1 Años después de la muerte de Beethoven, Schindler encontrará en París a Cherubini y señora, que habían conocido a Beethoven en Viena en 1805. La buena señora estaba todavía escandalizada por los modales de Beethoven; decía que «se burlaba de los prejuicios de la clase alta y adoptaba las mismas maneras con una duquesa que con una plebeya».

2 No confundir a este Himmel, Kapellmeister del rey de Prusia, con Hummel, del que se hablará muchas veces más delante.

3 El príncipe Luis Fernando de Prusia murió en la acción de Saalfeld el 10 de octubre de 1806, tres días antes de la de Jena. Mantuvo siempre excelentes relaciones con Beethoven (que tenía exactamente dos años más que él), del que recibió la dedicatoria del Concerto en do menor (núm. 3, opus 37); encontrándose en Viena, pocos meses antes de su muerte, pidió que se ejecutase para él, hasta tres veces seguidas, la Sinfonía heroica. Volveremos a encontrarle más adelante en otro recuerdo de Ries.

4 Himmel se vengará escribiendo a Beethoven y diciéndole que se ha descubierto en Berlín una linterna para los ciegos. Beethoven, ingenuo, pregunta detalles rápidamente…, y se da cuenta un poco tarde de la farsa.

5 Por entonces, Robespierre no pensaba de distinta manera que Beethoven: «Se puede ayudar a la libertad, jamás cimentarla con el empleo de una fuerza extranjera. Los prejuicios que la combaten ceden a la razón y se fortifican por la violencia […]. Aquellos que quieren dar leyes con las armas en la mano no parecen nunca más que extranjeros y conquistadores, sobre todo a los hombres que es necesario desengañar y familiarizar con la república y con la filosofía». Y se puede sentir un amargo pesar de que los hombres del 9 de termidor y el hombre del 18 de brumario no hayan respetado al menos las siguientes consignas de Robespierre: «Prohibamos a nuestros generales y a nuestros ejércitos inmiscuirse en sus asuntos políticos [de otros pueblos]; es la única manera de prevenir las intrigas que pueden parar nuestra gloriosa revolución y desacreditar el nombre francés».

6 No olvidemos que Beethoven, hasta 1810, fue víctima de la astucia de su padre, rejuveneciéndole para aumentar su éxito de niño prodigio. Beethoven tenía veinticinco años en diciembre de 1795, pero él creyó no tenerlos hasta diciembre de 1796. De lo que resulta que esta entrada de su diario data probablemente del día de su aniversario (finales del 96) o de los primeros días del 97.

7 Cf. lo que dirá Ries más tarde:

92 bis / Sus hermanos se esforzaban sobre todo por alejar de él a todos sus amigos íntimos, y cuando se le probaba claramente el mal proceder de sus hermanos hacia él, esto no le costaba más que unas lágrimas, y todo estaba perdonado. En esos momentos acostumbraba a decir: «Sin embargo, se trata de mi hermano», y el amigo recibía reproches en pago a su buena intención y a su franqueza. La actitud de sus hermanos llegó a tal extremo que muchos de sus amigos se alejaron de él, sobre todo cuando su sordera volvió las conversaciones más difíciles.

RIES

8 Convertida en princesa Odescalchi, Babette (que no era del todo bonita, al decir de sus contemporáneos) fundó dignamente una «Sociedad de damas de la nobleza para la protección del bien y de lo útil». Murió bastante joven aún, en 1813.

9 Las variaciones estaban por entonces dedicadas a la condesa de Browne, de soltera Wietinghoff, de la familia de la futura consejera de Alejandro I, la señora de Krüdener, nacida igualmente Wietinghoff. El conde de Browne, de una familia de origen irlandés al servicio de Rusia, era hijo de un gobernador de Lovaina; él mismo era general en el ejército del zar. La condesa había sido, sin duda, alumna de Beethoven, y ambos fueron beneficiarios de una colección de dedicatorias beethovenianas, muy calurosas a veces, como ésta del opus 9 (publicada en julio de 1798), que debe de corresponder a un momentáneo enfriamiento con Lichnowsky:

95 bis / Señor:

El autor, vivamente conmovido por vuestra largueza, tan delicada como liberal, se alegra de poder decirlo al mundo, dedicándoos esta obra. Si los productos del arte, que vos honráis con vuestra protección de entendido, dependieran menos de la inspiración del genio que de la buena voluntad de hacerlo lo mejor posible, el autor tendría la satisfacción de ofrecer lo mejor de sus obras al primer mecenas de su musa.

BEETHOVEN

10 Cf. infra, texto núm. 634. Se hace claramente alusión en esta carta a dos clases de hechos distintos: un encuentro anterior a la elevación de Bernadotte al trono de Suecia –esto es, en 1798– y otro encuentro en la época del Congreso de Viena en 1814-1815.

11 Añadamos que en estos comienzos de 1798, el recuerdo de la jornada del 18 de fructidor (4 de septiembre de 1797) estaba aún reciente. Bernadotte ha podido presentar a Bonaparte a Beethoven como el héroe que por dos veces –en persona, el 13 de vendimiario de 1795, y por el envío de Augereau a París, el 18 de fructidor de 1797– había salvado a la República del peligro de las contraofensivas realistas.

12 Johann Nepomuk Hummel (1778-1837) había sido durante dos años casi el único alumno de Mozart. Durante un tiempo es en Viena el principal rival de Beethoven en virtuosismo, lo que no les impide ser muy buenos amigos. Sin embargo, según Schindler, estuvieron los dos enamorados de la misma joven, la hermana del tenor Roeckel. Ella prefirió a Hummel, con el que se casó; de ahí el ligero enfriamiento con Beethoven. En 1804, Hummel se convierte en el sustituto, después en el sucesor de Haydn como maestro de capilla de Esterhazy en Eisenstadt. Aquí es donde le volvemos a encontrar, cuando Beethoven se enfada con él en 1807 (cf. infra, texto núm. 215). Debieron de reconciliarse luego, pues en 1813 Hummel dirigía los tambores y los cañones para la ejecución de La batalla de Vitoria (opus 91). En 1817 se instaló en Weimar como Hofkapellmeister. En 1827, su mujer y él hicieron un viaje a Viena para volver a ver a Beethoven, ya moribundo (cf. infra, textos núms. 802 a 805, 824 y 833).

13 Zmeskall y Beethoven eran miopes los dos, hasta el extremo de llevar constantemente quevedos. A menudo tocaban juntos; Zmeskall, el violonchelo, y Beethoven, la viola; de ahí el Dúo para dos pares de gafas obligadas (para viola y violonchelo, compuesto sin duda en 1795 por Beethoven y encontrado ciento veinte años más tarde).

14 De una vez por todas, era Zmeskall quien estaba encargado de aprovisionar el escritorio de Beethoven.

15 Hasta 1845 no aparecieron los recuerdos de Tomaschek, entonces septuagenario. Como al envejecer se había vuelto más conservador en música, se puede suponer que su juicio desfavorable sobre las obras de la madurez beethoveniana ha borrado sus impresiones del segundo concierto. Las del primero tienen muchas más probabilidades de ser exactas. La frase final sobre las obras ajenas, y sobre Mozart en particular, si es que ha sido dicha, tiene todas las probabilidades de ser una salida de tono, como respuesta a una dama que posiblemente no le mencionase a Mozart más que para apabullarle. Puesto que sabemos que Beethoven iba a la ópera con frecuencia. Y sabemos también que estudiaba a Mozart muy de cerca (cf. supra, texto núm. 69).

16 Beethoven, como es clásico en él, no romperá sus buenas relaciones con Magdalena, convertida en señora Galvani. Al principio de 1801 escribió una carta de protesta a Cristina, ya señora Frank, porque esta última, en el anuncio de un concierto organizado en su casa, no había mencionada ni a la señora Galvani ni a él mismo, y, sin embargo, ambos habían prestado su colaboración para dicho concierto. En este mismo año de 1801, Magdalena moría con apenas treinta años.

17 Karl Amenda, siendo ya pastor en Curlandia, morirá en 1836. La última vez que se dirige a Beethoven (por más que los documentos digan otra cosa) es en 1815, para hacerle llegar un proyecto de obra lírica en tres actos sobre Bacchus. La idea de ponerle música tentará a Beethoven durante años, y veremos más adelante cómo este proyecto contribuyó a la gestación de la Novena Sinfonía. Esta influencia del «teólogo curlandés» (!) no es suficiente como para confirmar el papel de director espiritual que tanto Wyzewa como Prod’homme atribuyen con agrado a Amenda sobre Beethoven.

