Capítulo 77

Cuando atravieso la puerta de llegadas del aeropuerto de Manchester, examino los alrededores en busca de Jason. Han pasado meses desde la última vez que lo vi, pero sé que no habrá cambiado. Mi corazón se acelera mientras miro a mi alrededor, desesperada por localizar su familiar silueta, su pelo oscuro y esa sonrisa capaz de ganarse a cualquiera.

Es solo que resulta difícil ver a través de este mar de gente y, mientras mis ojos se lanzan de una persona a otra, me empieza a entrar el pánico. ¿Por qué demonios no está aquí? Sabía a qué terminal llegaba, ¿verdad? ¡Espero que no me haya dejado plantada! Dios, no sé si podría soportarlo...

Revuelvo mi equipaje buscando el teléfono, pero, de repente, veo una mano agitándose a través de la multitud. Una voz me llama por mi nombre. Alguien viene lanzado hacia mí.

Solo que no es Jason.

—¡Zo-eee! ¡Estamos aquí! —Mamá se abre paso a codazos entre la multitud con esa táctica de guerrilla que normalmente reserva para las rebajas de enero—, ¡Zo-eee! ¡Aquí! —Extiende sus brazos abiertos y se impulsa hacia mí con la tuerza de una melé de rugby—, ¡Mi niñita! ¡Mi niñita! ¡Lo que te he echado de menos!

Papá espera nervioso tras de ella, con los brazos cargados con sus pertenencias, incluido lo que parece ser un bolso nuevo, un paraguas goteando, el abrigo de Whistles y las llaves del coche Mi madre ha engordado un poco desde la última vez que la vi, pero en general se la ve tan lustrosa como siempre.

—Hola, cariño —dice mi padre alegremente. Intenta darme un beso en la mejilla pero mamá vuelve a adelantarse.

—Oh —vocea, apretándome tan fuerte que siento peligrar mis órganos vitales—. Cuánto te he echado de menos.

—Lo siento, ¿pueden apartarse por favor? —interrumpe un miembro del personal del aeropuerto que en realidad no parece sentirlo en absoluto—. Aquí están bloqueando el camino de acceso.

Mamá me suelta, al menos por el momento, me engancha del brazo y me arrastra hasta la caja del aparcamiento.

—Tenemos un montón de cosas que organizar, pero no tienes que preocuparte por nada. Ya te he hecho la cama, así que... —se detiene un segundo—. Gordon, ¿qué haces? Coge el equipaje de Zoe, por Dios bendito.

—No, no pasa nada, de verdad —insisto. La maleta sola bastaría para que a papá se le pusiera la espalda como a una muía con exceso de carga.

—No seas ridícula, Zoe —dice mi madre endilgándosela a mi padre, a quien casi le fallan las rodillas—. Después de un vuelo tan largo debes de estar con el jet-log.

Jet-lag— corrige papá, asomando la cabeza por encima del abrigo de mamá.

—¿Qué?

—Digo, que querrás decir jet-lag.

—Bueno. —Sonríe mamá, haciendo caso omiso—. La de cosas que tenemos que organizar. Lo hablaremos tranquilamente cuando lleguemos a casa. Primero tienes que descansar. Pero no tienes de qué preocuparte, porque ya hemos empezado a hacer una lista.

Ya estoy en la parte de atrás del Opel Vectra de papá, en mitad de la M62, y todavía no he podido intercalar una sola palabra entre el parloteo de mamá. Es tan incesante que parecería que la están patrocinando.

—¿Cómo que habéis venido a recogerme? —pregunto.

—Jason, claro —dice mamá alegremente—. Quería venir él, pero tenía que ir a una reunión. Una muy importante; si no, habría venido. Además, de todas formas no estábamos muy ocupados.

Mientras avanzamos despacio por la lenta cola de la autopista, limpio la humedad condensada de la ventana con la manga y miro al exterior. Casi no se ve nada por culpa de la llovizna, pero todo parece tan frío y gris que es como ver una tele portátil de hace cincuenta años.

—¿Cómo te encuentras, mamá? —pregunto.

