6.
¡LÁSTIMA!…
¡DEMASIADO TARDE!
1826-1827
La vida familiar en Gneixendorf se parece cada vez más a un infierno. Beethoven se hace servir todas sus comidas en su habitación por el fiel Michel Krenn, al que ha brindado su amistad. El hermano Johann, cansado a su vez por la conducta del sobrino, les pide a Beethoven y a Karl que empiecen a pensar en marcharse. Furioso, Beethoven decide marcharse al momento, cuando le había ofrecido a Johann llevarle en coche a Viena algunos días después.
El 1 de diciembre de 1826, Beethoven y Karl abandonan Gneixendorf, con muy mal tiempo, en el incómodo carro de un lechero. No se podía con este medio recorrer en un día la distancia de ochenta kilómetros que separa Gneixendorf de Viena. Beethoven pasa una noche glacial en un mal albergue, lleno de corrientes de aire y sin fuego. Se siente enfermo y bebe durante la noche más de dos litros de agua helada. Cuando llega a Viena, el 2 de diciembre por la noche, se acuesta con una neumonía doble. No volverá a salir de su habitación.
Sólo Karl está con él. Los Breuning no están al corriente de este regreso precipitado (Stephan sólo ha recibido repetidas cartas de Beethoven desde Gneixendorf que le han inquietado por los síntomas de la incipiente enfermedad que describen). Schindler, menos aún. Pero, sin embargo, es Schindler (y a continuación Gerhard von Breuning, quien se limita a reproducir lo que dice Schindler) el que montó la siguiente leyenda, según la cual Karl fue el causante de la muerte de su tío.
Según la versión de Schindler, Beethoven pide a Karl que llame a un médico; Karl va al café, juega al billar, bebe, se acuerda al cabo de varios días de que su tío está enfermo y encarga al camarero del café que vaya a buscar al primer médico que encuentre; el camarero lo olvida a su vez, pero se pone enfermo él también, y entonces recuerda el encargo. Cuando el médico llega por fin a ver a Beethoven es demasiado tarde, ¡y he aquí por qué muere Beethoven!
No hay una palabra de verdad en toda esta historia, cuyo único interés es el de advertirnos que se debe manejar la biografía de Schindler con mucho espíritu crítico en cuanto al rigor histórico, y con pinzas en cuanto a la honestidad.
En realidad, desde su regreso a Viena, Beethoven solicita de Karl que escriba a Holz llamándole, y envía a Karl a buscar al doctor Braunhoffer, el cual rehúsa molestarse, con el pretexto de que Beethoven vive demasiado lejos. Karl habla entonces con el doctor Staudenheimer. Éste promete acudir… y no acude. Mientras tanto, la carta a Holz se ha extraviado en el barullo de la habitación del enfermo. Dándose cuenta de que no ha sido enviada, Beethoven escribe el 4 de diciembre una segunda carta a Holz; no parece, por otra parte, tomar su estado demasiado en serio; dice que está indispuesto y que cree que es mejor quedarse acostado. Añade una línea de música sobre las palabras: «Nos engañamos todos, pero cada uno se engaña a su modo».
El día 5 por la mañana, Holz acude; no encuentra bien a Beethoven y va a buscar al doctor Andreas Wawruch, puesto que Staudenheimer no se decide a acudir. Esta es la realidad, que Schindler ha tergiversado por odio a Holz y por odio hacia Karl, pero que es fácil subsanar con el examen de la correspondencia y de los Cuadernos de Conversación1.
Wawruch no era un advenedizo; era profesor de patología en la clínica médica para cirujanos de Viena. Somos absolutamente incompetentes para juzgar si los reproches que le dirige Gerhard von Breuning (que también será médico) están justificados en lo que se refiere a la valía profesional de sus cuidados. Pero como individuo no parece haber sido demasiado estimable, y sobre todo se hizo rápidamente antipático a Beethoven.
773 / Wawruch hacía ver muchas veces a mi padre y a Schindler, en mi presencia, que al ejercer su profesión no podía dejar de tener en cuenta sus honorarios. La mayoría de las veces se mostraba seco, indiferente, de tal manera que Beethoven se dio cuenta pronto de que no era el médico que necesitaba. Mi padre tampoco estaba contento con Wawruch, quien alardeaba de su latín –lo hablaba muy bien– delante de todos, sin acordarse del pobre paciente. Ocurría casi siempre que cuando yo estaba hablando con Beethoven y le anunciaba la llegada de Wawruch, Beethoven se volvía hacia la pared con mal humor y gruñía: «¡Oh!, ¡este asno!». Y entonces respondía lacónicamente o no respondía nada a las preguntas que Wawruch le dirigía. Yo también estaba sorprendido por la actitud fría e indiferente de Wawruch, y sobre todo considerando que, a pesar de la falta de confianza cada vez mayor que le demostraba Beethoven, él continuaba imperturbablemente sus visitas.
GERHARD VON BREUNING
Nos hemos anticipado un poco al curso de los acontecimientos, con este testimonio, para presentar al nuevo y último médico de Beethoven. Pero los primeros días nada hacía suponer que la enfermedad fuera tan grave. La medicación de Wawruch parece eficaz, pues desde el día siguiente, 7 de diciembre, Beethoven puede empezar a sentarse y conversar durante más tiempo. El día 9 se siente mucho mejor, y va y viene por la habitación, hace proyectos, dicta a Karl una carta para Schott, que termina así:
774 / Portaos bien. Si hago una visita al Rin, os visitaré también. Espero que mi salud mejore pronto.
BEETHOVEN
Pero cuando Wawruch le hace su visita médica el día 10 por la mañana ya no hay nada que hacer.
775 / Le encontré muy agitado, la ictericia extendida por todo el cuerpo; una espantosa colerina le había atacado durante la noche. Una violenta cólera, un profundo sufrimiento, causados por un acto de ingratitud hacia él y por una ofensa inmerecida habían provocado esta fuerte explosión. Temblando y estremeciéndose, se retorcía bajo los dolores que le roían el hígado y los intestinos. Sus pies, que hasta entonces habían estado tan sólo un poco tumefactos, empezaron a hincharse enormemente. A partir de este momento, la pleuresía se manifestó, la orina disminuyó, el hígado presentó signos visibles de nódulos duros y la ictericia siguió su curso. La intervención afectuosa de sus amigos calmó pronto la auténtica revolución que se había adueñado de él: se tranquilizó y olvidó la afrenta que había sufrido. Pero la enfermedad avanzaba a pasos agigantados.
WAWRUCH
La marcha hacia la muerte empieza, pues, en esta noche del 9 al 10 de diciembre. Preparada por las anteriores enfermedades, por las penas sufridas, por la conmoción de la tentativa de suicidio de Karl, por la neumonía doble –que, aunque frenada, debilitó su organismo–, la cirrosis que se va a llevar a Beethoven se manifiesta de forma fulminante.
Nada sabemos de los orígenes de la escena que sucedió el día 9 por la noche. Pensamos, como Romain Rolland, que lo lógico es suponer una discusión más penosa aún que las precedentes con Karl, ya que el hermano Johann no llegará hasta el día 10, y fuera de Karl, el entorno de Beethoven se compone solamente en estos momentos de los Breuning y de Holz. Veremos sobre todo a estos últimos como a los «amigos» cuyas «intervenciones afectuosas» le han calmado. Pero el enigma no está totalmente resuelto, ya que en los días venideros los cuadernos nos hacen asistir a los diálogos distendidos con Karl, que piensa sobre todo en su nuevo uniforme y que ya sueña con un ascenso. ¿Breuning y Holz han conseguido tanto con sus esfuerzos pacificadores? ¿Hay que suponer que la atroz escena del 9 de diciembre es debida a una visita o a una carta de cualquier otro? Como siempre, cada vez que llegamos a uno de los momentos más importantes de la vida afectiva de Beethoven –como este episodio, que fue decisivo en su muerte– de sembocamos en un punto de interrogación.
A su lado, Gerhard, «Ariel», se desvive por atenderle. Todos los testimonios coinciden en señalar la alegría que ilumina los rasgos de Beethoven cuando Gerhard entra en su habitación.
776 / Debo hacer observar aquí que habiendo, por mi trato cotidiano y muy íntimo, satisfecho un ardiente deseo, tenía aún otro: el de poder tutear a Beethoven, como hacía mi padre. Desde hacía mucho tiempo me había encariñado con él con toda mi alma, y era para mí un pequeño orgullo saberme querido por él, pertenecer al reducido mundo de los elegidos. Preguntaba a mi padre cómo podría conseguirlo, y si él aceptaría mi petición. Mi padre me respondió brevemente: «Si esto es lo que quieres, no es necesaria tanta historia. Hablaré tranquilamente con él, no se va a enfadar; al contrario, le gustará y no le asombrará».
Yo sabía que mi padre conocía la manera de pensar de Beethoven, y así, fiándome de sus consejos, me atreví a intentarlo la primera vez que me hallé solo con Beethoven. Era al principio de su enfermedad. El corazón me golpeaba con fuerza, pero con audacia, la primera vez que le hablé por escrito, le tuteé. Observaba su fisonomía con atención al presentarle la pizarra. Como mi padre me había anunciado, Beethoven lo encontró normal, y yo continué de esta manera.
GERHARD VON BREUNING
777 / Beethoven era de una extrema bondad, hablaba durante horas conmigo, que no era más que un chiquillo, y me escuchaba en mis fantasías de niño.
