A la Capitana Candy y a las mujeres que remontaron el vuelo
Fue uno de los momentos más conmovedores de mi vida. Me encontraba con mi bebé en una pequeña imprenta llamada La Gaviota, en la isla de Balboa, cuando escuché a las dos propietarias que murmuraban entre sí. Ayudaban a una señora a hacer fotocopias de un artículo y exclamaban una y otra vez, "Mira su fotografía. ¡Es tan bella!" No me quedó más remedio que acercarme a mirar.
El nombre de la persona que había llevado el artículo era Marilyn, y el artículo era sobre la primera mujer piloto norteamericana encargada de misiones aéreas durante la Segunda Guerra Mundial. Era tan atractiva como una estrella de cine.
"Estoy sorprendida", le dije a Marilyn. "Mi padre ha trabajado toda la vida para las aerolíneas, y jamás me dijo que había mujeres pilotos en la guerra. ¿Vive todavía?"
"No. Murió cuando se estrelló su B-25 en 1944. Tenía sólo diecinueve años". Los ojos de Marilyn se llenaron de lágrimas cuando nos contó esto.
Podía comprender su emoción. Aun cuando mi familia no ha perdido a nadie cercano en un accidente aéreo, parte del trabajo de mi padre era hablar con las familias de las víctimas de accidentes aéreos comerciales. Durante toda mi vida, hemos estado pegados al televisor cuando hay un accidente, rogando para que ninguna de las victimas fuera un conocido nuestro.
Marilyn continuó hablando del artículo. "Este es el poema que leyeron durante sus funerales en 1944. Se llama ‘Vuelo celestial’, y se convirtió en un símbolo para honrar a todas las mujeres pilotos. Siempre lo leen en sus funerales".
Estábamos conmovidas—y poco preparadas para lo que venía.
"Leyeron este poema en el funeral de mi hija".
Aguardamos en silencio hasta que Marilyn pudo continuar. Su hija era la Capitana Candalyn Kubeck—ella la llamaba Capitana Candy—la piloto que conducía el Valujet que se estrelló en los Everglades de la Florida. Había comenzado a volar cuando tenía sólo dieciséis años, y aun cuando su madre le había rogado una y otra vez que dejara ese trabajo. Candy se negaba a hacerlo. Le fascinaba volar, remontarse a los cielos, sentir la libertad del vuelo. En un momento dado, Marilyn dejó de oponerse y comenzó a apoyar la pasión de su hija.
Mientras la contemplaba a través de mis lágrimas, los recuerdos del episodio del Valujet me vinieron a la mente, e imaginaba el sufrimiento de esta pobre madre. La noticia de que los pilotos y todos los pasajeros habían muerto, los cientos de audiencias, semanas enteras de noticias sobre el accidente. En algún momento se culpó a su hija, pero la investigación posterior libró de toda responsabilidad a la Capitana Candy y a toda la tripulación. Luego pensé de nuevo en Marilyn, abandonada sin su hija—una madre que había tenido el valor y el coraje de permitir que su hija surcara a los cielos en pos de su sueño. ¿Qué podía decirle?
Apretando a mi bebé, sólo pude pensar en ofrecerle las mismas palabras de los recortes de periódico que Marilyn sostenía en su temblorosa mano:
Vuelo celestial
No está muerta—sólo vuela más alto,
Más alto de lo que jamás ha volado,
Y las limitaciones terrenales
Ya no la detendrán.
No hay topes de servicio
Ni límite de combustible.
Ya no hay anoxia
Ni cambio de motores.
Gracias a Dios volará ahora
A las alturas que sus ojos sondeaban,
Donde competirá con los cometas
Y sobre el arco iris planeará.
Porque ella es universal
Como el valor, la esperanza y el amor,
Y todas las emociones, dulces y libres,
De vasto y divino alcance.
Y comprender el destino del piloto
No es lo que ella teme
Sino la tristeza que deja tras de sí,
Nuestro dolor y nuestros lágrimas.
Sequen sus lágrimas,
todos sus seres queridos.
Sí, no está bien que se aflijan,
Pues ella preferiría vuestro valor.
Y desearía que creyeran que no ha muerto.
Deberían saber
Que sólo vuela más alto,
Más alto de lo que jamás ha volado.
Adiós a la Capitana Candy y todas esas otras mujeres que remontaron el vuelo y que jamás volvieron. Y gracias a todas las madres que les permitieron volar. No llegaron al estrellato, pero alcanzaron las estrellas.
Diana L. Chapman
Poema de Elizabeth MacKethan Magid