1 Es justo añadir que Haydn debió de procurarle también algunos placeres a Beethoven. Es probable, por ejemplo, que hicieran juntos un viaje a Eisenstadt para visitar a la princesa Esterhazy, adonde regresó Beethoven catorce años más tarde, para la ejecución de su Misa en do.
2 El abate Joseph Gelinek (1758-1825), músico de tercer orden, tenía la especialidad de las variaciones, de las que firmó más de cien colecciones y que le enriquecieron enormemente. Un epigrama le reprochaba que lo variaba todo menos a sí mismo. Al principio profesó una admiración sin límites a Beethoven y comenzó a molestarle y a espiarle con una curiosidad tal que Beethoven tuvo que cambiarse de casa para deshacerse de él. Poco a poco, su envidia se hizo patente y dio pruebas hacia Beethoven de una hostilidad que no desapareció jamás. Al final de la vida de Beethoven intentará llamar la atención de la policía sobre los propósitos revolucionarios de Beethoven; cf. infra, texto núm. 570. Señalemos aquí uno de los enigmas de la biografía beethoveniana: Karl Czerny, totalmente honrado en sus memorias, dice recordar muy claramente el espanto de Gelinek, derrotado en un duelo de virtuosismo por Beethoven, al que no conocía aún. Ahora bien, Czerny nació en 1791, y según los testimonios de Schenk y de otros muchos, Gelinek conocía a Beethoven desde 1793.
3 La condesa Wilhelmina von Thun (1744-1800) era tía del conde Von Waldstein; una de sus hijas, Cristina, se había casado con el príncipe Karl von Lichnowsky. Muy aficionada a la música, la condesa Von Thun había sido amiga de Gluck; había puesto al servicio de Mozart todo su crédito y volverá a ponerlo al servicio de Beethoven, al que profesaba una admiración y un afecto que ningún exabrupto podía desanimar. La joven señora Von Bernhard nos ha conservado el recuerdo de una velada en la que Beethoven, de muy mal humor, se negaba a encaminarse hacia el piano; la condesa de Thun se puso de rodillas ante él, suplicándole que tocase, pero Beethoven persistió en su negativa y ni siquiera se levantó de su asiento.
4 El príncipe Karl von Lichnowsky (1758-1814), esposo de Cristina von Thun, nacida en 1765, había sido amigo y alumno de Mozart. En su casa era donde tocaba todos los viernes el Cuarteto Schuppanzigh, que pasó más tarde donde su cuñado Razumovski. Hasta 1806 se encuentra constantemente mezclado en la vida de Beethoven. Se reconciliará con él después de la gran discusión de octubre de 1806, pero la antigua amistad no volverá jamás. Su hermana la condesa Enriqueta von Lichnowsky, figura entre los alumnos de Beethoven. Su hermano, el conde Moritz von Lichnowsky (1771-1837), también alumno y amigo de Mozart, mejor pianista que el príncipe Karl, en opinión de Schindler, era más joven que Beethoven, al que estuvo unido toda su vida y le sirvió a menudo de negociador para los asuntos delicados, sobre todo para el concierto de la Novena Sinfonía. Viudo muy joven, quiso casarse con una actriz, la señorita Stummer. Su hermano, representando el papel de padre noble, se opuso, para después casarse con ella tras la muerte de Karl. Con este motivo, Beethoven le dedicó la Sonata opus 90.
5 El conde Andreï Kirillovitch Razumovski (príncipe tras el Congreso de Viena, abandonará entonces Austria) (1752-1836); embajador de Rusia en Viena, debía su carrera a sus proezas amorosas y sobre todo a las de su tío y de su padre, amantes de Isabel y de Catalina II. Por su matrimonio con la condesa Elisabeth von Thun, era cuñado de Lichnowsky. Dio en su casa magníficos conciertos y mantuvo el Cuarteto Schuppanzigh.
6 Un poco más joven que Beethoven, el príncipe Maximiliano Lobkowitz era paralítico desde la infancia y andaba con muletas (1772-1816). Su fortuna era una de las más considerables de la nobleza austriaca, pero su pasión por la música y la ópera terminó por arruinarle muy honorablemente y casi muy seriamente.
