La mente del doctor Menelaus Roca es un jardín botánico. Categorías y especímenes, cifras y familias. La mente de Menelaus Roca es una carta celeste. Es un gabinete de curiosidades.
Y ahora, plantado en el centro del teatro de operaciones del Real Colegio de Cirujanos de Barcelona, junto a la efigie cubierta con sábanas de la máquina que hoy va a ser probada por primera vez en público, Menelaus Roca contempla a los anatomistas que van ocupando lentamente las gradas de madera labrada. Los miembros del público se sientan mayoritariamente por parejas o en grupos formados por un anatomista veterano y su séquito de estudiantes. Sus miradas evitan escrupulosamente la mirada del protagonista. Al doctor Roca no le quedan muchos partidarios en el Colegio de Cirujanos. Sus investigaciones frenológicas en torno a la Araña Basal lo han alienado de sus contemporáneos. Corren rumores sobre experimentos fallidos. Sobre pacientes quemadas o mutiladas. De todos los catedráticos del colegio, solamente el doctor Fauré sigue apoyando sus investigaciones. El doctor Fauré, con su eterno aspecto de haber sido envenenado con las mismas drogas que estudia, flaco y macilento como un aparecido. Con esos ojos húmedos que parecen moluscos diminutos al fondo de sus cavernas.
En realidad, Fauré tampoco parece convencido de la certeza de la Hipótesis de la Araña Basal. La forma en que apoya a Roca es esa forma en que se apoya a un alumno prometedor pero equivocado por la brillantez con que toma sus caminos erróneos. Dándole palmadas en el hombro y mostrándole su predilección durante sus paseos conjuntos por el claustro del hospital, pero evitando en la medida de lo posible sacar a colación el contenido en sí de las investigaciones de Roca. Dejando que su mirada húmeda deambule a lo lejos cuando Roca le habla de sus diseños para la Pseudorquídea.
Las gradas más altas, reservadas para los estudiantes de primer año, se pierden en las sombras que hay directamente debajo de las bóvedas del teatro. A medida que los cuerpos ataviados con batas blancas van ocupando sus asientos, una geografía aleatoria de islas y continentes blancos emerge sobre el mar de madera de las gradas. Ya deben de haberse ocupado la mitad de los asientos. Los miembros del público acercan las caras para hablar en voz muy baja. La forma furtiva en que hablan parece destinada a evitar que los oiga el hombre que está en el centro de la sala. Roca jamás ha visto la Araña Basal. Jamás ha encontrado sus restos ni siquiera en cadáveres recientes. La Hipótesis de la Araña Basal se basa en la idea de que la araña se debe de disolver de manera casi inmediata en las secreciones previas a la muerte cerebral. Un círculo vicioso: no se la puede encontrar ni en vida ni después de la muerte. Menelaus Roca sabe que su teoría es objeto de burla en el Colegio de Cirujanos. La idea de un ente intermedio entre órgano y organismo, un órgano autónomo o parásito endógeno, se opone a toda la tradición médica. Con el paso de los meses, las burlas se han ido convirtiendo en hostilidad. Silencios en los pasillos cuando él pasa y caras que evitan su mirada.
Después de que hayan entrado los últimos grupos, el bedel hace sonar la campanilla que avisa del cierre de las puertas. Los últimos estudiantes rezagados entran corriendo en el teatro de operaciones. El doctor Fauré se acerca a Menelaus Roca desde su asiento en las gradas bajas reservadas a los catedráticos y le da una palmada afable en el hombro.
—Al final han venido casi la mitad —le dice, señalando con la mirada las caras ceñudas de los cinco o seis catedráticos que ocupan la primera hilera de gradas. Con sus batas amarillentas y lavadas mil veces. Con sus voluminosas patillas y mostachos.
Menelaus Roca asiente con un movimiento apenas perceptible de la cabeza. La forma en que se comunican el doctor Fauré y Menelaus Roca, por debajo de la superficie barnizada del protocolo de la profesión médica, es mediante apelaciones a una realidad previa a lo científico. Una realidad atávica que es la misma que hace que Fauré haya invertido su vida y su salud en viajar por el mundo estudiando los venenos. La misma que hace que se pasen dos y hasta tres días encerrados en cuartos sin luz y sin aire rodeados de tejidos y soluciones y cuando por fin salen con los ojos guiñados se dan cuenta de que no han comido ni han dormido en todo ese tiempo. Algo que no tiene que ver exactamente con el afán científico. Más bien los separa de la comunidad científica.
