Servidor!

BEETHOVEN

¡Excelente señor Van Schindler!:

La brutalidad del portero, que dura desde que vivo en esta casa, exige la ayuda de la policía imperial y real; dirigíos directamente a ella […]. No concibo cómo una chimenea tan vergonzosa y tan perjudicial para la salud humana puede ser tolerada por el Gobierno […]. Mis ojos no soportan todavía el aire de la ciudad, de lo contrario habría recurrido yo mismo a la policía imperial […].

L. V. BEETHOVEN

A finales de julio:

652 / ¡Samotrazier!20:

No os molestéis en venir por aquí hasta que un hatti-cherif [orden del sultán; ucase] aparezca; – por otra parte, no tenéis que tenerun cordón dorado. – Mi rápida fragata, la alta y noble dama Schnaps [la gobernanta del momento] ira a informarse de vuestra salud cada dos o tres días.

B – – – – N

Sobre todo, no traigáis a nadie. Adiós.

A mediados de agosto, llamada precipitada. Beethoven está cansado del veraneo en Hetzendorf. Schindler dice que es a causa de los saludos obsequiosos con que le honra su anfitrión, el barón Pronay, cada vez que se encuentran. Cuando se hojean los Cuadernos de Conversación nos preguntamos si el barón, además de sus saludos, no le impedirá trabajar con sus interminables conversaciones. En una palabra, es necesario que Schindler le ayude sin demora a marcharse de Hetzendorf y a instalarse en Baden, donde pasará el resto del verano, hasta finales de octubre. Aquí, de nuevo, su exasperación estalla:

653 / [A Grillparzer, sin fecha]. Si queréis venir, os ruego que vengáis solo; este inoportuno apéndice de Schindler me irrita hace mucho tiempo, como bien habéis podido apreciar en Hetzendorf.

BEETHOVEN

[A su hermano Johann, 19 de agosto]. Tu carta del 10 de agosto ha llegado hasta mí por este miserable Schindler; no tienes más que poner tus cartas en el correo y las recibiré con toda seguridad, así evito en lo posible a este individuo abyecto y despreciable.

BEETHOVEN

[A su sobrino Karl, 23 de agosto]. No hables más de él, esto podría molestarle, y si no tiene bastante castigo con ser así, se le debe decir claramente la verdad, ya que su mal carácter exige que se sea severo con él.

BEETHOVEN

[A Ries, 5 de septiembre]. Todavía no he encontrado en este mundo a un ser más miserable, un verdadero cerdo [Erzschuft], al que ya he despedido.

BEETHOVEN

Schindler no es el único con el que se deteriora la amistad en este tormentoso verano. Desde hace algunos meses, las relaciones, provisionalmente mejoradas, con su hermano Johann vuelven a alterarse. Por culpa de la arrogancia de nuevo rico del hermano.

654 / Con motivo del Año Nuevo [1823], alguien [Johann] dirigió una carta a Beethoven en la que no había olvidado indicar su bien conocida profesión: «Propietario-terrateniente» [Gutsbe sitzer]. Beethoven, indignado por esta ridícula vanidad, no puede reprimir su furor; responde a la felicitación con una carta sobre la que añade a su nombre el epíteto: «Propietario de un cerebro» [Hirnbesitzer].

SEYFRIED

Pero es sobre todo el libertinaje en las costumbres de la señora Van Beethoven lo que le resulta intolerable. Hay que decir que Beethoven no tuvo suerte con las mujeres de sus hermanos.

655 / Baden, 19 de agosto.

Querido hermano, celebro que estés mejor. En cuanto a mí, mis ojos no están aún bien del todo; he venido aquí con el estómago estropeado y un terrible catarro; el primero, debido a esa puerca de ama de llaves, y el segundo, a esa vaca de cocinera […].

Tú también estarás completamente abandonado por la Zarrapastrosa [Fettlümmerl : trapo sucio; la propia mujer de Johann] y la Bastarda [hija natural de la dama antes mencionada] habían empezado a hacerlo […]. – Por poco que lo merezcas, no olvidaré nunca que eres mi hermano y un hado te protegerá de esas dos pécoras; esa antigua (y actual) puta con la que su amante no se habrá acostado menos de tres veces mientras estabas enfermo y que, además, dispone de todo tu dinero. ¡Vergüenza y maldición! ¿Es que no queda en ti ningún resto de hombre? […]. En cuanto a ir a tu casa, ¡otra vez será! ¿Es necesario que me degrade con esa indeseable compañía, para que encima, aun evitándola, no podamos pasar algunas horas juntos? […]. Adiós, planeo invisiblemente sobre ti y me sirvo de los demás para que los canallas no te retuerzan el cuello.

