La ayudante de mamá
El año que llegué a Dallas aprendí que la verdadera maternidad no está reservada a las madres. Me acababa de trasladar a mi nuevo empleo como presentadora de noticias en el mejor horario para la sucursal de la NBC en el mercado de la televisión de Dallas-Fort Worth. Como ex señorita Estados Unidos, conocía el riesgo de ser estereotipada como reina de belleza, así que estaba decidida a trabajar el doble para probarle al resto de lo que era capaz. No me importaba hacerlo, porque adoraba mi trabajo—pero también adoraba a mi familia. Las presiones del trabajo, una nueva casa, cuatro hijos y la ola de calor en Texas era más de lo que una sola persona podía sobrellevar a la vez.
El reto más difícil era encontrar una guardería para Tyler, mi hijo de tres años. Durante tres años había estado al cuidado de una familia maravillosa que vivía en el vecindario y lo trataba como a su hijo adoptivo. Si había de tener tranquilidad en Dallas, necesitaba encontrar algo similar. Visitar una guardería tras otra se estaba convirtiendo en una pesadilla, y como mi nuevo empleo requeriría pronto toda mi atención, necesitaba con urgencia nuevas ideas.
Justo cuando pensaba que no había esperanzas, mi amiga Carmen llegó a rescatarme. Tenía una tía en San Antonio que quizás estaría dispuesta a viajar a Dallas para trabajar como niñera. Una persona recomendada era exactamente lo que yo necesitaba, así que mandé a buscar a Mary de inmediato y mis esperanzas se renovaron mientras aguardaba su llegada.
La mujer que apareció en la puerta de mi casa no se ajustaba a la imagen preconcebida que yo tenía de una niñera. Era diminuta y bastante mayor. Vestía harapos mal combinados y sostenidos con ganchos de nodriza. Bastante tímida, apenas hablaba incluso cuando yo le hacía alguna pregunta. Cuando sonreía, sus dientes revelaban una vida de dificultades y pobreza. ¿Cómo podía contratarla? ¿Cómo podría darle instrucciones o confiar en que tomara sus propias decisiones? ¿Deseaba hacerme cargo de una persona más?
Tyler resolvió aquellas preguntas desde el primer momento, haciendo caso omiso de mis silenciosas reticencias. La tomó de la mano, le enseñó la casa y pasó las horas siguientes parloteando alegremente mientras Mary lo escuchaba y sonreía. Se sentaron en la misma silla pequeña y miraron televisión, colorearon juntos en el suelo. Ella decía todo el tiempo que Tyler era "tan inteligente", pero yo podía ver que ambos aprendían por igual el uno del otro.
La ropa que le compramos a Mary permaneció guardada en su alacena para las ocasiones especiales. Pero Tyler no notaba—ni le importaba—que Mary luciera diferente a la mayoría de la gente. Estaba orgulloso de su amistad. Todas las tardes, sin falta, ella caminaba hasta la escuela y se sentaba en una banca en el pasillo a mirar a los niños. Cuando finalmente sonaba la campaña, Tyler la buscaba para regresar a casa con ella. La primera vez que llovió, llamé a todas partes para buscar que alguien lo condujera a casa en auto, pero Tyler no quiso oír hablar del asunto. Deseaba regresar caminando con Mary para poder jugar en los charcos con ella. Después de esto, con lluvia, viento o nieve, Mary y Tyler regresaban juntos a casa, unidos en una amorosa amistad que la mayor parte de la gente sólo puede imaginar.
Mi ejemplo predilecto de esta devota amistad es la ida al oftalmólogo. Mary se mostraba tímida y temerosa en los lugares públicos, y la perspectiva de ir a un gran instituto de oftalmología la ponía nerviosa. Pero insistí en que necesitaba un examen y fuimos. Parecía especialmente pequeña y vulnerable en la enorme silla del médico, y Tyler debió sentir también su intranquilidad. Vi que se aproximaba un poco a ella cuando apagaron las luces. Mientras el médico proyectaba las letras sobre la pared, Mary susurraba vacilando la línea superior y se esforzaba por ver las letras más pequeñas. Luego, por el rabillo del ojo, vi un asomo de movimiento. Tyler se las había arreglado para ubicarse al lado de la silla y estaba reclinado sobre su brazo con una gran sonrisa... ¡diciéndole las respuestas!
Gracias a Dios, la maternidad no está reservada únicamente a las madres. Gracias a Dios, hay en el mundo mujeres y hombres que tienen la capacidad de dar, cuidar y amar a los demás. Qué maravilla que los niños puedan relacionarse con varios adultos que los adoran: las personas que trabajan en el cuidado infantil, los guíes del club de exploradores, los entrenadores de deportes, los profesores, las enfermeras, los vecinos, las tías y los tíos. Demos gracias a Dios por gente como Mary, uno de sus ángeles especiales.
Jane Jayroe