Capítulo 26

Chanya empieza su diario así: «Hay dos Chanyas. Chanya Uno es noble, pura y brilla como el oro. Chanya Dos folla por dinero. Por esa razón las putas se vuelven locas».

Se refiere a ella en tercera persona, un recurso permisible en tailandés hablado y escrito y muy común en las clases más humildes: «Chanya siempre ha querido ir a Saharat Amerika».

Considero seriamente traducirlo todo, palabra por palabra, para ti, farang, pero el estilo no encaja con el resto de la narrativa y sé cuánto te gusta la congruencia (también me frustré porque no podía introducir comentarios de mi propia cosecha), de modo que he optado por una versión impresionista deplorada por todos los estudiosos de verdad, ¿te parece bien?

América fue un sueño que infectó su alma a través de la pantalla de la televisión cuando ella todavía era una niña. Empezando por el Empire State Building y el Gran Cañón, su mente había acumulado un millón de imágenes brillantes de una nación con talento para promocionarse a sí misma. Un buen día, cuando había ahorrado dinero suficiente para mantener a sus padres durante unos cuantos meses, había pagado la factura del colegio de sus hermanas de aquel semestre, había comprado un terreno en su pueblo cerca de Surin donde construiría su casa trofeo cuando regresara y había adquirido un ordenador portátil con un procesador de textos tailandés, se puso en contacto con una banda que tenían fama de ser honestos y fiables. Sus honorarios eran elevados —casi quince mil dólares—, pero proporcionaban el servicio completo incluido un auténtico pasaporte tailandés con un auténtico visado de entrada a Estados Unidos, un billete de vuelta de avión válido durante un año, un guardaespaldas que la acompañaría hasta el control de inmigración en Nueva York para asegurarse de que no le entrara el pánico en el momento crucial y echara a perder toda la operación, una habitación y un empleo en un salón de masaje en Texas.

A cambio de trabajar en el salón de masaje durante seis meses, la banda reducía el precio a cinco mil dólares. Por supuesto, ella devolvería esta cantidad aumentando los beneficios del salón de masaje, lo cual contribuiría a pagar los costes de la banda. Los primeros meses tendría que conseguir su propio dinero mediante las propinas y haciendo algún trabajito por su cuenta, pero ella ya sabía cómo hacerlo y no se hacía ilusiones. Utilizaría ese tiempo para perfeccionar su inglés, aprender más cosas sobre los hombres norteamericanos y averiguar cuál era la mejor ciudad en la que practicar su profesión para obtener el máximo beneficio.

Tal como ella lo veía, llegaría a lo más alto de su profesión en un país donde pagaban mejor que en ningún otro. Cuando terminara, al cabo de un par de años, todavía no habría cumplido los treinta. Se retiraría a su flamante casa con cochera y pantalla de televisión de plasma gigante, decorada por dentro con fotografías de «Chanya en Amerika». Todo el pueblo estaría orgulloso de ella y la tendrían en buena consideración. Sería una reina y todo el mundo aprobaría la forma en que cuidó de su familia. Tal vez tuviera un bebé. A diferencia de la mayoría de sus amigas, ella no se había quedado embarazada de un amante tailandés a los dieciocho años. No tenía hijos y estaba de acuerdo con la moda más reciente en el sentido de que le gustaría la idea de tener un hijo medio farang que, al menos según la última tendencia pasajera, solían ser más hermosos que los tailandeses y con una piel más clara. No tenía un especial deseo de casarse, aunque una ceremonia budista no quedaba descartada. Sabía lo suficiente de los hombres farang para saber que no era probable que el padre de su hijo se quedara. De hecho, lo más probable era que desapareciera el día que le dijera que estaba embarazada, cosa que a ella ya le parecía bien. La función de los esposos era proveer. Si una mujer tenía dinero, ¿para qué iba a querer un marido? Podía satisfacer sus necesidades sexuales cuando quisiera, aunque siempre había practicado la meditación budista y esperaba volverse más devota cuando terminaran sus días de trabajo. Probablemente abandonaría del todo el sexo cuando se retirara. Ya había pasado mucho tiempo desde que lo había disfrutado o incluso desde que había pensado en él en otro sentido que no fuera el profesional. Y ahora que lo pensaba, no estaba segura de que alguna vez hubiera sentido verdadera pasión por un hombre. El sexo era aburrido. Sólo le daba un vuelco el corazón cuando llegaba el día de la paga.

