Capítulo 56

Es la una de la mañana. Estoy embriagada de vida. Bueno, vale, y de una cantidad considerable de vino tinto.

Esta noche, a la luz cada vez más tenue de una lámpara de aceite, Ryan y yo hemos hablado de muchas cosas, desde si merece la pena leer Crimen y castigo de Dostoievski (me asegura que sí), hasta si el fútbol es el deporte rey en todo el mundo (me asegura que no). Hemos hablado de si la mayoría de la gente sigue creyendo en el matrimonio y de si el Botox es una buena idea o no. Hemos debatido si los británicos tienen más cosas en común con los americanos o con el resto de europeos y hemos especulado sobre si Ruby será presidenta (una de sus últimas ambiciones) o Hannah Montana (la más reciente).

Hemos hablado sobre la infancia de Ryan en Michigan y sobre la mía en Liverpool, los dos veranos que pasó viajando (primero a Oriente y luego a Oceanía) y el fin de semana que yo pasé en Barcelona.

—Venga, misteriosa Zoe —pregunta mientras llena las copas—, ¿Cuál es tu gran historia de amor? ¿Qué pasa exactamente contigo y tus novios, amantes y demás personas significativas?

—No soy misteriosa.

—Vamos —dice mientras levanta una ceja—. ¿Qué otra cosa podía traer a una chica joven, guapa y brillante a esta mitad del planeta?

Estoy desconcertada.

—¿Qué pasa? —dice preocupado—. ¿He dicho algo que no debía?—¿Piensas que soy guapa? —pregunto, tras lo que me maldigo inmediatamente.

La luz que juguetea en la cara de Ryan lo hace abrumadoramente perfecto. Sus ojos son como dos pozos profundos y transparentes, y sus facciones tan marcadas contrastan con la suavidad de su boca. Solo hay que mirarlo para que mi pregunta suene ridícula. Pero aun así, frunce el ceño.

—Por supuesto que eres guapa, Zoe.

No me doy cuenta de lo fuerte que me late el corazón hasta que nuestras miradas se cruzan. El calor se extiende por mi sangre, todo el vino que he tomado hierve por mi cuerpo y soy incapaz de concentrarme en nada que no sea el contorno de su cara.

Con un hormigueo incesante por todo el cuerpo, lo siguiente que recuerdo es que Ryan está más cerca de mí que hace un segundo. Extiende el brazo y coge mi nuca. Me lleva hacia él y sigo su movimiento de buena gana. En un momento, su mejilla está junto a la mía, nuestras pieles rozándose, y su aliento me susurra al oído.

—Por supuesto que eres guapa —murmura.

Abro los ojos y de repente empiezan a arremolinarse pensamientos en mi cabeza. Pensamientos sanos, sensatos, de antes de tragarme dos litros de Zinfandel16.

Es mi jefe, por el amor de Dios. Mi jefe.

Esto está mal, lo mires por donde lo mires.

Mal, mal, mal.

Pero, antes de darme cuenta, pasa algo que no podría haber evitado incluso aunque quisiera. Además, en este preciso momento, no quiero.

Los labios de Ryan acarician los míos y me transmiten descargas eléctricas. Cuando nos fundimos el uno en el otro, me dejo llevar por su sabor y por su tacto; estoy tan aturdida por el deseo como por el vino. Sus dedos recorren mi espalda y encienden pequeños fuegos artificiales en mi piel, y sus labios acarician mi cuello, dejando tras de sí un ligero pero delicioso rastro de humedad. Me rodea con sus brazos. Es increíble lo que transmiten. Es increíble lo que siento. Y aun así...

—Ryan, yo... —suelto sin aliento—. No sé si deberíamos hacer esto. —No era mi intención que sonara tan cursi como suena.

Sus ojos están tan llenos de deseo que me atraviesan con otra descarga.

—Lo sé —contesta.

Tiro de él hacia mí.

Casada por los pelos
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