3.
LOS ARTISTAS SON DE
FUEGO.
1809-1812
1809
Beethoven se dispone, pues, a abandonar Viena; pero ¿se dispone a ello de verdad? Después de haber relatado los hechos y los textos, nos permitimos decir nuestro punto de vista personal: Beethoven, cuando prepara su marcha con Jerónimo Bonaparte, parece gritar a sus vieneses: «¡Retenedme, voy a cometer una locura!». Y es más que probable que con este paso, más o menos conscientemente, se mezcle una parte de chantaje a su desesperación. El más que legítimo chantaje, por otra parte, ya que todas las tentativas anteriores han fracasado; pero Beethoven corre también el riesgo, al adoptar esta decisión, de llegar a renegar de sí mismo. Una mujer le salva en estos momentos: María Erdödy. Esta joven mujer, casi paralítica, hace todo lo posible para retenerle y asegurarle una vida mejor en Viena. Moviliza a Gleichenstein, que servirá de nexo de unión en estas negociaciones, presiona a los «mecenas» que continúan siendo fieles a Beethoven, y pide al propio Beethoven que enumere sus exigencias. Es lo que hace en sus cartas a Gleichenstein:
238 / Proyecto de una Constitución musical.
[…] La renta contemplada no puede obligar a Beethoven a ningún compromiso que le impida proseguir hacia la meta principal de su arte, a saber: la creación de nuevas obras. Este sueldo deberá ser abonado a Beethoven hasta que éste renuncie espontáneamente. El título imperial [de músico imperial], también, si es posible, – compartido con Salieri y Eybler. – La promesa de la corte de ofrecerle lo antes posible un empleo en la propia corte – o una suplencia, si el trabajo merece la pena. – Contrato con el teatro, confiriéndole el título de miembro del Comité de la Dirección teatral. – Fijar un día para un concierto (etc.). – La dirección de un banquero donde Beethoven cobre la renta convenida. – La renta deberá ser también percibida por sus herederos.
BEETHOVEN
239 / Dado que los señores se consideran como los coautores de cada nueva gran obra, éste sería el primer punto de vista que querría considerar, para así evitar la apariencia según la cual estaría cobrando un sueldo por nada.
BEETHOVEN
(Nota sin firmar a Gleichenstein)
Los esfuerzos de María Erdödy y de Gleichenstein terminaron por dar resultado. Tres hombres, los tres más jóvenes que Beethoven –lo que es interesante anotar–, Lobkowitz y el archiduque Rodolfo, a los que ya conocemos, y el príncipe Fernando Kinsky (cuñado de Lobkowitz, nacido en 1781), redactaron juntos el siguiente documento, en el que lo esencial de las exigencias de Beethoven quedaba económica y moralmente satisfecho.
240 / Las pruebas que el señor Ludwig van Beethoven nos da cada día de su extraordinario talento y de su genio de compositor nos han inspirado la idea de proporcionarle la ocasión de sobrepasar las altas esperanzas que fundamentalmente hemos depositado en él.
Como ya está demostrado que el hombre no puede dedicarse por entero a su arte más que a condición de ser libre de toda inquietud material, y que es sólo entonces cuando puede producir sus grandes y elevadas obras, que son la gloria del arte, los abajo firmantes han tomado la resolución de poner al señor Ludwig van Beethoven al abrigo de la necesidad, y apartar de esta forma los obstáculos miserables que podrían oponerse al desarrollo de su genio. En consecuencia, los abajo firmantes se obligan a pagarle anualmente la suma de 4.000 florines, repartidos como sigue:
Dicha suma, el señor Louis van Beethoven podrá cobrarla semestralmente en el domicilio de cada uno de los nobles participantes, en proporción a su contribución personal, y contra recibo.
Los abajo firmantes se comprometen a abonar dicha pensión hasta que el señor Ludwig van Beethoven obtenga una plaza que le proporcione el equivalente de la pensión constituida en su provecho.
En el caso de que el señor Ludwig van Beethoven no obtuviera plaza parecida y estuviera impedido por un desgraciado accidente o por las enfermedades propias de la edad para continuar cultivando su arte, los abajo firmantes se comprometen a pagarle esta pensión durante toda su vida.
