Capítulo 7
Homero enumeraba barcos. ¿No debería honrar yo, de un modo parecido, las embarcaciones de nuestra salvación en la mar, oscura como el vino, de las fuerzas de mercado?
Nat: La mayoría de las chicas guardan su ropa de trabajo en las taquillas que hay en la parte trasera del bar, pero a Nat le gusta vestirse antes de llegar. Dice que es porque necesita tiempo para entrar en su papel, pero una vez Chanya me contó que intenta encontrar clientes en el tren elevado de camino al trabajo. No hay ningún inconveniente, todas las chicas tienen su idiosincrasia, que probablemente hace que no las puedan emplear en la mayoría de profesiones. Mira sino a Chanya, por ejemplo. Dadas las circunstancias, ¿qué otro jefe hubiera sido tan indulgente?
Marly: A sus veintisiete años, Marly es una de nuestras profesionales más inteligentes. Como la mayoría de verdaderas profesionales considera la repetición como la mejor manera de nivelar las violentas curvas del gremio, y eso significa poner la mira en los hombres de mediana edad para adelante. Los encantos de los clientes más jóvenes quedan más que compensados por la dulzura, generosidad, amabilidad paternal, riqueza y tendencia a irse a dormir pronto de los mayores, lo cual le deja tiempo para hacer un poco de pluriempleo si necesita dinero.
Lalita lleva un falso modelo de Yves Saint Laurent asimétrico con la espalda baja y un escote pronunciado que deja al descubierto su pecho hermosamente mejorado, hecho con muy buen gusto por un estupendo cirujano, nada demasiado exagerado. Tiene mucho talento y ya se ha construido una magnífica casa de dos pisos con un garaje abierto en un terreno de su pueblo natal. Las ganancias que obtuvo la semana pasada le permitieron comprar dos nuevos búfalos de agua para que sus padres los alquilen. Su frase inicial a todos los recién llegados es: «Me gustaste desde el momento en que te vi entrar por la puerta». Sigo sonriéndome al ver la frecuencia con la que eso parece funcionar.
Wan y Pat, amigas íntimas, llevan unos minishorts idénticos, unas camisetas sin mangas que les aprietan las tetas y tacones altos. No son de Isaan, que está al nordeste, sino de la provincia de Chiang Mai en el lejano noroeste, donde el tiempo es más frío y el opio más fresco. Provienen de un pueblo de las colinas que pertenece a la tribu de los hmong donde se convirtieron en expertas en el cultivo de adormideras. Cuando la sustitución por los cultivos obligatorios las dejó sin trabajo, tuvieron la deferencia de cambiar de vicio para que sus familias pudieran compensar la reducción de ingresos. Tienen planeado abrir un salón de belleza en Chiang Mai en cuanto hayan conseguido reunir el dinero necesario.
Om, que tiene una figura masculina por naturaleza, se ha cortado los vaqueros a la altura de la entrepierna y va dejando hilos de algodón allí donde se sienta. Es de Phuket, donde el turismo ha enriquecido a todo el mundo. Creció sin que le faltara de nada, pero se aburrió del pequeño supermercado familiar y vino a Krung Thep en busca de aventuras. Para ella la prostitución es más que nada una diversión en la que la cazadora utiliza el encanto, la astucia y el poder del sexo. El objetivo es que el cliente transfiera voluntariamente el dinero de su cartera al bolso de ella sin darse cuenta de lo imbécil que es.
Ay: lleva un biquini y tacones altos, y deja al descubierto la incrustación de plata de su ombligo en el centro de su estómago plano y moreno, por no mencionar los peces espada saltarines cuyos apéndices despuntan justo por encima de la línea de sus medias. Es una verdadera hija de Isaan, donde creció iletrada. Tal como es habitual en el caso de las personas analfabetas, posee una memoria fotográfica y siempre recuerda el nombre de un cliente, incluso aunque no lo haya visto durante un año: un poderoso encanto para este tipo de trabajo.