BEETHOVEN

Con su sobrino Karl las relaciones son eventualmente bastantes buenas; Karl ha terminado sus estudios con Blöchlinger y hace compañía a menudo a su tío antes de entrar en el instituto politécnico; le sirve a veces de secretario. Los Cuadernos de esta época contienen unas cuantas intervenciones, más o menos inteligentes, suyas; una de ellas es interesante a causa de las respuestas que deja entrever por parte de Beethoven y que no parecen contar demasiado con una existencia real en el más allá.

656 / KARL. – Querría saber tu opinión sobre lo que ocurre después de la muerte, la recompensa, el castigo… – Pero entonces, ¿cómo se recompensa al justo? – ¡Tú serás también joven hasta los sesenta años!

Sin embargo, en el otoño, una tormenta estalla. Karl se emborracha, seguramente por primera vez: tiene diecisiete años. La carta que escribe a su tío está llena de arrepentimiento.

657 / Mi querido padre: puedes estar seguro de que el dolor que te he causado me hace más daño a mí mismo que a ti. La congoja me ha vuelto sobrio. Hasta ahora no he comprendido lo que he hecho. Pero si pensase que tú crees que yo he hecho esto con intención, no tendría consuelo. Ha sido la borrachera. Si me perdonas, te prometo no beber una sola gota de vino, para no caer otra vez en semejante estado. Pero me aflige muchísimo que puedas tener una idea así de mí. ¿Qué hombre sería yo si tuviera intención de hacerte sufrir? Perdóname por esta vez…

KARL

Por ahora, la preocupación por obtener las suscripciones para la Misa en re mayor continúa atormentando a Beethoven, y su correspondencia del verano está llena de alusiones a este respecto. Una nota personal se desliza a veces, como en la carta al consejero íntimo Von Könneritz, de Dresde, al que intenta hacer intervenir ante la corte de Sajonia:

658 / Si no hubiera sido por mi mala salud de estos últimos años, el extranjero me habría procurado una vida libre de problemas y permitido no tener más preocupaciones que las de mi arte. Juzgadme con benevolencia; no vivo más que para mi arte, y como hombre, para cumplir con mis obligaciones, pero desgraciadamente esto no puede llegar nunca hasta las Potencias Subterráneas.

BEETHOVEN

25 julio de 1823

Lo mismo en una extensa carta al archiduque Rodolfo (Beethoven pensaba que, puesto que le había dedicado la Misa, bien podía molestarse un poco para obtener las suscripciones) el 1 de julio:

659 / Desde la partida de V. A. I. he estado sufriendo casi sin interrupción, y he sido finalmente atacado de un violento mal en la vista que ha mejorado lo suficiente como para permitirme utilizar mis ojos desde hace ocho días, pero con precauciones – Durante mucho tiempo no podré fatigar mi vista, así que debo pedir a V. A. I. que tenga paciencia con sus variaciones, que me parecen encantadoras, pero que exigen todavía que las revise con cuidado. Sobre todo V. A. I. debe continuar anotando brevemente por escrito, para entrenarse, las ideas que se le ocurran para el piano. Para ello necesita, cerca del piano, una mesa. No sólo así la imaginación adquiere vigor, sino que se aprende a retener instantáneamente las ideas más espontáneas. Escribir sin piano es también necesario; y algunas veces hay que desarrollar una simple melodía de coral, con figuras simples, después variadas según el contrapunto, y más allá. Esto no ocasionará a V. A. I. ningún quebradero de cabeza, sino un gran placer por penetrar así en el corazón mismo del arte. Poco a poco nace la facultad de no expresar nada más que lo que nosotros queremos y sentimos, lo que es una necesidad fundamental de las naturalezas nobles. Mis ojos me ordenan descansar […].

BEETHOVEN

Esta carta es más significativa para la poética beethoveniana que honorable para el genio musical de su alteza. Cuando se piensa que hace más de quince años que Rodolfo es alumno de Beethoven, se teme que el profesor haya perdido demasiado tiempo con él.

En otra carta, escrita en el mes de agosto desde Baden, Beethoven ya no habla de las «encantadoras» variaciones, no exhorta al archiduque a seguir componiendo; pero, acordándose de que su alumno es arzobispo, termina con fórmulas piadosas, en medio de las que sobresale una frase sincera:

660 / No hay nada más grande que acercarse a la divinidad más que los otros hombres y desde allí derramar los rayos divinos entre el género humano.