Como contrapartida, el señor Ludwig van Beethoven se compromete a fijar su residencia en Viena, donde residen igualmente los nobles signatarios de este contrato, o en cualquier otra ciudad que forme parte de los Estados hereditarios de S. M. el emperador de Austria; no podrá, en ningún caso, abandonar esta residencia más que por el lapso de tiempo necesario al interés de sus ocupaciones precisas o de su arte, siempre después de haber avisado a los signatarios y obtenido su consentimiento.
Dado en Viena el 1 de marzo de 1809.
RODOLFO, archiduque
Príncipe de LOBKOWITZ, duque de Raudnitz
Fernando, príncipe KINSKY
Beethoven no había conseguido, sin embargo, más que una parte de lo que solicitaba: el documento de los príncipes dejaba en la sombra toda posibilidad cercana de un título en la corte, lo mismo que una participación en el comité directivo de los teatros; porque los enemigos de Beethoven no se habían dado por vencidos. A pesar de todo, lo que obtenía le permitía pasarse sin los ducados de Jerónimo Bonaparte. Así que el proyecto westfaliano fue enterrado.
Y en buena hora. Austria se preparaba para una nueva guerra contra Francia, y el archiduque Carlos iba a dirigir la ofensiva en Baviera (para ser aplastado en Eckmühl) seis semanas después de la firma del contrato que le evitaba a Beethoven el viaje a Kassel. Desde el mes de marzo se empiezan activamente los últimos preparativos de movilización en Viena. En este momento, Beethoven trabaja en el primer movimiento del 5.º Concierto para piano, opus 73 (absurdamente llamado «el Emperador»). En los márgenes de las hojas de borrador se lee: «Auf die Schlacht Jubelgesang! – Angriff! – Sieg!» (¡Canto triunfal para el combate! – ¡Ataque! – ¡Victoria!). Es difícil no creer que Beethoven se exalte entonces ante la idea de la guerra nacional que se prepara para liberar a Alemania de la dominación francesa y que su exaltación no esté más acentuada por la suerte que le ha sido evitada y por la victoria que acaba de conseguir en la vida social.
Esta victoria le exalta, pero no le aplaca. Después de su negativa definitiva de ir a Westfalia, Reichardt le había propuesto la plaza ofrecida por Jerónimo a Ries, que buscaba también crearse una buena posición. Ries puso como condición la conformidad de Beethoven.
241 / Durante tres semanas no he podido ser recibido; mis cartas no obtenían ninguna respuesta. Al fin, encontré a Beethoven en el casino. Fui directamente hacia él y le hice saber el motivo de mi visita. Me dijo acremente: «¡Ah!, ¿creéis entonces que podéis apropiaros de una plaza que me ha sido ofrecida?», y adoptó una actitud arisca y fría. Al día siguiente por la mañana fui a su casa para tener una explicación con él. Su criado me dijo con tono grosero: «El señor no está», a pesar de que en la habitación contigua se oía cantar y tocar el piano. Como el criado no quería de ningún modo anunciarme, quise entrar por la fuerza, pero me empujó. Esto me encolerizó; le cogí por el cuello y le tiré al suelo. Atraído por este alboroto, Beethoven salió, encontró a su sirviente aún en el suelo y a mí pálido como un muerto. Yo estaba muy irritado; le hice tales reproches que él, asustado, no alcanzaba a decir una sola palabra, y permanecía inmóvil. Cuando todo el asunto fue aclarado, Beethoven dijo: «Yo no sabía esto; me habían dicho que queríais ocupar la plaza a mis espaldas». Al asegurarle que yo todavía no había dado una respuesta, salió conmigo para reparar su falta. Pero ya era tarde; no obtuve la plaza.
RIES
En el mismo momento, Beethoven se enfada con María Erdödy. Se vislumbran todas las razones por las que no se hallan en un perfecto equilibrio sentimental. Pero la causa de la disputa sigue oscura; estúpida probablemente. En mitad de los apuntes para el 5.º Concierto se encuentra el siguiente borrador:
242 / ¿Qué más podéis desear de mí? – Soy para vos un sirviente más que un señor. – ¿No estáis aún bastante satisfecha? [esta última frase ha sido tachada después]. –¡Qué satisfacción! – ¡Qué magnífico cambio! – Beethoven no es un sirviente. – Vos queréis un mozo, lo tenéis ahora.
