Capítulo 49

Chanya y yo estamos colocando los huevos y demás ofrendas en la parte trasera del taxi. En tanto que halagada por el hecho de que yo la considerara digna de cinco cabezas de cerdo (fue mi última oferta), no aprecia la gastronomía que, entre unas cosas y otras, nos llevó toda la noche (¿alguna vez te has enfrentado a los problemas logísticos de hervir mil huevos sobre dos quemadores de gas? Tendrás suerte si te caben más de un par de docenas en la cacerola…, piensa en ello).

Compartimos el asiento trasero con la quinta cabeza, que no cabe en el maletero, y le decimos al conductor que nos lleve al Wat Sathon. Es un templo de poder que se encuentra a unos sesenta y cinco kilómetros de Bangkok y que sólo frecuentan tailandeses (una fábrica mágica sin lujos, famosa por su capacidad de fructificar a los infecundos, resucitar a los impotentes, sanar a los tullidos y proporcionar números de lotería ganadores a los verdaderos creyentes, por no mencionar la excelencia de los puestos de comida cocinada que lo rodean). El conductor pone un poco de animado pop rural tailandés en su equipo de música.

Al llegar transportamos los huevos y cabezas, caléndulas, guirnaldas de flor de loto, frutas y verduras hasta el templo, que está abarrotado de clientes satisfechos como nosotros, ansiosos por saldar sus deudas (yo calcularía que aproximadamente hay unas ciento cincuenta cabezas de cerdo en total y que los huevos cocidos pueden contarse por decenas de miles); los sacamos para ponerlos bajo el escrutinio de los Budas de Pie, Caminante y Sentado que pueblan la plataforma elevada. Chanya y yo prendemos incienso, sostenemos los manojos contra la frente en profundos wai, damos las gracias por seguir vivos y enamorados (debes valorar cada minuto) y luego abrimos los paquetes de pan de oro. Hay que ser diestro. Los practicantes menores acaban con el frágil pan de oro desintegrado por los dedos y las caras, pero Chanya y yo logramos pegarlo en el sitio deseado todas las veces. Ella prefiere el grande y gordo Buda Sonriente, en tanto que yo tengo debilidad por el Buda Caminante con la Mano Izquierda Alzada (que quiere decir: «No tengas miedo»). No obstante, poco a poco nos abrimos camino entre todos ellos y al pasar les cubrimos la cabeza y las extremidades con el oro, asegurándonos de no dejarnos a ninguno. Regresamos al suelo para arrodillarnos, hacer un wai y orar (creo que ella reza por tener una hija, yo rezo para que ella no me deje… ¡Qué patético!). Ahora ha llegado el momento para los puestos de comida cocinada y los mejillones fritos con chile (la verdad es que aquí es donde los hacen mejor), miang kham sobre una hoja de lechuga con hebras de coco, laap pet (ensalada de pato picante) y unas cuantas cervezas.

De vuelta en el taxi, en un atasco en las afueras de Krung Thep, le pido al conductor que sintonice Rod Tit FM. Pisit está entrevistando a un famoso abad de uno de nuestros monasterios de la selva.

PISIT (al abad) Cuanto más pienso en Tailandia, más me enloquece. Quiero decir que me vuelve completamente loco, demente, chalado.

ABAD ¿Debido a nuestros abrumadores problemas?

PISIT Sí, nuestros abrumadores problemas, exactamente.

ABAD ¿Cuáles son los problemas que más le abruman?

PISIT Todos.

ABAD Perdone, pero ¿de verdad se está expresando con exactitud? ¿No es más preciso decir que no son los problemas los que resultan abrumadores, que al fin y al cabo sólo son problemas que hay allí afuera en algún sitio, sino las dificultades para resolverlos?

PISIT (con resignación) Si así lo prefiere. Sí, las dificultades para resolverlos.

ABAD (con satisfacción) ¡Ah! Entonces el budismo puede ayudarle. Al principio pensaba que no podía, pero ahora me complace decir que sí puede.

PISIT ¿Sí?

ABAD Bueno, es muy sencillo, no son los problemas del país los que lo abruman, sino su convencimiento egotista de que puede jugar un papel decisivo en su resolución.

Pisit suelta un grito, luego se hace el silencio.

Un kalpa, farang (si todavía te lo estás preguntando): Imagina una montaña consistente en un sólido cubo de roca de una legua de longitud, de ancho y de alto. Si uno lo frotara con un pedazo de tela una vez cada cien años, el tiempo que tardaría en erosionar una montaña como ésa no sería tan largo como la duración de un kalpa.

Pichai: anoche por fin admitió que todo el caso había sido una treta por parte del Innombrable para que le fuera posible reencarnarse en la matriz de Chanya utilizando mi semilla. «Ella es la mejor estirpe de todo el planeta», explicó él. «¿No hay nada que quieras de mí?», pregunté, pero él desapareció con un pop.

¡Últimas noticias!: está previsto que Superman llegue dentro de dos días (de vez en cuando siento un nudo en el estómago y Nong ha reanudado su dieta; hemos comprado medio kilo de hierba adicional y un poco de opio, por si acaso sigue con el estilo de vida del Vietnam: Nong dice que con los farang que están de reposo y recuperación nunca se sabe).

Lek sigue tragando estrógenos y dándome un comunicado diario en relación con la medida de sus pechos (que todavía es modesta y disimulable en el momento de escribir esto). No obstante, no acaba de decidirse a hacerse la operación completa: quizá no sea tan malo ser mitad y mitad, ¿no?

«Conciencia atrapada en una pipa»: la condición humana, la pipa es el cuerpo.

Nirvana: miramos el mundo y sólo vemos una colección de símbolos caseros cargados de polvo. Conservamos los que encajan mejor con nuestros prejuicios del momento y el resto los tiramos. La distracción nos distrae de la distracción. No ocurre nada. No ha ocurrido nada. No ocurrirá nada. El vacío es el desafío final, la identidad es para los imbéciles. Dice el Buda: «Todo significado se hace realidad, el universo es nirvánico».

Sé generoso y agradecido (y honrado cuando no lo eres), la humanidad vive en el cruce de caminos más transitado de los siete mil universos, soy tuyo en dhama, Sonchai Jitpleecheep (no hay final y por lo tanto no hay ningún punto)