BEETHOVEN

En medio de todo esto, la Novena Sinfonía se termina. Pero los visitantes que ven o que vuelven a ver a Beethoven hacia el final del año, no parecen percatarse de que acaba de realizar el sueño de más de treinta años de su vida al cantar a la Alegría; están, por el contrario, sorprendidos por el deterioro exterior del hombre, las señales que sus dolores de ojos y gigantesco trabajo del verano han impreso en su rostro. María Pachler, que no le veía desde 1817, después de una breve estancia en Viena, a finales de 1823, escribe a un amigo:

661 / Lo que me ha entristecido profundamente ha sido el aspecto de Beethoven. Le he encontrado muy cambiado. Se queja de sus enfermedades y de sus muchas ocupaciones. Su sordera, si ello es posible, ha empeorado; pero en cambio la dificultad que tenía antes para expresarse ha desaparecido. Nuestra conversación sólo fue escrita por mi parte, y sólo al marcharme me escribió un adiós musical que conservo como una reliquia, como podéis suponer.

MARÍA PACHLER

Y lo mismo el inglés Edward Schulz, que le había visto ya en 1816 y que le vuelve a ver el 28 de septiembre de 1823 en Baden. Pero tiene una impresión mejor que María Pachler respecto a la sordera:

662 / Encontré, con gran pesar por mi parte, un gran cambio en su aspecto y comprendí inmediatamente que era muy desgraciado. Los lamentos que dirigió más tarde al señor Haslinger confirmaron mis temores. Creía que no podría entender ni una palabra de lo que decía. Pero añado con alegría que estaba equivocado, pues comprende todo lo que se le dice, lentamente y con voz fuerte.

Por sus respuestas se deducía que no se perdía nada de lo que le decía Haslinger, aunque ni él ni yo empleábamos el aparato acústico. Podéis suponer con razón que los rumores extendidos recientemente en Londres sobre su sordera son exagerados. Debo decir, sin embargo, que, cuando toca el piano, golpea tan fuerte que en general veinte o treinta cuerdas [!] son el tributo.

SCHULZ

663 / Detesta cualquier coacción, y no creo que haya en Viena nadie que hable con tan poco comedimiento sobre todas las cosas, incluso de política. Oye mal, pero habla muy bien y sus reflexiones son tan características y originales como sus composiciones.

[…] No hay nada más interesante que lo que dice sobre Haendel: […] «Haendel es el compositor más grande que jamás ha existido». No puedo explicar con qué expresión, con qué exaltación habla de El Mesías. Todos nos emocionamos cuando dijo: «Quisiera quitarme el sombrero y arrodillarme ante su tumba». Haslinger y yo intentamos muchas veces, pero en vano, llevar la conversación hacia Mozart. Sólo le oí decir: «En una monarquía sabemos siempre quién es el primero», lo que podía referirse, o no, a este tema21. Czerny me decía empero que Beethoven era a veces incansable en sus elogios a Mozart.

SCHULZ

SCHULZ

El 23 de octubre debía tener lugar en Viena la primera representación del Euryanthe, de Weber; será un semifracaso; o mejor, será un éxito de crítica, pero sin el entusiasmo que había acogido al Freischütz. Rossini sigue siendo, en Viena, el amo del terreno. Pero Weber ha ido en persona a Viena para la ocasión; el 5 de octubre, con su alumno Benedict, va a visitar a Beethoven en Baden. Su hijo (cf. supra, texto núm. 609) nos ha contado la escena:

665 / Beethoven reconoció a Weber antes de que él se presentara y le abrió los brazos gritando: «¡Al fin aquí, bribón!; ¡diablo de hombre! ¡Buenos días!» […]. Beethoven se lamentaba amargamente de su posición, echando pestes contra la administración del teatro, los empresarios de los conciertos, el público, los italianos, los gustos del público, pero sobre todo contra la ingratitud de su sobrino. Weber, muy emocionado, le aconsejó que abandonara esta existencia desagradable y desalentadora e hiciera una gira artística por Alemania, donde se daría cuenta de lo que el mundo pensaba de él. «¡Demasiado tarde!», gritó Beethoven, imitando el acto de tocar el piano y moviendo la cabeza de un lado para otro. Weber escribió: «¡Entonces, id a Inglaterra, donde se os admira!». «¡Demasiado tarde!», dijo Beethoven, y con grandes gestos tomó a Weber por el brazo y le llevó al restaurante donde él cenaba.