Había insistido en tener un asiento de ventanilla en el 747 de la Thai Airways y su primera vista de Norteamérica fue la costa de Nueva Inglaterra. La banda eligió que volara hacia el oeste, con una corta escala en el aeropuerto de Heathrow en Londres, de modo que durante la mayor parte del viaje sólo había habido negrura al otro lado de la ventana, puesto que se apartaban del sol. Sin embargo, éste los alcanzaba y a 2.500 metros de altura, la costa de Nueva Inglaterra parece tan prístina como cuando los peregrinos llegaron por primera vez. No tenía ni idea de que la belleza natural de Norteamérica pudiera ser tan impresionante, por lo que era toda una sorpresa contemplar esa tonalidad aguamarina besando perezosamente una recortada línea de rocas que reflejaba la luz matutina con la brillantez de los diamantes. Nunca ha salido de Tailandia, nunca ha visto un paisaje septentrional. Parece tan puro e intacto…

El gran momento llega cuando en la cabina de inmigración un alto y adusto farang vestido de uniforme inspecciona detenidamente su pasaporte. El guardaespaldas de la banda está en una cola paralela, observando, listo para agarrarla si los nervios la traicionaban («Oh, perdón, perdón, señor, mi hermana muy emocional, la llevo a sentar allí»).

Pero no le fallan los nervios: «Chanya monta este dragón. Chanya tiene un par de pelotas».

Ésta es la ventaja de elegir a los mafiosos adecuados y, en general, de saber lo que estás haciendo. A muchas chicas las pillan porque el pasaporte es una mala falsificación o porque hay algún problema con el visado. Con estos tipos no. Aunque da la impresión de esforzarse mucho en ello (cuando la atraviesa con esos fríos ojos azules está claro que sabe lo que es, pero ella mantiene la sangre fría y le devuelve la mirada fijamente), el agente de inmigración no puede encontrar ninguna pega a sus papeles y la deja pasar. Ahora los de aduanas quieren registrarle las bolsas porque viene de Bangkok. Aquí también hay muchas chicas que se meten en un lío tremendo porque la banda les ha puesto algo en el equipaje con la intención de hacer dos chanchullos al mismo tiempo, pero este grupo no. El único objeto que mira el agente es el ordenador portátil de segunda mano que compró en Bangkok más que nada para poder mandar correos electrónicos a todos sus amigos y familiares, especialmente a su hermana en la Universidad de Chulalongkorn, pero también porque parte de su plan americano es llevar un diario. El agente la deja pasar y de pronto está en el país. Como en esta tierra pagana no hay ninguna estatua de Buda a la que ofrecerle un wai, ella junta las manos cerca de la frente mirando en la dirección de Tailandia. Traducido directamente del tailandés: «Dale los buenos días a Chanya, Norteamérica».

Su guardaespaldas y ella se suben a uno de los autobuses de enlace para tomar el vuelo con destino a El Paso. La observa mientras ella pasa a la sala de última espera y luego desaparece. Otro guardaespaldas que no es tailandés sino texano se reúne con ella cuando baja del avión en El Paso. Tiene el rostro colorado, una calva incipiente, algún problema en la piel y un cuerpo que desprende un olor agrio, pero ella se da cuenta de que es un profesional por la manera en que pasa por alto sus encantos y va al grano. De camino al salón de masaje le explica que la ventaja del desfase horario es que estará fresca y despejada en mitad de la noche, por lo que empezará a trabajar en ese turno dentro de unas cuantas horas. Será mejor que duerma un poco. Le deja caer que es la primera mujer asiática que trabajará para este equipo.

