Capítulo 45

Kristie es un tipo Cindy Crawford, con unos pómulos como alféizares y un cuerpo tan tonificado que debe de dedicarle siete horas al día a Glúteos de acero. Es despampanante, y no es difícil apreciar por qué a Ryan le parece atractiva. Los niños, por otra parte, muestran una actitud desdeñosa al segundo de conocerla.

—¿Cuáles son vuestras asignaturas favoritas en el colegio? —pregunta. Su tono de voz suena tan incómodo que casi se pueden oír chirridos de la tensión.

—Samuel es muy pequeño para ir al colegio —le informa Ruby de mal humor—. Solo tiene tres años.

—Oh. —Kristie tuerce la boca.

Estamos sentados en un banco del parque Common de Boston, después de un paseo en un bote con forma de cisne y de un picnic gigante.

Kristie solo ha comido dos hojas de rúcula y una galletita tostada con pinta de alimento para conejos sometidos a un tratamiento de inhibición del apetito. No puedo dejar de sentirme culpable al pensarlo, ahora que media pizza fría y varias bolsas de Doritos se asientan pesadamente en mi estómago, cuyas protuberancias he estado tratando de ocultar sin éxito cruzándome de brazos la mayor parte de la tarde.

Se me ocurre que si Jason y yo nos conociésemos ahora por primera vez, jamás se habría sentido atraído por mí. No es uno de esos hombres que aprecien a las mujeres con curvas. Aunque jamás mencionase nada si yo cogía algún kilo de más, estaba claro que prefería ver mi versión delgada. Sabe Dios lo que pensaría cuando viera lo mal que llevo la celulitis estos días.

—Bueno, ¿y tú qué? —continúa Kristie, intentando implicar a Ruby en algo parecido a una conversación.

Ella se encoge de hombros y no responde.

—Venga, Ruby —digo con voz persuasiva—. Cuéntale a Kristie lo mucho que te gustan las manualidades.

—Las manualidades, ¿eh? —dice Kristie, intentándolo de nuevo—, A mí también me gustaban las manualidades en el colegio. Pero de eso hace un montón de tiempo.

Ruby no dice nada.

—¿A que no sabes cuánto? —pregunta Kristie.

—¿Doscientos años? —dice Ruby traviesa, encogiéndose de hombros.

Le lanzo una mirada de desaprobación, Ryan se aguanta una sonrisa y Kristie claramente se queda con las ganas de estrangularla.

—No —responde, sonriendo con los dientes apretados—. No hace tanto, como seguro que sabes, ¿verdad?

—Kristie se ha traído un frisbee —anuncia Ryan, mientras se levanta y se sacude la hierba de los vaqueros—, ¿Queréis que juguemos? Venga, Ruby.

—El frisbee es una tontería —responde. Por suerte, Samuel no se muestra tan despectivo. Salta para unirse al juego.

—¡Yo juego, papi, yo juego!

—No estás siendo mala con Kristie, ¿verdad? —le pregunto a Ruby cuando ya no pueden oírnos.

—¡No! —protesta.

—Vale, no pasa nada —le digo—. Pero deberías darle una oportunidad.

—¿Por qué? —dice, haciendo mohines.

—Porque tu papá tiene que tener amigas —respondo, mientras ella trepa y se sube a mi rodilla—, Y tú deberías ser simpática con ellas.

—Ella no es su amiga —me dice, arrugando la nariz—. Es su novia. Es distinto.

—Es verdad —asiento—. Siento haber subestimado tus dotes de observación. Pero, Ruby, a tu papá le ayudaría a ser feliz tener la compañía de alguien como Kristie. Y no es tan malo tener una novia, ¿no?

—Sí, si es ella.

—Bueno —digo—. Yo creo que es muy simpática, de verdad. Y si a tu padre le gusta, pues...

—No me importaría que tuviese una novia si fueras tú.

El corazón se me para un segundo.

—Ruby, cariño, eso no va a pasar. Tu papá y yo solo somos amigos.

—Pero tú eres mucho más guapa que ella —dice.

—Bueno, no estoy yo muy segura... —Sonrío con modestia, decidida a no tomarme ese comentario como una trola descarada pensada para meterme la idea en la cabeza.

—Y papá nunca está de mal humor cuando tú estás cerca.

Sí, claro.

—Bueno, por lo menos no está tan de mal humor cuando tú estás cerca. De verdad —insiste Ruby, con los ojos abiertos de par en par.

Los otros se acercan brincando y Samuel se me tira encima, dispuesto a buscarse un sitio en mi rodilla.

—¡He jugado al frisbee, Zoe! —No podría estar más orgulloso de sí mismo ni aunque acabase de aprobar el examen de conducir.

—¡Lo sé! ¡Te he visto! Estás hecho todo un niño grande, ¿eh?

—No un niño pequeño —reitera seriamente.

—No, un niño grande, sin duda.

—Un niño muy grande —repite.

—Un niño muy, muy, muy, muy grande —le digo, besándolo mientras estalla en carcajadas.

Cuando levanto la vista, Kristie me está mirando como si yo fuera la mano derecha del jefe de la policía del Anticristo.

