La madrastra
Desde nuestro divorcio amistoso ocurrido hace algunos años, Eric y yo habíamos mantenido una relación agradable y continuábamos siendo buenos amigos. Habíamos acordado adoptar reglas coherentes como padres y horarios de visita, y nuestro hijo Charley estaba satisfecho que existiera un buen equilibrio entre los dos hogares. Parecía bien adaptado y feliz.
Así que cuando conocí a la novia de Eric, la mujer que habría de convertirse en la madrastra de mi hijo, estaba un poco nerviosa. No había duda de que Bonny tendría una gran influencia en su vida. Lo que no me entusiasmaba en ese momento era el efecto que tendría en la mía.
Después de aquel primer encuentro, me sorprendió lo diferentes que éramos. Su ropa tenía el toque de "vestida para triunfar", mientras que la mía "ostentaba con naturalidad las arrugas" que tenía. Era atractiva, sosegada y segura de sí misma, mientras que yo era desaliñada y nerviosa y a veces, me daba por explayarme sobre cosas irrelevantes. La miraba con escepticismo y desconfianza, examinaba cada modismo que usaba y cada inflexión, evaluándola como futura madre de mi hijo. El pensamiento que me dominaba era: "¿Qué le hará a mi precioso bebé?"
Antes de que llegara ese momento, había creado en mi mente varias imágenes de la persona a quien desposaría algún día mi ex esposo. Una de ellas era una bruja malvada, una arpía furiosa de quien mi hijo se alejaría despavorido. Desde luego, correría hacia mí, su verdadera mamá, quien sabría brindarle la infinita paciencia y sabiduría que sólo una verdadera madre puede ofrecer.
Existía otra quimera aún más aterradora. En ésta ella era el puente sobre aguas turbulentas donde encontraría refugio de su necia madre que nunca lo comprendía. Pero la peor de todas era que ella fuera una persona jovial, y que mi hijo contagiado por su entusiasmo, me llamara para contarme que no pasaría la noche en casa porque Bonny ha hecho reservaciones en primera clase para ir al campeonato de baloncesto con él.
Desafortunadamente, esta última quimera no era irreal.
Se trataba de una persona de carne y hueso que estaba a punto de convertirse en la otra madre de mi hijo, y lo único que yo podía hacer era observar y esperar.
Con el tiempo, me comportaba de una manera menos cautelosa y más natural frente a Bormy. Ella también actuaba de una forma menos distante y más confiada en mi presencia. Encontramos una manera fácil de coordinar las rutinas de buscar y dejar al niño, las conferencias en el colegio y los partidos de fútbol.
Luego, una noche, mi nuevo esposo y yo invitamos a Eric y a Bonny a casa para tomar café después de una de las conferencias escolares. Charley, a quien le fascina tenernos a todos reunidos, estaba feliz. Durante la velada todas las tensiones y pretensiones desaparecieron. Bonny y yo hablamos con mayor sinceridad, y en lugar de complicadas configuraciones de ex esposa y madrastra, ahora éramos sencillamente amigas.
Pocos meses después, los cuatro nos reunimos a conversar acerca de las calificaciones de Charley. En lugar de sacar los habituales esquemas, listas, datos y bibliografías—como si fuera a presentar un caso ante un comité—Bonny se abrió y confesó su vulnerabilidad. Habló acerca de su inseguridad y preocupación en cuanto a la forma de abordar la adolescencia de Charley. ¿Exigía demasiado o demasiado poco? ¿Lo presionaba o lo mimaba?
Sentí una gran empatía con ella. Eran los mismos pensamientos y temores que no me dejaban dormir en la noche. Pensaba, sentía y actuaba como una madre—que era exactamente en lo que se había convertido.
La segunda madre de Charley no es entonces la bruja malvada que puede lastimar a mi hijo, ni tampoco el hada madrina que lo apartará de mí. Es una mujer que lo ama. Se preocupará por él, luchará por él y lo protegerá de todo daño.
Pasé de temer la aparición de Bonny a agradecer su presencia en la vida de Charley y en la mía. Acojo con agrado su perspectiva única, sus ideas—e incluso sus listas. Estaba equivocada al querer retener a mi hijo contra mi pecho, como si fuera un juguete. No deseaba compartir. Quizás fui yo la primera en amarlo, pero esto no significa que deba ser la última. Ahora hay una persona más en este mundo que vela por él. Y por esta razón, comparto gustosa el título de Mamá.
Jennifer Graham