18 «Era en el último año del siglo pasado, en el mes de mayo», escribe Teresa de Brunsvik en sus Memorias. André de Hevesy y otros a continuación han querido rectificar y situar el encuentro en mayo de 1796. Sus argumentos no parecen decisivos; es preferible conservar la fecha adelantada por una de las principales interesadas.

20 Los Brunsvik pretendían descender de los Braunschweig, la dinastía imperial de la Alta Edad Media alemana. El abuelo de los amigos de Beethoven había sido nombrado conde por María Teresa en 1775 y había añadido a su nombre el de una de las grandes propiedades que poseía en Hungría: Korompa (Martonvásár era el nombre de otra).

21 Se trata, con toda seguridad, de uno de los Tríos para piano, violín y violonchelo del opus 1. Menos posiblemente, del Trío para piano, clarinete (o violín) y violonchelo, opus 11.

22 Cuando Beethoven publica estas Variaciones más tarde, cambiará ligera y significativamente la verdad; las dará como compuestas en 1800 «para el álbum de las condesas Deym y Brunsvik». De ahí el error de la mayoría de los historiadores, que las fechan en 1800.

23 Cramer experimentó en sus opiniones sobre Beethoven una evolución análoga a la de Tomaschek. «Si Beethoven volcara su tintero sobre el papel pautado –dirá al joven Cipriani Potter–, vosotros gritaríais: ¡una obra maestra!». Es como oír a un abonado de la Revue des Deux-Mondes juzgando a Picasso.

24 Obsérvese lo llamativo del simple «señor Ludwig van Beethoven» ¡precedido de dos Kapellmeister! El Concierto mencionado puede ser el de en do menor núm. 3, opus 37.

25 Quitando una larga ausencia, entre noviembre de 1805 y 1808, Ries vivirá en Viena, próximo a Beethoven, hasta 1810. Vivió a continuación en San Petersburgo; después en Londres, desde 1813. En 1824 volvió a Renania, viviendo en Godesberg, Aquisgrán y después en Fráncfort, y murió en esta última ciudad el 13 de enero de 1838, a los cincuenta y tres años. Su último trabajo antes de morir había sido preparar, con Wegeler, las preciadas Reseñas biográficas sobre L. v. Beethoven.

26 Nos es imposible dejar de defender la memoria de Ries y la amistad de Beethoven hacia él en contra de las palabras de Vincent d’Indy, que escribe en su Beethoven, páginas 62-63: «Ferdinand Ries se había constituido en guardia de corps del gran hombre y siguió durante muchos años cerca de él; pero Ries, virtuoso impecable en cuanto a la ejecución digital de las mayores dificultades, era de raza semita y no podía penetrar el sentido íntimo de la música del maestro, esencialmente ario [!]. Por eso no quería dedicarle nada a Ries, lo mismo que a Moscheles y por la misma razón».

Hagamos observar simplemente:

a) Que Beethoven dedicó perfectamente obras a israelitas; sobre todo la Sonata opus 28, a Joseph von Sonnenfels, cuya posición era una de las más destacadas en el seno de la comunidad israelita de Viena. Y también las Variaciones Diabelli, a Antonia Brentano.

b) Que Beethoven había prometido a Ries dedicarle la Novena Sinfonía, ¡y si se la dedicó al rey de Prusia en el último minuto fue por razones más económicas que racistas!

c) Que Ries no es el único en este caso. Beethoven prometió siempre una dedicatoria al autentico «ario» (!) que era su amigo íntimo, Wegeler, y no lo hizo jamás.

d) Que, por encima de todo, no alcanzamos a ver de dónde ha obtenido Vincent d’Indy su certeza del origen israelita de Ries. Y concluyamos que un racista está siempre muy cerca de la imbecilidad total en cuanto a la música «esencialmente aria» de Beethoven.