Allí, Beethoven se mostró ante Weber con una sinceridad calurosa. «Hemos pasado la sobremesa juntos, con mucha alegría y de una forma muy agradable –escribió Weber–. Este hombre rudo y altivo me atendió durante la cena con tanta solicitud como si yo hubiera sido una dama».

MAX VON WEBER

Hacia finales de octubre Beethoven regresa a Viena. En este momento recibe la visita de una joven cantante, Karoline Unger, que debía cantar, con su camarada Enriqueta Sontag, las partes de los solos femeninos del final de la Novena Sinfonía. Sin duda había ido ya antes a ver a Beethoven, pues éste escribió a su hermano Johann el domingo 8 de septiembre22:

666 / Dos cantantes nos han visitado hoy, y como ellas se empeñaban en besarme las manos, y eran muy bonitas, he preferido pedirles que me besaran en la boca. Esto es lo único nuevo que puedo contarte por ahora.

BEETHOVEN

Otras nuevas caras pasaron aún por la vida de Beethoven, sobre todo el poeta Johann Sporschil, con el que intentará (una vez más) recomponer Las ruinas de Atenas y hacer el Apoteosis en el templo de Júpiter Ammón. El 5 de noviembre de 1823, un diario de Stuttgart publica un gran artículo suyo sobre Beethoven. Una frase, que ha sido citada con frecuencia, es la más significativa:

667 / La vida de Beethoven es, ante todo, como él mismo dice, una vida de actividad interior [Intensionsleben].

SPORSCHIL

A finales de noviembre, uno de los más fieles admiradores de Beethoven, Ignaz Moscheles, va a pasar algunas semanas en Viena; da dos conciertos, con Beethoven en un lugar de honor de los programas. En los Cuadernos de los meses precedentes, Moscheles ha sido a menudo denigrado por los habituales que se critican con frecuencia entre ellos; reconocen su trabajo como propagandista del arte de Beethoven en Inglaterra, pero ridiculizan el virtuosismo totalmente mecánico del «judío Moscheles». Beethoven demuestra, sin embargo, bastante estima al judío Moscheles como para prestarle su propio piano Broadwood con ocasión de sus conciertos, y el encuentro entre ellos es de los más cordiales.

668 / Moscheles tuvo que decidirse a hacer algunas visitas y empezó por Beethoven. El hermano de Moscheles tenía un deseo ardiente de conocer al gran hombre y fueron juntos. «Cuando llegamos ante su puerta –cuenta Moscheles–, no sabía en qué disposición encontraríamos al misántropo Beethoven, y dije a mi hermano que me esperase abajo mientras yo le sondeaba. Después de unos breves saludos, pregunté a Beethoven: “¿Puedo presentaros a mi hermano?”. Me respondió vivamente: “¿Dónde está?”. “Abajo”, dije yo. “¿Cómo abajo?”, gritó aún más vivamente, y descendió las escaleras, agarró a mi hermano por el brazo y lo condujo hasta el centro de la habitación, exclamando: “¿Soy acaso tan bárbaro y tan inabordable?”. Después manifestó a mi hermano la mayor amabilidad».

Biografía de MOSCHELES por su mujer.

1824

La Novena Sinfonía estaba prácticamente terminada; como la Missa solemnis, seguía inédita. Previendo los gastos considerables de la ejecución de obras de este volumen, Beethoven se dirige en los primeros días de enero a la Sociedad de Amigos de la Música para saber si está dispuesta a participar en los gastos de la organización de una gran academia. La Sociedad se niega, y aprovecha para recordarle a Beethoven que espera aún el oratorio que, en parte, le ha pagado ya. Beethoven, que no siente más deseos de componer La victoria de la Cruz, de Bernard, ni la Melusina, de Grillparzer, responde el 23 de enero:

669 / Aunque el tema está bien hallado y la poesía tiene valor, no puede ser más que lo que es; el Cristo en el monte de los Olivos ha sido escrito por el poeta y por mí en quince días; solamente que el poeta era también músico y había escrito muchas cosas para música; podía cambiar impresiones a cada momento con él; dejemos de lado el valor de tales poesías, ya sabemos cómo debemos tomarlas; el bien está aquí en su justo término; pero a mí me gustaría más poner música a Homero mismo, a Klopstock, a Schiller; por lo menos, si hay que vencer algunas dificultades, estos poetas inmortales lo merecen.