Yo había compuesto un vals muy banal y ardía en deseos de enseñárselo a Beethoven para saber su opinión. En mi ansiedad, pregunté a mis padres si podría mostrárselo sin que él se riese de mí. Al contestarme afirmativamente, pasé inmediatamente a la acción. Me precipité al mediodía a su casa, con mi página musical en el bolsillo. Normalmente estaba solo, pero este día estaba con Tobias Haslinger y su hijo. Esto me disgustó mucho, pues aumentaba mi timidez. Esperé en vano que se alejaran. Pero no se movían, y no iba a tener más remedio que volver a mi casa, pues la hora de la comida se aproximaba. Habría podido, con toda seguridad, volver a encontrar la ocasión de hablar a solas con él, bien esa misma tarde, bien uno de los días siguientes, pero mi impaciencia iba en aumento y no la podía contener. Superé la vergüenza que me causaba la presencia de los dos Haslinger, que eran conocidos como buenos músicos, y aprovechando un momento de silencio en la conversación, saqué mi papel del bolsillo. Escribí en la pizarra que me había atrevido a componer este vals, y tendí a Beethoven el papel y la pizarra. Me dijo sonriendo: «Veamos un poco lo que has hecho». Recorrió atentamente el papel, pidió un lápiz y me dijo: «No hay más que una falta: le has puesto aquí al bajo la misma nota que a la primera voz». Escribió con lápiz en mi manuscrito la nota exacta en lugar de la nota equivocada y me devolvió el papel. Haslinger examinó también mi composición, y deduje su escaso valor por la indiferencia con que me devolvió el papel.
GERHARD VON BREUNING
Beethoven tiene otra alegría, además del frescor del joven «Ariel». El fabricante de arpas londinense J. A. Stumpff, cuya visita a Baden en septiembre de 1824 no hemos olvidado, le envía una magnífica edición que acaba de aparecer de las obras completas de Haendel en cuarenta volúmenes. Cuando Beethoven las recibe, el 14 de diciembre, dos días antes de su cincuenta y seis y último aniversario, se vuelve loco de alegría.
778 / «Mira –me dijo– lo que he recibido hoy. Me han dado una enorme alegría al enviarme las obras. Hace mucho tiempo que deseaba tenerlas, pues Haendel es el más grande, el más hábil de los músicos; ¡con él aún se puede aprender!». Habló y habló con una alegre excitación sobre esto y aquello. Y yo me dediqué a llevarle, uno tras otro, todos los libros a su lecho. Él los hojeaba a medida que yo se los iba llevando, parándose en ciertos pasajes, y después, apilando los volúmenes a su derecha, sobre la cama, contra la pared, hasta que estuvieron todos. Quedaron así durante horas; los vi en el mismo sitio por la tarde. Empezó entonces a hablar con animación, alabando la grandeza de Haendel; decía que era el más clásico y el más profundo de todos los poetas musicales [Tondichter].
GERHARD VON BREUNING
Los Cuadernos nos permiten precisar que Schindler no vuelve a aparecerr sino unos días después. Muy absorbido por los preparativos de su propio matrimonio («Portaos bien, señor enamoradizo», le escribió Beethoven en francés en el mes de septiembre), Holz ya no puede ser el factótum que Beethoven necesita, ahora más que nunca, a cada instante. Schindler se siente indispensable. Más tarde, Heinrich Heine hablará como corresponde de su «solemne figura de enterrador». Durante los tres meses que le quedan de vida, Beethoven estará entregado, sin defensa, a la «abnegación» de este hombre con dos caras. Desde su primera visita comienza a hablar mal de Holz y de todo el mundo; pone sus condiciones y termina con esta nota obsequiosa:
779 / SCHINDLER.– La conducta de ciertas personas que os rodean, ahora como siempre, desde que os conozco, me recuerda lo que he leído de las cortes de los príncipes orientales. Nabab-SultánBeethoven. – Y es que, aunque pobre, sois también un príncipe en el reino del arte, y un príncipe muy rico.
El estado de Beethoven sigue empeorando. La hinchazón de la hidropesía adquiere tal importancia que Wawruch decide hacer una punción, que es practicada el 20 de diciembre por su ayudante, el cirujano Seibert, en presencia de Karl, de Johann y de Schindler. Beethoven se comporta valientemente («como un verdadero caballero», escribe Seibert en el Cuaderno después de la operación), y continúa en tono de broma: «Es preferible ver el color del agua de su vientre que el de su pluma», dice, y compara al cirujano con Moisés golpeando la roca con su vara para hacer brotar una fuente.
1827
La punción trae consigo algunos días de descanso. El 2 de enero, Karl se despide de su tío y parte para reunirse con su regimiento en Iglau2 Sin que los Cuadernos nos dejen el eco de alguna frase cariñosa, deja a Beethoven, para no verle nunca más, y no le escribirá más que dos o tres notas, indiferentes y frívolas. Al día siguiente, 3 de enero, Beethoven escribe al abogado Bach:
780 / Ante mi muerte, declaro a mi querido sobrino Karl van Beethoven único heredero universal de mis bienes, que consisten principalmente en siete acciones de banca y en todo lo que se encuentre en efectivo. Si las leyes prescribieran modificaciones, procurad que sean lo más ventajosas posibles para él. Os nombro ecónomo y os suplico que seáis para él, con el consejero áulico Breuning, como un padre.
¡Dios os guarde! Mil gracias por el afecto y la amistad que siempre me habéis demostrado.
LUDWIG VAN BEETHOVEN
A continuación parece sobrevenir una gran calma, que confirma nuestra hipótesis sobre su estado de ánimo durante el verano anterior. La marcha de Karl le libera, como de un peso que ya no podía soportar. A su alrededor todos están sorprendidos.
781 / Lo más asombroso es que la preocupación por el futuro de su sobrino, que tanto le atormentaba antes, da la sensación de que desaparece, o al menos se borra de su ánimo.
GERHARD VON BREUNING
782 / Parece que ha aceptado la separación con alegría, pues le encontramos de excelente humor después de esto. Esta disposición no fue pasajera, duró todavía bastante tiempo. Gracias a ello, el enfermo se animó ante la esperanza de un pronto restablecimiento, hizo toda clase de proyectos y habló de composiciones futuras; en una palabra, se sentía libre de espíritu y de corazón, completamente «relajado», como en el pasado. El estoico tenía ahora tiempo y ocasión de ejercer, a medida de sus deseos, su sistema3.
SCHINDLER
Sin embargo, el bajo vientre se hincha de nuevo de tal forma que hay que practicar una segunda punción el 8 de enero. En este momento Beethoven empieza a estar más que harto de Wawruch. Suplica a sus amigos que llamen a su cabecera al doctor Malfatti, tío de Teresa, con el que está enfadado desde hace doce años. Un primer intento fracasa: Malfatti acepta hacer a Beethoven una simple visita de amigo. Pero, al verle, se emociona por la acogida y las súplicas del enfermo, y acepta ocuparse de él, aunque rehúsa sustituir a Wawruch; él, Malfatti, vendrá solamente para secundar a su colega. Antes de irse ordena que le den un ponche para estimular un poco el organismo de Beethoven, muy debilitado por la medicación de Wawruch.
De momento, el efecto del ponche es asombroso. Beethoven transpira abundantemente, duerme magníficamente, y al despertar, el 17 de enero, se siente resucitado. Envía a Schindler la siguiente nota:
783 / ¡Milagro! Los muy sabios señores han sido derrotados. Sólo la ciencia de Malfatti me salvará. Es necesario que vengáis un momento esta mañana.
Vuestro
BEETHOVEN
784 / Como se podía prever, la alegría duró poco. Abusó de la receta y se dedicó alegremente al ponche. Enseguida sobrevino una gran afluencia de sangre a la cabeza. Cayó en la somnolencia. Roncaba debido a la embriaguez: empezó a delirar […]
WAWRUCH
Wawruch está muy contento, evidentemente, de que el tratamiento preconizado por su colega haya fracasado. No le importa, para que su triunfo sea mayor, manchar la memoria de Beethoven. Schindler protestará más tarde: hasta comienzos de marzo, fecha en la que Beethoven es considerado como un caso definitivamente perdido por todos, Beethoven no bebió más de un vaso de ponche al día. Pero Wawruch no se detiene aquí; afirma todavía:
785 / Malfatti, en su calidad de amigo desde hace muchos años, conocía la marcada afición de Beethoven por las bebidas alcohólicas […]. Desde hace siete años el enfermo se había acostumbrado a los licores espirituosos para despertar su débil apetito, e ingería en exceso fuertes ponches, y han sido los excesos de estos siete años los que le han conducido al borde de la tumba.
WAWRUCH
Al escribir esto, Wawruch no sospechaba que podíamos cogerle en flagrante delito de mentira. Pues Malfatti no ha visto a Beethoven desde 1815 hasta 1827, y si hace siete años que Beethoven se embriaga, es decir, desde 1820, Malfatti no puede saber nada. Lo más triste es que Wawruch no guarde sus calumnias para sí o para la posteridad, y no hace nada por desmentir el rumor que corre por Viena: Beethoven se muere de alcoholismo. El 6 de julio de 1827, Schindler escribirá a Wegeler.
786/ Beethoven nos ha hablado con frecuencia a Breuning y a mí, durante las últimas semanas de su enfermedad, de los rumores negativos para su reputación moral que circularían sobre él si moría de esta enfermedad; se había propalado ya la noticia de que sufría de hidropesía a consecuencia de sus abusos en la bebida. Estaba muy apenado, sobre todo porque estas calumnias eran vertidas por personas a las que había sentado a su mesa. Nos suplicó que conserváramos después de su muerte el afecto y la amistad que le habíamos demostrado en vida y que veláramos para que, por lo menos, su vida moral no fuera ensuciada.
SCHINDLER
Las mentiras de Wawruch no le impiden decir la verdad sobre otro punto: el ponche ordenado por Malfatti no aporta más que un alivio pasajero. El 2 de febrero hay que proceder a una tercera punción. Siguen algunos días de respiro, gracias a los cuales Schindler tiene una larga conversación con Beethoven, de donde desgraciadamente falta lo más importante: las respuestas de Beethoven. Es el 5 de febrero (o el 4 por la tarde).