BEETHOVEN
¿Fue esta la carta que él envió? ¿Fue otra? En cualquier caso, María debió de responder con violencia, y Beethoven envía la siguiente carta:
243 / Mi querida condesa, he pecado, es verdad; – perdonadme, no es ciertamente una maldad premeditada por mi parte si os he ofendido, – solamente desde ayer por la tarde lo sé todo, y estoy muy triste porque esto haya ocurrido así; – leed vuestra nota llena de sangre fría, y juzgad vos misma si he merecido esto y si con ello no me habéis devuelto todo seis veces, mientras que si yo os he ofendido ha sido sin intención; – devolvedme hoy mismo mi esquela, y no me escribáis más que una sola palabra: que de nuevo sois buena; sentiría una pena infinita si no lo hacéis, no podré hacer nada si esto sigue así, – espero vuestro perdón.
BEETHOVEN
De nuevo, como ocurre tan a menudo, no sabemos nada más de lo que haya podido suceder. No sabemos si María Erdödy (que era tan capaz como Beethoven de tener mal carácter) respondió amistosamente a esta solicitud de perdón; parece seguro que las relaciones entre ellos se espaciaron.
La carta siguiente de Beethoven (o al menos la siguiente que nos ha llegado) es del 29 (!) de febrero de 1815, y habla de la «renovación de nuestra amistad», sin que podamos decir después cuándo necesitaba ser renovada. Por otra parte, en los meses que siguen a la primavera de 1809 Beethoven ya no vive con ella; habita de nuevo en esa casa desde cuyas murallas se contempla una vista tan hermosa, y que Ries le había encontrado en 1804, después de la discusión con Breuning. Periódicamente Beethoven volvía a ella, y cuando la abandonó definitivamente, su propietario, el barón Pasqualati, rehusó alquilarla a otro, tan seguro estaba de que Beethoven regresaría1.
En el momento en que los príncipes firman el contrato del 1 de marzo con Beethoven, Gleichenstein, que había trabajado tanto para conseguirlo, había dejado Viena para pasar una temporada en las importantes posesiones que tenía en el gran ducado de Baden, cerca de Friburgo, y pensaba que Beethoven se reuniría con él, ya que a finales de marzo o a principios de abril Beethoven le escribe comunicándole el contrato:
244 / Ya ves, mi querido y buen Gleichenstein, por el escrito que te adjunto, cómo mi estancia aquí se ha vuelto honorable. El título de Kapellmeister imperial vendrá más tarde, – etc. – Escríbeme lo antes posible si crees que debo viajar en las belicosas circunstancias presentes y si todavía estás dispuesto a viajar conmigo. Muchos me lo desaconsejan; sin embargo, haré lo que tú digas. Como ya tienes un carruaje, habría que arreglar el viaje de forma que tú hicieses parte del trayecto a mi encuentro, y yo al tuyo. – Ahora puedes ayudarme a buscar una mujer; si ahí, en F.[riburgo], encuentras una bella que otorgue un suspiro a mis armonías (sería necesario, sin embargo, que no fuera una nueva Elisa Bürger2), entonces, adelante. – Pero hace falta que sea bella, no puedo amar más que lo hermoso, – de otra manera estaría obligado a amarme a mí mismo […].
BEETHOVEN
El viaje proyectado no tendrá lugar, y los intentos matrimoniales, tan gallardamente enfocados, no tendrán continuación. En cinco días, del 19 al 23 de abril, Napoleón echa a los austriacos de Baviera, después avanza rápidamente sobre Viena. A comienzos de mayo la familia imperial huye de Viena, y Beethoven esboza la Sonata en mi bemol, opus 81 a. Encabezando el primer fragmento escribe: «El adiós. Viena, 4 de mayo de 1809, día de la partida de S. A. I., mi venerado archiduque». Debe de ser aproximadamente en este momento cuando escribe a Franz von Brunsvik, que ha regresado a sus tierras, una carta sin fechar3:
245 / […] ¡Desgraciado decreto [se refiere al contrato de 1 de marzo], encantador como una sirena, contra el que debía haberme tapado los oídos con cera y hacerme atar fuertemente, como Ulises, para impedirme firmar! – Si el oleaje de la guerra llega hasta aquí, puede ser que me vaya a Hungría; ¡como no tengo que preocuparme más que de mi miserable persona, me arreglaré bien! ¡Atrás los nobles planes! ¡Nuestros esfuerzos son infinitos!; ¡el vulgo provoca el fin! ¡Adiós, querido hermano, sélo para mí, no tengo otro a quien pueda llamar así! Haz tanto bien a tu alrededor como te lo permitan estos malos tiempos […].