7 El barón Gottfried van Swieten, director de la Biblioteca Imperial (1734-1803), era hijo del médico de la emperatriz María Teresa y había sido el consejero artístico y científico de José II. Fundador de la Sociedad de Música, había encargado sus sinfonías a C. P. E. Bach, había sido amigo de Mozart, que le debía el descubrimiento de J. S. Bach, pero que también había sufrido su avaricia. Autor él mismo de una docena de sinfonías, adaptó también para su amigo Haydn los libretos de La Creación y Las Estaciones. Sus dos grandes pasiones eran Bach (J. S.) y Haendel; se ha conservado un billete suyo donde invita a Beethoven a ir a tocar una tarde trayendo su gorro de dormir; y sabíamos que pedía siempre a Beethoven que le interpretase a Bach.
8 Se han contabilizado más de treinta domicilios ocupados sucesivamente por Beethoven durante los treinta y cinco años que pasó en Viena.
9 Se puede reproducir aquí el comentario del buen Wegeler: «Beethoven era muy impresionable, y por consiguiente muy fácil de irritar. Pero si se dejaba evaporar en silencio este primer momento, prestaba a las amonestaciones un oído dócil y un corazón conciliador. La consecuencia era que hacía una confesión pública y que se confesaba mucho más ampliamente de lo que había pecado». Lo que posiblemente haya que añadir a la observación de Wegeler es que es propio del carácter y del genio de Beethoven extraer y exprimir al máximo la intensidad emocional propia de toda situación. No se puede contar con él jamás para desdramatizar un incidente, pues el drama es el pan cotidiano de su creación musical y por consiguiente de la «Stimmung» que él necesita.
10 Se trata de las doce Variaciones para piano y violín sobre el «Se vuol ballare» de Las bodas de Fígaro, dedicadas a Eleonora von Breuning y publicadas por Artaria en julio de 1793 bajo el número de opus 1, que le será retirado enseguida para dárselo a los tres Tríos de Lichnowsky. Esta denominación de opus 1, aunque provisional, refuerza por el momento la importancia de la dedicatoria.
11 Solamente un año más tarde, la Revolución obligará al Elector de Colonia a despedir a sus domésticos (músicos y otros). Vemos que con anterioridad Beethoven no estaba muy impaciente por volver a su agujero natal, aun siendo tan querido por él, ni por retomar el yugo.
12 Es difícil precisar cuál es la situación sentimental exacta entre Beethoven y Eleonora en el momento de esta carta. Se advertirá que Lorchen no le ha escrito a Beethoven desde hace un año, lo que es bastante normal, conociendo los pudores del bello sexo en esa época. Por lo demás, los exégetas no olvidarán que cuando se está enamorado se llega a estar perplejo y a tener miedo de equivocarse ante lo que expresa una carta de la persona amada.
13 Wegeler, que es el primero que ha publicado esta carta, la acompaña de la siguiente nota: «Esta carta está sin fecha ni sobreescrito; comienza en la parte superior de la página, sin dejar el menor espacio libre; la miro, pues, como si fuera la tercera página de una carta que hubiera perdido la primera hoja». Podemos preguntarnos también si la primera hoja no ha sido destruida, por ejemplo, en el momento en que la señorita Von Breuning acepta convertirse en la señora Wegeler.
Haciendo lo mismo que los señores Chantavoine y Prod’homme, colocamos esta carta detrás de la del 2 de noviembre de 1793. Pero estamos menos convencidos que ellos de que haya que fecharla a finales del 93 o del 94. Y es por las razones siguientes:
a) El 2 de noviembre, Beethoven solicita un chaleco; aquí, él agradece una corbata. Todos los biógrafos se maravillan de esta lógica; nosotros nos inquietamos ante tal confusión indumentaria.
b) Beethoven señala una «sorpresa extrema» por la recepción de la corbata; es asombroso que se trate de un regalo que él mismo ha pedido.
c) El modo en que él recuerda la gran discusión es bastante diferente al de la carta del 2 de noviembre. De una parte, parece que se trata de una disputa sobre la que se vuelve, pero a la que ya se le ha puesto el punto final. Si Eleonora ha respondido a esta carta con el envío de una corbata, probablemente acompañada de algunas palabras de amistad, se entiende mal que Beethoven responda creyendo que esta amistad está perdida para siempre. Por otra parte, el 2 de noviembre se trata de una riña entre ellos dos solamente («no nos engañemos los dos»); aquí, la insistencia con que es mencionada la señora Von Breuning, madre, lleva a preguntarse si se trata de la misma riña.
