Capítulo 41
Cuando me levanto a la mañana siguiente y miro el reloj, son más de las diez. Me incorporo y me froto los ojos.
El súbito desplazamiento del centro de gravedad de mi cabeza me hace sentirme como si me la hubieran golpeado varias veces con un bloque de hormigón. Pero esa no es la peor parte. Cuando me vienen a la cabeza los sucesos de anoche, siento auténticas ganas de vomitar. Otra vez.
Estoy segura de haber leído en alguna parte que una de las definiciones de alcohólico se refiere a personas que se arrepienten de lo que han hecho cuando estaban bebidas. Ese pensamiento es tan deprimente que me dan ganas de hacerme un ovillo en la cama y no volver a levantarme. Ya soy una fugitiva con bloqueo emocional, una neurótica obsesionada con unos bíceps y una fracasada en cuestión de dietas. No podría soportar ser también una alcohólica.
Me visto tan rápido como puedo, pero aun así me cuesta unos veinte minutos ponerme los vaqueros. Conforme bajo penosamente las escaleras, me golpean las imágenes de anoche. Mi asqueroso vestido. Jack el lakeland terrier. La sonrisa de Ryan en la conversación probablemente más exitosa que hemos tenido. Y Wonder Woman, para todo el que quiso mirar.
Tengo tanto pavor de encontrarme con Ryan que una parte de mí se siente tentada de correr de nuevo escaleras arriba, hacer las maletas y huir inmediatamente. Pero esa sería la opción de los débiles, y ya me he humillado tanto hasta el día de hoy que sé que no podría vivir conmigo misma si lo hiciera de nuevo.
Tengo pocos recuerdos de la vuelta a casa en coche de anoche, salvo que Ryan y yo estuvimos casi todo el tiempo en silencio, y que necesité toda la fuerza de voluntad que era capaz de aunar para no vomitar cada vez que doblábamos una esquina.
Abro la puerta de la cocina. Ryan está sentado enfrente de su portátil y los niños están pegados al televisor. No levanta la mirada.
—Buenos días —pruebo, pero no consigo mucho más que un gruñido de respuesta.
—¡Zoe! ¡Zoe! —grita Ruby, levantándose de un salto y abrazándome—. ¿Qué tal la cita?
Miro a Ryan, que se tensa visiblemente.
—No era una cita, cariño —consigo decir con mis embrutecidas cuerdas vocales—, Pero fue... interesante. Gracias.
—¿Podemos dibujar? Te voy a hacer un dibujo con tu bonito vestido.
—Vale —murmuro, arrastrándome hasta una de las sillas de la cocina y protegiéndome los ojos de la luz del sol que atraviesa las ventanas—. ¿Por qué no vas y coges los lápices?
Cuando Ruby se escabulle de la cocina, me giro hacia Ryan, con la cabeza gacha, en silencio.
—Gracias por recoger a los niños de casa de Barbara —digo.
—Ajá —responde.
Me miro las manos y me quito una escama de esmalte suelta.
—Lo siento, Ryan —digo en voz baja, con el corazón encogido por el miedo.
Tarda un segundo en responder.
—No te preocupes —dice llanamente, sin apartar los ojos de la pantalla.
—Me sentiría fatal si te hubiera, ya sabes... avergonzado. O decepcionado... O lo que sea —continúo—. Quiero decir, sé que lo he hecho. Y me siento terriblemente mal por eso. De verdad.
Esta vez no responde. El silencio es insoportable.
Vuelvo a respirar hondo.
—Si quieres echarme, lo entenderé. No tardaría mucho en reservar un vuelo y...
—Zoe —me interrumpe finalmente, levantando la mirada del ordenador—, si quisiera echarte lo habría hecho hace mucho. Y no.
Siento una oleada de felicidad, seguida al instante por una oleada de náuseas.
—Gracias —murmuro.
—Solo que no pienso volver a llevarte a una de esas cenas —continúa.
Bajo la vista, avergonzada.
—Al menos no sin antes mandarte a que te compres una ropa interior más apropiada.
