1 «Lamento, querido Varnhagen, no haber podido pasar la última velada en Praga con usted. Yo mismo lo encuentro descortés, pero una circunstancia que no podía prever me lo ha impedido».

2 Encontraremos los detalles de estos argumentos en dos libros breves, uno de Romain Rolland (Las amadas de Beethoven) y el otro de J.-G. Prod’homme (La amada inmortal de Beethoven). Nos limitaremos a resumirlos aquí. La fecha dada por Beethoven, lunes 6 de julio, limita prácticamente la investigación a cuatro fechas: 1795, 1801, 1807 y 1812. Antes de 1795 no se podía hablar de su vida en Viena; después de 1812, en 1818, por ejemplo, ya es tutor de su sobrino Karl, y la situación es distinta.

Lo que nos lleva a elegir la fecha de 1812 son las siguientes razones:

a) Los desplazamientos de Beethoven a comienzos de 1812 son conocidos con precisión. Toeplitz, como Karlsbad, es una ciudad-balneario de moda donde se publican los Kurlisten anunciando la llegada de los huéspedes célebres. Beethoven es nombrado en el Kurlisten el 7 de julio de 1812, lo que coincide con el tiempo que, después de la carta, Beethoven ha pasado buscando alojamiento después de su llegada, el 5 de julio por la mañana.

b) La identificación de «K» por Karlsbad parece posible. Se ha comprobado que en 1812 el correo de Toeplitz partía para Karlsbad el lunes y el jueves durante el año, y todos los días durante la estación de las curas.

c) Se ha verificado que el correo tomaba dos caminos posibles desde Praga a Toeplitz, y sobre todo se ha encontrado el rastro en la numerosa familia Esterhazy, de un príncipe Paul Esterhazy (no el que había acogido tan mal a Beethoven en 1807) que abandonó Praga el 3 de julio de 1812 para llegar el 5 de julio a Toeplitz.

Dado que en los años 1795, 1801 y 1807 es imposible acoplar con el empleo del tiempo de Beethoven una cura que debería haber hecho en una ciudad-balneario a la que sólo se puede llegar por medio de un viaje muy largo a través de un gran bosque, la fecha de 1812 se impone con todo rigor.

Recordemos por curiosidad que Schindler, el primero en publicar la carta, la fechaba en 1806 y decía que estaba dirigida desde una ciudad-balneario de Hungría –Pystian– a Giulietta, que entonces residía en Korompa. Cuando se hizo ver a Schindler que Giulietta estaba en Italia en 1806, fechó tranquilamente la carta en 1803. A continuación, Thayer conserva Pystian y K=Korompa, pero con la fecha 1807 y dirigida a Teresa de Brunsvik. Cuando se le hizo observar que esto era imposible, viendo el empleo del tiempo de Beethoven en 1807, supuso que Beethoven se había confundido al poner la fecha del lunes o del 6 y que la carta era de 1806. La señora La Mara quiso que fuera 1807 (pues en 1806 lo enojoso era que Teresa no había pasado el mes de julio en Korompa, sino en Transilvania), fabricándole un nuevo empleo del tiempo a Beethoven y suponiendo que su corresponsal, el doctor Schmidt, se había equivocado sobre la fecha en una carta a Beethoven.

Así siempre. Una lección de prudencia se desprende de estas peripecias: es mejor atenerse a las fechas que suponer que Beethoven se equivoca constantemente.

Anotemos, en fin, que se ha complicado mucho este problema, ya bastante arduo de por sí. La revista Die Musik, de Berlín, publicaba, en agosto de 1911, una continuación de la carta fechada el «8 de julio por la mañana». Esta continuación, hábilmente compuesta por una serie de frases bastante beethovenianas, contenía una cita musical compuesta del Cuarteto de cuerdas opus 29, y presentada como inspirada a Beethoven por su amor. De repente, había que fechar la carta en 1801 y dirigirla a Giulietta. Paul Bekker desenmascara enseguida el fraude en el Frankfurter Zeitung del 8 de septiembre de 1911.

3 Unas nubes se asoman ya en la amistad entre Beethoven y Varnhagen, pues Beethoven añade, un poco más lejos, en la misma carta: «¡Si encontráis en mí un hombre que se sale de lo corriente, entonces yo, por mi parte, podría encontrar en usted a alguien que no se sale de lo corriente!».

4 Nos parece que esta frase –que veremos repetir muchas veces a Beethoven con muy pequeñas variaciones– constituye la mejor piedra de toque para juzgar los pensamientos de Beethoven tal y como Bettina los ha contado en su larga carta a Goethe. La idea general es la misma, y puede admitirse sin dificultad que Beethoven se haya manifestado más verdaderamente con una mujer de veinticinco años, dotada de una viva inteligencia, que con una niña, aunque sea precoz, de diez años o menos. Pero como contrapartida, una deformación bettiniana ha podido actuar en una doble dirección: antirracional y anticientífica (en Bettina, Beethoven pone la filosofía a los pies de la música; en la carta a Emilia hermana el arte con la ciencia) y místico-religiosa (en Bettina, todo está llevado a la omniacción de un principio divino que parece muy personal; aquí, no menos que en la carta a la amada inmortal, no hay lugar para el Dios único, personal, y sólo actuante en la ideología religiosa, y la divinidad aparece como realizada por las fuerzas del hombre).

