Mi hija, mi maestra
Los niños inventan el mundo de nuevo para nosotros.
Susan Sarandon
Los niños nos enseñan algo todos los días. Como madre, he aprendido que es algo natural. Sin embargo, a veces me sorprende el alcance de lo que me enseña mi hija.
Cuando Marissa tenía seis meses, parecía que siempre mirara hacia arriba. Cuando miré hacia arriba con ella, aprendí la magia de las hojas danzando en los árboles y el tremendo tamaño de la cola de un jet. A los ocho meses siempre miraba hacia abajo. Aprendí que cada piedra es diferente, que las ranuras de la acera forman intrincados dibujos y que las briznas de hierba vienen en una variedad de verdes.
Cuando llegó a los once meses comenzó a decir "¡Oh!" cada vez que descubría algo nuevo y maravilloso para ella, como el surtido de juguetes que encontró en el consultorio del pediatra o vio cómo se reunían las nubes antes de una tormenta. Susurraba esta palabra cuando algo realmente la impresionaba, como sentir la brisa fresca en el rostro o una bandada de gansos graznando en el cielo. Luego estaba el "¡Oh!" máximo, cuando sin decir palabra mostraba su asombro ante acontecimientos realmente maravillosos. Estos incluían el atardecer sobre el lago en un día magnífico en las afueras de la ciudad y los fuegos artificiales de la Navidad.
Me ha enseñado muchas maneras de decir "Te amo". Lo expresó bien una mañana cuando tenía catorce meses. Nos dimos un abrazo, puso su cabeza en mi hombro y, con un suspiro de felicidad, dijo "¡Feliz!" Otro día (tres haber cumplido su segundo año), me señaló a una bella modelo en la portada de una revista y dijo, "¿Eres tú, mamá? Más recientemente, a los tres años de edad, entró en la cocina cuando limpiaba después de la cena y dijo "¿Puedo ayudarte?" Poco después, puso su mano en mi brazo y dijo: "Mamá, si fueras una niña, seríamos amigas".
En momentos como esos, lo único que puedo hacer es maravillarme.
Janet S. Meyer