L. V. BEETHOVEN

Beethoven propone entonces a los músicos de Berlín que organicen ellos la primera ejecución de sus últimas obras, y recibe rápidamente una conformidad en principio. A la vez, Beethoven proyecta de nuevo viajar a Londres y establecerse en Inglaterra. Pero entonces se repite el mismo fenómeno que en 1809, cuando anuncia su marcha a Westfalia; la «élite» vienesa se percata de que va a perderle, a la vez que se acuerda de su existencia; le suplica que dé en Viena la primera de sus obras; Beethoven se deja convencer, y una vez más no recibe a cambio más que sinsabores. Pero si hubiera leído con ojo crítico el largo mensaje que le remitieron en el mes de febrero dos de los firmantes, Stainer von Felsburg y J. N. Bihler, se habría dado cuenta de que estas nobles frases no ofrecían ninguna garantía para él. Se le recordaba que era el último superviviente de la «Santa Tríada» (Haydn-Mozart-Beethoven), y continuaban:

670 / No nos privéis por más tiempo de la audición de las nuevas obras de arte salidas de vuestra pluma, y dad por fin satisfacción a nuestras aspiraciones hacia las esferas más elevadas del arte. Sabemos que habéis escrito una nueva composición de música sagrada y que con ella habéis traducido los sentimientos que os inspira vuestra profunda fe; la luz sobrenatural que penetra en vuestra alma grande la ilumina y la esclarece. Sabemos que la corona de vuestras grandes sinfonías ha aumentado con una flor inmortal. Desde hace muchos años, desde que se aplacaron los truenos de la batalla de Vitoria, aguardamos y esperamos. Volved a abrir el tesoro de vuestra inspiración y derramadlo sobre nosotros como antes. No engañéis durante más tiempo la expectación pública. Aumentad aún el valor de vuestras incomparables obras dándolas a conocer vos mismo. No querréis que los hijos de vuestro genio sean arrancados a su patria para ser presentados a los extranjeros, que no comprenderían vuestra gran obra ni sabrían apreciarla en todo su valor. ¡Apareced en medio de nosotros, mostraos en vuestra gloria y venid a alegrar a vuestros amigos, a vuestros ardientes y respetuosos admiradores! […].

¿Debemos decir con qué profundo pesar se ha sentido vuestro retiro? ¿Es necesario deciros que cuando las miradas se volvían hacia vos con esperanza todos constataban con tristeza que el hombre al que debemos nombrar antes que a ningún otro en su terreno, como el más grande entre los vivos, guardaba silencio, mientras el arte extranjero campaba sobre suelo alemán, se pavoneaba sobre el trono de la musa alemana, en el momento en que las obras alemanas habían caído en el olvido por culpa del reinado de la moda extranjera, y que ahí donde los más grandes han vivido y creado, una segunda infancia amenaza con suceder a la edad de oro del arte?

Sólo vos podéis asegurar la victoria decisiva de nuestros esfuerzos por el bien. De vos la nación espera una vida nueva, nuevos laureles y un nuevo reino de lo verdadero y lo hermoso, a pesar de la moda actual, que quiere violar las eternas leyes del arte. Dadnos la esperanza de ver pronto satisfechos los deseos que vuestro divino arte ha hecho nacer. ¡Que no termine el año que ahora empieza sin que podamos agradeceros el buen resultado de nuestra gestión! ¡Que la próxima primavera pueda florecer doblemente con vuestros dones para nosotros y para el mundo entero del arte!

Firmado:

príncipe LICHNOWSKY [hijo del príncipe anterior],

conde Moritz von LICHNOWSKY, conde Von FRIES,

conde Von DIETRICHSTEIN, conde PALFY, conde CZERNIN,

Ignac von MOSEL, Stainer von FELSBURG, Anton DIABELLI,

Andreas STREICHER, ARTARIA y Cía., STEINER y Cía., abate STADLER,

Karl CZERNY, KIESEWETTER, Vincent HAUSCHKA, J. F. CASTELLI,

Anton HALM, SONNLEITHNER, J. N. BIHLER, Cristoph KUFFNER,

ZMESKALL, Von DOMANOVECS, etc. [en total, treinta firmantes]

Mucho ruido, pero pocas nueces. En 1824 la aristocracia austriaca ve su poder más asentado que en 1809; no tiene necesidad de autorizar una renta. Podemos adivinar que lo que le afectó a Beethoven de este mensaje es la llamada a la acción que contiene.