787 / SCHINDLER.–Estáis muy bien hoy. Podíamos poetizar un poco; por ejemplo, a propósito del Trío en si bemol mayor [opus 97], donde nos interrumpimos la última vez. – [«No comprendéis nada», debe de decir Beethoven]. – ¡Sí, excelente!, ¡esto no va!, tan lejos, tan alto, no me atrevo; será cosa vuestra cuando estéis curado. – [Posiblemente aquí Beethoven compara el Trío de Egmont]. – En la Poética de Aristóteles he leído lo que se dice sobre la tragedia. Dice: «Es preciso que los héroes trágicos vivan, al menos al comienzo, en pleno esplendor, en la cima de la felicidad». Es lo que vemos también en Egmont. Cuando son tan perfectamente felices, sobreviene el Destino, y anuda sobre su cabeza un lazo del que ya no pueden separarse. Valor y desafío ocupan el lugar de las penas, y ellos fijan audazmente los ojos en los ojos, el Destino, y hasta la muerte. – [?] – ¡Estoy de acuerdo, maestro! Pero esta pintura es el microcosmos, el retrato de la vida, y por eso es la imagen de nuestro Trío, como el Trío es la imagen de la vida del hombre. Esta es mi idea. – […] – ¡Sí, bien! Pero esta tragedia de Eurípides no la tengo muy presente. ¿Querríais explicármela más claramente? Si no, esto queda oscuro. – […] Sí, el destino de Klärchen [la heroína de Egmont] conmueve por esto, lo mismo que Gretchen en Fausto, porque antes ellas eran felices. Una tragedia que empieza y continúa siempre en la tristeza es aburrida y sin efectividad. Parece que la Medea de Eurípides viene ahora a mi memoria. Shakespeare ha evitado siempre este inconveniente. – [Aquí la conversación se bifurca. Podemos suponer que Beethoven ha expresado su intención de poner un título a cada obra, y también al Trío, en la edición de sus obras completas, pues Schindler prosigue]: – ¿Por qué para todo un título? Creo que esto entorpecería algunos fragmentos, en los que el sentimiento y la propia imaginación deben dictar… [Beethoven le debe de interrumpir para reafirmar claramente su voluntad]. – La música no puede ni debe imponer una dirección determinada al sentimiento. En la sonata: La ausencia, El regreso, etc. [opus 81 a], es al contrario. Por ejemplo, podemos representarnos claramente la alegría de volver a verse. Pero la cólera y la venganza no son totalmente musicales. –[«¡Qué decís!», debe de gritar Beethoven]. – ¡Bien! Entonces compondréis pronto una sonata colérica. – [«¡Motivos no me faltan!», parece decir Beethoven]. – Lo creo, y me alegro pensando que ya estáis dispuesto. – La vieja [la gobernanta] hará también todo lo posible para encolerizaros a veces. – [«Para eso no es necesario la vieja, ¡basta con vos!», debe de pensar Beethoven mientras se agita en su lecho]. – ¡Pero amigo mío! Soy yo ahora el que protesta, hay que evitar estas excitaciones… – Me estoy imaginando el carácter de los fragmentos [del Trío]. – El primer fragmento está lleno de pura dicha y de contento. Hay también voluntad de valentía, un sereno gracejo y una obstinación «beethoveniana», con vuestro permiso. – En el tercero, la felicidad se convierte en emoción, sufrimiento, ruego, etc. – Considero el Andante como el más bello ideal de la santidad divina. – Aquí las palabras son ineficaces, son malas servidoras de la palabra divina que expresa la música. – [Sería del mayor interés saber si Beethoven está de acuerdo. No parece protestar, pero debe desear que Schindler se vaya, porque éste añade a continuación]: – ¿Deseáis dormir? Antes debéis tomar vuestro medicamento. Son ahora las once y media. Continuaremos mañana, yo también tengo sueño. – ¡Gute Nacht, Bona Notte, Bon Soir, Good Night, Dobrau Noc! – Dormite bene, amico carissimo, y llamad solamente si necesitáis algo.
Gerhard von Breuning utiliza más la pizarra que los Cuadernos (lo lamentará más tarde), pero su memoria nos ha conservado algunas pláticas y algunas frases, que están sin duda entre las más importantes de la última enfermedad.
788 / Un día, como ocurría con frecuencia, encontré a Beethoven adormilado. Me senté cerca de su cama, sin moverme, para no interrumpir su sueño reparador; hojeaba y leía durante este tiempo los Cuadernos que habían quedado sobre la cama, para saber quién había venido y de qué habían hablado. Encontré, entre otras, esta frase: «Vuestro Cuarteto, ejecutado ayer por Schuppanzigh, no ha interesado». Cuando un poco más tarde se despertó, puse ante sus ojos este pasaje, preguntándole qué pensaba. «Ya les gustará algún día», me respondió lacónicamente, y aún añadió con convicción y declaró de forma perentoria que él escribía como juzgaba y que no se dejaba inducir a error por los criterios de sus contemporáneos. Añadió: «Sé que soy un artista».
Aproveché la ocasión para preguntarle por qué no había escrito una segunda ópera. Me respondió: «Quería escribir otra ópera, pero no he encontrado libreto. Necesito uno que me inspire: debe ser algo moral y sublime. Jamás habría sido capaz de poner música a libretos como aquellos sobre los que Mozart trabajó. No podría tener la “Stimmung” que se requiere para temas licenciosos. He recibido muchos libretos, pero, como ya te he dicho, ninguno era tal y como yo lo había deseado».
Me dijo a continuación: «Todavía tengo que escribir mucho. Ahora me gustaría componer mi Décima Sinfonía, un Réquiem y la música de Fausto, y también un método de piano. Haría de esta manera ese método totalmente distinto a los que hasta ahora se han hecho. Pero no tengo mucho tiempo, y sobre todo mientras esté enfermo no trabajaré en nada, por mucho que Diabelli y Haslinger me presionen, pues para trabajar tengo que estar levantado. Puedo estar mucho tiempo sin componer, y después viene todo de golpe».
GERHARD VON BREUNING
789 / A una pregunta de Schindler: «¿Tenía Beethoven la esperanza de que sus obras fueran algún día reconocidas según sus méritos?», Beethoven respondió: «Nunca». Sin embargo, en otra conversación manifestó la esperanza de que «en un tiempo lejano sus obras completas resucitarían».
GERHARD VON BREUNING
790 / Otro día encontré un cuaderno de apuntes sobre un mueble de la habitación. Se lo enseñé, preguntándole si era verdaderamente necesario que anotase sus inspiraciones. Me respondió: «Llevo siempre conmigo un cuaderno como éste, y si me viene una idea la anoto de inmediato. Me levanto incluso por la noche cuando algo llega a mi espíritu, pues si no lo hago podría olvidar la idea».
GERHARD VON BREUNING
En este momento, según Schindler, Beethoven trabaja aún un poco, cuando tiene un momento de respiro.
Termina el movimiento, que ya estaba iniciado, de un quinteto para Diabelli. Medita las grandes obras que proyecta. Pero no se hace muchas ilusiones sobre su capacidad actual de trabajo. Y las escasas cartas que dicta son un eco de las declaraciones melancólicas que ha recogido Gerhard. Escribe a Johann Andreas Stumpff el 8 de febrero:
791 / Estoy desgraciadamente retenido aquí desde el 3 de diciembre y aquejado de hidropesía. Os podéis imaginar en qué situación me pone esto. No tengo habitualmente para vivir más que el producto de mi trabajo. Por desgracia, desde hace dos meses y medio no he sido capaz de escribir una sola nota […]. Pensad que aún no se puede prever el fin de mi enfermedad y que cuando acabe no me será posible cabalgar sobre Pegaso y lanzarme volando por los aires. Médico, cirujano, boticario, habrá que pagar todo […].
BEETHOVEN
Totalmente imposibilitado, Zmeskall no puede acudir a visitar a su amigo, pero se hace transportar a una casa vecina y envía a Beethoven unos mensajes llenos de fiel afecto. El 18 de febrero, Beethoven le manda unas palabras mal escritas a lápiz:
792 / Lo más doloroso para mí, no lo oculto, es la suspensión completa de mi actividad.
BEETHOVEN
Un poco antes, Breuning le había transmitido una carta de Wegeler, que intenta reconfortarle. El 17 de febrero, Beethoven responde:
793 / ¡Mi viejo y digno amigo! Tu segunda carta ha llegado a mi poder gracias a Breuning. Estoy todavía muy débil para responder, pero puedes suponer con qué alegría la he recibido. Mi convalecencia, si puede llamarse así, avanza muy lentamente; es probable que haya que hacer aún una cuarta operación, aunque los médicos no hablan de ello todavía. Lo tomo con paciencia y pienso: todo mal trae algún bien […].
Cuántas cosas podría decirte hoy, pero estoy muy débil; lo único que puedo hacer es abrazarte en mi corazón, a ti y a tu Lorchen. Con una amistad y una devoción sinceras hacia ti y los tuyos, tu viejo y fiel amigo,
BEETHOVEN
No solamente se aleja toda esperanza de curación, sino que Beethoven sufre cada vez más, y estamos confundidos al constatar que sus enfermeros están tan poco atentos a evitarle los mil pequeños sufrimientos accesorios que destruyen a un enfermo. Schindler habla sobre el Trío del archiduque en lugar de dejarle dormir, le abruma con las protestas de su abnegación, pero en ningún momento parece recordar que Beethoven tiene un cuerpo, es ante todo un cuerpo, ¡excepto para aplaudirle porque puede por fin ejercer su estoicismo! Tiene que ser el pequeño Gerhard el que escriba sobre un Cuaderno, hacia el 20 de febrero:
794 / He oído decir hoy que sufres de tal manera a causa de las chinches, cuando duermes, que te despiertas a cada momento durante el sueño; como necesitas dormir, te llevaré algo para terminar con las chinches.
