Instinto materno
Me encontraba casi al final de mi primer embarazo, obligada a guardar cama hasta el momento del parto. Después de haber estado a punto de sufrir un aborto, no deseábamos correr ningún riesgo. Mientras estaba en cama, no era mucho lo que podía hacer, excepto hablarle a mi bebé y disfrutar de sus movimientos. Me saludaba todas las mañanas a las nueve, como un reloj; se movía, bailaba por todas partes, encontraba un lugar cómodo para descansar, y luego se movía un poco más.
Dos semanas antes de la fecha en que debía nacer Angélica, me desperté y no sentí nada. Uno de mis libros sobre el embarazo decía que esto podía ocurrir, así que traté de relajarme. Encendí el televisor para ver las noticias y otros programas, pero a las diez de la mañana todavía no sentía al bebé, y me angustié mucho. Llamé al médico y me dijo que no me preocupara porque estas cosas sucedían todo el tiempo; que si después de ocho horas la situación no cambiaba, entonces sí nos preocuparíamos. Exactamente lo que decía el libro.
Y fue entonces cuando se despertó mi "instinto materno". No me importaba lo que dijeran los expertos— sabía que algo estaba mal. Llamé de nuevo al médico para decirle que me dirigía a su consultorio para poder escuchar los latidos del corazón del bebé. No me importaba que pensaran que mi reacción era exagerada. Confiaba en mi instinto.
Mi esposo salió del trabajo y se reunió conmigo cuando la enfermera estaba conectando el monitor a mi estómago. El pequeño corazón de mi bebé latía constante pero débilmente. Pero a las 11:30, ¡el ultrasonido mostró que su corazón era lo único que se movía!
Me llevaron de urgencia al hospital, en estado de shock, con órdenes del médico de que se me practicara de inmediato una cesárea. ¿Moriría mi bebé? Cuando llegamos al hospital, la enfermera nos llevó corriendo a admisiones. "¡La estábamos esperando!" La escena era como una de aquellas series de televisión sobre emergencias médicas. Cuando mi esposo estacionó el auto, yo me encontraba ya en una camilla, con un tubo intravenoso en el brazo, lista para la operación.
Durante la cirugía, me aferré a la mano de mi esposo como a una tabla de salvación—la de la vida de Angélica. El bebé salió azul. El médico le dio una palmada, dos ... de nuevo. Le rogué a Dios que no se la llevara. Y entonces soltó un gemido, el sonido más bello que he escuchado en mi vida. En medio de lágrimas, besamos a nuestra hija y le dimos la bienvenida a este mundo. Se había enredado en el cordón umbilical y, de no haber llamado cuando lo hice, la habríamos perdido.
¿Qué me hizo llamar? Fue el instinto materno, aquel sexto sentido que tenemos las madres. Me maravillé y agradecí que el instinto materno se hubiera despertado en mí antes de dar a luz y me hubiera indicado cómo actuar para salvar a mi hija.
En cuanto a mi querida Angélica, puedo decir que ella es una niña de diez años saludable y precoz, cuyo cuento predilecto es nada menos la historia del día en que nació.
Amy Hilliard-Jones