Capítulo 46
Cuando Ryan saca el cuerpecito lánguido de Samuel del lago, hay tanta adrenalina corriendo por mis venas que estoy mareada.
—No sé hacer la reanimación —farfulla desesperadamente.
Trago saliva. Nunca he hecho esto antes. No con un niño de verdad. La formación que me dieron en mis estudios consistía básicamente en hacerle la reanimación boca-a-boca una muñeca que debía contar con una gelatina gigante entre sus ancestros. No un niño de verdad. No Samuel.
—Yo sí. —Aparto a Ryan de en medio.
Parece como si todo pasara a cámara lenta, como si yo fuese un robot, colocando a Samuel en la posición adecuada y deseando desesperadamente acordarme de cómo se hacía correctamente. Kristie sigue gritando histérica que solo se dio la vuelta para contestar al teléfono. Ruby está detrás de mí, sollozando; su bicicleta, abandonada junto al mantel del picnic. Ryan es el único que no hace ningún sonido. Está de rodillas a mi lado, con una cara tan pálida que parece sobrenatural.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —su voz suena tan aflijida la por el miedo que casi no la reconozco.
—Creo... creo que sí —respondo.
Pero no lo sé.
Lo único que sé es que probablemente soy la mejor esperanza de Samuel.
Dios, por favor, haz que funcione.
Coloco una mano temblorosa en la frente de Samuel y la otra en su barbilla para levantarla. Luego me inclino e intento escuchar su respiración. Pero, incluso con los llantos de fondo, me convenzo de que no hay nada que escuchar. Su pecho no se mueve.
Presa del pánico, miro dentro de la boca y pego mis labios a los suyos, recordándome que debo centrarme en la situación, no debo distraerme, debo mantener la calma.
Solo que no puedo y me tiembla todo el cuerpo y estoy sudando como un heroinómano en rehabilitación.
Cuento hasta cinco tras empezar el boca-a-boca, apartando de mi cabeza cualquier otro pensamiento que no sean los que implica mi tarea. Me retiro y compruebo el pulso, mientras rezo por notar algo. Pero sigue sin haber nada.
Dios, por favor, ayúdame. Dios, por favor, ayuda a Samuel.
Intento ponerme en modo automático; hago todo lo que puedo por estar tranquila. Pero no sirve: el pánico se está apoderando de mí y mis temblores se han vuelto tan fuertes que casi no puedo sostenerme yo misma para hacer el boca-a-boca.
—No dejes que se muera, Zoe —susurra Ryan—. Por favor, no dejes que se muera.
Las palabras de Ryan se arremolinan en mi cabeza. Ruby está llorando. Kristie gime. Y Samuel, impávido, agoniza en silencio.
Dios Todopoderoso. Dame fuerzas para hacer esto. Por favor. Dios. Por favor.
Respiro profundamente y cierro los ojos.
Puedo hacerlo, ¿verdad?
Puedo hacerlo.
¡ZOE, PUEDES HACERLO!
No sé cómo ni por qué, pero de repente todo el ruido que hay a mi alrededor se apaga.
¡ZOE, PUEDES HACERLO!
Me inclino hacia delante y vuelvo a empezar el boca-aboca. Después de cinco respiraciones, me retiro y compruebo el pulso de Samuel. Le pongo los dedos en la tráquea, pero sigo sin sentir nada. Pruebo un poco más abajo —puede que no los tenga en el sitio correcto.
¡ZOE, NO VAS A DEJARLO MORIR!
Otra vez, respiro profundamente y me inclino para colocar de nuevo mi boca en la de Samuel.
Una respiración.
Dos respiraciones.
Tres respiraciones...
Súbitamente, el pecho de Samuel se eleva. Me retiro sorprendida, pasmada, asombrada, mientras su carita se crispa de vuelta a la vida.
El agua sale a borbotones de su boca. Tose desenfrenadamente.
Y luego llora. Llora, llora y llora.
Es el sonido más bonito que he escuchado en mi vida.