Ha nacido un niño
Un domingo, poco antes del Día de Acción de Gracias, Angus McDonnell, uno de los miembros de mi congregación, me anunció el nacimiento de su nieto, "el pequeño Angus Larry", y me pidió que oficiara la ceremonia del bautismo. La junta de nuestra iglesia se mostraba reticente porque la familia del niño residía en otro Estado; la iglesia toma muy en serio su compromiso de apoyar a las personas que son bautizadas allí.
Pero la voluntad de Angus McDonnell prevaleció, y el domingo siguiente el pequeño Angus Larry fue bautizado en presencia de sus padres, Larry y Sherry, el abuelo Angus y su abuela Minnie y muchos otros miembros de la familia.
Nuestra congregación tiene una costumbre durante el rito del bautismo: el pastor pregunta: "¿Quién está con este niño?", y luego toda la familia del pequeño se levanta y permanece de pie durante el resto de la ceremonia. Así, con Angus Larry en mis brazos, formulé la pregunta y todos sus parientes se levantaron.
Después de la ceremonia, todos se apresuraron a llegar a casa para disfrutar de la fiesta, y yo regresé a la iglesia para apagar las luces. Una mujer de mediana edad se encontraba en el reclinatorio de la primera fila. Parecía no hallar las palabras y se mostraba indecisa en mirarme. Finalmente, dijo que su nombre era Mildred Cory, y comentó qué bello había sido el bautismo. Después de otra larga pausa, añadió que su hija Tina acababa de tener un bebé, y que debería ser bautizado.
Le sugerí que Tina y su esposo me llamaran para hablar acerca de ello. Mildred vaciló de nuevo y luego, mirándome a los ojos por primera vez, dijo: "Tina no tiene esposo. Sólo tiene dieciocho años, y fue confirmada en esta iglesia hace cuatro años. Solía venir con la asociación del último año de secundaria, pero luego comenzó a salir con un muchacho que no era del colegio..."
Mildred concluyó el relato sin temor: "…y quedó embarazada. Ella desea bautizarlo aquí en su propia iglesia, pero se pone nerviosa de hablar con usted. Reverendo. Le puso Jimmy al bebé".
Le dije que solicitaría la aprobación de la junta de la iglesia.
Cuando se presentó el asunto en la reunión siguiente, expliqué lo que todos sabían ya—es decir, que Tina era miembro de la iglesia, que era una madre soltera y que yo no sabía quién era el padre del niño. Ellos, desde luego, sí lo sabían; éste es un pueblo pequeño.
Hicieron algunas preguntas acerca de si Tina se mantendría fiel al compromiso que adquiría al bautizar a su hijo. Observé que, después de todo, ella y el pequeño Jimmy vivían aquí en el pueblo y podíamos ofrecerles el apoyo necesario.
El verdadero problema era la imagen que todos teníamos en mente: Tina, con su acné y su aspecto juvenil, con el pequeño Jimmy en brazos; el padre desaparecido; y Mildred Cory, la única persona que se pondría de pie cuando se formulara la pregunta acostumbrada. A todos nos dolía pensar en ello. Sin embargo, la junta aprobó el bautismo, que fue programado para el último domingo de adviento.
Aquel día la iglesia estaba llena, como suele suceder el último domingo antes de Navidad. Tina caminó nerviosa hacia el altar, de prisa, sonriéndome sólo a mí, temblando ligeramente con el pequeño Jimmy en los brazos.
Esta joven madre se encontraba tan sola. Sería una vida difícil para este par.
Leí la parte inicial del servicio y luego, mirando a Mildred Cory, formulé la pregunta: "¿Quién está con este niño?" Asentí levemente a Mildred, para indicarle que debía ponerse de pie. Se levantó lentamente, mirando hacia todos lados, y luego me sonrió.
Mis ojos regresaron al libro de oraciones. Me disponía a formular a Tina las preguntas correspondientes a los padres, cuando advertí un movimiento en las bancas.
Angus McDonnell se había puesto de pie, y Minnie a su lado. Luego otra pareja de personas mayores hizo lo mismo. Luego uno de los profesores de catecismo, después una joven pareja, y pronto, ante mis incrédulos ojos, toda la iglesia se había puesto de pie para apoyar al pequeño Jimmy.
Tina lloraba. Mildred Cory se aferraba a la banca como si se encontrara en la cubierta de un barco en alta mar; de alguna manera, era una experiencia semejante.
La lectura del Evangelio para aquel día eran unas breves líneas de San Juan:
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios ... Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros . . . En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor.
Durante el bautizo, aquellas antiguas palabras cobraron vida; se hicieron realidad y nos conmovieron a todos.
Reverendo Michael Lindvall