GERHARD
Gerhard escribirá más tarde en sus recuerdos:
795 / Cuando se levantó el cuerpo de Beethoven para hacerle la autopsia se vio por primera vez que el desgraciado estaba cubierto de llagas. Durante su enfermedad rara vez había dejado escuchar una queja. En los Cuadernos no se encuentra más que un pasaje a propósito de esto, a lo que mi padre respondió con la promesa de un ungüento para suavizar la piel. Más de una vez se quejó delante de mí de los dolores que le ocasionaba la llaga inflamada a causa de la punción.
GERHARD VON BREUNING
En medio de esta lamentable negligencia de sus cuidadores, su estado empeora. Está prevista una cuarta punción, que tendrá lugar el 27 de febrero. El 22, Beethoven escribe a Schott, de Maguncia:
796 / Os voy a hacer una petición muy importante. Mi médico me ha ordenado beber vino viejo del Rin de buena calidad. Es imposible, aun pagándolo muy caro, encontrarlo aquí sin que esté adulterado. Si pudierais enviarme algunas botellas, os demostraría mi agradecimiento por el Caecilia […]. Cuanto antes me enviéis este vino del Rin (o del Mosela), antes me encontraré mejor, y os agradezco con todo mi corazón esta prueba de amistad, por la que os quedo verdaderamente reconocido.
BEETHOVEN
Este mismo día, 22 de febrero, cada vez más inquieto por su situación financiera, Beethoven dicta a Schindler una carta para Moscheles, que había vuelto a Londres hacía tiempo:
797 / ¡Mi querido Moscheles!:
Estoy seguro de que no os molestará que os importune con un ruego, lo mismo que a sir G. Smart, para quien adjunto una carta. Se trata de lo siguiente en pocas palabras: hace ya algunos años, la Sociedad Filarmónica de Londres me hizo el ofrecimiento de organizar un concierto en mi beneficio. No estaba entonces, gracias a Dios, en situación de aceptar aquel noble ofrecimiento. Pero ahora mi situación es completamente distinta, pues desde hace tres meses estoy abrumado por una larga enfermedad. Se trata de hidropesía. Schindler os dará más detalles sobre ello. Hace mucho tiempo que me conocéis y sabéis cómo y de qué vivo. No podré pensar en componer en mucho tiempo, y me veo desgraciadamente amenazado por una situación precaria […]. Vuestro amigo,
BEETHOVEN
Schindler, como anuncia Beethoven, adjunta una carta. Después de hablar de «la lamentable situación de este digno hombre que espera su fin» y después de añadir: «bien se puede decir, pues en el punto en que están las cosas no se puede pensar en su curación, que él no lo sabe (pero lo presiente)», Schindler añade estas líneas, que permiten juzgar su «abnegación»:
798 / Aquí nadie se preocupa por él; ¡verdaderamente esta falta de simpatía es increíble! Antes venían a verle en procesión si tenía la menor indisposición; ahora el olvido es completo, ¡como si nunca hubiera vivido en Viena! Yo sufro con todo esto más que nadie, ya que pierdo todo mi tiempo con él [sic!]. No quiere tener a nadie más que a mí a su lado [¡eso, ensálzate ahora!], y abandonarle en esta situación absolutamente desesperada sería inhumano.
SCHINDLER
Algunos días más tarde, alrededor del 27 de febrero, Schindler hace que le entreguen la partitura de la Novena Sinfonía y la del 8.º Cuarteto (que más tarde venderá al rey de Prusia, al mismo tiempo que los Cuadernos de Conversación) y escribe pomposamente:
799 / SCHINDLER.–Sí, noble maestro, ¡os lo prometo ante Dios!, yo no seré como Ries. Lo que me habéis enseñado, nada en este mundo me hará anularlo, y mi objetivo supremo será transmitirlo a los demás, pues con esta intención me habéis instruido. – […] ¿Cómo podéis suponer, ni siquiera imaginar, que yo pueda estimar tan poco un regalo vuestro como para venderlo?
Además, si la soledad y el olvido son realmente grandes alrededor de Beethoven, aún le quedan algunos amigos, aparte de Schindler, que acuden a verle. Evidentemente, el archiduque Rodolfo no pregunta ni una sola vez por él; pero el fiel Zmeskall se mantiene al corriente día tras día. Además de Stephan y Gerhard von Breuning, que están casi siempre con él, su hermano Johann le visita también con mucha frecuencia; Holz, al que su reciente matrimonio no le impide verle a menudo; Schuppanzigh, que es uno de los más asiduos; gracias a los cuadernos asistimos a las visitas de viejos amigos, como Doleczalek, Gleichenstein, Moritz von Lichnowsky, el violinista Clement, Streicher; amigos más recientes, como Bernard, Piringer, Jenger; editores, como Tobias Haslinger, Artaria, Diabelli. Hasta el conde Von Dietrichstein tiene la cortesía de ir una vez. Veremos otros más durante el mes de marzo.
Entre estas visitas del batallón sagrado de los últimos fieles, una de las más afectuosas es la de Johann Wolfmayer, que va un poco después de la punción del día 27. «Ariel», después de su marcha, escribe en el cuaderno:
800 / GERHARD VON BREUNING.–Wolfmayer te quiere mucho. Al dejarte, lloraba diciendo: «¡Ah! ¡Ah!, ¡el gran hombre!, ¡ay!, ay!».
Casi nunca se puede decir si un moribundo se da cuenta de su estado; al principio depende de los momentos, y después casi siempre se produce en él como un desdoblamiento; una parte parece presentir ya de un modo psicológico la muerte, y se resigna; otra la rechaza enérgicamente. En el instante en que todos saben ya que está perdido, y cuando los médicos renuncian a intentar una quinta punción, Beethoven se aferra todavía a la vida. El 6 de marzo, temiendo no haber sido bastante explícito en su carta del 22 de febrero, escribe de nuevo a sir G. Smart:
801 / No dudo en confiaros una vez más un ruego. Desgraciadamente, no veo todavía aproximarse el fin de mi terrible enfermedad; al contrario, mis sufrimientos, y con ellos mis preocu paciones, no han hecho más que aumentar. El 27 de febrero he sido operado por cuarta vez, y quizá el Destino quiera que lo tenga que soportar una quinta o aún más veces. Si esto sigue así, mi enfermedad durará seguramente hasta mediados del verano; entonces, ¿qué voy a hacer? ¿Con quién viviré hasta que haya reunido mis fuerzas, completamente debilitadas, para ayudar con mi pluma a mi mantenimiento? […].
BEETHOVEN
Dos días más tarde, el 8 de marzo, Hummel llega de Weimar con su mujer y su joven alumno Ferdinand Hiller; acude a la cabecera de Beethoven; le previenen antes de dejarle entrar de que encontrará al paciente muy cambiado, pero que ante él no lo demuestre; pero cuando se encuentra a Beethoven moribundo, su emoción es más fuerte, y rompe en sollozos. No obstante, Beethoven se ha levantado para recibirle; está sentado con su bata de casa cerca de la ventana. Hiller, que acompaña a Hummel en su visita, nos ha conservado algunas frases; que Beethoven «se ha interesado extraordinariamente por la salud de Goethe»… de ese Goethe que no ha encomendado a Hummel ni una sola palabra amable para Beethoven.
802 / Beethoven se quejaba mucho de su salud: «¡Estoy acostado desde hace casi cuatro meses! –exclama–; ¡se acaba por perder la paciencia!». Además, había muchas cosas que le disgustaban en Viena, y se expresaba en términos mordaces sobre «el gusto antiartístico actual» y sobre el «diletantismo que corrompe aquí todo». No hablaba con indulgencia tampoco del gobierno, ni aun en las esferas más elevadas. «Escribe una colección de cánticos y dedícaselos a la emperatriz», dice con una ironía sarcástica a Hummel –que por supuesto no siguió este consejo bienintencionado.
HILLER
803 / Se interesó por mis estudios y me alentó diciendo: «¡Hay que continuar siempre cultivando el arte!», y como yo le hablara del exclusivo interés que había entonces en Viena por la ópera italiana, explotó, y pronunció estas palabras memorables: «Se dice: Vox popoli, vox Dei, – ¡yo no lo he creído nunca así!”4.
HILLER
El 13 de marzo, una nueva visita de Hummel y de Hiller:
804 / Encontramos que su estado había empeorado. Estaba en la cama, pero hablaba mucho y con ardor. Ahora parecía lamentar mucho no haberse casado. Ya en nuestra primera visita había bromeado sobre esto con Hummel, a cuya mujer había conocido cuando era una joven muy bonita. Esta vez le dijo riendo: «Tú eres un bribón afortunado; tienes una mujer que te cuida, que está enamorada de ti, ¡pero yo, desgraciado de mí!», y lanzó un profundo suspiro. Rogó a Hummel que acudiera con su mujer, que todavía no se había decidido a volver a ver a un hombre al que había conocido en toda su fuerza.
HILLER
805 / Le había regalado recientemente una vista de la casa natal de Haydn; la tenía cerca de su cama y nos la enseñó. «Me ha producido un placer infantil –dijo–, ¡la cuna de un hombre tan grande!». [Después Beethoven pide a Hummel un favor para Schindler]. «Es un buen hombre, que se ha preocupado mucho por mí. Está organizando un concierto [en su propio beneficio], al que he prometido mi participación. Pero ahora no valgo para nada. Me gustaría que me hicieras el favor de tocar en él. Se debe ayudar siempre a los pobres artistas».
HILLER
Al recibir las cartas de Beethoven, Moscheles, Stumpff y Smart ponen inmediatamente en acción a la Sociedad Filarmónica de Londres. Sin tomarse tiempo para organizar el implorado concierto, reúnen cien libras esterlinas y las envían inmediatamente a la cuenta de Beethoven, en la banca Eskeles, en Viena. Pero la lentitud de las comunicaciones deja a Beethoven sin noticias. No pudiendo resistir más, dicta a Schindler una nueva carta para Moscheles el 14 de marzo:
806 / […] El 24 de febrero fui operado por cuarta vez, y ahora aparecen claros indicios de que debo esperar una nueva operación. ¿Dónde desembocará todo esto? ¿Y qué será de mí si dura aún algún tiempo? Verdaderamente es triste mi suerte. Pero me pongo en manos del Destino y ruego a Dios solamente que decida, en su divina voluntad, que mientras tenga que sufrir la muerte estando vivo, esté al abrigo de la necesidad. Esto me dará valor para soportar mi suerte, por dura y terrible que ésta sea, y con resignación ante la voluntad del Altísimo […].
Vuestro amigo,
BEETHOVEN
Hummel está aquí y me ha hecho muchas visitas.
En una carta del mismo día a Moscheles, Schindler añade sus impresiones personales:
807 / Imaginad a Beethoven en este terrible estado, ¡con su impaciencia y la violencia de su carácter! ¡Imaginadle así, herido por los hombres más miserables! Los gastos son enormes en esta larga enfermedad, y la idea de que tendrá que sufrir privaciones le atormenta noche y día, pues sería la muerte para él tener que aceptar cualquier cosa de su aborrecible hermano. De la hidropesía se va a derivar una consunción que ya ha empezado, no tiene más que la piel y los huesos. Pero su fuerte constitución puede aún resistir mucho tiempo. Puede estar así todavía muchos meses, pues su corazón está fuerte todavía. Habla con mucha frecuencia de un viaje a Londres cuando esté restablecido, y hasta hace sus cálculos de nuestros gastos de viaje. ¡Pero, Señor Dios!, ¡creo que el viaje irá mucho más allá de Inglaterra!
SCHINDLER
Schindler no ve en Beethoven más que agitación y tormentos. Pero otro aspecto coexiste en los mismos días con todo ello:
808 / Nada podía consolarle, y cuando le prometí que la próxima primavera traería un descanso para sus dolores, me respondió sonriendo: «Mi tarea está cumplida; si un médico pudiera todavía salvarme, His name shall be called wonderful! [tendrá por nombre maravilloso; cita bíblica del capítulo XII de Los Jueces]. Esta melancólica alusión al Mesías de Haendel me emocionó.
WAWRUCH
Algunas alegrías le ayudan todavía a soportar la lucha. Su viejo amigo el barón Pasqualati le envía compotas de frutas y vino. En una serie de pequeñas misivas Beethoven se lo agradece y le pide:
809 / ¡Querido viejo amigo!:
Todo mi agradecimiento por vuestro regalo. Cuando sepa qué vino me conviene más, os lo diré, pero abusaré lo menos posible de vuestra bondad; me alegré mucho con la compota, y os la he de pedir más veces. – Hasta esto me causa fatiga. – Sapienti pauca.
Vuestro agradecido amigo,
BEETHOVEN
En otra ocasión firma: «Vuestro pobre músico austriaco, ciudadano de aquí y servidor de los ciudadanos, L. v. Bthv.». Otras misivas aún con el mismo tono:
810 / ¡Mi ilustre amigo!:
¡Cómo agradeceros vuestro maravilloso champaña! ¡Cuánto me ha reconfortado y me reconfortará todavía! Por ahora, no necesito nada. – No puedo escribir más hoy; que el Cielo os bendiga en todo, y por vuestra compasión afectuosa hacia vuestro doliente amigo,
BEETHOVEN
811 / ¡Muy querido amigo!:
Os agradezco el plato que me enviasteis ayer. A un enfermo le gustan mucho esta clase de cosas, es como un niño. – Hoy os pido una compota de melocotón. Para otros platos necesito consultar antes con los médicos. En lo tocante al vino, creen que el Grinzinger es el más conveniente para mí, pero por encima de todo prefieren el viejo Krumbholz-Kirchner. ¡Que esto que os digo no os haga tener una mala opinión de mí!
Vuestro amigo,
BEETHOVEN
Esta ingenuidad casi infantil no es en absoluto indicio de un espíritu debilitado por la enfermedad. Al mismo tiempo que pide compotas y vino a Pasqualati, Beethoven envía a Schindler a la biblioteca para que le consiga un ejemplar de Plutarco. Esta vez Schindler no encuentra el libro, prestado sin duda a algún otro, pero le lleva en su lugar un ejemplar de Epicteto.
En otra ocasión le lleva, creyendo distraerle, algunas novelas de Walter Scott. Beethoven abre Kenilworth, lee algunas páginas y tira el libro, furioso, gritando: «¡Este individuo no escribe más que por dinero!». Entonces vuelve a coger uno de los libros de cabecera y se sumerge de nuevo en la Odisea.
Pero no sólo son los libros, está también la música. Según Schindler, entre el 14 y el 16 de marzo bosqueja todavía un moderato para el Quinteto que le ha encargado Diabelli. Pero sólo puede trazar unas pocas notas. La música de otro viene a hacerle compañía «en los quince últimos días de su vida», dice Schindler, es decir, después del 10 de marzo: la de Schubert.
Sobre las relaciones anteriores de Beethoven y Schubert han circulado muchas leyendas, que no resisten ningún examen. Dos cosas son seguras: la pasión, casi veneración, de Schubert por Beethoven y el hecho de que Schubert no fuera totalmente desconocido para Beethoven, puesto que Beethoven le habla de Rochlitz. Schubert busca los cafés que frecuenta Beethoven, está al acecho de las palabras que Beethoven pronuncia en voz alta, le sigue con los ojos y con los oídos (cf. supra, textos núms. 613, 739 y 740). Pero no parece que Beethoven se fijara mucho en él. Joseph von Spaun, uno de los mejores amigos de Schubert, escribirá después de su muerte:
812 / Schubert lamentó muchas veces, y sobre todo después de la muerte de Beethoven, que éste hubiese sido tan poco abordable, y estaba muy apenado por no haber podido hablar con él nunca. Schubert se hubiera sentido feliz si le hubiera sido posible acercarse a Beethoven; pero éste era inaccesible.
SPAUN
La extrema timidez de Schubert tuvo mucho que ver. No es imposible que la exaltación de algunos schubertianos frenéticos sirviera para indisponer a Beethoven. Uno de ellos, Joseph Hüttenbrenner, escribía a un amigo ¡el 14 de agosto de 1822! que había dicho de Schubert: «Éste me superará». La frase es de por sí bastante inverosímil, pero si esta frase u otra del mismo estilo hubiese llegado a oídos de Beethoven, habría podido suscitar cualquier tipo de irritación contra el inocente Schubert.
En un Cuaderno de Conversación de febrero de 1826 se habla dos veces de Schubert, pero en términos bastante distantes. Karl escribe: «Se hacen grandes elogios de Schubert, pero dicen que se esconde», y Holz narra un encuentro con Schubert en casa del editor Artaria.
813 / HOLZ.–Schubert estaba en su casa; han leído juntos en una partitura de Haendel. – Ha estado muy amable; se ha felicitado por el placer que le han causado los Cuartetos de Mylord; asistía a ellos asiduamente. – Para los lieder tiene muchas aptitudes. – ¿Conocéis El rey de los elfos? – Habla siempre de forma muy mística.
En estas condiciones, la anécdota que cuenta Schindler en la tercera edición de su biografía parece muy poco verosímil.
814 / En 1822, Schubert no tuvo suerte al entregar sus Variaciones a cuatro manos [opus 10], que estaban dedicadas al maestro […]. El valor que había mantenido casi hasta la puerta de la casa le faltó cuando estuvo en presencia del emperador de los artistas. Y cuando Beethoven expuso el deseo de que Schubert escribiera él mismo la respuesta a sus preguntas, su mano quedó como paralizada. Beethoven recorrió con la vista el ejemplar dedicado y se fijó en una falta de armonía. Amablemente se lo hizo observar al joven, pero añadió enseguida: «No es un pecado mortal». Pero Schubert, a continuación de esta observación conciliadora, perdió toda su presencia de ánimo. Mas, una vez fuera, se recuperó y se reprendió a sí mismo violentamente. No tuvo jamás el valor de presentarse ante el maestro.
SCHINDLER
Aún más increíble es la anécdota tal como la cuenta Joseph Hüttenbrenner:
815 / Karl van Beethoven, lo mismo que Schindler, dijo en muchas ocasiones que habían tenido la aprobación de Beethoven, pues durante un par de meses Beethoven tocó estas variaciones casi todos los días con su sobrino.
JOSEPH HÜTTENBRENNER
Nos complacería mucho que hubiera sido así, sobre todo si recordamos lo decepcionado que se sintió el joven Beethoven cuando Mozart le prestó tan poca atención; pero no parece que Beethoven haya concedido más atención a Schubert que a Liszt. Al menos a Schubert le dará in extremis una reparación, si podemos –y parece que sí podemos hacerlo– tener fe en el relato de Schindler.