Después está Bon. Es más global que las demás. Nos utiliza como base, pero prefiere los destinos más lucrativos de Tokio, Singapur y Hong Kong. Es una experta en visados y ofrece asesoramiento gratuito a cualquiera de las chicas que esté pensando en trasladarse al extranjero. Su inglés es prácticamente perfecto y me han dicho que su japonés no es ni la mitad de malo. Tiene su propia página web que le proporciona cierta cantidad de trabajo y le permite seguir en contacto con sus clientes extranjeros. Va por delante de las demás y posee su propio negocio, dirigido por su madre, en su pueblo natal.
¡Ah! Ahora llega una de mis favoritas. Urn proviene de la parte más pobre de Isaan, cerca de la frontera con Camboya, una auténtica chica del campo que no va a mancillar su identidad aprendiendo a leer y a escribir o aprendiendo inglés más allá del escueto vocabulario necesario para el negocio. Tiene los pies ligeramente planos debido a una niñez pasada en los arrozales y le gusta remangarse los pantalones hasta las pantorrillas como si estuviera vadeando un pantano. Es supersticiosa de un modo reflexivo, nunca se olvida de dirigirle el wai al Buda o de quitarse los zapatos cuando entra en el bar, motivo por el cual las demás siempre le toman el pelo. Habla tailandés con acento del campo y una vulgaridad extrema. También posee una figura excepcional y una sonrisa radiante, de manera que no se muere de hambre.
Su: no es especialmente atractiva, pero tanto a mi madre como a mí nos sobrecoge su verdadera indolencia tailandesa. A modo de experimento el otro día le mandé a un misionero (vienen de vez en cuando: camisa blanca, corbata negra con un nudo diminuto, la triste cortesía del cazador de pecados profesional, la Biblia en un estuche al hombro, lista para desenfundar; me temo que todos me parecen iguales, tanto los hombres como las mujeres).
El misionero a Su: «Sea lo que sea lo que ganes yo te pagaré lo mismo por limpiar mi apartamento cada mañana».
Su (amenazada, confusa y afligida): «¿Y no podemos follar y ya está?».
Farang, diles a tus evangelistas que no mezclen la salvación con la ética laboral, realmente no funciona en los trópicos; hasta los musulmanes y los católicos lo saben, y nosotros los budistas nos hemos embolsado el noventa por ciento del mercado haciendo proselitismo de la inercia durante dos mil quinientos años.
Sonja: ya no está con nosotros por motivos que se harán patentes, pero en su día fue, sin la menor duda, la chica más hermosa de la calle a pesar de una pequeña cicatriz en forma de estrella que tenía en la mejilla izquierda (motocicleta: el noventa por ciento de las cicatrices en carnes tailandesas son debidas a que alguien dobla una esquina conduciendo ebrio y a una velocidad excesiva). Su vida cambió cuando vio una película de serie B protagonizada por Ronald Reagan en la que la heroína, también marcada, pronunciaba la frase inmortal que Sonja memorizó inmediatamente: «¿Cómo puede amarme ningún hombre estando tan horriblemente desfigurada?». La estratagema resultó tan bien que tuvo que hacer una lista de candidatos preseleccionados, que consistían en un inglés, un americano y un chino.
El inglés: «Pero querida, eso hace que te ame más todavía».
El americano: «Ven a Estados Unidos, haré que alguien se encargue de ello».
El chino: «Quiero un diez por ciento de descuento».
Naturalmente, al haber sido entrenada por mi madre, Sonja eligió al hombre que era más probable que hiciera una fortuna en la vida y se fue a vivir feliz para siempre en Shanghai con el chino (es tu sistema, farang).
Y algunas más. No hay ni una de ellas cuya combinación de premeditación e ingenuidad no sea capaz de derrotar al tipo más duro e intransigente…, a menos que el tipo duro tenga a un dios de su lado, claro está. El desconocido joven y moreno no ha cesado de moverse con incomodidad y con un aire despectivo desde que las chicas entraron en tropel. Gracias a Buda, el australiano salva la situación, tropieza en el umbral y suelta la acostumbrada maldición.