—Eh, y qué lista Kristie que os ha comprado un frisbee a cada uno, ¿verdad? —digo, en un endeble intento de distraerlos a todos y devolver a Kristie a la conversación. Pero Ruby no pica el anzuelo. Y, por desgracia, aunque se prolongan durante una hora, mis esfuerzos no parece que ayuden a mejorar la popularidad de Kristie.

El único respiro se produce cuando Ryan consigue finalmente convencer a Samuel de que vaya con Kristie a dar de comer a los patos, mientras Ruby se queda detrás montando en bici. Ryan y yo empezamos a recoger los restos del picnic. Es tal caos que parece que lo hubiese devorado una manada de ñus en una fiesta adolescente.

—¿Qué piensas? —pregunta Ryan—. De Kristie, quiero decir.

—Oh... Bueno, está bien —digo, mientras tiro un trozo de bizcocho medio regurgitado del plato de Samuel a una bolsa. No puedo evitar sentir una punzada de algo parecido a los celos con este tipo de preguntas—. Es simpática, quiero decir.

Ryan inspira por la nariz.

—¿Algo más?

—Es muy atractiva —le digo con sinceridad.

—Sí —dice—. Está bien.

Deja el picnic, se sienta, coge una ramita y empieza a pelarle la corteza con su navaja suiza. Se le tensan los músculos de los antebrazos. Intento parecer impasible.

—A lo que me refiero es... ¿Cómo crees que ha ido... con los niños?—pregunta.

Busco una forma de decirlo con diplomacia.

—Estoy segura de que le cogerán cariño. Más tarde o más temprano.

Ryan resopla.

—De verdad que vosotros los británicos sois maestros de la condescendencia, ¿eh?

—¿Qué quieres decir?

—Estoy segura de que le cogerán cariño —dice imitándome—. Esa es tu forma de decir que lo hace de culo con los niños y que la odian.

—Yo no he dicho eso. —El calor me sube por el cuello.

—No hacía falta.

Esto es lo peor que ha dicho Ryan en toda la semana o, incluso, desde que llegué aquí. Puede que solo sea la gota que colma el vaso. En cualquier caso, algo tiene que me dan ganas de aplastarle el plato de brownies despachurrados en la cabeza y decorarlo con una cereza.

—Ryan —digo, haciendo caso omiso a mi corazón, que ya va marcando ritmos a nivel de campeonato—. ¿Qué te pasa?

—¿Mmm?

—Digo, que qué te pasa.

Tengo la esperanza de que mi voz suene firme, pero las manos me tiemblan tanto que me siento tan firme como el pato Jemima.

—He venido hasta aquí, a pesar de que no he tenido un día libre desde Dios sabe cuándo —farfullo— y me he comportado como la acompañante perfecta, la diplomática perfecta. He hecho todo lo que he podido para que a Ruby le guste tu novia. Y, a pesar de todo eso, sigues atacándome.

Si Ryan está impresionado por este exabrupto, no lo demuestra.

—¿Me permites recordarte que trabajas para , Zoe? —señala.

—Si me trataras como a una empleada —me quejo— y no como a una esclava.

—Te pago, te doy un techo bajo el que vivir y a cambio se supone que tienes que trabajar para mí —responde—, ¿Qué tiene de malo?

—Nada —murmuro, recordándome a mí misma que necesito este trabajo—. Nada, de verdad. Es solo que... que...

—¿Solo que qué? —dice.

Me empiezan a temblar los labios sin control. Respiro hondo y recobro la compostura.

—Ryan, me dejo el culo en este trabajo. Y no me importa. Es solo que... Bueno, no puedo evitar desesperarme al ver que tú, jamás, dices «Eh, gracias, Zoe».

—¿Quieres que empiece a mandarte flores o algo?

—¡No! —grito frustrada.

—Entonces, ¿qué quieres?

—¡Quiero que dejes de ser un mamarracho asqueroso! —grito.

En cuanto lo digo, me atraviesan dos pensamientos opuestos: que se me ha ido la cabeza y que estoy haciendo lo correcto.

Porque, aunque siento lástima por Ryan —una lástima inconsolable—, parece como si nadie fuese capaz de decirle que no puede ir por ahí tratando a la gente como la trata.

Se levanta, y me doy cuenta inmediatamente de que he conseguido enfadarle.

—No tengo ni idea de lo que es un mamarracho —responde—, pero si lo soy, me importa una mierda.

—Pues debería importarte.

—¿Por qué?

—Porque tienes dos hijos maravillosos que te quieren y no se merecen un mamarracho de padre —le digo—. Se merecen a alguien que sea un buen modelo a seguir y un...

—¿Un buen modelo a seguir? —me interrumpe.

—Si, un buen modelo a seguir que...

—¿Quieres decir que no soy un buen modelo a seguir?

—¡Deja de poner en mi boca palabras que yo no he dicho!

De repente, me doy cuenta de que Ryan ya no me está escuchando. En lugar de eso, está mirando al lago, con la cara llena de confusión y ansiedad. Kristie corre hacia nosotros.

—¿Qué coño...? —empieza Ryan.

—¡El niño! —grita Kristie, histérica. ¡Se está ahogando!

Casada por los pelos
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml