Capítulo 74

Me vuelvo a la casa a buscar a los niños, tan desorientada por todo lo que he escuchado en la última hora que me siento como si me hubiese caído de un tiovivo.

Tan dolida y herida... como lo estoy yo.

Una cosa está clara. Después del 14 de abril, el día de mi boda, ya he tenido suficiente de ese tipo de cosas como para que me dure hasta las Navidades del 2080, gracias. ¿Es posible que me haya dejado arrastrar a otra relación que anuncia problemas con tanta claridad que casi parece que tuviera indicaciones luminosas?

No puede ser verdad, obviamente. Se supone que Ryan es una distracción de mis penas, un breve alivio, no otro problema.

Dios. Puede que sea una de esas mujeres raras e inadaptadas que siempre acaban con chicos malos, que viven del drama de que las usen y abusen de ellas.

Nunca había pensado que me pudiera gustar que me usaran y que abusaran de mí. Siempre había pensado en el hombre de mis sueños como alguien que me bañara de amor y besos y que bajara siempre la tapa del inodoro. Pero puede ser que no.

A lo mejor es un patrón de comportamiento que estoy creando. Primero, Jason me deja plantada en el altar y, ahora, a Ryan solo le interesa divertirse y va disparado como una flecha a partirme el corazón. Pero cómo puede romperme el corazón si es solo una aventura, ¿no? Dios, esa palabra me pone enferma.

Irrumpo en la entrada y observo a Ryan con Barbara King, que le ha estado dando al vino caliente casi con la misma devoción que su marido.

La veo soltar su vaso, tirarlo sobre la mesa que tiene a su espalda y rodear a Ryan con sus brazos como si fuera una fan en celo que no ha olido un cromosoma Y desde 1904.

Cuando le quita el sombrero de vaquero y le susurra a la oreja, no puedo evitar pensar que es un gesto que algunos considerarían demasiado amistoso. De hecho, no podría ser más amistoso ni aunque le acariciara los mofletes con las manos.

Abro los ojos de par en par cuando Barbara, quizá sin darse cuenta de que puede haber alguien mirando, aunque, probablemente tampoco le importe, baja la mano hasta el trasero de Ryan y sus dedos de manicura perfecta aprietan una de sus nalgas como si fuera su particular pelota antiestrés para ejecutivos. A continuación, se pone de puntillas y le besa en la oreja.

Se me encoge el pecho. No quiero seguir viendo esto.

Me apresuro hasta el salón en busca de Trudie, desesperada por encontrar a alguien con quien desahogarme, Pero cuando llego, veo que tiene otras cosas en mente.

—¡Zoe, Zoe! —grita Ruby, dando saltos— ¡Trudie se va a casar y yo voy a llevarle las flores!

Trudie se suelta de la mano de Ritchie y extiende sus dedos hacia mí. Luce un delicado anillo de diamantes que sigue siendo precioso, a pesar de que le tiembla tanto la mano que es como si estuviera sufriendo turbulencias.

—¿Es... es verdad?

Los ojos de Trudie están bañados en lágrimas y, aunque intenta hablar, los labios le tiemblan tanto que no la dejan.

—Sí, es verdad —responde Ritchie por ella—. He encontrado a la mujer más maravillosa del mundo. No voy a dejarla escapar.

—De verdad que no te importa lo de... —empieza ella.

—Sh —susurra él, estrechando su mano—. Siempre podemos adoptar.

Con el rímel corrido, Trudie sonríe con tantas ganas que parece que fuera a desmayarse.

—Así se hace —digo abrazándola, mientras mis propios ojos se llenan otra vez de lágrimas—. Así se hace, maldita sea.

—Gracias, cariño —murmura, separándose—. Pero ¿estás bien, Zoe? Sigues teniendo mala cara después de la caída.

Seguro que soy una pésima amiga por decir esto, pero, a pesar de la fantástica noticia de Trudie, el resto de la noche se hace eterno. Insoportable.

Cuando finalmente nos deshacemos del último invitado y acostamos a unos sobrexcitados y exhaustos Ruby y Samuel, Ryan intenta rodearme con sus brazos, pero me retuerzo.

—¿Todo bien? —pregunta preocupado.

—Sí —digo con desdén—. Solo estoy hecha polvo, eso es todo. ¿Te importa si ayudo a limpiar mañana y me voy directa a la cama?

—Claro que no —dice, con un atisbo de decepción en sus ojos.

Cuando llego a mi habitación, abro la ventana y un chorro de aire frío me golpea las mejillas como si estuviera en medio de la trayectoria de un cañón de nieve. Me envuelvo en el edredón y me desplomo sobre la cama. Intento cerrar los ojos, pero estoy demasiado alterada para dormir.

De alguna forma, me habla convencido de que estar con Ryan me ayudaría a superar lo que ha pasado este año. Pero qué vacuo me parece eso ahora, qué inútil.

¿Quién querría tener una aventura con alguien que deja que Barbara King intime con su culo, y cuando se es solo una más en una larga lista de mujeres?

Me incorporo de nuevo y mis ojos se ven atraídos por algo que asoma por detrás de la cómoda. Me arrastro fuera de la cama y lo cojo. Es la revista OK! que compré en Inglaterra el día que me fui, hace tantos meses. La portada está llena de manchas de café, pero al hojear sus páginas arrugadas, me veo transportada a casa tan rápidamente como si alguien hubiese abierto una compuerta.

De repente, echo de menos estar en Woolton, planchando mi uniforme para el día siguiente en la guardería, asegurándome de meter un delantal para no manchármelo en la temporada de decoración navideña. Echo de menos darle un beso de buenas noches a Jason antes de subir las escaleras para acostarme y dejar que termine de ver El partido del día. Echo de menos correr las cortinas que nos hizo mamá y tirarme en la cama para leer un Jackie Collins hasta quedarme frita y revolverme solo un instante al sentir que Jason se desliza junto a mí.

De repente, siento tanta nostalgia que me duele.

Me expulsa de mis pensamientos un sonido que invade el silencio. Es mi móvil sonando.

Sospecho que es Trudie, que quiere hablar de su compromiso, pero no tengo el ánimo para escucharla ahora, de verdad que no. Me inclino para coger el teléfono y me pregunto si podría colgarle sin que lo note. Pero no es su número el que aparece en la pantalla.

Es el de Jason. Y, por una vez, no tengo ninguna duda sobre lo que voy a hacer.

Casada por los pelos
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