El carillón del teatro de operaciones del Real Colegio de Cirujanos de Barcelona inicia su serie de maniobras mecánicas internas de preparación para dar la hora en punto. A la derecha de la entrada norte está el sector del teatro destinado a los invitados: un sector pequeño y situado lejos de las lámparas humeantes de aceite donde algún que otro médico de visita comparte las gradas con periodistas perseguidores de narraciones macabras y curiosos con pañuelos atados sobre la boca y la nariz. Hoy, mientras el bedel cierra las puertas de la entrada norte y cruza la sala en dirección a la entrada sur, hay una sola figura sentada en las sombras del sector de invitados. Una figura vestida con ropa elegante, con las manos apoyadas en el pomo dorado de un bastón y la cara tapada con un pañuelo de seda. En caso de que alguien le prestara atención, tal vez repararía en que ese hombre elegante nunca ha estado en el teatro de operaciones del Colegio de Cirujanos antes de hoy. Ni tampoco tiene aspecto de venir del hospital.
La última puerta se cierra con un retumbar de madera. Roca da un tirón de la sábana que cubre la Pseudorquídea y luego rodea la máquina para tirar de la sábana por el otro lado. Un silencio mortal invade el teatro cuando la máquina queda al descubierto. La cruz de San Andrés inclinada en ángulo oblicuo. La rueda gigante del generador eléctrico. La corola con sus cinco pétalos fabulosos de bronce.
Menelaus Roca no recuerda las circunstancias en que se le ocurrió la Hipótesis de la Araña Basal. Es algo que le pasa a menudo. La explicación de por qué no recuerda muchas cosas más allá de las que guardan relación con la investigación que tiene entre manos en cada momento tiene que ver con la manera en que funciona el tiempo dentro de su cabeza. No como un horno que nunca se detiene y a cuyo vientre se arroja todo el presente para generar progreso. Tampoco como la espera ciega y eterna de la parousia. El tiempo en la mente de Menelaus Roca es el tiempo de un museo: se mide únicamente por la llegada de especímenes nuevos, y a medida que éstos van llegando, se olvida de inmediato la vida anterior de esos especímenes. El tiempo en la mente de Roca es espacio. El espacio de un museo cerrado. Éste es el fundamento de sus investigaciones en torno a la Araña Basal: un impulso básicamente enfrentado al tiempo como horno y al tiempo como espera. Un impulso de exclusión generado durante los años en la Casa de la Caridad: exclusión de la cronología exterior, del mundo del sufrimiento y la luz. La conciencia reducida a un hilo tremendamente preciso. Pero para que la cronología interior funcione, para que el Museum Clausum de la mente pueda sobrevivir, necesita algo que lo organice todo. Una explicación para la naturaleza. Algo que explique satisfactoriamente, si el tejido en reposo es isoeléctrico y la electricidad es la vida que lo anima, dónde está el cuerpo generador de dicha electricidad. La pieza perdida del rompecabezas.
Nadie dice nada. En el teatro de operaciones del Colegio de Cirujanos se oye el crujido de la madera de los bancos. El susurro de la tela. El doctor Roca se acerca a la paciente del experimento. Le quita la bata que lleva echada sobre los hombros. La paciente desnuda es muy pálida y tiene un entramado de venas azules bajo la piel de los pechos y la carne de gallina. Roca le unta la solución conductora en las muñecas y en los tobillos. La paciente se acuesta en la camilla de la Pseudorquídea con los brazos y las piernas muy abiertos. Roca le introduce la cabeza en el arnés en forma de jaula de alambre y correas.
Algunos de los catedráticos de la parte inferior de la grada se han puesto anteojos o monóculos para ver mejor lo que está pasando.
Y en el centro de la sala, mientras la batería de la Pseudorquídea cobra vida con un traqueteo mecánico, Roca mueve palancas detrás de la consola. Su cara es la cara de alguien que se ha quedado dormido con los ojos abiertos. Su determinación no es para nada una determinación de tipo humano. Así es como se dispone a revolucionar la ciencia médica. Así es como va a derribar dos milenios de doctrina anatómica.
Igual que el humo se eleva de una máquina.