3.
¡VALOR! ¡MI GENIO
DEBE TRIUNFAR!
1796-1801
1796
Beethoven ya no es un debutante; no le basta con culminar la conquista de Viena: necesita emprender la del mundo. 1796 es uno de los años en los que resulta más difícil establecer minuciosamente la cronología, y es también el de los viajes musicales: Praga, Núremberg; después Praga de nuevo, puede que Leipzig y Dresde, seguramente una larga estancia en Berlín; por fin, posiblemente, Presburgo y Budapest.
A finales de diciembre de 1795, o a comienzos de enero de 1796, está casi con seguridad en Praga para explorar el terreno, parece ser. Praga es musicalmente más acogedora aún que Viena; es sólo ahí donde Mozart se ha visto verdaderamente comprendido y festejado. Después del semifracaso de Las bodas de Fígaro en Viena, es Praga quien le hará el encargo del Don Giovanni, y allí lo ejecutará triunfalmente. Por aquella época muchos aristócratas vieneses son de origen eslavo (Lichnowsky, Lobkowitz, etc.), cuando no magiar; tienen palacios tanto en Praga como en Viena y residen parte del año en Bohemia. Es, pues, normal que Beethoven empiece ahí el proyectado viaje por Europa.
Sólo quedan algunos días y al regreso se detiene en Núremberg, donde se reencuentra con Christoph y Stephan von Breuning, y los tres juntos regresan a Viena. Aquí se sitúa un incidente, menos interesante por él mismo que por el comentario de Wegeler.
80 / Como ninguno de los tres tenía pasaporte vienés, fueron detenidos en Linz, pero pronto quedaron libres gracias a mi intervención en Viena […] «Beethoven –escribe Stephan von Breuning a su madre– viajó, volviendo de Núremberg, siempre acompañado de nosotros; en fin, tres nativos de Bonn (villa ocupada y prácticamente anexionada a Francia en aquellas fechas) atrajeron la atención de la policía, y ésta creyó hacer una maravilla al descubrirnos. No creo que se pueda encontrar un hombre menos peligroso que Beethoven». Beethoven no tuvo jamás problemas con la policía, a pesar de que por sus ácidas críticas de los actos de gobierno y por sus sentimientos democráticos (véase la historia de la «Sinfonía Heroica», llamada con anterioridad «Sinfonía Bonaparte») debió de atraer sobre sí la atención de esta administración.
WEGELER
A mediados de febrero, Beethoven está de nuevo en Praga. Una carta a su hermano nos dice lo que espera y lo que encuentra:
81 / […] En principio, voy bien, muy bien. Mi arte me aporta amigos y honores, ¿qué más puedo desear? Asimismo, ganaré bastante dinero esta vez. Me quedan aún algunas semanas aquí y después saldré para Dresde, Leipzig y Berlín. Pasarán al menos seis semanas antes de mi regreso. Espero que tu estancia en Viena te guste cada vez más. Ten cuidado únicamente con la compañía de malas mujeres […]. (19 de febrero).
Lo que parece atestiguar el éxito de Beethoven en Praga es el descontento de los conservadores musicales. Así lo demuestra el brusco anónimo que apareció algunos meses más tarde en el Periódico patriótico de los Estados imperiales y reales en octubre de 1796:
82 / En el momento en que el ídolo de cierto público, este Van Beethoven, demasiado pronto admirado, suscita comentarios en Praga por la violencia de su interpretación, hubo muchos diletantes y conocedores que no se dejaron obnubilar por preferencia alguna, no tomaron partido y no reconocieron las cualidades, pero sí los defectos enormes de este maestro en ciernes. Ciertamente, ellos alaban el mérito de los laboriosos esfuerzos, pero no pueden en absoluto admirarle por descuidar el canto, la igualdad en la interpretación, toda la delicadeza y toda la claridad, ni sorprenderse por la originalidad sin tenerla [sic!] y recargar y exagerar todo en la interpretación y en la composición. Agarra nuestros oídos, pero no nuestros corazones; por eso no será nunca un Mozart para nosotros.
Ignoramos si llegó a realizarse el paso proyectado a Dresde y a Leipzig, y no volveremos a encontrar a Beethoven con certeza más que en el mes de junio en Berlín. Aquí también parece que el éxito ha respondido a sus esperanzas.
83 / A pesar de que en sus maneras no manifestaba ninguna diferencia entre las personas de rango más elevado y las de una posición inferior, no era insensible a los agasajos de los primeros1.
En Berlín tocó algunas veces en la corte, ante el rey Federico Guillermo II [a quien están dedicadas las dos sonatas para piano y violonchelo, opus 5, compuestas en esta época]. Al retirarse recibió una caja de oro llena de luises de oro. Beethoven contaba con orgullo que no era una caja corriente, sino una de las que solían entregarse a los embajadores.
RIES
Sin embargo, no parece que Beethoven guardara un gran recuerdo del sentido musical del público berlinés. Se verá más adelante lo que él escribía a Bettina en su carta del 10 de febrero de 1811 y las palabras suyas que recuerda Bettina en su carta al príncipe H. v. PücklerMuskau (cf. infra, textos núms. 276 y 313). He aquí un testimonio concluyente y de origen totalmente distinto:
84 / Su improvisación no podía ser más brillante y asombrosa; en cualquier reunión de sociedad en que él se encontrara llegaba a producir tal impresión sobre cada uno de sus oyentes, que con frecuencia sucedía que los ojos se llenaban de lágrimas y muchos estallaban en sollozos. Había en su expresión algo maravilloso, con independencia de la belleza y de la originalidad de sus ideas y de la ingeniosa manera en que las expresaba. Cuando había terminado una demostración de este género empezaba a reír y a burlarse de la emoción que había causado en sus oyentes. «¡Estáis todos locos!», decía normalmente. A veces también se mostraba ofendido por estas muestras de simpatía. «¿Quién puede vivir entre niños tan mimados?», gritaba, y sólo por este motivo rechazó una invitación que le había dirigido el rey de Prusia, después de una de sus improvisaciones.
CZERNY
85 / En Berlín, Beethoven frecuentó mucho a Himmel2, del que decía que poseía un buen talento, pero nada más; que su forma de tocar el piano era elegante y agradable, pero en nada comparable a la del príncipe Luis Fernando3. Hizo a este último un gran cumplido, a su manera, diciéndole una vez que no tocaba ni como un rey, ni como un príncipe, sino como un sólido pianista.
Discutió con Himmel a causa de lo siguiente: estando un día juntos, Himmel le rogó a Beethoven que improvisara cualquier cosa, lo que éste hizo. A continuación Beethoven insistió para que Himmel hiciera lo mismo, y Himmel fue tan ingenuo que consintió; después de haber tocado un rato bastante largo, Beethoven le dijo: «¡Y bien!, ¿cuándo vais a empezar en serio?». Himmel creía que lo que acababa de hacer era maravilloso; se levantó al momento y los dos terminaron enfadados entre sí. Beethoven me dijo (contándome la escena): «Yo creía verdaderamente que Himmel no hacía más que preludiar un poco». Se reconciliaron enseguida, pero Himmel podía perdonar, pero no olvidar4.
RIES
Parece que Beethoven regresa a Viena desde Berlín en julio y no podemos saber con certeza cuándo se sitúa el viaje a Presburgo (Bratislava) y Budapest, del que habla Ries, ni si se trata de un viaje de recreo o de una gira de conciertos.
A su vuelta, Beethoven no debió de encontrar ya ni a Wegeler ni a Christoph von Breuning, que habían regresado a Bonn; Stephan debía quedarse todavía algunos meses más, para después ir a reunirse con Maximiliano Francisco en Mergentheim. Sólo se queda en Viena para terminar sus estudios de medicina el más joven de los hermanos Breuning, Lenz, también muy íntimo de Beethoven.
Pero la habilidad médica de Wegeler le fallará a Beethoven en el momento en que le habría sido más necesaria. Porque si creemos en el manuscrito Fischhoff, confirmado aquí por el «testamento de Heiligenstadt», es a la vuelta de Berlín cuando el estado de salud de Beethoven se agrava.
86 / En 1796, Beethoven llega a su casa empapado en sudor en un cálido día de verano; abre puertas y ventanas, se desnuda completamente hasta la cintura y se asoma a la ventana ante una corriente de aire para refrescarse. La consecuencia es una grave enfermedad, que se asienta durante la convalecencia sobre los órganos del oído y a partir de esta época va desembocando poco a poco en la sordera.
FISCHHOFF
Fischhoff tiene razón al decir «poco a poco», pues la pérdida de audición se dejará sentir muy progresivamente, y durante años Beethoven llegará a disimular totalmente ante todos su dureza de oído. Pero es más que posible que haya empezado a partir de la enfermedad que pasó en 1796 y que sin duda hay que identificar con el «terrible tifus», del que Beethoven hablaba como el causante de los males de su amigo el doctor Aloys Wiessenbach en 1814.
No era, sin embargo, su primera enfermedad grave. En 1787, ya lo hemos visto, habla de su salud en términos alarmantes al consejero Schaden (cf. supra, texto núm. 29). Una madre tuberculosa y una abuela y un padre alcohólicos no constituyen una herencia deseable. La pequeña viruela que había tenido en su infancia le había dejado una gran debilidad en los ojos, y hemos visto que, desde 1795, sufría a veces de una violenta enteritis crónica. Wegeler, que le cuidaba en esa época, da el siguiente diagnóstico:
87 / Una enfermedad interna de mi amigo fue, desde 1796, el principio de sus males, de su sordera y, al final, de la hidropesía que causó su muerte. La interrupción muy frecuente de un ré gimen regular debió, ciertamente, de agravar esta causa de sus sufrimientos.
WEGELER
Sobre las irregularidades e imprudencia en su forma de vida, otros testimonios nos informan.
