Capítulo 67

Cierro la puerta principal con cuidado mientras me pregunto si Ryan seguirá levantado, pero no escucho nada. Siento una punzada de decepción. Me arrastro escaleras arriba, observo que ha apagado la luz y comprendo que debo dirigirme hacia mi propia habitación. O sea, no estoy desesperada, ¿verdad? Desde luego que puedo pasarme una noche sin acurrucarme junto a Ryan ni recorrer la curva de su espalda con mis dedos. Además, es la oportunidad perfecta para poner en práctica mi nuevo tratamiento de belleza. Me he prometido seguirlo a rajatabla desde que ayer rellenara un cuestionario de una revista y descubriera que mi dejadez en este aspecto me está condenando a que se me quede la cara de Dot Cotton cuando cumpla los treinta y cinco.

Voy al baño con el propósito de limpiarme todo el maquillaje y luego aplicarme una loción suave y clínicamente probada (que se parece sospechosamente a un bote de agua tintada), hidratarme la cara, cepillarme los dientes con pasta blanqueadora y prepararme para una noche de sueño reparador.

A la mierda.

Entro en la habitación de Ryan, me desnudo y me deslizo dentro de la cama junto a él, buscando el calor de su piel. Rodeo su torso con el brazo y apoyo la mejilla contra 11 cuello.

Su olor, tan limpio y atractivo que es una pena que no lo puedan embotellar, activa la circulación de la sangre en todo mi cuerpo, y de repente me veo presionando mis caderas contra él. Se revuelve y se gira hacia mí, medio dormido; me estrecha con fuerza y envuelve mis piernas con las suyas.

—Has vuelto —susurra. Su boca está tan cerca que puedo percibir la pasta de dientes en su aliento.

—No quería despertarte —respondo, acariciándole la cara con el pulgar.

—Sí, sí —murmura mientras me besa despacio.

—Bueno, ya lo he hecho. —Sonrío. Nuestros cuerpos se desplazan para enfrentarse con un ritmo lento.

—Oye, no me quejo. —Me besa en una mejilla y despierta mariposas en toda mi piel.

—¿No?

Sus dedos se deslizan por mi espalda e irradian calor. Me acaricia la oreja con sus labios.

—Desde luego que no.

Hacemos el amor hasta por la mañana; lo suficientemente tarde como para acercarnos peligrosamente a la hora en la que se tienen que despertar los niños.

Nos vestimos despacio, entre besos. Mientras Ryan se pone la camiseta, sin pensarlo saco un tema que me he estado planteando muchas veces últimamente.

—Nunca hablas de tu mujer —digo suavemente.

Ryan se detiene, con la camiseta a medio poner, y yo me pregunto si ha sido un error mencionar la cuestión. Le miro a los ojos con ansiedad.

—Lo sé. —Termina de ponerse la camiseta y se sienta en la cama junto a mí—. Nunca pensé que fuera uno de esos tipos que no pueden expresar sus sentimientos. Pero creo que he demostrado con creces que, desde que Amy murió, eso es exactamente lo que soy.

Hace una pausa.

—Puede que te ayude hablar de ella de vez en cuando sugiero, pero conforme las palabras salen de mi boca, me doy cuenta de lo hipócrita que soy. Yo no he hablado de Jason —ni de mi boda cancelada— con nadie. No de forma apropiada, al menos. Aun así, de alguna manera me parece distinto, como si esto fuera otra liga. Todo por lo que ha pasado Ryan deja mis problemas en un segundo plano.

Ryan asiente, como si se creyera lo que le estoy diciendo. Simplemente no sabe cómo hacerlo. Luego se levanta y camina hasta la ventana, de espaldas a mí.

—Nos conocimos justo al terminar la universidad —dice con un tono neutro—. Yo tonteaba con todas. Nunca encontré nadie que quisiera ir en serio conmigo. Luego conocí a Amy y todo cambió.

—¿Cómo era ella? —pregunto.

Se da la vuelta lentamente, se apoya en el alféizar de la ventana y sonríe, como si se viera transportado a otro tiempo, a otro lugar.

—Inteligente. Divertida. Sincera. No me habría pasado ni una —dice riéndose.

—¿No? —Sonrío.

—Ajá. —Mueve la cabeza con cariño—. Cómo era yo cuando me conociste, el desastre que estaba hecho... Ella lo habría odiado. Me habría dicho «Por Dios bendito, Ryan, compórtate. Aféitate y deja de actuar como un capullo».

