Capítulo 43
Ritchie no se aclara con Felicity. Puede que sea porque mientras que la mayoría de los hombres se fijan en su aspecto —en lugar de en sus entrañables pero indudables excentricidades—, él está tan enamorado de Trudie que eso no tiene ningún efecto sobre él. El resultado es que, cada dos por tres, se le puede ver observándola fijamente como si le faltaran más tornillos que a un armario con defectos de fábrica.
—¿Sabes, Ritchie? —declara Felicity con su habitual jovialidad—. Yo no digo que el acento americano equivalga necesariamente a una pronunciación incorrecta. Muchos americanos hablan inglés perfectamente, como... mmm... Bueno, el caso es que no se trata del acento. Es mucho más que eso.
—Ajá. —Sonríe Ritchie con un gesto tolerante—. Chicas, ¿queréis otra birra?
—¿Por qué no? —dice Amber, que lleva una falda con estampado de cachemira y tanta joyería étnica que parece Mr. T en Woodstock—. Yo quiero una Budweiser.
—¿Los cienciólogos pueden beber? —pregunta Trudie.
—Mmm, creo que sí —masculla Amber, mirando fijamente la botella que acaba de tumbar—. Aunque, ahora que lo mencionas, no estoy segura. Bueno, da igual. Tampoco me iba muy bien, de todas formas.
—¿Por qué no? —pregunto—. No me lo digas: Tom Cruise todavía no se ha pasado por la iglesia.
—Eso también me jodería a mí —añade Trudie.
—No se trataba de subirse al carro de los lamosos, ¿sabéis? —dice Amber inocentemente—. Estaba buscando la plenitud espiritual.
—Te estamos tomando el pelo, tesoro —dice Trudie, rodeándola cariñosamente con el brazo—. De todas formas, es curioso que menciones lo de la plenitud espiritual, porque conozco a un especialista en eso mismo... y acaba de entrar por la puerta.
Antes de que Amber pueda protestar, Felicity ya está saludando con la mano como si quisiera parar un taxi en Nochevieja.
—¡Oh, reverendo! ¡Reverendo, siéntese con nosotros!
—Hola chicos. —El reverendo Paul sonríe conforme se acerca a nosotros—. ¿Cómo estáis todos?
—Estamos genial —dice Trudie—, aunque no esperábamos encontrarlo aquí. ¿Los sábados por la noche no debería pasarlos rezando?
Se ríe.
—He quedado con un viejo amigo de fuera de la ciudad, así que creo que Dios me lo perdonará. Solo por esta vez.
—¿Le pido algo, reverendo? —dice Ritchie, retirando el brazo de la cintura de Trudie y desenterrando su dinero del bolsillo.
—Oh, gracias —responde Paul—. Un zumo de naranja.
—¿No prefiere algo más fuerte?
—Bueno, ¿por qué no? Me has convencido.
Trudie le da un codazo a Amber.
Esto se pone prometedor —susurra, mientras las mejillas de Amber se vuelven de un rojo violento—. Puede que consigas emborracharlo y seducirlo.