88 / Cuando llevaba mucho tiempo sentado ante su mesa componiendo y sentía la cabeza acalorada, tenía la costumbre de ir corriendo a su cuarto de baño y echarse jarros de agua sobre ella; después de haberse refrescado, y sin haberse secado bien, volvía al trabajo o daba un paseo al aire libre. Lo que demuestra con qué apresuramiento actuaba, a fin de no ser distraído de los impulsos de su inspiración. Descuidaba secar convenientemente sus cabellos –que permanecían como un bosque empapado– y el agua con la que había inundado su cabeza goteaba sobre el suelo en tal cantidad, que atravesaba el techo de los inquilinos del piso inferior. Esto provocaba las quejas de sus vecinos, del conserje y finalmente del propietario, que le despedía.
GERHARD VON BREUNING
¿Es la enfermedad?, ¿o son los viajes? Parece que un profundo cambio se realiza en el corazón de Beethoven.
89 / No sé si Lenz os ha escrito respecto a Beethoven; en todo caso, quiero que sepa que le he visto en Viena y que a mi juicio, confirmado por Lenz, su viaje, o posiblemente las nuevas amistades que ha hecho a su llegada, le han vuelto más constante o, más bien, mejor conocedor de los hombres; esto le ha hecho conocer la rareza y el valor de los buenos amigos. Cien veces, querido Wegeler, ha deseado volver a veros y nada lamenta tanto como no haber seguido muchos de vuestros consejos.
STEPHAN VON BREUNING
(Carta a Wegeler del 23 de noviembre de 1796, escrita desde Mergentheim, donde vivía St. v. Breuning desde que dejara Viena).
Entretanto, la guerra se aproxima a Viena. Al mando del ejército de Italia, Bonaparte derrota, una tras otra, a las fuerzas austriacas que se le oponen. Los vieneses se inquietan y sienten un arrebato de patriotismo. Es en estos momentos cuando Haydn compone el Himno austriaco, cuando Süssmayr hace interpretar Los voluntarios. Beethoven no se queda atrás. En el momento de la batalla de Arcole, el 15 de noviembre, compone, para un reclutamiento de voluntarios, su Canto de adiós a los ciudadanos de Viena; y el 14 de abril de 1797, cuando Bonaparte cruza los Alpes y penetra en Austria, Beethoven compone un nuevo canto: Somos un gran pueblo alemán.
Esta conducta puede parecer sorprendente si se recuerda su carta a Simrock de agosto de 1794 y las simpatías revolucionarias de Beethoven –y cuando se piensa que al cabo de algunos años escribirá una sinfonía en honor de Bonaparte–. Sin embargo, puede explicarse muy bien –sin querer negar la posibilidad de que Beethoven se sintiera pasajeramente excitado por el entusiasmo colectivo–. Basta recordar que Beethoven se consideró siempre alemán y que jamás pensó establecerse en Francia. No contamos con ningún escrito suyo que contemple un retorno a su país natal y que sea posterior a la ocupación de Bonn por las fuerzas armadas francesas. Una cosa es ser revolucionario y otra considerar la revolución como un artículo de exportación que se debe introducir en tu propio país a punta de bayonetas extranjeras5.
Por lo demás, la actitud de Beethoven y su evolución están bastante lejos de constituir un caso aislado en la época, y numerosos alemanes, a la vez revolucionarios y patriotas, reaccionaron igual en la época del Directorio ante el avance de fuerzas que eran cada vez menos revolucionarias y se volvían más conquistadoras.
1797
En este momento, aproximadamente el día de Año Nuevo, Beethoven escribió en su diario:
90 / ¡Valor! A pesar de todos los desfallecimientos del cuerpo, mi genio debe triunfar. Y tengo veinticinco años6, es preciso que este año se revele el hombre completo. No debe quedar ya nada por hacer.
Nos gustaría saber sus proyectos y sus sueños, y lo que siguió a esta proclama. Pero justamente de este año 1797 no sabemos casi nada –sino las fechas de los conciertos y de las ediciones–. Sin embargo, el éxito debe de responder a sus esperanzas, puesto que Beethoven añade la siguiente post-data a una carta de Lenz von Breuning a Wegeler, fechada por este último el 29 de mayo de 1797:
91 / ¡Buenos días, querido! Te debo una carta, que pronto recibirás, a la vez que mis nuevas músicas. Esto me va muy bien y puedo decir que cada vez mejor. ¿Crees tú que ello hará feliz a alguien a quien tú saludarás de mi parte? Adiós, y no olvides a tu
L. V. BEETHOVEN
¿Es Lorchen ese «alguien»? ¿Lorchen, de la que Beethoven se había despedido así, en cierta forma, mientras que Wegeler, de vuelta a Bonn, empezaría a ser su pretendiente oficial? Lo ignoramos. En otoño, Lorenz von Breuning deja Viena a su vez, y Beethoven escribe en el álbum de su amigo:
92 / La verdad es para el prudente. La belleza para un corazón sensible. Las dos se pertenecen la una a la otra.
Querido buen Breuning:
Nunca olvidaré el tiempo pasado en tu compañía, tanto en Bonn como aquí. Consérvame tu amistad; tú siempre la encontrarás en mí.
Tu verdadero amigo,
L. V. BEETHOVEN
Viena, 1 de octubre de 1797.
Apenas de regreso en Bonn, Lenz moría el 10 de abril de 1798. Tres años más tarde, Beethoven lamentará muy dolorosamente su pérdida al escribir a Amenda: «Entre los dos hombres que han tenido todo mi amor, y de los que uno vive todavía [el otro es Lenz; el vivo es con toda seguridad Wegeler], tú eres el tercero».
Sólo, de entre sus compatriotas, sus hermanos Karl y Johann se quedan con él. Para los biógrafos de Beethoven constituyen dos personas tan molestas como para el propio Beethoven. Casi cada año habría que mencionarlos para decir que Beethoven se servía de ellos (sobre todo de Karl) como intermediarios sus editores y que no eran demasiado escrupulosos en este papel; que Beethoven pasaba su tiempo discutiendo y reconciliándose con ellos; que les gustaban los chismes y las habladurías, y que fueron la causa de un gran número de discusiones entre Beethoven y sus amigos7. En resumen, es inútil ocuparse de estos mediocres y es arriesgado intentar rehabilitarlos. Más vale excusarnos de una vez por todas de hablar lo menos posible de ellos, sin olvidar la fuente casi permanente de disgustos y de irritación que fueron para su hermano mayor.
En este final de 1797, en medio de sus éxitos musicales y mundanos, Beethoven está solo en Viena con sus hermanos. Posiblemente también solo con sus amores. En cualquier caso, dos nombres pasan por su vida en esta época.
El primero es el de una de sus jóvenes alumnas, la condesa Ana Luisa Bárbara von Keglevics, llamada Babette. A ella le dedicará Beethoven la Sonata para piano, opus 7 (la primera de sus grandes sonatas), que los vieneses de la época llamaban «la Amorosa» y que será publicada en octubre de 17978. Le dedicará, además, dos series de las Variaciones (las de opus 34) y más tarde su primer Concierto para piano –después de que ella se casara, en 1801, con el príncipe Innocenz von Erba-Odescalchi–. No sabemos más, sino lo dicho por su sobrino, que contaba que Babette y Beethoven tenían un sentimiento mutuo y compartido y que Beethoven, que era su vecino, iba a darle las lecciones en ropa de casa y zapatillas.
¿Por qué esta recíproca inclinación no fue más lejos? Es lo mismo que preguntarse por qué otra llama que quemó a Beethoven, aproximadamente en este mismo año de 1797, no llegó tampoco a buen fin.
Hija de un funcionario toscano, llegado a Viena en 1792, Cristina Gerardi era, aunque aficionada, una de las mejores cantantes de Viena; es ella la que desempeñó el papel de Eva en la primera representación de La Creación, de Haydn. Sin duda era también poetisa, ya que es muy probable que sea un poema suyo el que suscitó la primera carta de Beethoven:
93 / Querida señorita G.: Mentiría si os dijera que los versos que me habéis enviado no me han puesto en una situación embarazosa; es un sentimiento singular verse y sentirse alabado, y con ello notar la propia debilidad, como en mi caso; siempre considero tales conjeturas como exhortaciones a aproximarse más al punto inaccesible que nos proponen el arte y la naturaleza por difícil que esto sea. Estos versos son verdaderamente hermosos, con el único defecto que ya estamos acostumbrados a encontrar en los poetas, cuando están guiados por la ayuda de su fantasía, de que es lo que ellos desean ver y oír –verdaderamente oír y ver–, aunque estuviera muy por encima de su ideal. Podéis estar segura de que deseo conocer al poeta o a la poetisa. Mientras tanto, para vos también, mi mayor agradecimiento por la bondad que tenéis hacia
Vuestro respetuoso
L. V. BEETHOVEN
Esta primera carta irá seguida de otra, en un tono mucho más familiar e íntimo, de la que no se comprende casi nada, ya que está llena de alusiones a anécdotas que se nos escapan. Sabemos por el doctor Bertolini que Cristina ha sido una de las pasiones de Beethoven; no parece, por el tono de las cartas, que ella le haya rechazado. Y, sin embargo, el 20 de agosto de 1798 se casa con el doctor Joseph Frank, hijo de Peter Frank (1745-1821), uno de los médicos de Beethoven. Se hacía por entonces mucha música en casa de los Frank, y Beethoven, convertido en amigo de toda la familia, continuó viendo a Cristina. Seguramente la diferencia de clase social debió de desempeñar un papel decisivo en el fracaso de muchos sueños amorosos de Beethoven; éste será evidentemente el caso de Juliette Guicciardi al cabo de algunos años. Pero no se puede evitar el pensar que otras veces el carácter voluble del joven Beethoven tuviera algo que ver. Recordemos al joven conquistador que ha evocado Wegeler; ¿ha sido siempre él quien ha interpretado el papel de Ariadna abandonada en Naxos? La leyenda nos mostraría de buen grado a Beethoven llorando de dolor y de rabia cada vez que se casaba una de las jóvenes por las que él ha suspirado; ¿estamos seguros de que aún las recordaba?
