Capítulo 84

Mis preparativos para esta boda no podrían ser más distintos: la última vez, no había revista para novias conocida por la mujer a la que no me hubiese suscrito como mínimo con un año y medio de antelación. Visité todas las tiendas de novias del noroeste de Inglaterra —e incluso una o dos más allá— solo para encontrar el par de zapatos perfecto. Asistí a docenas de desfiles para novias, rastreé internet sin descanso en busca de motivos decorativos innovadores para las mesas y me probé más tiaras que la Reina.

El plazo del que disponemos ahora implica que todo debe ser discreto. Pero no solo eso. Algo ha cambiado en mi interior. Ni siquiera puedo pararme a mirar en una tienda de novias. Quizá me he vuelto una cínica. Quizá una parte de mí ha decidido no caer en la exageración, por si acaso Jason decide no presentarse otra vez.

Por cierto, no creo que se dé el caso.

De hecho, estoy segura de que no. Pero aun así, es una posibilidad que sin duda me está afectando. Probablemente ese sea el motivo de que haya roto mi promesa de no dejar que se me llene la cabeza de ideas sobre Ryan. ¡Arrg! ¡Ya estamos otra vez!

Salgo en dirección a Coast, una de mis tiendas favoritas de Metquarter, y rebusco entre los percheros. Queda un día y medio para que me case y todavía no sé qué me voy a poner. No estoy preocupada, de todas formas. A la vista de cómo se están desarrollando las cosas, no es importante. Como alguien que se gastó el sueldo de un mes y medio en un modelito de seda de cola larga que llevó puesto aproximadamente una hora y veinte minutos, creo que estoy cualificada para valorarlo.

De lo que estoy segura es que, esta vez, no me voy a decantar por un vestido de boda tradicional. Quiero algo que refleje el tono del casamiento. Sencillo. Nada recargado. Algo que te costaría asociar con una boda.

Cuando lo hablé con Trudie la semana pasada, ambas coincidimos en que un traje elegante y sofisticado, quizá en color crema, iría de maravilla. Sin embargo, se me había olvidado de que, una vez que te has imaginado una prenda en tu cabeza, es imposible encontrarla.

Tengo la sensación de llevar horas por el centro y no estoy más cerca de encontrar algo apropiado. Cojo un vestido sin tirantes y lo examino. Precioso, pero no es lo que estoy buscando.

Veinticinco minutos antes de que cierren las tiendas decido cortar por lo sano y volver a un sitio en el que ya he estado antes. En lugar de comprar «el elegido», voy a comprar el que más se acerca a «el elegido», por así decirlo. No es perfecto, pero está bien. Y está de rebajas, cosa que me hace sentir mejor.

Casada por los pelos
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