816 / Le presenté una colección de aproximadamente sesenta lieder y cantos de Schubert, de los que muchos estaban todavía inéditos en esa época […]. Beethoven, que no conocía por entonces más que cinco lieder de Schubert, se asombró de esa cantidad, y no podía creer que Schubert hubiera escrito más de quinientos en aquella época. Pero si se asombró del número, la sorpresa mayor la tuvo cuando descubrió el contenido. Durante muchos días no pudo separarse de ellos y pasaba varias horas al día con el Monólogo de Ifigenia, los Límites de la humanidad, La todopoderosa, La joven novicia, Viola, los de La bella molinera, etc. Con un alegre entusiasmo gritó en varias ocasiones: «¡Verdaderamente en este Schubert hay una chispa divina! Si yo hubiera tenido este poema, también le hubiera puesto música», decía de la mayoría de los poemas, de los que no paraba de alabar su tema, su contenido y la interpretación singular dada por Schubert. Además, no podía concebir cómo Schubert había tenido tiempo de «acometer tan largos poemas, que comprendían muchos de ellos diez de los otros», según sus propias palabras […]. En resumen, la estima que tenía Beethoven por el talento de Schubert era tan grande que quiso ver también sus óperas y sus obras para piano; pero su enfermedad se agravaba ya hasta tal punto que no pudo satisfacer su deseo. Sin embargo, hablaba a menudo de Schubert y profetizaba que «causará todavía sensación en el mundo», lamentando no haber podido conocerle antes.
SCHINDLER
(Artículo aparecido el 3 de mayo de 1831 en la Theaterzeitung y diferente en algunos pequeños detalles del relato posterior contenido en su biografía.)
A priori, no tendría nada de sorprendente que Beethoven deseara no sólo ver las óperas y las obras para piano de Schubert, sino también al mismo Schuhert. Anselm Hüttenbrenner, el amigo de Schubert, al que volveremos a encontrar en la agonía de Beethoven, afirma en una carta del 22 de febrero de 1858, que Thayer ha conservado, que el encuentro tuvo lugar:
817 / Sé de forma positiva que el profesor Schindler, Schubert y yo hicimos una visita a Beethoven alrededor de ocho días antes de su muerte [es decir, el 18-19 de marzo]. Schindler nos anunció a ambos y preguntó a Beethoven a cuál de los dos quería ver primero. Beethoven dijo: «Que entre antes Schubert»; llegué a la conclusión de que Beethoven conocía a Schubert hacía tiempo.
ANSELM HÜTTENBRENNER
Todo el mundo está de acuerdo en creer que este último encuentro es una leyenda; confesamos que no vemos una razón sólida para sospecharlo5. No invalida en absoluto el testimonio de Spaun citado antes, ya que está claro que Schubert y Beethoven no pudieron tener una conversación muy profunda entre ellos, dado el estado de Beethoven y dada la timidez de Schubert, que la emoción debió de multiplicar por diez.
Además, no hay por qué interpretar este descubrimiento in extremis de Schubert por Beethoven como una investidura solemne dada por el moribundo a un nuevo soberano del reino de la música; ni entraba en el carácter de Beethoven otorgarla, ni en el de Schubert recibirla. Lo que nos parece seguro es que los dos genios se conocieron y se hicieron mutuamente justicia; lo que nos sigue pareciendo probable es que en el último momento dos corazones solitarios e infinitamente tiernos pudieron comunicarse por un breve instante6.
Una nueva alegría va a endulzar los últimos días de Beethoven. El 14 de marzo había vuelto a escribir una carta suplicante a Moscheles. Debe de ser el 15 (o el 16) de marzo cuando la Banca Eskeles de Viena recibe el aviso de Londres de abonar cien libras esterlinas, o sea mil florines oro, a Beethoven. La noticia parece sorprender a los vieneses como un trueno. Muchos no creían que Beethoven estuviera tan mal; otros se indignan de que haya tenido esa falta de patriotismo y, por así decir, de buenas maneras, al dirigirse a los ingleses. La reacción será tan vengativa que después de su muerte los periódicos vieneses hicieron todavía alusiones venenosas. Furioso, Schindler escribirá a Moscheles el 11 de abril de 1827 estas líneas vindicadoras, que están muy lejos del tono de su futura biografía:
818 / A pesar de que Beethoven invitó personalmente a todos los miembros de la familia imperial [al gran concierto del 7 de mayo de 1824], ninguno acudió, tampoco de la corte, y ni siquiera han enviado ni un groschen [céntimo]; jamás se habrían atrevido a conducirse así con el último de los artistas que hubiera dado un concierto en su beneficio […]. – Nadie de esta corte ha querido suscribirse a la Missa solemnis. – ¡Y las innumerables ruindades y humillaciones que el pobre hombre ha debido sufrir…! – Todo esto debe ser conocido ahora. – Toda Viena sabía que Beethoven estaba enfermo desde hacía dos meses, y nadie se ha preocupado por su estado o por sus dificultades económicas. Después de tan tristes experiencias, ¿no era natural que buscase ayuda en el extranjero?
SCHINDLER
A la recepción de la carta de Moscheles, Rau, intendente de la Banca Eskeles, se presenta en casa de Beethoven. El 17 de marzo escribe a Moscheles.
819 / Corrí a su casa para conocer su estado y anunciarle la ayuda recibida. Partía el corazón verle con las manos juntas, deshecho en lágrimas de alegría y de agradecimiento. Parece más un esqueleto que una persona. La conmoción moral producida por la alegría provocó que se abriera una de las llagas durante la noche, y toda el agua acumulada durante más de quince días ha salido. Cuando le volví a ver, al día siguiente, se sentía maravillosamente aliviado.
RAU
El 18 de marzo Beethoven dicta una carta para Moscheles; su última carta:
820 / Con qué sentimientos he leído vuestra carta del 1 de marzo, es algo que no puedo expresar con palabras. Esta magnanimidad con la que la Sociedad Filarmónica casi se ha anticipado a mi ruego ha penetrado en lo más profundo de mi ser. Os ruego, pues, querido Moscheles, que seáis el medio por el que transmita a la Sociedad Filarmónica mi más profundo agradecimiento por sus atenciones especiales y por su socorro.
Decid a estos dignos señores que cuando Dios me devuelva la salud me esforzaré por demostrar con obras mis sentimientos de agradecimiento, y que me remitiré al criterio de la Sociedad para componer lo que ellos deseen. Sobre mi mesa hay toda una sinfonía iniciada, así como una nueva obertura [sobre el nombre de Bach], y también otra cosa. Respecto al concierto que la Sociedad Filarmónica ha decidido dar en mi beneficio, ruego a la Sociedad que no abandone este proyecto. En pocas palabras, me esforzaré por realizar todos los deseos de la Sociedad, y nunca me habré puesto ante una obra con tanto amor como en este caso. Que el cielo me devuelva tan sólo la salud, y demostraré a los generosos ingleses cuánto sé apreciar el interés que se toman por mi triste Destino.
Me he visto obligado a hacer uso inmediatamente de la suma completa de mil florines de moneda convencional, pues me encontraba justamente en la desagradable situación de tener que aceptar dinero.
Vuestra noble conducta será inolvidable para mí; enviaré muy pronto a sir Smart y al señor Stumpff mi particular agradecimiento. Os ruego que enviéis a la Sociedad Filarmónica la Novena Sinfonía metronomizada. Las indicaciones van adjuntas.
Vuestro amigo, que os aprecia mucho,
BEETHOVEN
Un nuevo despertar de vida, de esperanza, de alegría, anima a Beethoven durante algunos días. El 24 de marzo, Schindler envía con un poco de retraso la carta a Moscheles y la acompaña con una carta larga suya, en la que dice:
821 / Tres días después de haber recibido vuestra carta [si situamos la primera visita de Rau el 15 y la segunda el 16, como parece indicar la carta de Rau a M. el 17, se trata del 18 de marzo] se mostró sobreexcitado y reclamó de nuevo los borradores de su Décima Sinfonía, de la que me habla mucho. La reserva formalmente para la Sociedad Filarmónica. Tal y como esta obra está tomando forma actualmente en su fantasía de enfermo, sería una monstruosidad musical.
SCHINDLER
Schindler, que confesará más tarde no entender nada de los últimos Cuartetos y que llamará a la Cavatina del 13.º «el monstruo de la música de cámara», habría hecho mejor ahorrándonos su apreciación personal, diciéndonos las frases exactas de Beethoven y poniendo todo su cuidado en recoger algunas hojas más de los borradores de la Décima Sinfonía de los que él ha publicado. Más tarde, en su «Introducción» a su biografía, dice hablando de estos últimos días:
822 / Él quería vivir, porque tenía todavía muchas cosas que crear, que nadie más que él tenía la fuerza de realizar. Su imaginación, sobreexcitada como pocas veces lo había estado en los tiempos en que disfrutaba de su mejor salud, le llevaba a través del espacio, soñaba con viajes, hacía planes de grandes obras…
SCHINDLER
En su carta del 24 de marzo a Moscheles, Schindler proseguía en estos términos su relato:
823 / Penas e inquietudes han desaparecido de golpe. Decía muy animado: «¡Ahora podemos permitirnos vivir bien!». No quedaban en la caja más que 340 florines papel y nos limitábamos desde hacía tiempo al buey hervido y a las legumbres, que tanto le disgustaban. Al día siguiente, un viernes [el 16 de marzo], se hizo servir un festín de pescado, su plato preferido. – Su alegría por la noble actuación de la Sociedad Filarmónica se expresaba de forma infantil. Ha habido que comprarle uno de estos grandes sillones de abuelo, que costaba 30 florines; se arrellana en él una media hora al día, mientras hacen su cama.
SCHINDLER
Posiblemente en estos días –18 ó 19 de marzo– es cuando Beethoven recibe posiblemente la visita de Schubert. Pero lo bueno dura poco. Después de algunos días de falsa mejoría, la carrera hacia la muerte empieza. El 20 de marzo, Hummel y Hiller hacen una tercera visita a Beethoven. Esta vez la mujer de Hummel les acompaña.