Volveremos al testimonio de Ries un poco más tarde, pero he aquí ya algunas líneas:
94 / Estaba con mucha frecuencia enamorado, pero casi siempre por poco tiempo. Como yo bromeaba con él sobre la conquista de una hermosa dama, él confesó que era ella la que le había encadenado con más fuerza y durante más tiempo, por lo menos durante siete meses.
RIES
Ahora bien, en este año de 1797 termina el flirt de Beethoven con Babette y comienza el flirt con Cristina, pero hay una tercera joven que no le deja indiferente, aunque sea con intermitencias. Nacida en 1771, un año más joven que Ludwig, María Magdalena Willmann era natural de Bonn, como él. Habían sido amigos de la infancia. Dotada de una hermosa voz de contralto, alumna de Righini, había tenido brillantes comienzos en el teatro de Bonn. En el momento de la dispersión de la capilla electoral, en 1794, había cantado un año en la Ópera de Venecia, para ser contratada en 1795 por la Ópera de Viena. Así pues, el 7 de abril de 1797 es Magdalena quien canta en Viena por primera vez la cantata de Adelaida (opus 46) y el aria ¡Ah, pérfido! (opus 65) que Beethoven compuso el año anterior. Sin duda, el violento sentimiento que Ludwig experimentará pronto por su compatriota había nacido ya. Es probablemente en esta época cuando se sitúan algunas anécdotas mundanas que aclaran el carácter de Beethoven.
95 / Beethoven era para muchas cosas muy olvidadizo. Había recibido una vez un regalo del conde de Browne, un hermoso caballo de monta, en reconocimiento por su dedicatoria de las Variaciones en la mayor sobre un tema ruso9. Montó algunas veces este caballo, pero lo olvidó pronto y, lo que es peor, olvidó darle su forraje. Su criado, que se dio cuenta, empezó a alquilar el caballo por dinero para su provecho. Durante una temporada, para no atraer la atención de Beethoven, no le presentó la factura del forraje; al fin, con gran asombro de Beethoven, le entregó una factura enorme, que le trajo a la memoria, al momento, su caballo y su negligencia.
RIES
96 / Cuando éramos uno y otro todavía jóvenes (yo, que no era más que un simple agregado de embajada, y Beethoven, que sólo era célebre como pianista y todavía poco conocido como compositor), nos encontramos en la casa del príncipe Lobkowitz. Un señor que tenía fama de gran entendido tuvo con Beethoven una conversación sobre la situación social y las fantasías de los poetas. «Lo que me gustaría –dijo Beethoven– es no tener que regatear con los editores, querría encontrar uno que me asegurase una renta vitalicia determinada mediante el derecho a publicar todo lo que yo compusiera, y no me haría de rogar para componer. Creo que Goethe lo ha hecho así con Cotta y, si no me equivoco, el editor de Haendel ha hecho lo mismo en Londres». «Pero, querido joven –replicaba el señor con tono apremiante–, no debe lamentarse, usted no es ni Goethe ni Haendel, ni es probable que llegue a serlo; como tales maestros no volveremos a ver jamás». Beethoven se mordió los labios y se calló. En ese momento intervino Lobkowitz, que le observaba: «Mi querido Beethoven –le dijo–, el señor no tenía intención de ofenderos. La mayoría de los hombres son de la opinión de que la generación presente no es capaz de producir talentos tan poderosos como los del pasado, que ya han conquistado la gloria». Beethoven replicó: «Es lamentable, excelencia, pero con hombres que no tienen ni fe ni estima por mí, porque no soy aún universalmente famoso, no puedo tener ninguna relación».
(GRIESINGER, diplomático sajón en Viena,
cuyos recuerdos fueron recogidos por SEYFRIED)
1798
El 7 de abril de 1797, Bonaparte había impuesto a Austria el armisticio de Leoben, seguido del tratado de Campo Formio el 17 de octubre de 1797. Francia y Austria se encontraban, pues, en paz por algunos meses, y el 8 de febrero de 1798 llegaba a Viena el general Bernadotte, embajador de la República francesa. Sólo estuvo en su puesto dos meses, pues el 13 de abril la canalla de Viena, excitada de antemano por los antiguos emigrados, arrancó la bandera tricolor de la embajada; Bernadotte exigió excusas y, al no obtenerlas, reclamó sus pasaportes. Partió con su séquito el 15 de abril.
Bernadotte estaba lejos de sospechar entonces que un día sería rey de Suecia y lucharía contra Francia; por el momento este aventurero se daba aires de jacobino; o es posible que recordase todavía al sans-culotte que, sinceramente, había sido. Su embajada resultó pronto un lugar de reunión de todo aquel que en Viena simpatizase con la Revolución. No tiene nada de extraño conocer que Beethoven lo frecuentaba asiduamente; lo que confirman numerosos testimonios como el del conde Moritz von Lichnowsky, que ha sido sobre este punto la fuente de conocimientos de Schindler.
97 / En sus salones […] apareció también Beethoven, como gran admirador del primer cónsul de la República francesa [Schindler lo anticipa por su cuenta casi dos años, sobre el 18 de brumario]. El general Bernadotte fue el primero que tuvo la idea de una obra musical para celebrar la gloria del héroe del siglo. Encargó a Beethoven una sinfonía, y pronto, después [en fin, sí, seis años después], este pensamiento se convirtió en realidad, pues el gran maestro, cediendo a sus convicciones políticas, enriqueció el mundo musical con su Sinfonía Heroica.
[En nota aparte, Schindler añade lo más importante]: El primer pensamiento de esta composición pertenece, efectivamente, al general Bernadotte; el autor se ha asegurado por boca de Beethoven con ocasión de una carta dirigida por él al rey de Suecia en 182310.
SCHINDLER
Lo que es interesante de anotar es que Bernadotte tenía cierto gusto por la música y al menos un mínimo de cultura musical. Es más, llevó a Viena, entre el personal de su embajada, al violinista francés Rodolphe Kreutzer, célebre hoy día solamente por la dedicatoria de una sonata que no interpretó jamás. El tono con que Beethoven hablará de él seis años más tarde es una prueba más de la asiduidad con que frecuentaba la embajada francesa el futuro autor de la Heroica.
98 / Este Kreutzer es un buen hombre, que me ha causado mucho placer durante su estancia aquí; su simplicidad y su sencillez me son más queridas que todo el exterior sin interés de la mayoría de los virtuosos. Como la sonata ha sido escrita para un hábil violinista, la dedicatoria le va perfectamente.
BEETHOVEN
(Carta a Simrock del 4 de octubre de 1804)
No hay, pues, razones para poner en duda el fondo de la tradición sobre el origen de la Heroica. Es probable que no sea por ser un admirador personal de Bonaparte, contrariamente a lo que dice Schindler, por lo que Beethoven se unió a Bernadotte y a Kreutzer, sino por ser un admirador de la Revolución. Sus composiciones poéticas del año precedente hacen más bien suponer que es Bernadotte quien le comunica su entusiasmo por Bonaparte. Y hay que añadir que Bonaparte era en estas fechas el más triunfal héroe de la República; Beethoven podía ver en él al émulo de Hoche y de Marceau (que acababan de morir), pero le era imposible prever en Bonaparte, general jacobino, al dictador de brumario y al emperador Napoleón11.
Sea como fuere, la exaltación que estos contactos han podido procurar a Beethoven no germinará hasta años más tarde. La melancolía de la que hablaba, ya once años antes, a Schaden, y una visión bastante trágica del mundo, vuelven muy a menudo a sus estados de ánimo; las obras que compone o que esboza durante este año aportan la prueba a falta de testimonio literario. Es la Sonata opus 10, núm. 3, de la que Beethoven dice (a propósito del largo): «Cada uno sentirá aquí el estado de un alma, proa a la melancolía, con diferentes matices de luz y sombra». Es la Sonata Patética, opus 13, a la que él mismo da su título. Es el adagio del primer cuarteto que está inspirado por la escena de la tumba de Romeo y Julieta.
Sentimientos de angustia y de depresión que se explican fácilmente, si se admite, como dicen las cartas de 1801 a Amenda y Wegeler, que este año Beethoven ve comenzar (o acentuarse radicalmente) unos terribles dolores de oídos. Tres años van a pasar todavía antes de que consienta hablar de ello, bajo el sigilo del secreto, a sus más íntimos amigos. Pero desde 1798 los caprichos y los saltos de humor se acentúan y se alternan la desconfianza, la energía y el buen humor. El humor, o mejor esta jovialidad rabelesiana, que cabe profundamente en la vitalidad de Beethoven, puede también enmascarar un sufrimiento. Lo testimonian estas dos notas enviadas, una tras otra, a Hummel12:
99 a) ¡Ya no vienes a mi casa! ¡Eres un jodío perro! ¡Que el de sollador se lleve a los jodíos perros!
b) ¡Mi pequeño corazón de manteca! Eres un muchacho leal y tenías razón, ahora lo veo; ven este mediodía a mi casa, encontrarás también a Schuppanzigh, y entre los dos te frotaremos, te cepillaremos y sacudiremos [trüffeln, knüffeln und schüteln] y sentirás gran regocijo.
Me inclino ante ti.
Tu, llamado Saco de Harina [Mehlschoberl], BEETHOVEN
Testigo de esta serie de notas, de las que la primera data de 1798, y las otras no están fechadas, es también el fiel Zmeskall, «su amigo a muy buen precio», como le llamaba riendo.