—Mmm... No estoy mal. Nada mal, ahora —dice con una sonrisa radiante.

—Bien. Entonces, ¿qué te pasaba que no podías contarme por teléfono?

Se para un segundo.

—No te preocupes ahora de eso. Hablaremos después. Vamos a concentrarnos en una sola cosa cada vez, ¿vale?

—Bueno.

—Bien —dice mamá—. No sé si he hecho lo correcto, pero le he dejado hoy un mensaje a Anita, de la guardería, para preguntarle si tu antiguo trabajo seguía disponible. Por supuesto, a lo mejor ahora quieres buscar algo un poco mejor. Toda esa experiencia que has cogido en América tiene que valer de algo.

Papá pone Radio 2 justo cuando Terry Wogan presenta una canción de Coldplay. Mamá la vuelve a apagar.

Jason se pasará en cuanto pueda escaparse del trabajo continúa, girándose para sonreírme—. ¿Sabes? Estoy encantada de que os hayáis reconciliado. Sabía que estabais hechos el uno para el otro.

Hay algo que no va bien. Hay algo que definitivamente no va bien.

—¿Pasa algo, cariño? —pregunta mamá.

—No lo sé —murmuro—. Supongo que estoy sorprendida por tu reacción. Con lo de Jason, quiero decir.

—¿Por qué dices eso? —dice con voz entrecortada.

—La semana pasada pensabas que era el demonio en persona —señalo—. Me daba miedo decirte que había aceptado quedar con él porque... bueno, me imaginé que pensarías que me estaba equivocando. Ya sabes, después de lo que pasó con la boda y todo eso.

De refilón, veo la cara de mi padre por el espejo retrovisor. No dice nada. No me hace falta nada más para saber que eso es exactamente lo que él piensa.

—Oh, Zoe, sería una falta de respeto tomar eso como punto de partida, ¿verdad? —Mamá se ríe y le da un codazo a papá—. Quiero decir, tal vez si no hubiese dado esos pasos tan drásticos para demostrar que esta vez va en serio, yo sería escéptica, pero ahora no podemos tener dudas sobre sus motivaciones.

—No —murmuro de nuevo, aunque notablemente incómoda.

—Ahora que ha reservado la oficina del registro y todo eso.

Por un instante, me pregunto si lo he escuchado bien, si acaba de decir lo que creo que acaba de decir. Pero, mientras lo reproduzco de nuevo en mi mente —y me convenzo de que así ha sido—, me doy cuenta de que llevo quince segundos sin respirar.

—Y estoy segura de que esta vez va ir hasta el final —continúa—. Una ceremonia breve y bonita. Solo unos cuantos. Esta vez nada a lo grande. Sí, va a estar bien. Va a ser preciosa.

Intento tragar saliva, pero es como si se me hubiera cerrado la garganta.

—¿Qué te ha dicho exactamente? —consigo decir.

—Zoe, por Dios bendito —dice chasqueando la lengua—. Nos abrió su corazón y nos lo contó todo. Que estáis juntos otra vez. Que os vais a casar en el registro... Porque esa vieja iglesia y toda esa gente lo asustaron la última vez. Ah, y que será el jueves, dentro de dos semanas.

De repente, siento como si el último bocado del sofrito del avión me subiera de nuevo por el esófago.

—Vale.

—Oh, lo siento, tesoro —dice mamá—. Probablemente no te ha dicho que nos iba a contar vuestro secreto, ¿no? Bueno, no te preocupes, no vamos a decir ni media palabra. Solo lo sabemos tu padre y yo, y solo nos lo dijo porque sabía que, de otra forma, nunca nos habríamos creído su intento de reconciliación.

—Mmm.

—¿Todo bien, cariño? —pregunta papá.

—Oh, Zoe —interrumpe mamá, antes de darme la oportunidad de responder—. No estés tan sorprendida. Como te he dicho, será nuestro pequeño secreto. Jason nos dijo lo importante que era que no se lo dijésemos a nadie, y no lo haremos. Ni siquiera se lo he dicho a Desy, por Dios bendito.

—Y eso sí que es una novedad —añade papá.

Casada por los pelos
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