En la medida en que estos argumentos fueran válidos, habría que preguntarse si la segunda carta no es en realidad anterior a la primera –y por supuesto a la marcha de Bonn–, puesto que la carta del 2 de noviembre es la primera que Beethoven, desde Viena, ha escrito a Eleonora.
14 Antonio Salieri (1750-1825), maestro de capilla de la corte imperial, alumno de Gluck, compuso 46 óperas, entre ellas la Tarare, de Beaumarchais. Una leyenda vivaz de la que se hizo eco una pieza de Pushkin le acusaba de haber envenenado a Mozart, de quien en realidad se contentaba con ser rival malévolo e intrigante. Es bastante curioso constatar que las relaciones de Beethoven con él fueron menos malas que con sus otros profesores. Salieri, músico de segunda fila, no le enseñó gran cosa a Beethoven; puede que su influencia fuese más profunda, aunque no más feliz, sobre otro alumno más joven: Franz Schubert.
15 Parece ser que antes que Linke, el Cuarteto Schuppanzigh contaba con el violonchelista Sina.
16 Ignaz Schuppanzigh (1776-1830), virtuoso precoz, puede ser que le diera lecciones de violín a Beethoven al mismo tiempo que a Krumpholz. En 1816, víctima del incendio que arruinó a Razumovski, destruyendo su palacio, y de la crisis económica, dejó Austria para dar una serie de conciertos en el extranjero, sobre todo en Rusia. De regreso a Viena, en abril de 1823, reemprende sus sesiones con el cuarteto y sigue sirviendo a Beethoven, principalmente en la primera ejecución de la Novena Sinfonía.
17 Añadamos, para ser exactos, que sus dos hermanos se reunieron con Beethoven en Viena en esta época; su hermano Kaspar Karl se encontraba ya allí en junio del 94, y Nikolaus Johann debió llegar un año más tarde, aproximadamente. Ludwig no olvidaba sus deberes de cabeza de familia. Karl, que decididamente tenía poco talento musical, se hizo funcionario, y Johann continuó con su profesión de farmacéutico. Los dos permanecieron en Viena hasta su muerte.
18 Las grandes épocas creadoras, tomo I, «De la Heroica a la Appassionata», pág. 28, nota. Sabemos además que el doctor Bertolini, que cuidó mucho tiempo a Beethoven, tuvo con él una correspondencia «en la que entraba con detalle en el origen de sus males». Temiendo morir de cólera en 1831, Bertolini hizo quemar todas las cartas de Beethoven. Pero le llega el momento de hacer discretamente alusión a las relaciones sexuales pasajeras que a veces Beethoven se procuraba. Notemos aquí la afirmación del violonchelista Doleczalek, diciendo que Beethoven tenía siempre algún amor in mente; que amaba la aventura, pero que en sus aventuras no se vería libre y «sin dificultades». La reserva con que la gente de la época se expresaba ciertamente no facilita la labor de los biógrafos. La de los historiadores, tampoco. Hay, sin embargo, una carta del beethoveniano Thayer al beethoveniano Frimmel donde Thayer afirma su certeza de la sífilis de Beethoven. ¡Pero no expone sus motivos!
En fin, a comienzos de 1819 Beethoven anota en su cuaderno, entre los libros que debe comprar, una obra de Lagneau sobre el tratamiento de las enfermedades venéreas. Alguien ha sugerido que esta anotación ha podido ser tomada para uso de su sobrino. ¡Pero el sobrino tenía entonces trece años!
19 Las dos últimas frases, por las que el buen Wegeler desea excusar a Beethoven, no son del todo justas, pues Beethoven se ha sumergido en la lectura de los filósofos durante los años siguientes. Le veremos leer a Platón, a los estoicos, a los hindúes, a Schelling, sin duda, y un pasaje de sus anotaciones en 1820 nos refleja el eco de la moral de Kant; sobre todo en 1816 había copiado en su diario pasajes enteros de un tratado de Kant.