100 / Muy querido barón Vidanguer:
Je vous suis bien obligé pour votre faiblesse de vos yeux [en francés en el texto13]. En el futuro me prohíbo llevar conmigo el buen humor que tengo a veces, pues me habéis amargado con vuestros chismes, Zmeskall-Domanovezique. El diablo os lleve, no quiero saber nada de vuestra moral. La fuerza es la moral de los hombres que se diferencian de los demás y ésta es la mía. Si volvéis a empezar hoy, os sacudiré hasta que encontréis admirable todo lo que yo hago. Pues si me dirijo hacia el Cisne, preferiría hacia el Buey; pero esto depende de la decisión Zmeskallique-Domanovezique.
Adiós, barón, Ba…ron ron nor orn rno onr (voilà quelche chose [en francés en el texto]; del viejo
MONTE DE PIEDAD)
101 / Su señoría Von Z. no debe apresurarse en arrancarse las plumas14 –de las que muchas son extranjeras, probablemente–; esperamos que no os hayan crecido muy fuertes. Desde que hacéis todo lo que deseamos somos, con particular estima, vuestro
BEETHOVEN
102 / Al en extremo bien, bien, bien nacido señor Von Zmeskall, secretario imp. y real, y también real e imp. de la corte. La en gran manera bien nacida Zmeskallidad del señor Von Zmeskall tendrá la bondad de decidir dónde se le podrá hablar mañana.
Le somos soberanamente devotos.
BEETHOVEN
103 / El tonto de la música es a partir de este día denunciado como infame. El primer violín será enviado en exilio a Siberia. El barón tiene orden de no preguntarme más, de no precipitarse, de no ocuparse de nada más que de su ipse miserum.
B.
Los sufrimientos, los amores, las negras ideas, las chanzas, no le impiden a Beethoven continuar afirmando su celebridad como creador y como virtuoso. El siglo XVIII era muy aficionado a estos duelos donde se enfrentaban ejecutantes rivales; cada año un nuevo campeón llegaba a Viena y toda la alta sociedad se apretujaba para verle medirse con el héroe de la víspera; así también Beethoven, recién llegado, se había medido con Gelinek. Ahora es él, por decirlo así, el que tiene el título; en 1797 se le oponía Steibelt y en 1798 es Joseph Wölffl; los años siguientes serán Cramer, Clementi y también Hummel. Sobre cada uno de estos duelos tenemos un montón de anécdotas, pero todas tienen el mismo esquema: a) «el otro» (del que sólo varía el nombre) toca con una perfección, una pureza y una delicadeza invariablemente dignas de Mozart, y b) Beethoven está de mal humor, se sienta al piano, golpea las teclas como un bruto, improvisa, hace llorar a todo el mundo y hace añicos a su rival. Así lo hizo con Wölffl, aunque éste fue quien se defendió mejor. ¡Hay que decir también que tenía las manos tan grandes que podía abarcar trece teclas!
Antes o después de su torneo con Wölffl, Beethoven hace en 1798 su tercer viaje a Praga, donde da dos conciertos. Todavía joven, el compositor Tomaschek nos ha guardado su recuerdo:
104 / […] Beethoven, el gigante de los pianistas, llegó a Praga. Dio un concierto […]. La asombrosa interpretación de Beethoven, tan notable por los osados detalles de su improvisación, me tocó el corazón de un modo muy extraño. Me sentí tan profundamente humillado en lo más íntimo de mi ser, que no toqué el piano en varios días. Solamente un inextinguible amor al arte y un sentimiento razonable pudieron hacerme reemprender, como antes, mis peregrinajes al piano, con una redoblada aplicación.
Oí –todavía– a Beethoven en su segundo concierto […]. Esta vez seguí la ejecución de Beethoven con un espíritu más calmado. Ciertamente, admiraba su interpretación fuerte y brillante, pero sus saltos frecuentes y atrevidos de un motivo a otro no se me escaparon; éstos suprimen la unidad orgánica y el desarrollo gradual de las ideas… La dureza y la desigualdad parecen ser, para él, lo principal de la composición y esto está de sobra confirmado por la respuesta que le da a una dama. Como ella le preguntara si iba con frecuencia a escuchar las óperas de Mozart, él dijo que no conocía ni comprendía de buen grado la música ajena, para no perder su originalidad15.
TOMASCHEK
A fínales de 1798 una nueva amistad entra en la vida de Beethoven: la de Karl Amenda. Hijo de músico y excelente violinista, el mismo Amenda era originario de Curlandia, protestante, y estaba destinado a ser pastor. Después de haber hecho tres años de teología en Jena y de haber viajado, llega a Viena a principios de 1798. Tenía entonces veintisiete años, habiendo nacido en 1771, o sea, un año después que Beethoven; acumulaba varios cargos para ganarse la vida, lector en casa del príncipe Lobkowitz y profesor de música de los hijos de Mozart.
Después de haber intentado varias veces, sin éxito, entrar en contacto con Beethoven, Amenda atrae su atención en el transcurso de una velada en la que tocaba en un cuarteto y Beethoven le rogó que fuera a verle.
105 / Amenda se declara encantado y corre a casa de Beethoven, que le invita enseguida a hacer música con él. Dicho y hecho, y cuando dos horas después Amenda se va, Beethoven le acompaña hasta su casa, donde vuelven a interpretar juntos. Cuando al fin Beethoven se dispone a marcharse, dice a Amenda: «Podríais muy bien acompañarme». Dicho y hecho; Beethoven permaneció en su casa, con Amenda, hasta la tarde y vuelve a acompañarle a su vez, ya a última hora, por la noche, hasta su domicilio. A partir de entonces las visitas mutuas se hacen cada vez más frecuentes, y ahora son los paseos en común, hasta el extremo de que la gente, cuando no les veía juntos en la calle, se preguntaba: «Pero, ¿dónde está el otro?».
(Recuerdos conservados en la familia de AMENDA)
Esta amistad fue una de las más profundas de Beethoven, lo veremos más adelante por la larga carta que le escribirá a Amenda en 1801. No habría nada más que decir, lo mismo que de la amistad de Beethoven con Lenz von Breuning, si los biógrafos no se hubiesen empeñado en ello. Dejemos de lado las insinuaciones homosexuales que Emil Ludwig destila con cuentagotas. Pero tenemos la afirmación perentoria de Teodoro de Wyzewa, recuperada con entusiasmo por J.-G. Prod’homme, según la cual, «el teólogo curlandés» habría salvado a Beethoven de la crisis de frivolidad en la que perdía lo mejor de su genio, le habría recordado la seriedad de la vida, le habría hecho leer a Platón y a Kant; en resumen, le habría convertido. Afirmación absolutamente gratuita y que no contiene más que una parte de verdad: la de la existencia de un periodo más frívolo en la vida de Beethoven, que corresponde a los primeros años de su vida vienesa. Se han visto anteriormente algunos indicios que lo pueden hacer creer, pero se ha visto también (cf. supra, texto núm. 89) que Beethoven parece apartarse de este tipo de vida desde 1796. Y ya para entonces, obras como la Sonata opus 10, núm. 3, y la Sonata Patética habían sido terminadas antes de comenzar la íntima amistad con Amenda. ¿Se puede hablar de frivolidad en esta materia?
Sobre todo, nada en los documentos que tenemos sobre esta amistad deja entrever un carácter pastoral en Amenda –que por lo demás parece haber ido a Viena por razones mucho más musicales que teológicas y apostólicas–. Es casi seguro que Beethoven quedó conquistado por la sencillez, la bondad y la franqueza del carácter de Amenda. Es igualmente cierto que todas las anécdotas respecto a él se refieren a la música. Por ejemplo, aquella en la que Beethoven se lamenta de sus deudas y donde Amenda le encierra tres horas bajo llave hasta que haya hecho suficientes variaciones como para pagar su alquiler. O, por ejemplo, esta otra:
106 / Beethoven se lamentaba de que no conseguía tocar bien el violín. Amenda le animaba a intentarlo, pero Beethoven tocaba de una forma tan horrible que Amenda le gritaba: «¡Párate, te lo suplico!». Beethoven paraba, y entonces los dos estallaban en carcajadas. Una noche, Beethoven improvisa asombrosamente sobre el piano, y Amenda dice cuando termina: «¡Qué pena que una música tan admirable se pierda nada más nacer!». Beethoven respondió: «Te equivocas, pues puedo reproducir todas las fantasías que improviso». Y volvió a interpretarlas sin cambiar nada.
(Recuerdos conservados en la familia de AMENDA)
1799
En el momento mismo en que Beethoven tiene más intimidad con Amenda, parece que el sentimiento que experimenta por su amiga de la infancia Magdalena Willmann se encuentra en su paroxismo. Sabemos por la hermana de Magdalena (testimonio que, por cierto, no fue recogido por Thayer hasta 1860) que pidió a Magdalena en matrimonio, y que ella le rechazó porque encontraba que era «demasiado feo y estaba un poco loco».
Es difícil precisar la fecha de esta petición. Puede que los primeros meses de 1799 sean los que mejor puedan corresponder, pues, por una parte, es este mismo año de 1799 cuando Magdalena se casa con el cantante Galvani16, y, por otra, parece que es a este fracaso al que Beethoven hace alusión en una carta a Amenda, datable seguramente en la primavera o principios del verano de 1799.
107 / He recibido una invitación para Mödling –pueblo de los alrededores de Viena–, en el campo; la he aceptado y pasaré allí algunos días. Me ha sido tanto más agradable, ya que mi corazón destrozado habría sufrido aún más sin ello. A pesar de que el asalto general haya sido rechazado una vez más, no estoy aún del todo seguro de que mi plan vaya a fracasar por completo. Ayer me propusieron un viaje a Polonia para el mes de septiembre, el viaje y la estancia no me costarían nada, y creo que se puede ganar bastante dinero, así que he aceptado. Adiós, querido Amenda, y dame pronto la noticia de una parada en tu trayecto. Haz un feliz viaje y no olvides a tu
BEETHOVEN
El viaje a Polonia no tuvo lugar; no fue más que uno de los innumerables proyectos de viaje abortados que van a jalonar en lo sucesivo la vida de Beethoven. Otra nota a Amenda, que debe de ser, aproximadamente, de la misma fecha que la primera:
108 / […] Sí, mi querido Amenda, debo decirte una vez más que me has disgustado al no informarme antes de tu situación, esto podía haberse arreglado de otra manera, y no tendría ahora la preocupación que tengo de que pueda faltarte algo. Como esta situación no puede durar mucho, te ruego cordialmente que cuando necesites alguna cosa me lo hagas saber enseguida, y puedes estar seguro de que acudiré inmediatamente en tu ayuda.
Estas dos notas pueden referirse al momento de la marcha de Amenda –a menos que Amenda haya hecho una pequeña salida antes de dejar Viena definitivamente–. Porque no era de un viaje a Polonia, sino a Italia de lo que se trataba cuando Amenda debió regresar a su casa.
109 / Para poner fin de una vez por todas a esta falta de dinero, Amenda le aconseja a Beethoven viajar, sobre todo a Italia. Beethoven está de acuerdo, pera a condición de que Amenda haga el viaje con él. La fecha de su marcha estaba casi fijada, cuando Amenda fue llamado a su país con motivo de un fallecimiento […]. Con el corazón doblemente apenado, Amenda se despidió de Beethoven, al que deseaba llevar consigo a Curlandia. Allí recibió una carta de Beethoven que le decía: «Puesto que no puedes acompañarme, no podré hacer el viaje a Italia».
(Recuerdos conservados por la familia de AMENDA)
Parece, en cualquier caso, que fue alrededor de la marcha definitiva de Amenda17 cuando Beethoven le dio el manuscrito del 1. er Cuarteto, en su versión primitiva, con la siguiente dedicatoria:
110 / ¡Querido Amenda! Acepta este cuarteto como un pequeño testimonio de nuestra amistad; siempre que lo toques acuérdate de nuestros días pasados y también de cómo era y será siempre para ti.
Tu sincero y ardiente amigo
LUDWIG VAN BEETHOVEN
Viena, 25 de junio de 1799
Hace ya un mes, en esta fecha, que Beethoven ha conocido a una familia que va a representar en su vida un considerable papel: los Brunsvik18.
Una gran familia de Hungría. Un padre que murió pronto, después de haber inculcado a sus hijos el gusto por las ideas avanzadas y el culto a los héroes de la independencia americana, Franklin y Washington. Una madre, enérgica y capaz, que deja a sus hijos marchar a la aventura, tan absorbida está por la pesada carga de la administración de sus posesiones. Cuatro hijos que devoran todos los libros que caen en sus manos (sobre todo Teresa, que es la mujer más aficionada de la familia a las letras desde temprana edad); los cuatro forman una especie de clan (de «pequeña república», diría Teresa) y se querrán siempre profundamente. Ésta era la tribu que vino a pasar una temporada a Viena en la primavera de 1799.
Para la condesa viuda, el fin secreto de la expedición debía de ser el de preparar el matrimonio de una o más de sus hijas. Teresa, la mayor, no era la más fácil de colocar; era un poco contrahecha y llevaba un corsé ortopédico. Sin embargo, Josefina, que ya tenía veinte años, era encantadora. Este diplomático interés no impedía aprovechar la estancia para ir desarrollando los dones musicales, muy ciertos, de las dos mayores. Beethoven fue presentado para darles lecciones, sin duda por la mediación de un tío que era colega de Zmeskall en la cancillería de Hungría. Se citaron, y Teresa nos ha dejado de esta primera entrevista un testimonio, cuyo único inconveniente es el de colocarse ella en primer plano y dejar a Josefina en la sombra.
111 / Llevando bajo el brazo, como una niña que va a la escuela, mi sonata de Beethoven, con acompañamiento de violín y violonchelo21, entré. El inmortal, el querido Ludwig van Beethoven, fue muy amable y tan cortés como pudo. Después de algunas frases de una y otra parte, me instaló en un piano desafinado y empecé enseguida; yo tocaba animosamente y cantaba el acompañamiento de violonchelo y violín. Él quedó tan entusiasmado que prometió venir cada día a nuestro hotel del Griffon d’Or. Cumplió su palabra. Pero en lugar de quedarse una hora, después del mediodía, se quedaba a veces cuatro y cinco; no se cansaba nunca de alzar y arquear mis dedos, que acostumbraba a tener aplastados y estirados. Este hombre noble debía de estar muy satisfecho, pues durante dieciséis días no dejó de venir una sola vez. No sentíamos hambre antes de las cinco de la tarde. Nuestra madre ayunaba con nosotros. Pero la gente del hotel estaba indignada…
Fue entonces cuando se estableció la amistad con Beethoven, amistad íntima que duró hasta el final de su vida. Él vino a Ofen [Budapest], llegó a Martonvásár y fue recibido en nuestra «república» de personajes de élite.
Había en el parque de Martonvásár una parte plantada de magníficos tilos; cada árbol había recibido el nombre de uno de sus miembros, y aun en la dolorosa ausencia de éstos, nosotros conversábamos con sus representantes y nos informaban. Muy a menudo, por la mañana, después de intercambiar los buenos días, preguntaba al árbol cualquier cosa que quería aclarar, y jamás me dejaba sin respuesta.
Los dieciocho días pasados en Viena estuvieron ocupados sin un respiro. Mamá nos llevaba a las fábricas y a los talleres; todo lo que se podía ver nos fue enseñado. Tía Finta se encargaba de nuestros paseos: el Prater, Augarten, Lusgarten, Dornbach; ¡y en todas partes merendábamos! Teatro. Por la noche bailábamos. Y al regresar al hotel, entre las diez y las once, tomábamos unos helados en el Graben, reíamos, bromeábamos. A las cuatro de la mañana ya nos encontrábamos levantados y vestidos para correr por el campo desde las cinco… ¡Ah, era una buena vida!, y Beethoven, que de todo formaba parte, estaba muy contento. Sin embargo, por la noche, había que hacer los ejercicios. Desesperados, los vecinos huían. Éramos jóvenes, alegres, infantiles, ingenuos. Quien nos veía nos quería. Los adoradores no faltaban.
Memorias de TERESA DE BRUNSVIK
No es muy modesta, se puede pensar. Sin embargo, la prueba de que Beethoven está encantado es que el 23 de mayo de 1799 escribió «para el álbum de las condesas Teresa y Josefina von Brunsvik»22, variaciones para piano a cuatro manos sobre un poema de Goethe: «Ich denke dein».
«Pienso en ti –decía el texto del poema– cuando en mis ojos la claridad del sol resplandece sobre el mar; pienso en ti cuando, etc. Estoy contigo; por muy lejos que puedas estar, estás cerca de mí. El sol declina; pronto se reflejarán en mis ojos las estrellas. ¡Oh!, ¡si tú estuvieras aquí!».
¿Es a Teresa o a Josefina a quien Beethoven dirige, en su corazón, los versos de Goethe? Los años venideros nos informarán. Por el momento, él se contenta con añadir en el álbum, a guisa de dedicatoria: «No hay nada que yo desee tanto como esto: al tocar y al cantar esta pequeña ofrenda musical, acordaos alguna vez de vuestro muy devoto: Ludwig van Beethoven».
De regreso a Hungría, el 29 de junio de 1799, Josefina se casa con el conde Joseph Deym, que tuvo que tomar un seudónimo plebeyo después de un desgraciado duelo, y que bajo el nombre de Müller explotó una galería de arte. Este matrimonio con un quincuagenario, Josefina lo acepta a regañadientes y bajo la presión de su madre. Teresa contará en sus Memorias que después de murmurar un casi imperceptible «sí», Pepi se echó al cuello de su hermana mayor llorando y le dijo: «¿Verdad que tú me eximes de mi palabra, te casas con él, y nos haces a todos felices?, ¡yo…, no puedo hacerlo!».
Teresa se queda en Hungría. Josefina, ya casada, vuelve a Viena; Beethoven va a seguir frecuentándola y dándole lecciones de música dos veces por semana durante el invierno de 1799-1800. Fiel a su costumbre de adoptar en bloque el entorno familiar de las mujeres que le gustan, va a entablar con Deym-Müller una amistad cordial y recíproca. Una carta de Pepi a su familia nos cuenta cómo Deym ha regalado a Beethoven un par de candelabros y un escritorio, y qué alegría ha manifestado Beethoven al recibirlos.
Sin embargo, si creemos los términos de la carta del 29 de junio de 1801 a Wegeler, precisamente a partir de este año Beethoven empieza a huir de todo tipo de compañía. Nadie lo hubiera creído al leer el relato de Teresa, pero aun siendo los términos de Beethoven un poco exagerados, es cierto que después de la venida de los Brunsvik y la marcha de Amenda no sabemos gran cosa de él en 1799.
En otoño, el compositor y virtuoso Cramer llega a Viena. Parece ser que Beethoven y él se estimaban recíprocamente. Cramer decía de Beethoven: «Es el hombre que nos consolará de la pérdida de Mozart»23. Y Beethoven le hablaba a Ries de Cramer como del único pianista digno de estima. Pero el nombre de Beethoven no vuelve a aparecer en ningún concierto público después del 27 de octubre de 1798, en que había ejecutado uno de sus Conciertos de piano. Se puede suponer que el semirretiro en que se encuentra Beethoven está unido a la gestación y a la conclusión de las grandes obras que se avecinan.