Querido Ryan:
Siempre has caminado un poco por el lado travieso de la vida —y sabes que, en parte, eso es lo que me gusta de ti. Pero ahora estás siendo un poco más travieso de la cuenta. Mis últimas cartas estaban pensadas como una rama de olivo, una oportunidad para que comprendieras lo equivocado de tu actitud. No estaban pensadas para que las ignorases. Por eso estoy muy decepcionada al ver que aparentemente eso es justo lo que has hecho.
Déjame recordarte algo, Ryan, algo que es muy importante para mí, si no lo es para ti. Nos hemos acostado juntos. Varias veces. No soy del tipo de personas que se va acostando con la gente —varias veces— y luego va a por otro. Lo que tuvimos significó algo. Algo grande. Y dejarlo pasar no es una opción —no para mí, al menos.
Dejemos a un lado cómo me siento; centrémonos en ti, Ryan. Yo traje luz a tu vida —sé que lo hice— de una forma que no habías experimentado desde la muerte de Amy. Soy tu salvación, Ryan. Solo tienes que despertar y darte cuenta. Darme una oportunidad. Tú y yo tenemos un verdadero futuro juntos. En el fondo, sabes que es verdad.
Por último, y lo más importante, Ryan, no me ignores. Otra vez no.
Tuya por siempre
Juliet
Besos
Esta vez no he abierto la carta. Estaba entre la colada de Ryan, metida en uno de los bolsillos de sus Levi’s. Lo cual no es muy inteligente por su parte, ya que cualquiera podría haberla encontrado. Bueno, cualquiera que husmease en sus pantalones, quiero decir. Pero, bueno, no es que yo quisiera husmear en sus pantalones.
Ha pasado una semana desde el incidente más humillante de mi vida adulta y las cosas siguen sin volver a la normalidad, sea lo que sea lo que eso signifique. Si tuviéramos como consejera a Denise Robertson de This Morning para afrontar la situación, sé que diría que Ryan y yo tenemos que trabajar duro y superar este incidente desafortunado. Que es lo que yo estoy intentando hacer. Pero no es fácil, teniendo en cuenta que Ryan está con uno de sus humores de perros.
Luego está la colada. Aunque Ryan saca todo el tiempo que haga falta para correr, trabajar y perseguir faldas, sigue sin poder hacerle hueco en su agenda a lavarse los calcetines. Después de la cena de la semana pasada, sin embargo, no me siento en posición de quejarme.
—¿Cómo va la vida en casa de los Miller? —pregunta Trudie.
Estamos en nuestra visita quincenal a lo que se ha convertido en nuestro bar favorito de Hope Falls, esperando a que lleguen las otras.
—Sería más divertido trabajar para Vlad el Empalador —le digo.
Esta noche, Trudie viste unos pantalones cortos estilo Dukes de Hazzard y un elegante top turquesa, ambos lo suficientemente pequeños como para ser incluidos en la colección de primavera de Mothercare para niños de cuatro años.
No habrá vuelto a las andadas, ¿no? —pregunta, ajustándose el Wonderbra para recolocarse los pechos—.Venga, desembucha.
No es nada en particular suspiro—. Es solo que me las he ingeniado para empeorar aún más su permanente mal humor.
—Estoy segura de que no lo hace a propósito, cariño —me dice, en lo que imagino que es un intento de reconfortarme.
—Lo sé —concedo—. Pero, con todo lo egoísta que pueda sonar, hay una parte de mí a la que le da igual si lo hace a propósito o no. El caso es que vivir con él es una pesadilla.
—Puede que simplemente esté intentando ocultar el hecho de que le gustas.
Me río con incredulidad.
—Por favor, explícame la lógica retorcida de esa afirmación.
—Nunca he dicho que yo fuese lógica, cariño —dice sonriendo—, pero esa mujer de la cena dijo que le gustabas, ¿no? Bueno, yo estoy de acuerdo... Tengo esa sensación cada vez que te veo con él.
—Las dos estáis para el manicomio —insisto yo.
Sin embargo, una parte de mí agradece oír eso. A un nivel muy básico, la razón es que no quiero que Ryan me sustituya por una niñera más eficaz y sofisticada y me mande de vuelta al Reino Unido.
Pero sé que es más que eso. Sigue habiendo una parte primitiva de mí a la que no le deja de gustar Ryan, da igual lo mal que se porte. Y aunque sé que no es más que una forma retorcida de superar lo de Jason, no quiero que me guste alguien que no me soporta.