5 Mucho más tarde, en medio del silencio riguroso que Goethe observa sobre Beethoven, una excepción podrá hacerse al respecto. En mayo de 1820, Oliva escribe en un Cuaderno de Conversación: «Él [Goethe] habría declarado [Oliva no afirma nada], refiriéndose a vuestra manera de tocar, que gracias a vos había comprendido lo que se puede hacer al piano».

6 Así es cómo Karl Marx, en 1847, rechazará la contraseña de la Liga de los Justos, de Weitling: «Todos los hombres son hermanos», diciendo que había personas de las que él, en absoluto, quería ser hermano, y la cambiará por el eslogan del nuevo Partido Comunista: «¡Proletarios del mundo, uníos!».

7 Hemos presentado ya en una larga nota (págs. 217 y sigs.) el conjunto de la «cuestión bettiniana». Especialmente ahora, debemos volver sobre los dos documentos que se refieren a julio de 1812. En principio, lo que es seguro es que desde septiembre de 1811 Bettina y Arnim, su marido, están enfadados con Goethe y su mujer. La causa es un enfrentamiento entre las dos mujeres durante una exposición de pintura; Goethe parece que aprovechó la ocasión para terminar con estos dos «jóvenes turcos», cuyas audacias le comprometían. En mayo de 1812, Bettina da a luz a su primer hijo, Freimund. Llega a Toeplitz el 23 de julio, con Arnim y su cuñado Savigny. Cuando la voluminosa señora Goethe se entera, escribe a Goethe para impedirle que los vuelva a ver. Goethe asiente dócilmente y en una carta del 5 de agosto, a su mujer, vierte un montón de injurias sobre Arnim y Bettina. Beethoven no saldrá de Toeplitz hasta el 26 de julio; conociendo el cariño que sentía y que nadie puede negar por Bettina, con toda seguridad fue a visitarla al enterarse de su presencia. Es, pues, seguro que Bettina es una de las fuentes de información.

La dificultad es que tenemos dos relatos. No se contradicen del todo, pero sus fechas parecen inconciliables. La carta de Bettina a Pückler-Muskau dice: «Beethoven se reunió con nosotros y nos contó todo». Y la carta de Beethoven a Bettina está fechada –¡por Bettina!– el mes de agosto, exactamente el 15 de agosto. Es evidente que si Beethoven le contó todo a Bettina a finales de julio, la carta de agosto es un fraude inventado por Bettina, y si Bettina es una embustera, miente también en la carta a Pückler-Muskau.

Es posible que haya un medio de ver las cosas de otra manera. Beethoven podía no saber de antemano que Bettina iba a ir a Toeplitz y no supo de su llegada hasta el 24 de julio. Entonces no pensaba quedarse en Bohemia tanto tiempo como se quedó (cf. supra, texto núm. 306 in fine). No es inverosímil del todo que, acalorado por la escena con Goethe, entre el 21 y el 23 de julio escribiese a Bettina para contarle la historia. Cuando su carta ya está enviada se entera de la llegada de Bettina y los ArnimSavigny «y acude a reunirse con ellos y les cuenta todo» con más detalles todavía. Veinte años después se puede excusar a Bettina por haber dado tantas explicaciones y por haberse equivocado en un mes al poner fecha a la carta de Beethoven. El mismo Beethoven se equivocó diez años después, cuando en 1822 dijo a Rochlitz que había conocido a Goethe en Karlsbad.

Creemos, pues, por nuestra parte, en la autenticidad de los documentos en cuanto al fondo. Pero confesamos ingenuamente que no nos asombraría que Bettina hubiera adornado la carta de Beethoven con algunos pasajes aduladores para ella, pero que estarían más en su lugar en 1810 que aquí, y cuyo contenido no nos parece beethoveniano en absoluto.

Dicho esto, nos gustaría hacer observar:

a) Que no garantizamos que el encuentro con la familia imperial se produjera exactamente como nos ha sido contado, y que si ha habido algo de exageración puede muy bien haber sido añadida por el propio Beethoven, a quien le gustaba hacer una epopeya de un vulgar incidente. Poco importa, sin embargo, puesto que el pensamiento y la exaltación de Beethoven nos interesan más que lo material del hecho.

b) Que la carta de Beethoven es más breve que las frases suyas que cuenta Bettina a Pückler-Muskau, lo que es una buena señal de su autenticidad, que ella no presenta los hechos en el mismo orden y que ofrece una falta de ilación muy beethoveniana.

c) Que en 1812 Bettina está enfadada con Goethe, y lo estará hasta 1817, pero que en 1832 y después está de nuevo adorando a Goethe; no vemos por qué en 1832 habría inventado un episodio en el que Goethe no sale beneficiado, y de hecho, en la carta a Pückler-Muskau, ella intenta minimizar los daños y presenta el suceso como una «contrariedad» verdaderamente anodina por parte de Beethoven. Empero, la carta de este último a Breitkopf y Härtel, el 9 de agosto, es mucho más indignada que «contrariada».