1800
El 2 de abril, en el National Hoftheater, Beethoven daba su primera gran «academia» musical. El programa comprendía:
112 / 1. Una gran Sinfonía del fuego, del señor Kapellmeister Mozart.
2. Un aria de La Creación, del señor Kapellmeister principesco Haydn.
3. Un gran Concierto para Pianoforte, tocado y compuesto por el señor Ludwig van Beethoven24.
4. Un Septimino compuesto por el señor Ludwig van Beethoven, tocado por los señores Schuppanzigh, etc.
5. Un Dúo de La Creación, del señor Kapellmeister principesco Haydn.
6. El señor Ludwig van Beethoven improvisará sobre Pianoforte.
7. Una gran Sinfonía nueva, con orquesta completa, compuesta por el señor Ludwig van Beethoven.
Hasta que no cumple los treinta años, Beethoven no entrega al público su primera sinfonía. A los treinta y cinco años, Mozart había muerto dejando cuarenta y una sinfonías. Haydn sobrepasa el centenar. Las cifras no eran nada exageradas en aquella época. Hasta un aficionado, como el barón Van Swieten, al que está justamente dedicada la Primera Sinfonía, logró hacer una docena. Podemos preguntarnos entonces qué sentido tiene esta anomalía beethoveniana; limitémonos a anotar en esta parte de la biografía que Beethoven no podía dejar de ser consciente de la singularidad de su andadura creadora y que no hay ningún texto suyo que deje suponer que sintiera por ello la menor preocupación.
El 18 de abril, nuevo concierto, donde Beethoven ejecuta con el trompista Punto su Sonata para piano y trompa, opus 17.
113 / Beethoven retrasaba siempre hasta el último momento la composición de la mayoría de las obras que debía terminar en un tiempo determinado. Así, había prometido al célebre trompa Punto componer una sonata para piano y trompa, y tocarla con él en el concierto de este último; el concierto y la sonata estaban anunciados, y la sonata no estaba aún empezada. Fue la víspera de la audición cuando Beethoven puso manos a la obra, y estuvo lista para el concierto.
RIES
114 / La sonata ha sido interpretada tan perfectamente que, a despecho de la nueva ordenanza de los teatros, prohibiendo las repeticiones da capo y los aplausos estrepitosos, los virtuosos, al terminar, fueron obligados por bravos frenéticos a volver a comenzar desde el principio y la interpretaron otra vez en su totalidad.
Allgemeine Musikalische Zeitung, 3 de julio de 1800
La repetición del éxito se acompañará para él de una relativa seguridad material. Pues en este momento el príncipe Lichnowsky le concede una renta anual de 600 florines (cf. infra las cartas de 1801 a Amenda y a Wegeler). Las relaciones entre ellos, ya en esta fecha, han conocido momentos de seria tensión, pero Lichnowsky acaba –hasta un punto relativo, como lo demostrará la gran escena de octubre de 1806 (cf. infra)– por quedarse al margen, y, sin embargo, es muy probable que quisiera verdaderamente y de un modo profundo a Beethoven. Éste, por su parte, podía muy bien aceptar una renta de sus manos sin sentirse por ello atado ni domesticado.
115 / EI príncipe Lichnowsky tenía la costumbre de visitar a Beethoven en su gabinete de trabajo y, para no molestar al maestro en el momento de sus inspiraciones, convinieron de una y otra parte que Beethoven continuara su trabajo sin prestar atención a su noble visitante; éste, después de haber hojeado algunas partituras y habiendo visto trabajar a Beethoven, se iba deseándole los buenos días. Sin embargo, Beethoven cerraba algunas veces la puerta para no ser interrumpido, y el incansable príncipe, después de haber hecho antesala inútilmente, volvía a bajar los tres pisos sin lamentarse.
SCHINDLER
Nunca la posición de Beethoven fue más sólida socialmente. Sin embargo, sus adversarios no se rinden; a cada nuevo éxito se inquietan de antemano, y las palabras de Beethoven («que tenía mala lengua», como dijo Doleczalek) no le reconciliaban siempre con sus compañeros.
116 / Sobre todo, su apariencia, su irritabilidad, su falta de reserva en sus juicios demasiado impulsivos –que la envidia y los celos no podían aceptar como los accesorios naturales del genio–, su falta de indulgencia para las irregularidades y los vicios de todas clases de la alta sociedad, su dialecto de Bonn, asimismo, eran los pretextos que necesitaban sus adversarios para ejercitar su rencor, con malos deseos y aun con calumnias.
SCHINDLER
117 / Beethoven tenía el más leal y mejor corazón que pueda encontrarse; solamente su temperamento, ardiente y desconfiado, le hacían cometer actos que lamentaba más tarde y que intentaba de todo corazón reparar […]. No podéis imaginar hasta qué extremo era torpe, es realmente increíble. Lo he podido comprobar muy a menudo por mí mismo. No podía adoptar un principio o una regla; era imposible ser más desmañado para explicarse.
RIES
(Carta a Gottfried Weber, 9 de febrero de 1828)
Es precisamente en el mes de octubre de 1800 cuando llega a Viena, procedente de Múnich, este Ferdinand Ries, del que hemos citado con frecuencia los recuerdos. Hemos visto ya (cf. supra, 1787, texto núm. 28) cómo Franz Ries, su padre, había socorrido con su amistad y su dinero a sus amigos Beethoven a raíz de la muerte de la madre y cómo Ludwig lo recordó siempre con agradecimiento. Nacido en 1784 en Bonn, Ferdinand tenía justo dieciséis años cuando llegó a Viena, después de un periodo de prueba en sus estudios musicales en Múnich. Beethoven le acogió con los brazos abiertos, le ayudó de todas las maneras y le admitió en su intimidad. Debía de ser, junto con Czerny (y si se quiere con el archiduque Rodolfo, que no fue nunca más que un aficionado), el único alumno de Beethoven; en el verdadero sentido de la palabra, su discípulo25.
Se ha intentado a veces poner en duda la intensidad de su afecto por Beethoven y la exactitud de sus recuerdos26. Estamos convencidos, por el contrario, de que las fuentes más afectuosas y más honestas sobre la vida de Beethoven son las que nosotros llamaríamos fuentes renanas: Wegeler, Ries, los Breuning, etc., en comparación con las fuentes vienesas (Seyfried, por ejemplo)27. Y el retrato que Ries nos hace del Beethoven de treinta y cinco años, al que conoció íntimamente, nos parece irreemplazable. Además, leyendo a Ries es cuando más prevenido se está para no caer en la gran tentación de escribir una vida de Beethoven: olvidar que Beethoven no sólo es inmaduro, sino que durante mucho tiempo pareció más joven de lo que era, y hablar de este joven ardiente y explosivo en el mismo tono en que puede hablarse del filósofo de Rembrandt.
118 / En la carta de recomendación de mi padre a Beethoven se encontraba la apertura de un pequeño crédito, a nombre de este último, para el caso de que yo lo necesitase. No lo utilicé jamás; pero a veces, cuando Beethoven sabía que yo no andaba desahogado, me enviaba dinero sin que yo lo hubiese pedido y sin querer jamás volver a recibirlo. Me quería realmente, y en su distracción me dio una vez una prueba muy cómica de ello. Cuando volví de Silesia, donde había estado retenido una larga temporada en los dominios del príncipe Lichnowsky en calidad de pianista, y al entrar en la habitación de mi maestro –que se estaba afeitando, enjabonado hasta los ojos, pues tenía una barba terriblemente dura que le llegaba hasta allí– corrió hacia mí, me abrazó cordialmente y puso la espuma de jabón de su mejilla izquierda sobre mi mejilla derecha. ¡Reímos de buena gana!
Y, sin embargo, Beethoven debía de haber recibido algunos informes particulares sobre mí, pues conocía muchas de mis travesuras de juventud; sin embargo, no hacía más que bromear al respecto. En varias ocasiones me demostró un afecto verdaderamente fraternal. Este sentimiento es el que inspiró el escrito siguiente, que me fue enviado en un momento de enfado causado por una desagradable intriga a la que Karl Beethoven me había arrastrado (1802): «No tenéis necesidad de venir a Heilingenstadt, pues no tengo tiempo que perder». Por esta época, el conde de Browne se dedicaba a algunas distracciones de las que yo participaba, pues este señor me había tomado gran afecto, y esto me hacía descuidar mis estudios.
RIES
119 / Era, en general, una excelente persona, a la que solamente sus caprichos y su vehemencia hacia los demás jugaban a veces malas pasadas. Algunas ofensas o algunos errores que hubiera notado él los habría perdonado al momento si hubiese visto a esta persona preocupada.
RIES
120 / Beethoven era en toda su apariencia muy torpe y desmañado, sus movimientos no tenían gracia ni destreza. Rara vez tomaba en su manos un objeto sin romperlo o dejarlo caer. A menudo volcaba su tintero sobre el piano, próximo al pupitre donde escribía. Ningún mueble, sobre todo ningún mueble de valor, estaba seguro cerca de él. Todo estaba tirado, sucio, estropeado. Era difícil comprender cómo podía llegar a afeitarse él mismo si no se prestaba atención a los arañazos que normalmente surcaban sus mejillas. Jamás pudo aprender a bailar al compás.
RIES
121 / Beethoven no sentía ningún apego por sus manuscritos autógrafos; frecuentemente, en cuanto estaban grabados, eran arrojados a una habitación próxima o al suelo, en medio de su habitación, con otros fragmentos de música. He colocado muchas veces su música en orden, pero cuando Beethoven buscaba alguna cosa lo tiraba todo. Habría podido, en esa época, llevarme todos los manuscritos originales de todas sus composiciones, que estaban ya impresas. Si se las hubiese pedido me las habría dado él mismo sin dudarlo.