BEETHOVEN
Más tarde Beethoven se lamentará de haberse visto impedido por su contrato a establecerse en el extranjero. ¿Es esto lo que le desanima en esta carta o es más bien que presiente que la guerra y sus consecuencias van a echar por tierra el difícil equilibrio que había conseguido? El patriotismo ayuda mucho al corazón, y Beethoven puede consagrar una sonata a la partida (o al regreso) de Rodolfo, pero se percibe en las líneas a Brunsvik la amargura del que está solo en medio del peligro, mientras sus «amigos» tienen los medios de ausentarse.
El 11 de mayo, la artillería francesa desencadena sobre Viena un bombardeo muy duro. Ries, que no está en las mejores relaciones con Beethoven desde el incidente que hemos contado, habla de la actitud de Beethoven en este momento, con una injusticia excepcional en él:
246 / Durante el corto asedio de Viena por los franceses en 1809, Beethoven tuvo mucho miedo. Pasó la mayor parte del tiempo en un sótano, en casa de su hermano Kaspar [Karl], tapándose la cabeza con cojines, a fin de no oír los cañonazos.
RIES
En una nota sobre el texto de su amigo, Wegeler protesta, y nos parece mucho más cerca de la verdad:
247 / ¿El terrible ruido de los cañonazos no podría actuar dolorosamente sobre sus oídos enfermos?
WEGELER
El 13 de mayo, el ejército francés ocupa Viena por segunda vez. Pero las condiciones de esta segunda ocupación son más duras que en 1805, y al acrecentarse el sentimiento patriótico entre los habitantes hace que las relaciones con las autoridades militares sean más tensas; tanto es así que en lugar de ir a buscar la decisión final en Moravia, Napoleón se verá obligado a forzarla en las puertas de Viena. Fracasará primero en parte en Essling (22 de mayo), para no triunfar hasta Wagram (5-6 de julio).
Ciento veinte mil hombres ocupan la ciudad. Los víveres escasean. A la destrucción de los bombardeos se unen los pillajes. Napoleón impone a la ciudad una contribución de cincuenta millones, y una tasa, exigible en cuarenta y ocho horas, sobre el alquiler de inmuebles. Beethoven, que paga una renta de más de quinientos florines, se encuentra extremadamente incómodo. Sobre todo porque el pago de la renta de los príncipes ha quedado evidentemente suspendido. Además, él, que siente un deseo casi irresistible de pasar la temporada en el campo, se encuentra confinado en la ciudad; de vez en cuando se arriesga a un corto paseo; pero un día en que está tomando notas en su cuaderno, según su costumbre, le detienen como sospechoso de espionaje, y, para colmo de males, como Napoleón ha ordenado la destrucción de las murallas de la ciudad, colocan las minas bajo sus ventanas, a pocos pasos de sus oídos enfermos.
A todas estas miserias externas se añade el sentimiento de la humillación patriótica. El 31 de mayo muere Joseph Haydn, después de haberse hecho tocar, por última vez, el himno nacional que había compuesto. Más joven y más robusto, Beethoven no sufre por ello menos en su corazón. Casi incapaz de componer, se vuelve hacia los tesoros musicales y literarios de la cultura alemana. Vuelve a las fuentes de su adolescencia.
248 / […] Desde el 4 de mayo no he hecho nada que merezca la pena […]. Qué vista tan confusa y desordenada a mi alrededor, sólo tambores, cañones, todo tipo de miseria humana […]. He encargado para mí en Traeg [uno de sus editores vieneses] el Mesías […]. Había intentado desde hace algún tiempo hacer música de canto, pero la desgraciada guerra ha paralizado todo. En este punto, y sobre todo, me resultaría agradable que pudierais enviarme poco a poco la mayoría de las partituras que tenéis; por ejemplo, el Réquiem, etc., de Mozart, las Misas de Haydn, pero sobre todo partituras de Haydn, Mozart, Bach, Johann Sb. Bach, Emanuel, etc. Obras de piano de Emanuel Bach tengo muy pocas, y, sin embargo, muchas deberían servir a todo verdadero artista, y mi mayor placer es poder tocar, con algunos verdaderos amigos del arte, obras que nunca o muy raramente he oído.