8 Exactamente la misma expresión que en la carta, seguramente auténtica, de Beethoven a Bettina del 10 de febrero de 1811.

9 Comparar todo este comienzo de la misiva de Lichnowsky en octubre de 1806; cf. supra, texto número 207.

10 Análogas expresiones en Beethoven; cf. supra, textos núms. 211 y 268.

11 Beethoven denota aquí una reserva sobre su grandeza que nos asombrará en este mes de julio, en que nunca se ha mostrado más humilde; cf. supra, cartas a la amada inmortal y a la pequeña Emilia.

12 Parece que el archiduque (y no el duque) Rodolfo no estaba en Toeplitz en ese momento. Bettina sustituye el nombre de Rodolfo por otro –en la carta a PücklerMuskau confunde a Rodolfo y a Rainer– al volver a copiar la carta. El error «duque» por «archiduque» nos parece más comprensible en una carta escrita rápida y acaloradamente por Beethoven que en otra inventada fríamente veinte años después y compuesta a satisfacción por Bettina.

13 A partir de aquí confesamos que no estamos seguros del todo de leer un texto de Beethoven –sobre todo escrito en julio de 1812, menos de tres semanas después de la carta a la amada inmortal–, ¡lo cual Bettina no podría saber!

14 Rogamos que no se nos confunda con Schindler, pero estamos convencidos de que Beethoven no ha hablado nunca así, porque no ha tenido nunca este concepto mágico y pasivo de la creación musical.

15 A partir de lo que sigue, en compensación, tenemos la impresión de volvernos a encontrar un tono muy auténticamente beethoveniano.

16 Cf. la frase, atribuida por Bettina a Beethoven en su carta a Goethe (supra, texto núm. 267) y auténtica según nosotros: «Los artistas son de fuego; no lloran».

17 Compárese este pasaje con la carta a Amalia Sebald del 16 de septiembre de 1812 (cf. infra, texto núm. 317). La idea es análoga.

18 De hecho, no es hasta octubre o noviembre (a principios) cuando Beethoven regresa a Viena, después de cuatro meses de ausencia. Pero el 17 de julio, en su carta a la pequeña Emilia, pensaba regresar en cuatro semanas.

19 Detalles verificados históricamente.

20 Idea idéntica a la expresada antes por Beethoven (cf. supra, texto núm. 268).

21 Esta última frase, al contrario, no nos parece del todo auténtica: se parece demasiado, como una segunda versión más pálida, al pasaje de la segunda carta (del 10 de febrero de 1811), donde Beethoven dice: «He llevado vuestra primera carta todo el verano conmigo», y al pasaje de la primera carta (del 11 de agosto de 1810), donde justifica el tuteo como una licencia musical. Pero podemos estar equivocados.

22 Error mínimo: dos años más tarde.

23 Cf. supra, texto núm. 84 (testimonio de Czerny).

24 El sentido peyorativo de la palabra «romántico» aquí es una señal de autenticidad, pues Bettina no habría opuesto seguramente «romántico» o «artístico»; para ella, los dos términos eran sinónimos.

25 Cf. supra, texto núm. 249, entre otros.

26 Cf. supra, texto núm. 308.

27 Cf. supra, texto núm. 309.

28 Cf. nota 12 de la página 273.

29 Cf. supra, texto núm. 213; e infra, texto núm. 403 (recuerdos de Fanny del Rio). Se confirma decididamente que Beethoven se complacía en repetir las historias en las que ponía a un aristócrata en su sitio.

30 Cf. de nuevo supra, texto núm. 207, la misiva llena de buen sentido dirigida a Lichnowsky en la época de la gran discusión.

31 La estancia en Karlsbad dura quince días y la edición Kalischer de la correspondencia no contiene una sola carta, ni de negocios, de esta época. Respecto al mes que pasa en Franzensbrunn: una carta a Breitkopf y Härtel del 9 de agosto y una carta al archiduque Rodolfo del 12. Esto es todo. Es decir, que la vida de Beethoven se sumerge en las sombras durante seis semanas, posiblemente muy importantes, tras las tres semanas de julio en Toeplitz, que han sido para nosotros tan ricas en revelaciones… y en misterios.

32 Nos encontramos aquí, una vez más, en los antípodas de Romain Rolland, que ve en Amalia «una actriz que no pierde la cabeza por un beso recibido y dado y que representa el papel de ángel doméstico, gruñón y avispado, mientras Beethoven está postrado en su lecho». ¿De dónde deduce que Amalia es una actriz? Ella canta sin ser profesional, lo mismo que Cristina von Frank. Si también Romain Rolland imita el estilo de Paul Reboux y habla de «una bonita joven y sus obsequiosos arrumacos» a propósito de Amalia, ¡es como para perder la esperanza en la seriedad del género humano!

Ludwig van Beethoven
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