824 / Estaba extremadamente débil y hablaba con escasa voz y con frases entrecortadas. «Pronto daré el salto», murmuró después de que le hubiéramos saludado. Repetía a menudo frases como ésta; pero también hablaba de sus proyectos, de sus esperanzas, que, ¡ay!, no se iban a realizar. Hablando del noble gesto de la Sociedad Filarmónica de Londres, elogiaba a los ingleses, y pensaba emprender viaje a Londres cuando se sintiera mejor. Decía: «Voy a componer para ellos una gran obertura y una gran sinfonía». Después quería devolverle la visita a la señora Hummel y partir a no se sabe dónde. No se nos ocurrió escribirle nada. La última vez que le habíamos visto, sus ojos eran todavía vivos; pero esta vez, en algunos momentos, tenía dificultades para fijarlos.
HILLER
Durante los dos días siguientes, el estado de Beethoven sigue empeorando. El viernes 23 de marzo por la mañana, Wawruch decide advertirle de que se aproxima su fin.
825 / Tomando las mayores precauciones, escribí sobre una hoja de papel algunas líneas de advertencia. Beethoven las leyó con un dominio sobre sí mismo ejemplar, con lentitud y reflexión; su rostro se transfiguró. Me tendió grave y cordialmente la mano y me dijo: «¡Haga llamar al cura!». Después se calló y, pensativo, me hizo una señal con la cabeza, diciéndome amistosamente: «Os volveré a ver pronto». Poco después Beethoven se confesó, con esa piadosa resignación que te conduce hasta la eternidad sin temor, y dirigiéndose a los amigos que le rodeaban: «¡Plaudite, amici, finita est comoedia!».
WAWRUCH
Holz, que se encuentra allí, se encarga de ir a buscar a un sacerdote, y a la mañana siguiente, 24 de marzo, Beethoven recibe los sacramentos. ¿Es en este momento o es la víspera, después de la marcha de Wawruch, cuando pronuncia la célebre frase, tomada de Octavio Augusto moribundo: «Amigos, aplaudid, la comedia ha terminado»? Una gran controversia se ha desatado sobre esto, como si el sentido entero de la vida de Beethoven dependiera de ello. Aunque la cuestión no nos parece que tenga grandes consecuencias, señalemos los principales testimonios: Wawruch y Anselm Hüttenbrenner dicen que Beethoven pronunció «Finita est comoedia» después de la marcha del sacerdote. Gerhard von Breuning protesta con indignación:
826 / Recuerdo perfectamente que mi padre, Schindler y yo estábamos presentes cuando pronunció estas palabras, y las dijo intencionadamente, a su modo sarcástico y humorístico, como dando a entender: «Todo esto no sirve de nada, ¡se acabó vuestro latín de médico y la vida…!».
GERHARD VON BREUNING
En cuanto a Schindler, en dos documentos diferentes, da una doble versión. En su carta del 24 de marzo a Moscheles escribe:
827 / Siente aproximarse su fin, porque ayer [el 23, después de la visita de Wawruch] nos ha dicho a Breuning y a mí mismo: «Plaudite, amici, comoedia finita est». Los últimos días han sido de nuevo muy importantes; va al encuentro de la muerte con una cordura socrática y una perfecta serenidad del alma.
SCHINDLER
Pero menos de tres semanas después escribe, el 12 de abril, a Schott, de Maguncia:
828 / Teníamos todavía un ardiente deseo, el de reconciliarle con el cielo, para demostrar al mundo que había terminado su vida como un verdadero cristiano. El médico se dirigió a él por escrito, rogándole en nombre de los amigos que se dejase administrar [sic] los últimos sacramentos, a lo que respondió muy respetuosamente: «Ich wills» [yo quiero] […]. El sacerdote vino hacia el mediodía y la ceremonia se desarrolló de una forma verdaderamente edificante [mit wahrer Erbauung], y entonces solamente pareció creer en su próximo fin, pues apenas el cura se hubo marchado nos dijo a mí y al joven Breuning: «Plaudite, amici, comoedia finita est! ¿No he dicho siempre que esto ocurriría así?».
SCHINDLER
Nos equivocaríamos concediendo a esta frase una significación religiosa o antirreligiosa definitiva. Ante la variedad de testimonios, pensamos que lo más probable es que Beethoven repitiera muchas veces esta frase, como lo hizo a menudo con expresiones o citas con las que estaba encariñado. Lo dijo al marcharse Wawruch y lo volvió a decir al marcharse el cura, y cada una de las veces no fue ni una declaración antimédica ni una declaración anticlerical; era en el conjunto de la vida, en el conjunto de su vida, en lo que pensaba. Diez años antes, en el momento más desesperado de su existencia, había escrito a Zmeskall, el 21 de agosto de 1817: «¡Gracias a Dios, la comedia va a terminar pronto!».
Beethoven llega a su fin. El 24 por la mañana se le han administrado los sacramentos, pero la víspera, la tarde del 23, tuvo lugar una emocionante escena. Schindler, Johann y Breuning, después de haberse reunido, decidieron hacerle firmar cierto número de papeles, entre ellos un codicilo a su testamento.
829 / Mi padre, Johann y Schindler hicieron comprender al enfermo, casi siempre amodorrado, que tenía que firmar unos papeles; colocaron unos cojines para poder acomodar su cuerpo lo mejor posible, y mientras mi padre ponía en su mano la pluma mojada en la tinta, le fueron pasando los documentos uno por uno. El moribundo, cuya escritura era de ordinario muy clara, casi lapidaria, escribió entonces, con mano temblorosa y una gran dificultad, las sucintas líneas que mi padre le había preparado.
GERHARD VON BREUNING
830 / Mi primo [sic] Karl debe ser mi único heredero; el capital de mi herencia [Beethoven ha escrito Nachlalasses por Nachlasses] debe, por tanto, volver a sus herederos naturales o testamentarios.
Viena, 23 de marzo de 1827.
LUDWIG VAN BEETHOVEN
831 / Cuando Beethoven hubo terminado, dijo: «¡Ya está, ahora no escribiré nada más!» – Nos sorprendimos mucho al ver que había cambiado las palabras «descendientes legítimos» por «herederos naturales»7.
SCHINDLER
832 / Schindler quería hacerle firmar el manuscrito original de Fidelio, que Beethoven le había entregado unos días antes; pero el esfuerzo que había hecho para firmar los documentos anteriores había fatigado tanto al enfermo, y el momento era tan doloroso, que la emoción y la piedad le hicieron renunciar.
GERHARD VON BREUNING
El 23 de marzo, antes o después de esta fatiga suprema, Hummel hizo una última visita a Beethoven.
833 / Agotado, yacente y quejumbroso, suspiraba débilmente. Ninguna palabra salía de sus labios. El sudor cubría su frente. Como no tenía su pañuelo a mano, la señora Hummel cogió su fino pañuelo de batista y le secó varias veces el rostro. Nunca olvidaré la mirada de agradecimiento de sus apagados ojos.
HILLER
El 24 de marzo, sin duda por la mañana, Schindler escribe a Moscheles la larga carta de la que ya hemos citado varios fragmentos, y añade:
834 / Sus caprichos son siempre temibles y siempre dirigidos a mí, ya que no quiere a nadie que no sea yo cerca de su lado. ¿Qué remedio me queda más que sacrificar mis lecciones y dedicarle todo mi tiempo? […]. Aunque lo hago de todo corazón, ¡esto dura verdaderamente demasiado tiempo [sic] para un pobre diablo como yo!
¡En fin!, ¡esperemos que todo se arregle de nuevo para mí! Mientras tenga buena salud […]. Con lo que quede de los mil florines le haremos un entierro discreto en Döbling, por donde tanto le gustaba pasearse. Después habrá que pagar el alquiler durante seis meses más –y otros muchos gastos, los médicos, etc.–, de forma que los mil florines llegarán muy justos.
SCHINDLER
El sacerdote había ido hacia el mediodía y se había marchado una hora después. En este momento llega el vino del Rin que Schott enviaba en respuesta a la petición de Beethoven del 22 de febrero. Había varias botellas de Rüdesheimer8 de 1806 y algunas botellas de un vino aromático…
835 / El ordenanza del consejero Von Breuning entró en la habitación con la caja de vinos y bebidas enviada por vos. Era la una menos cuarto. Coloqué las dos botellas de Rüdesheimer sobre la mesa que había cerca de su cama. Las miró y dijo: «¡Lástima! ¡Lástima!… ¡Demasiado tarde!». Fueron sus últimas palabras. Inmediatamente después entró en la agonía y no pudo articular nada más.
Al anochecer perdió la consciencia y empezó a delirar […]. Era terrible ver esa agonía, pues su naturaleza, y sobre todo su pecho, era de un vigor extraordinario. Siguió tomando de vuestro Rüdesheimer por cucharadas hasta el final.
SCHINDLER
(Carta a Schott del 12 de abril de 1827)
Probablemente al terminar el día es cuando el cantante Lablache, que había ido a pedir noticias, entró en la habitación. Beethoven delira. Lablache oye exclamaciones ininteligibles, y de pronto estas palabras:
El 25 de marzo, Beethoven ya no delira; está en el estertor de la agonía; en el coma.
837 / El vigor de su organismo y de sus pulmones intactos libran una batalla de gigante con la muerte, que abre brecha en la muralla. Enviado sin recursos a las fuerzas de la destrucción, privado de todo auxilio espiritual por parte del mundo, el héroe no se rendía.
GERHARD VON BREUNING
Sin ningún otro recurso, sin ningún otro mensaje que estas pocas gotas de vino, del Vater Rhein, que ha venido hasta él para sostener al más fiel y más revolucionario de sus hijos. En la casa vecina donde se ha hecho llevar, Zmeskall, paralítico, sigue como puede el drama que se va a desatar. Envía noticias a Teresa von Brunsvik: «Nuestro Beethoven lucha con la muerte».
