Carta de una madre a su hijo que empieza el jardín infantil
Querido Jorge:
Cuando tu hermano mayor, tu perrito y yo te acompañamos al colegio esta mañana, no tienes idea de cómo me sentía.
Estabas tan entusiasmado; habías empacado y desempacado los útiles escolares en tu morral docenas de veces.
Realmente echaré de menos aquellas mañanas de ocio cuando despedíamos a tus hermanos a la hora de irse al colegio. Yo solía sentarme a leer el periódico y tomarme un café, y tú coloreabas las tiras cómicas mientras mirabas Plaza Sésamo.
Por ser tú mi hijo menor, aprendí unas cuantas cosas antes de que llegaras. Descubrí que los días de la infancia que parecen eternos pasan muy rápido. En un abrir y cerrar de ojos, tus hermanos mayores salían a estudiar como lo hiciste tú esta mañana.
Fui afortunada; pude elegir entre trabajar o no. Cuando naciste, los destellantes premios del desarrollo profesional y del doble ingreso económico al hogar ya habían perdido importancia. Saltar en los charcos contigo, llevarte al parque o leerte una y otra vez tu libro favorito, significaba más para mí.
No fuiste a un instituto de educación preescolar y yo no soy exactamente María Montessori. Espero que esto no te perjudique. Aprendiste los números cuando me ayudabas a contar las botellas de gaseosa que devolvíamos a la tienda. (Por lo general me persuadías de que te permitiera elegir un caramelo con ese dinero).
No estoy actualizada en el método Palmer, pero escribes muy bien tu nombre con tiza en la acera, en mayúsculas para que parezca más importante. Y, de alguna manera, has aprendido los matices del lenguaje. El otro día me preguntaste por qué te llamo "cariño" cuando leemos cuentos y "amigo" cuando me ayudas con las tareas domésticas. Mi explicación entre una situación de intimidad y una de trabajo compartido pareció satisfacerte.
Debo admitir que he desarrollado mentalmente una imagen de mí misma cuando estás en el colegio. Me veo actualizando los álbumes de fotografía y comenzando aquella novela que siempre quise escribir. Cuento más se acerca el fin de las vacaciones y las discusiones entre tú y tus hermanos se hacen más frecuentes, mejor es el deseo que llegue el gran día.
Y luego, esta mañana, te acompañé hasta tu aula, que tiene una fotografía del presidente en una pared y una de Bambi en la otra. Encontraste de inmediato el gancho con tu nombre para tu abrigo y me diste uno de tus abrazos típicos, fuerte, fuerte, fuerte. Esta vez estabas más preparado para soltarme que yo.
Quizás algún día lleves por primera vez al jardín infantil a un niño con sus ojos muy abiertos y una sonrisa inesperada. Cuando te vuelvas en la puerta para despedirte, estará demasiado ocupado conversando con un nuevo amigo para advertirlo. Aunque sonrías, sentirás que el rubor enciende tus mejillas.... Y entonces comprenderás.
Con amor, Mamá
Rebecca Christian