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel del 26 de julio de 1809)
249 / He depositado en la oficina de los señores Kunz y Cía. [diferentes obras] para que os las remitan lo antes posible; os quedaréis con ellas como un presente y a cambio de todo lo que yo mismo os he pedido como regalo […]. Posiblemente podríais hacerme llegar una edición de las obras completas de Goethe y de Schiller. Con vuestras riquezas literarias estoy perdido, y os envío a cambio alguna cosa que circulará por el mundo. Estos dos poetas son mis poetas preferidos, lo mismo que Ossián y Homero –a este último, desgraciadamente, sólo puedo leerlo en traducciones–4. Para éstos, Goethe y Schiller, no tenéis más que sacudir vuestro particular tesoro literario, y me proporcionaréis el mayor placer. (N. B. – Si pudierais, enviádmelo pronto, pues espero poder pasar todavía el resto del verano en algún tranquilo rincón del campo.) […]
(P. S.) Desearía tener algunos ejemplares de la sonata de violonchelo [opus 69]; además de esto, os ruego me enviéis, por tanto, media docena de ejemplares. No vendo nunca nada; pero hay aquí y allá algunos pobres músicos a los que no se les puede negar esto.
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel del 8 de agosto de 1809)
El patriotismo de Beethoven no será nunca chovinista; Goethe y Schiller no perjudicarán nunca a Homero (Ossián es otra cosa, puesto que Klopstock lo reivindicaba ya como el prototipo del «bardo» germánico), ni a Shakespeare, ni a Plutarco en su espíritu. Igualmente, en plena ocupación de Viena, es capaz de hacer amistad con un francés, el barón de Trémont. Auditor en el consejo de Estado, había sido enviado por su corporación cerca de Napoleón; como admiraba apasionadamente el genio de Beethoven, se procuró, al dejar París, los medios para verle.
250 / Pedí una carta para él a Cherubini: «Os daré una para Haydn –me respondió– y seréis bien recibido por este hombre excelente; pero no escribiré para nada a Beethoven; tendría que lamentarme después de que no haya recibido a alguien recomendado por mí; es un oso maleducado».
Me dirigí entonces a Reicha: «Temo –me dijo– que mi carta no os sirva para nada. Desde que Francia se ha constituido en Imperio, Beethoven detesta a su emperador y a los franceses, hasta el punto de que Rode, al pasar por Viena para ir a Rusia, se ha quedado ocho días en esta ciudad sin conseguir ser recibido por él. Es salvaje, sarcástico, misántropo, y para daros una idea del poco caso que hace de los convencionalismos, me bastará con deciros que la emperatriz [de Austria] le rogó una mañana que fuera a visitarla, y él respondió que estaría muy ocupado durante todo el día, pero que intentaría ir al día siguiente».
TRÉMONT
Trémont no se desanima; llegado a Viena, consigue ser recibido por Beethoven, que le ofrece su amistad, y en sesiones de música, o en interminables discusiones, dos ideologías opuestas se enfrentan cordialmente.
251 / Las improvisaciones de Beethoven me han causado mis emociones musicales quizá más vivas. Puedo asegurar que si no se le ha oído improvisar a sus anchas, no se conoce más que superficialmente el alcance de su inmenso talento […]. Su interpretación como pianista no era correcta, y su manera de teclear era, a veces, defectuosa, de donde resultaba que la calidad del sonido estaba descuidada. Pero ¿quién podría pensar en el instrumentista? Permanecía absorto en sus pensamientos, y sus manos debían expresarlos de la manera que fuese.
TRÉMONT
252 / […] Algunas veces me decía después de haber hecho algunos acordes: «No se me ocurre nada, dejémoslo para otro día». Entonces charlábamos de filosofía, religión, política, y sobre todo, de Shakespeare, su ídolo […]. Beethoven no era un hombre de espíritu, si se quiere entender por esto el que dice cosas finas y espirituales. Era de un natural demasiado taciturno para que su conversación fuera animada. Sus pensamientos se expresaban de forma brusca, pero eran elevados y generosos, aunque a veces poco justos [es decir, poco conformes con los del barón]. Había entre él y Jean-Jacques Rousseau esa afinidad en los juicios erróneos provenientes de que su humor misantrópico había creado un mundo, según su fantasía, sin aplicación exacta a la naturaleza humana y al estado social. Pero Beethoven era instruido. El aislamiento de su celibato, su sordera, sus temporadas en el campo, le habían hecho dedicarse al estudio de los autores griegos y latinos, y con entusiasmo al de Shakespeare. Uniendo la especie de interés singular, pero real, que resulta de las nociones falsas, emitidas y sostenidas de buena fe, su conversación era, si no muy interesante, al menos original y curiosa. Y como era benevolente conmigo, entraba en su carácter atrabiliario preferir ser algunas veces contrariado a que me plegase siempre a sus opiniones.
TRÉMONT
253 / Le pregunté si no deseaba conocer Francia. «Lo he deseado vivamente –me contestó– antes de que se diera un amo a sí misma. Ahora este deseo se ha pasado. Sin embargo, me gustaría oír en París las sinfonías de Mozart –no nombró las suyas ni las de Haydn–, que el Conservatorio ejecuta, dicen, mejor que en ninguna otra parte».
TRÉMONT
254 / La grandeza de Napoleón le preocupaba y me hablaba de él con frecuencia. En medio de su mal humor, veía que admiraba su ascensión desde un punto de partida tan inferior; sus ideas democráticas se sentían por ello halagadas. Me dijo un día: «¿Si voy a París estaré obligado a saludar a vuestro emperador?». Le aseguré que no, a menos que fuera llamado. «¿Y pensáis que él me llamará?». «No lo dudaría si supiera lo que valéis, pero habéis visto por Cherubini que se preocupa poco por la música». Esta pregunta me hizo pensar que, a pesar de sus opiniones, se hubiese sentido halagado de que Napoleón lo distinguiera.
TRÉMONT
Trémont quería llevar a Beethoven a París; Beethoven dudaba, y posiblemente hubiera aceptado (pues parece que por entonces hacía poco caso a la cláusula del «desgraciado decreto» que lo ligaba a Viena o a Austria), pero Trémont tuvo que abandonar Viena inesperadamente, y este proyectado viaje resultó fallido, como tantos otros proyectos de viaje de Beethoven.
Por lo demás, los días son cada vez más fáciles. El 14 de octubre se firma la paz de Viena, y el 20 de noviembre la guarnición francesa abandona la ciudad. Beethoven vuelve a trabajar; termina el 5.º Concierto y el 10.º Concierto; trabaja en la Sonata de los Adioses. Todas sus obras están, paradójicamente, en esta tonalidad de mi bemol mayor, que es la de la Heroica, y sin embargo en todas sus cartas del momento nos encontramos a Beethoven entregado todavía a la dolorosa conmoción patriótica de los últimos meses, insatisfecho de sí mismo, pensando en el futuro.
255 / Os escribo al fin, – algún reposo después de la salvaje destrucción, después de todo el desorden imaginable, – he trabajado sin interrupción algunas semanas, entonces eso parecía más destinado a la muerte que destinado a la inmortalidad […] – No hay materia que sea hoy demasiado difícil para mí. Sin presumir de poseer una verdadera erudición, me he esforzado desde la infancia en comprender las obras superiores de los sabios de todos los tiempos. ¡Vergüenza para el artista que no se crea obligado a ir tan lejos en este camino! – ¿Qué decís de esta Paz de muerte? – No espero mayor estabilidad en los tiempos que vienen; tenemos solamente la certeza de la ceguera del sino.
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel del 2 de noviembre de 1809)
256 / Podéis estar seguro, señor, de que tratáis con un verdadero artista, que desea ser honorablemente pagado, pero que, sin embargo, desea aún más su gloria, y también la gloria del Arte, y que no está nunca satisfecho de sí mismo y se precia de ir más lejos y hacer progresos aún más grandes en su Arte.
BEETHOVEN
(Carta en francés al editor George Thomson, de Edimburgo, el 23 de noviembre de 1809)
257 / Me gustaría tan sólo haber pasado el invierno con su pesado fondo, para renacer de nuevo; el fatal verano que he vivido, así como un eco más cierto y más triste de la extinción de la única patria todavía alemana, aunque ella no haya estado carente de culpa, me persigue siempre.
BEETHOVEN
(Carta a Breitkopf y Härtel, diciembre 1809)