RIES
122 / Beethoven no conocía casi el dinero y esto daba a veces lugar a escenas desagradables, pues era extremadamente desconfiado y se creía con frecuencia engañado, sin serlo. Se excitaba muy pronto; trataba enseguida a la gente de ladrona; cuando esto sucedía con los camareros del café, era necesario repararlo con una propina. En fin, en los hoteles que más frecuentaba se conocían tan bien sus singularidades y sus prontos que se le perdonaba todo, aun cuando se marchase olvidando pagar.
RIES
123 / Cuando Beethoven me daba clases era, contrariamente a su modo de ser –puedo afirmarlo–, notablemente paciente. Es a su amistad, a su afecto por mi padre, a lo que debo en gran parte atribuir esta paciencia, así como una conducta amistosa, que no fue interrumpida más que muy rara vez. Me hacía a menudo volver a comenzar un fragmento diez veces y aún más […]. Cuando me faltaba alguna cosa en un pasaje o golpeaba en falso las notas o las distancias que él quería hacer resaltar, en general no decía nada. Pero si me equivocaba en la expresión, en los crescendos, etc., o en los caracteres del fragmento, se exaltaba, porque decía que la primera de esta serie de errores puede ser efecto de la casualidad, pero la segunda viene de una falta de conocimiento, de sentimiento, o de atención. Él también cometía con bastante frecuencia faltas del primer tipo, aun tocando en público.
RIES
124 / Beethoven se dio cuenta, desde los primeros días, de que podía servirse de mí; tanto es así, que a menudo me llamaba a las cinco de la mañana.
RIES
125 / Beethoven no tocaba sus propias composiciones más que con mucha repugnancia. Una vez había planeado un gran viaje que debíamos realizar juntos. Yo había organizado todos los conciertos e interpretado sus conciertos de piano, así como sus otras composiciones. Él sólo quería dirigir la orquesta e improvisar. Este último ejercicio era lo más extraordinario que se puede oír, sobre todo cuando estaba en buena disposición o se encontraba excitado. Todos los artistas a los que he oído improvisar estaban lejos de alcanzar la altura a la que Beethoven se elevaba en este género. La riqueza de las ideas que se agolpaban en su espíritu, los saltos a los que se abandonaba, la variedad de los desarrollos, las dificultades que se presentaban o que él encontraba modo de provocar, todo esto era inagotable.
RIES
126 / En general, Beethoven tocaba él mismo sus propias composiciones con una inspiración muy variable; sin embargo, se mantenía casi siempre firme en el compás; por momentos solamente, pero rara vez, apresuraba un poco el movimiento. Algunas veces en sus crescendos hacía un ritardando y moderaba el movimiento, lo que producía un efecto muy hermoso y del todo sorprendente. Tocando, daba, ora a la mano izquierda, ora a la mano derecha, según el lugar, una expresión muy bella y absolutamente inimitable; pero era extremadamente raro que añadiera notas o adornos.
RIES
127 / Durante un paseo hablaba a Beethoven de dos quintas justas que eran evidentes y hacían el más bello efecto en su primer [error: cuarto] cuarteto en do menor; él no lo había notado y afirmó que no eran quintas. Como tenía la costumbre de llevar siempre consigo papel de música, se lo pedí y escribí el pasaje con las cuatro partes. Cuando vio que yo tenía razón, dijo: «¿Y bien, quién es el que las ha prohibido?». Como yo no sabía en qué sentido tomar esta pregunta, él me la repitió varias veces hasta que al fin le respondí lleno de asombro: «¡Pero si son las primeras reglas fundamentales!». Me volvió a repetir la pregunta; entonces añadí: «Marpurg, Kirnberger, Fuchs, etc., en fin, todos los teóricos». Replicó: «¡Bien, pues yo las permito!».
RIES
La última anécdota de Ries corresponde exactamente a ciertas palabras que Beethoven emborronó un día, en francés, en el margen de un apunte:
Y, sin embargo, apenas algunos meses antes de la llegada de Ries, Beethoven, tan consciente de los derechos que le confería su genio, echaba sobre sus obras pasadas una mirada carente de toda vanidad, enviando al poeta Friedrich von Matthisson Opferlied (primera versión del opus 121B) y Adelaida (opus 46) de la que Matthisson es autor, según sus palabras.
129 / ¡Muy honorable señor!
Recibís, adjuntada por mí, una composición ya impresa y publicada hace algunos años y de la que es posible, para mi vergüenza, que no sepáis nada todavía. ¿Debo excusarme y deciros por qué os he dedicado una cosa que salía directamente de mi corazón y el motivo por el que no os lo he hecho saber antes? No puedo. Fue […] en parte a causa de mi timidez, pues pensaba que me había apresurado al dedicaros algo que ignoraba si podía gustaros.
Os envío ahora también Adelaida con aprensión. Vos mismo sabéis los cambios que acarrean los años en un artista que quiere ir siempre más lejos; cuanto más grandes son los progresos que hace en su arte, menos satisfecho está un artista de sus antiguas obras […].
BEETHOVEN
(Viena, 4 de agosto de 1800)
En este mismo verano de 1800 una joven de dieciséis años llega de Italia a Viena. Por su padre, el conde Guicciardi, Giulietta era italiana; por su madre, nacida Suzanne von Brunsvik, era prima hermana de Teresa, de Franz y de Josefina. Desde su primer contacto con la sociedad vienesa, la joven condesa Guicciardi, que, parece ser, poseía tanto encanto como belleza, empezaba ya a hacer estragos. Es probable que Beethoven no tardara en conocerla y en llegar a ser su profesor de piano.
Pero nada nos autoriza a creer que cayera de inmediato perdidamente enamorado de ella. Según una carta de Josefina a su madre, el 25 de junio es cuando Giulietta llega de Italia a Viena, y no se dirige a Hungría, a casa de los Brunsvik, hasta algún tiempo después. Ahora bien, es a finales de mayo o a principios de junio de este año cuando Beethoven es huésped de sus amigos los Brunsvik en Martonvásár29. De esta única estancia, que la leyenda se ha complacido en novelar y en multiplicar, no sabemos nada, sino algunas alusiones en una carta de Zmeskall a Franz von Brunsvik el 6 de septiembre de 1800: «Beethoven no recuerda ya la apuesta que os propuso. Ha olvidado muy fácilmente las imaginarias afrentas que sufrió en Hungría».
En el otoño e invierno siguientes (1800-1801) Beethoven quizá ya da lecciones a Giulietta, pero es sobre todo la casa de Deym la que frecuenta. Cada tres días da lecciones de música a Pepi, y esta última escribe a sus hermanas, que se encuentran en Hungría, que Beethoven es «encantador». El 10 de diciembre de 1800 ella les escribe en francés (¡si se puede llamar así!):
130 / Beethoven ha tocado la sonata con el violonchelo; yo he tocado la primera de las tres sonatas de Beethoven con la violina acompañar por Suppanzi, que ha tocado como todos [¿siempre?] divinamente; después había un cuarteto y Beethoven, que era un ángel, ha dado sus nuevas cuarteto, que no están todavía grabados y que son componer non plus ultra.
JOSEFINA DEYM
Sobre el comportamiento de Beethoven es el momento de citar enteras las observaciones de Ries que evocábamos anteriormente.
131 / Beethoven amaba mucho la compañía de las mujeres, sobre todo de los rostros jóvenes y bonitos. Habitualmente, cuando pasábamos cerca de una joven un poco agradable se volvía, la miraba de nuevo poniéndose sus quevedos y reía con ironía cuando se apercibía de que yo lo había notado. Estaba enamorado con mucha frecuencia, pero casi siempre por poco tiempo. Como yo bromease un día sobre la conquista de una bella dama, él confesó que era ella quien le había encadenado con más fuerza y durante más largo tiempo; por lo menos, durante siete meses.
RIES
Aparentemente, en esta vida todo parece converger fácilmente hacia la gloria; Beethoven acaba de poner a punto el bloque de los seis primeros Cuartetos (opus 18) que aparecerán al año siguiente; y en su carta de 15 de diciembre de 1800 a Hofmeister, editor de Leipzig, ofrece una avalancha de nuevas producciones y anuncia nuevos proyectos de giras musicales.
Nadie sospecha que este Beethoven, tan encantador cerca de las mujeres guapas, pase todo el invierno en un estado de salud «verdaderamente miserable», como le escribirá a Wegeler al cabo de algunos meses, torturado por «espantosas diarreas» y asustado por la amenaza creciente de la sordera. ¿Cuánto tiempo durará esta situación? ¿Cuánto tiempo su vitalidad y su valor seguirán manteniendo la esperanza de una curación?
1801
132 / Viena, 15 [o algo parecido] de enero de 1801.
Con mucho placer, mi muy querido y fraternal amigo, he leído vuestra carta. Os agradezco muy cordialmente la buena opinión que os habéis formado de mí y de mis obras y deseo poder merecerla siempre […]. Vuestros proyectos me alegran igualmente y deseo que, si las obras de arte pueden procurar algún provecho, sea más bien para los verdaderos artistas que para simples tenderos.
Vuestra intención de publicar las obras de Sebastian Bach llega a mi corazón, que late todo él por el arte, tan grande y tan elevado, de este patriarca de la armonía, y espero ver pronto este proyecto en marcha30. Espero, tan pronto como oigamos anunciar la paz dorada [la paz de Lunéville, que estaban negociando Francia y Austria], poder contribuir, desde ahora mismo, cuando vos aceptéis las suscripciones. Ahora, por lo que respecta a nuestros negocios particulares […], le propongo lo siguiente […]: la suma total sería de unos 70 ducados por las cuatro obras. No conozco más dinero que los ducados vieneses. Cuántos táleros de oro suponen, eso no me interesa, pues verdaderamente soy un mal negociante y calculador.
¡Cuándo terminará esta amarga cuestión! La califico así, aunque me gustaría que fuese de otra manera. Debería existir solamente un almacén de arte en el mundo, donde el artista no tendría más que dejar sus obras y coger todo lo que necesitase;31 así no sería necesario ser medio comerciante, ¿y cómo hacerlo? –¡Dios mío!–, por eso, una vez más, digo que esto es amargo.
En cuanto a los bueyes de Leipzig32, que se les deje parlotear; no volverán a nadie inmortal con su palabrería, como tampoco le quitarán la inmortalidad a ninguno de los predestinados de Apolo.
[…] Desde hace algún tiempo ya no me siento bien, y me resulta un tanto penoso escribir música, y más aún cartas […].
L. V. BEETHOVEN (carta a Hofmeister)
133 / Viena, 22 de abril de 1801.
[…] Tenéis razones para compadeceros de mí, y no son pequeñas. Mi disculpa es que me encontraba enfermo y que tenía por delante mucho que hacer, de manera que me resultaba casi imposible pensar en lo que debía enviaros; además, y puede ser que esto sea lo que hay de genial en mí, mis asuntos no están siembre en perfecto orden, y, sin embargo, nadie más que yo es capaz de remediarlo […]. Soy un hombre desordenado y con la mejor voluntad lo olvido todo […].
L. V. BEETHOVEN (carta a Hofmeister)
134 / Viena, el mismo día.
[…] Encomendad a vuestro señor Referente [crítico encargado de los informes] que sea más prudente y más comprensivo, sobre todo cuando se trata de composiciones de jóvenes autores. Más de uno podría ser frenado por estas críticas y sin ellas podría llegar a hacer algo bueno. En cuanto a mí, estoy lejos de creer que he llegado a una perfección que no pueda soportar la crítica, pero el clamor de vuestro redactor me resultó tan humillante que apenas sí tuve fuerzas para burlarme de él; cuando me comparé a los demás me tranquilicé del todo y pensé: «No comprenden esto», y por eso puedo estar tranquilo cuando considero cómo hombres a los que habéis elevado hasta las nubes carecen de importancia entre los mejores de aquí, in loco [en este lugar], y han sido totalmente eclipsados aquí por muy famosos que hayan podido ser fuera.
Ahora, pax vobiscum; paz con vos y conmigo; yo no hubiera dicho una palabra de esto si vos mismo no me hubieseis dado el pretexto […].
L. V. BEETHOVEN (carta a Breitkopf y Härtel)
Tratando de poder a poder con los grandes editores de Leipzig que vuelven a buscar sus producciones, Beethoven es, más que nunca, el hombre del día en Viena. El 26 de marzo de 1801 se representa un nuevo ballet sobre el escenario del teatro imperial y real de la corte. La puesta en escena es del ilustrísimo Vigano, bailan las mejores estrellas de Viena, y es Beethoven quien compone la música de Las criaturas de Prometeo. El éxito es grandioso, aunque sin futuro, puesto que la partitura no será jamás repuesta en vida de Beethoven.
Hacia la misma época, Beethoven acepta preparar a un nuevo alumno profesional; se trata de Karl Czerny, de solamente dieciséis años de edad (ha nacido en 1791 y morirá en 1857), pero está ya muy dotado para la música. Karl era hijo de un músico y había sido educado en la admiración hacia Beethoven por un amigo de la familia Czerny, Wenzel Krumpholz, este «loco» por Beethoven al que ya conocemos.
135 / [Por Krumpholz] conocía, siempre antes que nadie, lo que Beethoven estaba preparando. Y más tarde recordé cuánto tiempo –a veces cuántos años– empleaba Beethoven en retocar sus obras antes de confiarlas al público, y cómo utilizaba, para obras nuevas, motivos que había encontrado años atrás.
CZERNY
En los ambientes musicales de Viena, los Czerny tenían muchas relaciones y, muy joven, Karl oía discutir a su alrededor sobre dos campeones que se disputaban la supremacía.
136 / Los partidarios de Hummel le reprochaban a Beethoven su maltrato del pianoforte, no tener ni pureza ni precisión y no producir más que un ruido confuso por el empleo de los pedales; y reprochaban a sus composiciones ser recargadas, sin melodía y, por añadidura, irregulares.
CZERNY
Por culpa de Czerny padre, las lecciones fueron al principio irregulares, después se interrumpieron durante dos años; se reemprendieron alrededor de 1805, y fue solamente en esta época, que coincide casi con la marcha de Ries, cuando Czerny se convierte verdaderamente en el discípulo de Beethoven. Pero del primer contacto, de las primeras enseñanzas y de las primeras conversaciones había quedado un recuerdo muy vivo.
137 / Beethoven llevaba una chaqueta de un tejido de pelo largo, de color gris oscuro, y un pantalón semejante; de modo que me hizo pensar enseguida en la imagen de [el nuevo] Robinson Crusoe, de Campe, que yo leía entonces. Sus cabellos negros como la pez, cortados a lo Titus, se desparramaban alrededor de su cabeza. Su barba de varios días volvía aún más negra la parte inferior de un rostro ya bastante curtido. Con la rápida mirada habitual en los niños, reparé enseguida en que tenía algodón en los oídos y que éste parecía humedecido por un líquido amarillento […]. Sus manos eran muy fuertes, cubiertas de vello, y los dedos extremadamente aplastados. Sobre todo por la punta.
CZERNY
138 / Durante las primeras lecciones, Beethoven me ocupó exclusivamente en hacer escalas en todos los tonos; me enseñó la única buena posición de las manos y los dedos –entonces todavía desconocida por la mayoría de los ejecutantes– y particularmente el uso del pulgar, regla cuya utilidad sólo comprendí más adelante. Después de esto recorría conmigo los ejercicios (del método de Philipp Emanuel Bach, que había hecho adoptar a su alumno), atrayendo mi atención especialmente sobre el legato que él mismo poseía de una manera única en el mundo y que todos los pianistas de esta época consideraban imposible de ejecutar en el pianoforte. El toque entrecortado, y a pequeños golpes breves, estaba todavía de moda después de la muerte de Mozart. Beethoven me contó, en los años siguientes, que había oído muchas veces tocar a Mozart, y que éste se había acostumbrado a los teclados [Flügel] más usuales a una forma de tocar que no convenía nada a los pianofortes. Conocí, a continuación, a muchas personas que habían trabajado con Mozart; su forma de tocar me confirmó esta observación.
CZERNY
139 / Decía a menudo que en su juventud se había ejercitado día y noche, y con tal aplicación que su salud se había resentido, y los dolores físicos, que provocaban en él una tendencia a la hipocondría, venían sin duda de ahí […]. A excepción de los momentos donde la melancolía causada por sus males físicos le abrumaba, era jovial, benévolo, lleno de buen humor y de bromas y no se preocupaba de nadie […]. Su carácter se parecía mucho al de J.-J. Rousseau.
CZERNY
140 / En otra ocasión la conversación recayó sobre la gloria que su nombre había adquirido en el mundo. «¡Ah!, qué bobada –dijo–, ¡jamás he pensado en escribir para la gloria y los honores! Lo que tengo en el corazón es necesario que salga; ¡he ahí por qué escribo!».
CZERNY
Mientras tanto, Ries sigue siendo, y por mucho tiempo todavía, el único discípulo. Es, sin duda, en la primavera de 1801 (a pesar de que la fecha sea controvertida, y de que algunos, equivocadamente a nuestro juicio, la sitúan hacia 1805) cuando Beethoven le escribió la nota siguiente:
141 / Mi querido Ries […], he aquí la carta para el conde Brown [sic]. En ella le digo que os adelante 50 ducados, porque es necesario equiparos. Es una necesidad que no puede molestarle, porque, hecho esto, deberéis, el próximo lunes, acompañarle a Baden. Pero debo haceros algunos reproches por no haberos dirigido a mí desde hace tanto tiempo. ¿Es que no soy yo verdaderamente vuestro amigo? ¿Por qué ocultarme vuestra angustia? Ninguno de mis amigos debe necesitar nada mientras yo tenga algo. Os habría enviado ya alguna pequeña suma si no contase con Brown [sic de nuevo]; si esto no diera resultado, dirigíos inmediatamente a vuestro amigo.
BEETHOVEN
Para Beethoven, los lazos que le recuerdan el Vater Rhein y el país natal van todavía a estrecharse más con la llegada, definitiva esta vez, de Stephan von Breuning, que viene a establecerse como funcionario a Viena, en la primavera de 1801, y que se quedará hasta su muerte. Stephan tenía menos intimidad con Beethoven que Wegeler o que Lenz, su hermano menor muerto prematuramente. Sin duda, también su carácter puntual y meticuloso tenía pocas afinidades con Beethoven. Así veremos, reiteradas veces, interrumpir sus relaciones con discusiones de envergadura. Pero Stephan era la lealtad personificada; tenía un corazón de oro y quería profundamente a Beethoven, con una devoción que jamás disminuirá. Su llegada a Viena fue para Beethoven una alegría y una ayuda.
El estado de su oído empeora de día en día. Beethoven se dispone a pasar el verano cerca de Schönbrunn, en el pueblo de Hetzendorf, donde trabajará en el oratorio que prepara: Cristo en el monte de los Olivos. Antes, a finales del mes de mayo, había elegido un nuevo médico, el doctor Vering33, en cuyas manos se pone para un nuevo tratamiento. No puede ya engañarse a sí mismo.
Sufriendo sin descanso en sus entrañas y en su cabeza, Beethoven se confiesa a sí mismo claramente que se va a convertir en un enfermo como no ha conocido jamás la historia de la humanidad: un músico sordo. Y esto le produce un horror tan grande que no puede soportarlo solo.