—No seas tan duro contigo —le digo—. Has pasado por mucho. No mucha gente tiene que enfrentarse a quedarse viudo con dos hijos.

—No lo llevé bien —insiste—. Desde el primer momento. No lo llevé bien en absoluto.

No digo nada.

Cuando recibí la llamada diciendo que estaba en el hospital, que había tenido un accidente de tráfico, yo... —Hace una pausa para ordenar sus pensamientos—. Es difícil describir lo que sentía. Simplemente no podía asimilarlo. No conseguía asimilarlo, no me lo podía creer. Solo iba de camino a recoger a su amiga Keely, a menos de ocho kilómetros de aquí. Iban a ir de tiendas y yo estaba cuidando de los niños. Samuel todavía era muy pequeño y... bueno, ya sabes lo exigentes que son los bebés con sus madres. Se suponía que esa iba a ser su tarde libre.

—¿Y qué pasó? —pregunto.

Cierra los ojos y deja escapar un largo suspiro.

—Fue una colisión frontal con un tipo que venía de atracar un 7-Eleven. Iba conduciendo como un loco, dobló una esquina sin mirar y, básicamente, acabó en el parabrisas del coche de Amy.

—¿Él sobrevivió? —pregunto.

—No. Y mejor así, porque si no lo habría matado.

Me muerdo el labio.

—Lo siento —dice, bajando la vista.

—Nadie te puede culpar por sentirte así.

—En cualquier caso —continúa—, no recuerdo mucho de cuando llegué al hospital, excepto que gritaba y chillaba como un lunático; exigía saber por qué los médicos no hacían nada más para salvarla. En realidad, murió al instante. No podrían haber hecho nada.

—¿Y dónde estaban Samuel y Ruby mientras tanto?

—Keely, la amiga de Amy, vino a cuidar de ellos. Pensándolo con el tiempo, se portó de maravilla. Ella fue la que tuvo que decirle a Ruby lo que había pasado. Yo estaba... demasiado ido. Y lo peor de todo es que, ahora, ya casi nunca la veo. Una vez me saludó con la mano cuando me vio al otro lado de la calle, por la ciudad, pero me alejé de ella todo lo rápido que pude. Supongo que eso es un detalle más que habría que sumar a mi actitud general desde que pasó todo aquello. Fingir que nunca había ocurrido.

—Por eso no hay fotos de Amy.

Arruga la nariz.

—Es estúpido... simple... Pero el caso es que me hace demasiado daño mirarla, hablar sobre ella, pensar en ella. Así que supongo que, sin ni siquiera saberlo, decidí hace tiempo que no iba a hacer nada de eso. Sé que eso no es bueno para los niños y probablemente tampoco sea muy bueno para mí.

—Ahora estás hablando de ella —señalo.

—Sí, lo estoy. —Hace una pausa—. Y, en realidad, no me siento mal. Bien, incluso.

Sonrío.

—¿Sabes? —continúa, volviéndose de nuevo hacia la ventana—. Creo que Amy te habría aprobado, Zoe.

—¿De verdad? —digo desconcertada.

—Sí —responde—. Lo habría hecho.

De repente, esa afirmación me provoca pánico, sobre si habré malinterpretado lo que Ryan espera de esta relación. Quiero decir: sí, me gusta mucho. Y, vale, pasar el tiempo con él desde luego supera lo de deprimirme en la habitación de invitados de mi madre.

Pero no es Jason.

Levanto la vista de nuevo hacia él y me digo que estoy imaginándome cosas. Me ha abierto su corazón porque había llegado el momento para él. Está avanzando... Haría lo mismo con cualquiera. No, esto sigue siendo más que una nada una aventura, tanto para él como para mí.

De repente, el crujido de la puerta corta el hilo de mis pensamientos. Los rizos rubios despeinados de Samuel aparecen como si fueran la bola de un helado de vainilla.

¿Zo-eee? —murmura soñoliento—. Quiero Cheerios. Por favor.

Ryan avanza hasta el, lo coge y le da un enorme abrazo.

—Zoe y yo bajamos en seguida, machote, y te preparamos algo, ¿vale? Ha venido a hablar conmigo de una cosa.

Mientras bajo las escaleras, voy pensando en cuándo debería pasarme por casa de Trudie para verla. Justo en ese momento, me suena el teléfono para anunciarme la llegada de un nuevo mensaje de texto.

No comprs sombrero tvía, criño —dice—. Boda cancelada.

Casada por los pelos
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml