Capítulo 14
Supuse que Ryan estaría durmiendo la mona mientras yo vestía a los niños, llenaba el frigorífico con la mitad de las reservas del 7-Eleven de la zona y me aseguraba de que todo se quedara tan inmaculado como para que un paciente con trastorno obsesivo compulsivo pudiese cenar en el suelo.
Parece que no. A las diez y media escucho un portazo, seguido de pasos desbocados escaleras arriba.
—¿Es vuestro padre el que ha entrado? —pregunto.
—Ha ido a correr —me informa Ruby, orgullosa—. Corre mucho.
—Ah, bueno.
Estoy asombrada a regañadientes. De hecho, impresionada sería una palabra más adecuada. Después de la juerga de ayer, no me puedo creer que haya sido capaz de salir de la cama, no digamos de ir a correr.
—Corre veinticinco kilómetros todos los días —añade Ruby.
Quince minutos después —lo suficiente como para satisfacer mi misteriosa urgencia de salir corriendo hasta el baño y aplicarme una capa de rímel y pintalabios color carne—, Ryan entra en la cocina.
Huele a limpio que es una delicia y tiene el pelo tan mojado de la ducha que todavía gotea, humedeciendo la piel de su mandíbula ahora perfectamente afeitada. A pesar de eso, aún conserva su apariencia tosca y, obviamente, se ha puesto los primeros vaqueros que ha encontrado. Pero, en algún sentido, es tan seductor que me avergüenzo de estar en la misma sala. Tengo un arrebato paranoico sobre si mi sutil maquillaje está librando una batalla perdida contra mis ojeras; cuando me las vi hace un momento en el espejo eran de un color que bien podría describirse como «morado eclesiástico».
—¡Papi! —vocea Ruby, saltando y brincando a través de la cocina para abrazarle.
—¡Papi, papi, papi! —corea Samuel corriendo para unirse a ellos.
—¡Ey! ¿Qué hacéis vosotros dos, eh? —Les da un abrazo superficial, se los quita de en medio y coge el periódico (el mismo con el que casi me tropiezo al abrir la puerta principal).
—Eh... Buenos días —digo alegremente mientras me aparto el pelo.
Levanta la vista brevemente y, en el medio segundo que se cruzan nuestras miradas, me impresiona hasta qué punto se me acelera el pulso.
—¿Cómo te va? —Se sienta y examina la portada. No es un saludo especialmente entusiasta.
—¿Quieres café? —le pregunto, cogiendo la cafetera que acabo de hacer y llevándola a la mesa.
—Eh, genial —masculla Ryan mientras empieza a desarmar las secciones del periódico.
—Papi, hemos desayunado tostadas francesas —le dice Ruby alegremente.
—¿Ah, sí?
—Nos las ha preparado Zoe. Es una cocinera muy buena.
Me hincho de orgullo, y no solo porque parece que Ruby no ha tenido en cuenta que las suyas se me quemaron dos veces y que le rompí la última que se comió al ponérsela en el plato.
—Bien, cariño —murmura, pasando la página. Noto que sus manos no parecen las típicas de alguien que trabaja en una oficina, aunque había deducido por su conversación de ayer al teléfono que a eso es precisamente a lo que se dedica. Son manos grandes, bronceadas, acostumbradas a trabajar duro. Hay una vena que las cruza y que desearía recorrer con mis dedos.
Ryan le da un sorbo al café y pone esa cara que se les suele ver a los famosos cuando se enfrentan a pruebas en las que les hacen comer bichos en Find A Celebrity... GetMe Out Of Her9.
—Creo que me voy a decantar por el zumo —dice alargándome la taza.
Al cogerla, nuestros dedos se tocan y me atraviesa una corriente eléctrica que hace que me estremezca. Respiro hondo e intento controlarme.
—Entonces, ¿trabajas en la ciudad? —le pregunto con la esperanza de avivar algo parecido a una conversación.
—Sip —contesta pasando la página del periódico.
—¿A qué te dedicas? —pregunto.
Tarda un segundo en procesar que todavía le estoy hablando.
—Trabajo para una empresa internacional de ropa deportiva.
—Oooh —asiento con aprobación, deseando que se me ocurra un comentario más inteligente. No parece que importe, de todas formas, porque creo que no está escuchando—. Entonces, ¿eres comercial o algo así?
—Vicepresidente de comunicaciones.
—Eso suena... fascinante —añado, aunque no puedo evitar pensar que la comunicación no me ha parecido su punto fuerte hasta el momento—. ¿Tienes planes para hoy? Solo me hace falta sentarme contigo diez minutos para tratar un par de temas. Sobre la alimentación de los niños, qué actividades quieres que haga con ellos y, eh, mis días libres.
—Bueno, hoy tengo que ir a un sitio —responde sin pretender excusarse—. Estaré fuera la mayor parte del día, así que tendrá que esperar.
—Bien. Si tienes un minuto ahora...
—No tengo —dice abruptamente.