Vale, las pequeñas fantasías que de vez en cuando tengo con Ryan nunca se harán realidad, pero me gustaría pensar que, si lo hicieran, no se arrepentiría al instante. Y sí, me gustaría que Ryan pensase que soy atractiva. Hay veces que me mira de una forma que se me acelera el corazón. No tengo ni idea del verdadero significado de esas miradas, pero estaría bien saber que una fracción del escalo frío sexual que siento cada vez que él está en la habitación es recíproca.
—Seguramente, Ryan le diría algunas cosas positivas sobre mí a Matilda Levin para guardar las apariencias —le digo a Trudie.
—¿A qué te refieres?
—Yo no era su primera opción para esa noche —le explico—, Probablemente era su tropecientuagésima opción. Pero de ninguna manera querría que sus compañeros pensaran que le habían endosado una triste sustituía con un traje que no vale ni para limpiar ventanas. Así que obviamente me ensalzó un poco.
—Estás paranoica. El vestido era genial. ¡Ni se me ocurrió pensar que enseñaba mucho!
—Trudie, si me hubiese puesto una combinación transparente habría ido más recatada.
—Vale. Pero .me refería a antes de que enseñaras las bragas. Espero que te hubieras hecho la línea del bikini. —Suelta el brazo hacia atrás y se rasca la espalda con tal violencia que parecería que tuviese pulgas.
—¿Qué te pasa en la piel? —pregunto.
—Son estas cosas. —Se arranca un parche para dejar de fumar y lo tira al cenicero—. Son tan molestas. No solo porque me sigo muriendo por fumarme un pitillo cada vez que salgo de copas. Hace meses que lo dejé y la cerveza sigue sin saber igual sin un Benson & Hedges.
—Te acostumbrarás —le digo.
—Da igual; pero no me cambies de tema —dice—. No me puedo creer que Ryan sea tan malo.
—Tiene sus momentos, créeme —insisto.
Bueno, si es tan malo, ¿por qué sigues aquí?
De repente, me quedo sin palabras. La respuesta es tan sencilla y tan complicada a la vez... Estoy aquí porque me dejaron plantada. Estoy aquí porque estoy intentando recomponer mi corazón roto. Estoy aquí porque volver al Reino Unido significa nada más que penas.
No le he contado nada a Trudie sobre el día de mi boda, aunque nos hayamos hecho tan íntimas. Desde el primer momento decidí no contárselo a nadie de aquí; no porque quisiera hacerme la misteriosa, sino porque necesitaba un descanso de tanto hablar del tema. Y sé que no puedo revelarle a nadie que me dieron plantón y esperar que no me haga preguntas.
Aun así, sentada junto a Trudie esta noche, tengo una sensación diferente sobre la cuestión. No sé por qué, pero lo hago:
—¿Te puedo contar una cosa, Trudie?
—Claro, cariño. ¿Qué?
—No he hablado de esto desde que me fui de casa.
Frunce el ceño.
—Puedes hablarlo conmigo. Sabes que puedes.
Sonrío. Por primera vez en meses, sé que necesito a alguien con quien poder hablar, alguien con quien poder hablar de verdad. Alguien que me entienda. Y no hay muchas personas así. Respiro profundamente.
—Bueno, pasó una cosa que...
Casi no he empezado cuando una voz desde el otro lado del bar hace que me pare en seco.
—¿Dónde está mi niña?
Es Ritchie. Cuando Trudie se levanta de un salto, su cara se ilumina con tal felicidad que podrían darle acciones en Iluminaciones Blackpool.
—¡Hola, guapo! —grita, abalanzándose a sus brazos para que él la voltee sin importarle lo cerca que se quedan sus tacones de patear los taburetes del resto de la gente. Luego se besan —tan apasionadamente que casi no sé a dónde mirar— hasta que Ritchie se separa de ella.
—Hola, chica —me dice—. ¿Cómo va eso?
—Bien. —Sonrío—, Estupendo.
—Lo siento, cariño —dice Trudie, alisándose el pelo, que se le ha quedado como si se hubiese pasado varias horas revolcándose en un montón de heno—. ¿Qué estabas diciendo?
—Oh, nada. De verdad. Ritchie, ¿te traigo una cerveza?