27 Precisemos bien que no es por ningún motivo de discriminación nacional o provincial por lo que hacemos esta diferencia, sino por dos razones. La primera es que Beethoven dijo con frecuencia no haberse encontrado jamás, a corazón abierto, con nadie como con sus amigos originarios de Bonn (y con Amenda, que se les parece; especialmente cf. infra, la carta de 1801 a Amenda). La segunda razón es que los testimonios vieneses sobre Beethoven se resienten con mucha frecuencia de la atmósfera de camarillas y de habladurías que reinaba entre los músicos de Viena y también de la preocupación de mantener en la figura de Beethoven una figura conformista, lo que se comprende bien en la ciudad donde reinaba Metternich. Nos queda por decir que no todos los testimonios vieneses son iguales, y que, por ejemplo, Czerny es mucho menos convencional y frívolo que Seyfried. En cuanto al caso excepcional de Schindler, merece un comentario aparte, sobre el que volveremos.

28 Por otra parte, no hubo jamás en él anarquismo sistemático hacia las reglas. Anton Halm, un joven músico, le mostró en 1815 una sonata donde Beethoven encontró algunas faltas. Halm creyó oportuno manifestar: «Beethoven también se permite muchas faltas a las reglas». La respuesta de Beethoven, si creemos a Czerny, fue fulminante: «Yo puedo hacerlo; usted, no».

29 La señora Marianne de Czeke ha llegado, después de largas y minuciosas búsquedas (cf. Neves Beethovens-Jahrbuch, de Sandberger, t. VI, 1935), a establecer con certeza tres estancias auténticamente comprobadas de Beethoven en Hungría: la primera, en Presburgo, en 1796; la segunda, en Budapest y en Martonvásár, entre el 18 de mayo y el 25 de junio de 1800 –es la estancia en casa de los Brunsvik de la que habla Teresa (cf. supra, texto núm. 111)–, y la tercera, en Eisenstadt (Kismarton), con Esterhazy, en septiembre de 1807. Hasta que se pueda demostrar lo contrario, toda otra estancia de Beethoven en Hungría debe ser considerada absolutamente imaginaria.

30 En su carta del 22 de abril de 1801, a Breitkopf y a Härtel, Beethoven llama al mismo Bach «des unsterblichen Gottes der Harmonie» (el dios inmortal de la armonía).

31 Esta frase está entre el tipo de palabras de Beethoven, en las cuales la tradición no ha querido ver más que las bromas de un poeta utópico. Hace falta, sin embargo, resaltar que se parece bastante a la doctrina del Manifiesto de los plebeyos, que Gracchus Babeuf escribió en 1795, y podemos preguntarnos si esta semejanza es fortuita. «El único medio –escribía Babeuf– es establecer la administración común: suprimir la propiedad privada, unir cada hombre al talento, a la industria que él conozca, obligarle a depositar el fruto en el almacén común y establecer una simple administración de distribución». En una carta a su amigo Germain, del 28 de julio de 1795, Babeuf precisaba también su pensamiento sobre las artes en el régimen comunista que él preconizaba: «Los parásitos asesinos no se privan de gritar que nosotros pretendemos llevar la sociedad al estado de barbarie; nos pintan como vándalos […] pero es al contrario. Las artes, las ciencias y la industria se desarrollarán y se depurarán buscando nuevas vías; recibirán una impronta sublime, conforme a los grandes sentimientos que una inmensa asociación de seres felices haría necesariamente nacer. Dejarían de ser esclavos y, no siendo condenados más a achicarse a voluntad de los mecenas, se elevarían a concepciones grandiosas, las únicas dignas de una civilización real, aquella que implica la felicidad común». Cada vez más, la atención de los investigadores es atraída por las sociedades clandestinas, donde se reunían los jacobinos, alemanes y austriacos (cf. K. Schönewolf, Beethoven in der Zeitenwende, LeipzigHalle, 1953). En el estado actual de las investigaciones no se puede asegurar si Beethoven fue o no miembro, pero las afinidades entre las frases de Babeuf que acabamos de citar y tantos textos beethovenianos obligan a plantearse seriamente la cuestión.

32 Bajo este sobrenombre, Beethoven se refería a los redactores del Allgemeine Musikalische Zeitung, de Leipzig. Decana de todas las revistas musicales importantes, había sido fundada en 1798 por Friedrich Rochlitz, un amigo de Goethe, y estaba abiertamente subvencionada por la casa Breitkopf y Härtel. No había sido siempre amable con las creaciones de Beethoven (cf. infra, texto núm. 134).

33 Stephan von Breuning se casará en primeras nupcias con la hija del doctor Vering, Julia, excelente música.

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