Tiene ocasión de responder cortésmente a la gentil visita de Rossini, hacer justicia a su talento y decir, cuando se le habla de los italianos: «¡Bah!, no pueden quitarme mi sitio en la historia del arte». La causa nacional de la música alemana le llega al alma, y sabe bien que el principal campo de batalla no está en Berlín ni en el norte de Alemania, donde Weber y otros luchan ya con éxito, sino en Viena, donde más se deja sentir la presión del cosmopolitismo italianizante.

671 / Le encontré con el mensaje en la mano. Me contó lo que había pasado y me entregó la hoja con una emoción contenida que demostraba claramente cuánto le había afectado. Mientras yo leía el texto, que ya conocía, él se acercó a la ventana y siguió el movimiento de las nubes con la mirada. En silencio deposité la hoja, esperando que empezase a hablar. Pero siguió en su misma actitud. Finalmente, se volvió hacia mí y me dijo con voz fuerte: «¡Es verdaderamente hermoso! Soy feliz». Esta fue la señal que me permitió expresarle por escrito –¡ay!– mi alegría. Lo leyó y dijo rápidamente: «Salgamos». Al llegar a la calle siguió callado, contrariamente a su costumbre, lo que era una nueva prueba de lo que sentía.

SCHINDLER

La preparación del concierto –que tendrá lugar finalmente el 7 de mayo de 1824– llenó con sus dificultades y sus peripecias todo el comienzo del año, de febrero a mayo. El conde Palfy ofrece en condiciones muy ventajosas el vasto teatro An der Wien a Beethoven, pero quiere conservar a su directores de orquesta titulados: Seyfried y Clement. Beethoven no tiene confianza más que en Umlauf y en Schuppanzigh; para imponerles, prefiere dar la representación en el Karntnerthortheater, en el que hay menos localidades y cuyo administrador, Duport, propone unas condiciones financieras bastante duras. Schindler tiene ahora ocasión de decir que todo Viena se divierte repitiendo: «Beethoven va a dar un concierto en una cáscara de nuez», y no renuncia a ello. Schuppanzigh, Schindler y el conde Lichnowsky intentan formar una especie de comité de organización: Beethoven se imagina que quieren manipularle, y les envía el mismo día las siguientes notas:

672 / No vengáis a verme. No doy ningún concierto.

BEETHOVEN [a Schuppanzigh]

BEETHOVEN [a Schindler]

BEETHOVEN [a Lichnowsky]

Laboriosas explicaciones, reconciliación. «Estoy cocido, hervido y asado», suspira Beethoven en una nota a Schindler.

Las dificultades vienen también por los intérpretes. Karoline Unger visita con frecuencia a Beethoven, y le hace rabiar cariñosamente. Enriqueta Sontag va menos y se muestra más reservada.

673 / KAROLINE.–Deberíais casaros. Seguramente trabajaríais mejor. – Olvidad un momento mis bromas. – Juro sobre el altar de Vesta que no me volveré a acordar. – Me ha causado un gran placer volveros a ver. – [Comienzos de enero].

¡Casaos ya!; un solterón es un ciudadano inútil […]. Tenéis muy poca confianza en vos mismo. ¿Los homenajes del mundo no os han vuelto un poco orgulloso? – ¿Quién habla de tribulaciones? – ¿No queréis creer que están deseando adoraros en vuestras nuevas obras? – ¡Oh!, ¡qué terquedad! No tengo ninguno [enamorado]. – Y vos, ¿cuántas enamoradas tenéis? – [25 de enero].

[El café] es muy bueno y da mucho calor a los jóvenes. – También los bellos ojos de mi vecina podrían ser peligrosos para vos. – No hagáis cumplidos a vuestras amigas. [Mediados de abril].

Ellas acuden a almorzar a su casa, y Schindler comunica a continuación a Beethoven que han pasado el día siguiente vomitando por culpa de la execrable calidad de la cocina y del vino. Pero cuando se trata de cantar son mucho menos encantadoras. Acostumbradas las dos a los gorgoritos de la ópera italiana, se asustan de las dificultades de sus textos. Dicen a Beethoven que es «el tirano de sus voces». Él se niega a cambiar una sola nota, y ellas se resignan de mala gana.

Umlauf y Schuppanzigh, los únicos en los que tiene confianza, están un poco desorientados por las indicaciones que les da. Una nota de los Cuadernos nos habla de esto, y por una vez Schindler es objetivo.