Me siento ridícula y herida por la brusquedad de su respuesta, además de enfurecida. ¿Tan poco razonable es pedirle un minuto?
—Papi— dice Ruby tanteando—, ¿no podemos hacer algo juntos hoy?
—Lo siento cariño, hoy no —responde, al menos con más compasión de la que mostró cuando se dirigía a mí.
—Pero papi...
—Venga, nada de peros —dice mientras suelta el periódico y la sube en su rodilla. Cuando ella lo rodea con su brazo parece diminuta en comparación con él.
—Pero te he hecho una tarjeta, papi. —Le entrega el collage con el que se ha pasado la última media hora, pegando trozos de pasta y arroz.
—Qué lindo —le dice, casi sin mirarlo. Entonces, como si le atravesara un rayo de culpabilidad, la atrae hacia sí y le da un beso en la cabeza. Cierra los ojos mientras respira el aroma de su pelo. Cuando los abre, su mirada es un poco más suave que antes, y lo que pretende ser una sonrisa alegre y reconfortante se queda en un gesto casi de melancolía.
—Haremos algo el fin de semana que viene, te lo prometo —murmura.
Samuel se ha acercado a su padre por un lado y trepa por su otra pierna. Ryan se ríe y le alborota el pelo.
—Bueno —dice finalmente, desembarazándose de los niños y levantándose. —Me tengo que ir, de verdad.
—Ouuu —dice Samuel, pero Ruby le agarra la mano y la aprieta, tal vez para evitar un berrinche. Entreveo su decepción mientras lo rodea con el brazo.
—Venga, Samuel —dice ella con tono autoritario mientras se lo lleva hasta el televisor y lo enciende.
Me pregunto si debería persuadirla para que lo apagase y siguiese dibujando, pero algo me impulsa a correr tras de Ryan.
Bueno, sé que cuestionar las decisiones de un padre no entra dentro de mis competencias, y que Anita, mi antigua jefa en Bumblebees, me habría echado tal bronca que me estarían pitando los oídos tres semanas.
Pero hay algo en la cara de Ruby que me incita a actuar. Además, puedo ser diplomática cuando quiero. Podría darle un par de lecciones a Kofi Annan. Todo lo que necesito es pensar en una forma sutil pero eficaz de sugerirle a Ryan que pase hoy un rato con sus niños.
—Eh, um —digo cuando le alcanzo en el vestíbulo.
Se da la vuelta y me da un vuelco el corazón.
—Eh, eso que tienes que hacer hoy —empiezo.
—¿Sí?
—Bueno, si hay algo que pueda hacer para ayudar... Así a lo mejor podrías pasar un rato con Ruby y Samuel. —Mi intención es parecer atenta y eficaz—. Parece que Ruby se muere por estar un rato contigo este fin de semana —continúo—, y si hay algo que yo pueda hacer para que tú... bueno...
Vale, no parezco tan persuasiva como esperaba.
Ryan respira hondo como si fuera un agente de la libertad condicional que se acabara de enterar de que alguien a su cargo ha incumplido otra condición para salir bajo fianza.
—No, nada.
—Es solo que...
—Mira —dice abruptamente—. Nos vamos a llevar muy bien si empezamos a entendernos.
—Vale. —Ya he empezado a desear que alguien me hubiese tapado la boca con cinta aislante antes de levantarme de la cama.
—Puede que hayas llegado a la conclusión de que soy un mal padre...
—¡Por Dios, no! —bramo, sintiendo cómo se me suben los colores—. No quería dar a entender...
—Y puede que lo sea. Aunque, tengo que decirlo, normalmente la gente tarda más de veinticuatro horas en llegar a esa conclusión.
—Pero yo...
—Así es como yo hago las cosas —continúa—, y eso no va a cambiar. ¿Vale?
El cuello y el pecho me arden como un incendio descontrolado en un bosque.
—Bien —consigo decir.
—Bueno. Porque no te he contratado para que opines. Te he contratado para que cuides de mis hijos.
Me cruzo de brazos, repentinamente desafiante.
—Bien —repito, sin apartar la mirada cuando sus ojos se fijan en los míos.
Después de un par de segundos, empieza a parecer que hemos comenzado una batalla de patio de colegio por ver quién es el último en parpadear. Pero no me voy a acobardar. Mi pulso sigue acelerándose, pero por una razón distinta a lo bien tallados que están sus rasgos. Ahora un pensamiento incontenible zumba en mi cabeza: puede que haya sentido compasión por este tío, puede que haya desarrollado una molesta obsesión hacia su estructura ósea, pero de ninguna maneara voy a dejar que me pisoteen. Ni él, ni nadie.
—Puedes hacer eso ¿verdad? —continúa, sin dejar de mirarme fijamente. ¿Puedes cuidar de mis hijos?
—Por supuesto —respondo con frialdad. Mis pupilas se dilatan y me niego a moverme.
—Bien. Ahora te sugiero que vuelvas ahí, te sirvas un vaso de agua y te sientes. —Me da la espalda y abre la puerta principal—. Porque se te ve un poco estresada.