838 / Su estertor se oía desde lejos. Estaba totalmente inconsciente […]. El 25 de marzo se podía esperar su muerte durante la noche. Pero el 26 le encontraron aún con vida, con estertores aún más fuertes que el día anterior. [La tarde del lunes 26 de marzo] mi padre, Schindler, el hermano Johann y yo rodeamos el lecho. Pudimos observar que el estertor disminuía insensiblemente.
GERHARD VON BREUNING
Éste fue el momento elegido por el hermano Johann para intentar apoderarse del resto de los mil florines enviados de Londres y de algunos papeles. Indignados, Breuning y Schindler le pusieron en la puerta. Hacia las 15 horas llegan Anselm Hüttenbrenner y su amigo el joven pintor Teltscher. Teltscher empezó a dibujar un bosquejo del moribundo; Breuning, nervioso, protesta, y Teltscher se va… «Profundamente emocionado por la larga duración de la agonía –dice Gerhard– y pensando en las númerosas disposiciones que hay que tomar inmediatamente después de la muerte de Beethoven», Breuning y Schindler decidieron ir a elegir el lugar de la sepultura al cementerio de Währing, y abandonan a la vez el lecho de la agonía. Gerhard von Breuning, el «Ariel» de los días felices, se queda solo en la habitación con Anselm Hüttenbrenner.
839 / Entre las cuatro y las cinco [de la tarde], espesas nubes se formaron por todas partes, oscureciendo el día cada vez más. De repente, una formidable tempestad estalló, acompañada de una tormenta de nieve y granizo. Como en la Quinta Sinfonía, donde nos complacemos en reconocer «al Destino que llama a la puerta», el cielo parece querer dar al universo, por medio de la voz de los gigantescos timbales, la señal del hecho terrible que iba a golpear al mundo. A las cinco y cuarto vinieron a llamarme para tomar mi lección. Había que esperar la muerte de Beethoven de un momento a otro. Dirigí al moribundo un último adiós: su respiración era imperceptible. No llevaba más de media hora en casa cuando la sirvienta vino a comunicarnos la muerte, ocurrida a las cinco horas y tres cuartos.
GERHARD VON BREUNING
840 / Beethoven yacía sin conocimiento, en los últimos estertores de la agonía. Hacia las cinco retumbó un trueno. Al mismo tiempo, un relámpago iluminaba la habitación (delante de la casa el suelo estaba cubierto de nieve). Ante este fenómeno tan extraordinario, que a mí mismo me impresionó violentamente, Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha, y con el puño crispado, el aspecto feroz y amenazante, fijó durante unos segundos su mirada en lo alto, como si hubiera querido decir: «¡Poderes enemigos, yo os desafío! ¡Dios está conmigo!». O como si estuviera dispuesto a gritar, como un valiente jefe que arrastra a sus tropas: «Valor, soldados!, ¡adelante! ¡Confianza! ¡La victoria es nuestra!».
Cuando su mano cayó sobre el lecho, sus ojos estaban semivelados. Mi mano derecha levantó su cabeza, mi mano izquierda se apoyaba en su pecho. Ningún soplo salía de sus labios, el corazón había dejado de latir. Le cerré los ojos, sobre los que deposité un beso, y otro sobre la frente, la boca, las manos…
ANSELM HÜTTENBRENNER
No vemos ninguna razón para infligir a nuestros lectores el relato detallado y pomposo del cortejo fúnebre de Beethoven. Hemos recogido con la mayor alegría la más pequeña demostración de amistad y de ternura que recibiera; poco nos importan los homenajes póstumos, de los que él no supo ya nada.
Por el contrario, nos parece indispensable decir algunas palabras respecto a la suerte que corrieron los papeles y los manuscritos dejados por Beethoven. Sólo se entierra a los cadáveres; la menor nota, la menor palabra dejada por Beethoven sigue inmortalmente viva: ¿qué se ha hecho de ellas?
Beethoven no llevaba muerto más que veinticuatro horas cuando, el 27 de marzo por la mañana, sus próximos empiezan a disputárselo.
Alrededor de la cama, Johann, Breuning y Schindler buscan el dinero de las famosas acciones de banca destinadas a Karl: no se encuentra nada. Feliz por poder tomarse la revancha de la víspera, Johann acusa a los otros dos de ser unos ladrones. Trastornado, Breuning tiene la idea de llamar al más íntimo confidente de los últimos años: Holz. Éste llega y les enseña enseguida el mecanismo del cajón secreto donde Beethoven guardaba sus tesoros. En este escondrijo estaban las famosas acciones, el Testamento de Heiligenstadt, la carta a la «amada inmortal» y dos retratos de mujer10.
Una vez encontrado el dinero, se detiene la búsqueda. Sabemos que Beethoven carecía de orden y que el conjunto de sus papeles constituía un revoltijo indescriptible. Se deja todo como estaba. Karl, retenido en su regimiento, no puede viajar a Viena. Johann no entiende nada y se desinteresa. Lo más asombroso: el abogado Bach, administrador de la herencia, ni siquiera asiste a los inventarios. Schindler disponía: ponía la mano sobre los Cuadernos de Conversación (hemos visto ya todo lo que hizo), elegía algunos papeles y dejaba el resto; más ansioso por disfrutar de su título de «amigo de Beethoven» que por asumir los deberes.
Más concienzudo, Breuning pensaba recopilar en un libro todos sus recuerdos sobre Beethoven y poner en orden los documentos diseminados. Pero, honrado hasta la exageración, no quería tocar nada en ausencia de los otros, y los otros nunca estaban allí. Breuning había sido siempre de salud frágil; muy afectado por la muerte de Beethoven, muy alterado por el cansancio y las discusiones de los últimos meses, decayó rápidamente y murió el 4 de junio de 1827, apenas dos meses y medio después que su amigo. Con él desaparece un testigo irreemplazable de la vida de Beethoven, y al mismo tiempo un hombre que habría velado con cuidado por las reliquias del muerto.
Desde el día en que Breuning cae en cama hasta mediados de agosto, durante tres largos meses, nadie vigila el apartamento deshabitado de la Schwarzspanierhaus; las puertas no estaban ni siquiera cerradas con llave. El 16 de agosto se deciden por fin a hacer un inventario. La comisión judicial pertinente establece la siguiente comprobación: «Los objetos bajo sello judicial han sido transportados varias veces de una a otra de las cinco estancias por manos malintencionadas o inexpertas; por fin, han sido amontonados en una pila de millares de hojas sueltas en la última habitación. Ninguna de las páginas estaba numerada ni señalizada: a casi todo le faltaba el título».
¿Manos malintencionadas o inexpertas? ¿De dónde puede provenir una intervención malévola? ¿Quién podría tener interés en dispersar o en robar los papeles del muerto? Ningún biógrafo, que nosotros sepamos, se ha planteado la cuestión seriamente.
Además, algunas semanas más tarde, cuando hay que desocupar con prisa el apartamento, alquilado a un nuevo inquilino, se procede a la venta apresurada (financieramente deplorable) de los papeles y los libros de Beethoven. En este momento la policía interviene y se apodera de tres libros, cuya venta prohíbe: Paseos en Siracusa, de Seuma; Sobre la nobleza, de Kotzebue, y Opiniones sobre la religión y la denominación clerical (Kirchentum), de Fessler.
Dado todo lo que sabemos, por una parte, sobre las costumbres de la policía de Metternich y, por otra, sobre la desconfianza de esta policía hacia Beethoven, nos preguntamos si no es a ella a quien habría que imputar la intervención malintencionada que sugiere el texto de la relación del inventario. La policía vigila a Beethoven en vida y tenemos la prueba de que no deja de interesarse por él después de muerto.
Por deliberada intervención, por torpeza, por negligencia, una parte de los documentos más preciosos de Beethoven está irremediablemente perdida para nosotros.
Por las mismas razones, muchos de los que habían podido hablar se han callado. Hemos dicho ya que Rochlitz, Holz y Bernard habían renunciado sucesivamente a escribir sus recuerdos. Hecho también notable: los que se decidieron a hacerlo lo hicieron demasiado tarde.
Once años después de la muerte de Beethoven no había aparecido aún nada sobre él, sólo una pequeña biografía fantástica y sin información seria de un tal Schlosser11 y las pocas anécdotas de Seyfried. Este largo silencio alrededor de un hombre tan célebre, cuya vida ofrecía una materia tan rica para escribir algún libro de éxito, tiene algo de extraño. Y será roto sólo en 1838 por dos extraños a Viena y al mundo vienés: Wegeler y Ries, en su deseo de protestar contra la imagen que Seyfried daba de Beethoven. Hasta 1840 Schindler no se decide a su vez, pero sólo para protestar contra Ries. ¿Por qué esta larga espera?
Queremos llamar la atención sobre estos datos, que en nuestra opinión han sido olvidados o descuidados. Se nos preguntará quizá: ¿a qué conclusión han llegado? No hemos llegado a ninguna; no tenemos intención ni de denunciar una maquinación tenebrosa y largamente urdida ni de montar una hipótesis precisa. Estamos convencidos de que muchos datos sobre diversos aspectos de la vida de Beethoven han sido escamoteados, camuflados, abandonados hasta que la realidad de las pruebas desapareciese.
Sólo pensamos que este trabajo de erosión y de deformación se ha seguido según un plan y unos objetivos conscientes y determinados; en la mayoría de los casos se ha buscado más esconder un hecho que retocar un cuadro de conjunto. Simplemente nuestra convicción nos ha conducido a buscar con un cuidado más grande en los documentos que nos quedan los indicios de estos aspectos escamoteados, camuflados y descuidados de la personalidad de Beethoven. Y al hacerlo hemos dado cuenta del gran silencio y de los pequeños silencios de tantos testigos, así como del auto de fe realizado por Schindler.