674 / SCHINDLER.–Ayer Umlauf y Schuppazingh se asombraban mucho de que ahora evitéis de una forma tan sorprendente los movimientos rápidos en vuestras obras, en comparación a las del año pasado; ahora, para vos, todo es demasiado rápido […].– Os hubiera abrazado ayer cuando nos dabais las razones por las que sentís ahora vuestras obras de modo distinto al de hace quince o veinte años […]. – En los ensayos en la Josephstadt era ya evidente y sorprendente para muchos que quisierais los allegros más lentos que hasta ahora. He comprobado bien la razón. – ¡Inmensa diferencia!, todo lo que sobresale en las partes intermedias, y que antes se podía entender, es a veces confuso.

Abril

En medio de todo esto, Schindler molesta a todo el mundo, y su hermano Johann estorba, por su afán de enterarse de todo. El sobrino, Karl, pone su grano de arena y utiliza una indirecta para la ocasión.

675 / KARL.–Tu hermano dice que daría la mitad de su fortuna por entender cuándo se equivoca la orquesta en un fragmento. – Dice también que en dos meses sería capaz, lo mismo que tú, de decir en qué tono se toca ahí arriba, en el segundo piso.

Abril

Nuevas dificultades con la policía. La censura no quiere que se ejecute una misa en un concierto. Para evitar el sacrilegio, no se darán más que el Kyrie, el Credo y el Agnus Dei, y se les denominará himnos. Nuevas discusiones sobre la redacción del cartel: ¿se debe poner que Beethoven es miembro de las Academias reales de Artes y Ciencias de Estocolmo y de Ámsterdam? Beethoven parece desearlo, para dar una lección a los vieneses. Schuppanzigh interviene con buen sentido:

676 / SCHUPPANZIGH.–No soy de la misma opinión: Beethoven es (por derecho) director y presidente de todas las Academias del mundo, y las personas inteligentes tomarían esto por vanidad.

Mayo

Nos detenemos finalmente en el siguiente texto:

677 / Gran concierto musical del señor L. van Beethoven, que será dado mañana, 7 de mayo de 1824, en el Teatro de la Corte imperial y real, cerca de la puerta Carintia.

Las composiciones que serán ejecutadas son las obras más recientes del señor Ludwig van Beethoven.

Primero. Gran obertura [opus 124].

Segundo. Tres grandes himnos, con solos y coros.

Tercero. Gran sinfonía, con la entrada al final de solos y coros sobre el lied de Schiller a la Alegría.

Los solos serán cantados por las señoritas Sontag y Unger y los señores Haizinger y Seipelt. El señor Schuppanzigh dirigirá la orquesta; el señor Kapellmeister Umlauf dirigirá todo el conjunto, y el Musikverein ha tenido la cortesía de reforzar los coros y la orquesta.

El señor Ludwig van Beethoven en persona tomará parte en la conducción de toda la orquesta […].

Y los Cuadernos nos permiten asistir a los últimos preparativos del vestuario, justo antes de empezar:

678 / SCHINDLER.–Ahora llevamos todo con nosotros. – Llevamos también vuestro traje verde, que podéis poneros en el teatro para dirigir. El escenario está en la oscuridad y nadie verá que es verde. – ¡Oh gran maestro, no disponéis de un traje negro! Pero el verde hará el mismo efecto; el negro estará listo dentro de unos días. – Maestro, debéis ser formal y obedecernos [sic!].

La sala del concierto está totalmente llena. Zmeskall, que está paralítico, se hace llevar en un palanquín. Franz von Breuning viaja expresamente desde Hungría con su mujer. Un solo palco está vacío: el de la familia imperial, a pesar de las corteses invitaciones de Beethoven; al igual que los demás príncipes de noble cuna, el archiduque Rodolfo no ha dado señales de vida.

Apenas se tiene tiempo de apreciar esta grosería; casi no se puede percibir que la orquesta duda en algunos momentos: Schuppanzigh y Umlauf no han podido conseguir de ella más que dos ensayos, porque estaba ocupado en los preparativos de un ballet. Por primera vez la Sinfonía de la Alegría estalla en los oídos y en los corazones de los hombres. A partir del scherzo el entusiasmo se desata, tan frenético que la orquesta tiene que interrumpirse. Al final, cinco salvas de aplausos provocan el horror de la policía: la etiqueta y el protocolo no tienen previsto más que tres salvas para la familia imperial23.

A pesar de los términos del cartel, Beethoven se coloca simplemente al lado de Umlauf y hojea la partitura. De espaldas al público, no ve ni oye nada. En el momento de la explosión final de la delirante sala, ¡Karoline Unger no resiste más; se aproxima a él, le coge por los hombros y le hace volverse! Él ve el entusiasmo de aquellos a quienes ha hecho felices y se inclina ante ellos…

Unos minutos más tarde le llevan los resultados financieros del concierto. Deduciendo los gastos de copias, otros diversos gastos y la parte de la dirección del teatro, no le quedan más que 120 florines. Furioso, Beethoven se niega a comer, y, sin siquiera desnudarse, se deja caer en un sofá, donde se queda toda la noche postrado.

El 23 de mayo, Duport repone el concierto; para atraer al público hay que cantar un aria de Rossini antes de la Novena: no sirve de nada. Hay que pensar que todos los beethovenianos de Viena no son suficientes para llenar en dos ocasiones dos salas. Entre los escasos asistentes, uno de los peores enemigos de Beethoven, el abate Stadler, ríe con ironía en medio de un grupo…

No obstante, para dar las gracias a todos los que han trabajado para el concierto, Schindler y Beethoven organizan una cena en el restaurante El Hombre Salvaje. Se invita a Karoline Unger y Enriqueta Sontag, a Umlauf, Kanne, Grillparzer, Bach, Schuppanzigh, a su hermano Johann y a su sobrino Karl. Durante la cena Beethoven está serio. Uno de los invitados tiene la tonta idea de aconsejarle acortar la Misa y la Sinfonía para atraer al público. La cólera de Beethoven explota. Necesita una cabeza de turco, que será Schindler. Desde hace mucho tiempo Beethoven disimula muy difícilmente su exasperación ante él, sobre todo porque Schindler ha adoptado definitivamente durante los últimos meses la actitud de mentor solemne, y lo suficientemente razonable como para tomar bajo su tutela al inconsciente Beethoven. El furor de Beethoven le hace responsable de todo lo que no ha ido bien, y llega hasta a acusarle de haber sustraído parte de la recaudación. Schindler se subleva ante esto.

679 / SCHINDLER.–Recordad la historia con Klement, cuando no queríais renunciar a vuestra idea, ¿era yo también culpable? En una palabra, ¿no se ejecutaron esas grandes obras sólo gracias a mi colaboración? Todos los que os quieren bien os deben decir como yo: ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós!

SCHUPPANZIGH.–¡El pobre Schindler no tiene la culpa; es totalmente inocente!

KARL.–Tu hermano ha dicho delante de muchas personas, y Schindler lo sabe por un testigo que lo ha oído: «Dejará pasar el concierto y después le limpiará» [despedirá a Schindler].

Beethoven no quiere dejarse calmar. Schindler abandona la mesa, seguido por casi todos los convidados, y Beethoven, solo con Karl, termina tristemente la comida de amistad. Sin duda, es en los días siguientes cuando escribe a Schindler la carta donde, con más objetividad, aprovecha el incidente para poner a Schindler en su sitio. Y de hecho, aparte breves y escasas visitas, durante dos años y medio Schindler libra a Beethoven de su persona.

680 / No os acuso de nada malo respecto al concierto, pero vuestra torpeza y las gestiones que habéis realizado han estropeado muchas cosas; además, temo que algún día me amenace alguna catástrofe por vuestra causa.

A veces, las esclusas cerradas se abren de un solo golpe, y el día del Prater [en El Hombre Salvaje] me sentí atacado por vos en algunos puntos y de una forma muy hiriente. – Además, preferiría poder recompensaros, por medio de un pequeño regalo, vuestros servicios, antes que sentaros a mi mesa; francamente, esto es desagradable por muchos motivos; si no me veis con aspecto contento, decís: «Hoy todavía hace mal tiempo». Con vuestra vulgaridad, ¿cómo podríais llegar a conocer lo que no es vulgar? En resumen, amo mucho mi libertad; no dejaré de invitaros de vez en cuando, pero constantemente es imposible, pues esto trastornaría todos mis planes.

[…] Nunca he aceptado los cumplidos que me habéis demostrado, y no lo haré tampoco de ahora en adelante. En cuanto a la amistad, es perder el tiempo; no querría confiaros nunca mis bienes [el subrayado es nuestro; ¿por qué Beethoven en su lecho de muerte no se acordó de todo esto, a propósito de los Cuadernos de Conversación?], pues os falta reflexión, actuáis arbitrariamente, y hace tiempo que he aprendido a conoceros de manera poco ventajosa para vos, del mismo modo que otros también lo han hecho. Francamente, la pureza de mi carácter no admite que recompense con una amistad pura vuestros buenos oficios hacia mí; a pesar de ello, estoy dispuesto a haceros de buen grado cualquier favor, si es para vuestro bien.

B.

Ludwig van Beethoven
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