La primera palabra que aprende en español es «coño», una palabra que las mujeres de su gremio utilizan mucho, incluso en Tailandia, pero es que las mexicanas del salón de masaje la utilizan constantemente. Salpica todo lo que dicen y suena indescriptiblemente sucia. La mayoría son bilingües en español e inglés, pero prefieren hablar en español. Suelen tener familia al otro lado de la frontera y se conocen entre ellas de Ciudad Juárez, donde tienen novios y maridos que trabajan de peones en el tráfico de narcóticos. Chanya se había preparado mentalmente para cualquier norteamericano que la contratara y lo cierto es que no había pensado que las otras mujeres supondrían un problema. En seguida comprende que es una cuestión cultural, pero no tiene ni idea de qué hacer al respecto. A ella la criaron con amor y cariño unos pobres pero devotos budistas y ella nunca viola ninguna de las restricciones excepto una. Buda exige a sus seguidores que encuentren un «empleo adecuado». Chanya tomó la decisión de aplazar el cumplimiento de dicho mandato porque la prostitución le ofrecía más dinero que cualquier otro trabajo y le facilitaba el acatamiento de las demás restricciones budistas, sobre todo las que tenían que ver con mostrar respeto a los padres. Según la interpretación tailandesa, ello significaba asegurar su bienestar si eran demasiado viejos para hacerlo por sí mismos. También significaba mantener a sus hermanos hasta que fueran lo bastante mayores para trabajar, un acontecimiento que fácilmente podía retrasarse de forma indefinida. Chanya nunca roba, apenas dice mentiras, cultiva los buenos pensamientos y la bondad afectuosa, nunca toma drogas, no bebe demasiado alcohol en esta etapa de su vida, intenta ver lo mejor de cada persona —incluyendo a sus clientes— y lo más importante, trata de evitar por todos los medios que su mente se corrompa. Todo lo cual, unido a su extraordinario atractivo y a su fantástica figura, pone locas de furia a sus colegas, sobre todo cuando cada vez más hombres piden sus servicios.

Al cabo de una semana ha llegado a su primera conclusión importante: «Aquí las putas son todas unos demonios».

En otras palabras, son inmunes a la compasión o a cualquier salvación budista. Cuando mueran, regresarán a los infiernos de donde vinieron y permanecerán allí decenas de miles de años antes de tener otra oportunidad en forma humana, que probablemente volverán a estropear. La compasión idiota es una fase del principiante en la doctrina budista. Chanya pasó esa fase hace mucho tiempo. Se encierra en un escudo mental impermeable que se traduce en una actitud distante, pero consigue cierto respeto. Los demonios la habían considerado algo frágil y patético, un bocado suculento en el extremo mismo de la cadena alimenticia. Ahora se dan cuenta de que es otra cosa, un animal completamente distinto. «Coño». Ella no presta atención a su religión, que parece importarles, pero que a Chanya se le antoja un bárbaro producto de uno de sus infiernos más bajos, lleno de un tormento y una angustia que no conducen a ningún sitio: «Chanya se caga en los demonios».

Pasado apenas un mes empiezan a llegar las ofertas de matrimonio. Le divierte el hecho de que el varón texano haga la corte de una manera que en Oriente se reconocería al instante. Te cuenta cuánto dinero tiene, te muestra su rancho igual que un pájaro haciendo alarde de su plumaje y te trata como a una princesa enjaulada. Algunos incluso tienen la sensatez de fingir humildad: «Oh, bueno, no es más que un pequeño rancho, no soy precisamente rico…, pero está claro que la mujer que me acepte a tiempo completo va a tener la mitad antes o después. Ya tengo mis añitos, ¿sabes?».

Por lo visto la frontera entre el matrimonio y la prostitución era tan difícil de precisar en Estados Unidos como en Tailandia. Algunos de los ranchos eran gigantescos según la tradición texana, pero ella dudaba que el propietario tuviera verdaderas intenciones de compartirlo. A medida que iba creciendo su fama, cada vez más hombres de cara roja venidos de la jungla (sigue siendo muy tailandesa, para ella todo lo que no sea una ciudad o un barrio residencial es la jungla) llegaban al aparcamiento del salón de masaje en grandes automóviles SUV. Su jefe dobló su tarifa y le dijo que sus cinco mil dólares quedarían saldados en tres meses en vez de en seis; entonces sería libre de marcharse. El hombre era un profesional con experiencia y sabía que era demasiado peligroso conservarla. Antes o después llegarían los federales para echar un vistazo más experto a su pasaporte, quizá cotejarlo con la base de datos de identificación en Tailandia en la que estaban archivadas las huellas digitales.

Ahora decide que el matrimonio no es imposible, pero ella sabe calar a los hombres. Ve la mezquindad detrás del encanto, la presunción de un futuro de dominio indiscutible que surge del hecho de que ella es asiática, serena y fácil de contentar. Por su parte, si algo concreto busca en un hombre, es un sentido de la diversión tailandés. El dinero era importante, pero sin diversión la vida sencillamente no valía la pena vivirla. Aunque disfrutaba de algunas risas y bromas con alguno de los clientes, no se lo estaba pasando muy bien, y menos mientras las mujeres mexicanas desarrollaban una ira homicida contra ella. El jefe también se dio cuenta e insinuó que probablemente tendría que marcharse en cuanto transcurrieran los tres meses, pues esas mujeres tenían muy buenos contactos. En El Paso podía suceder cualquier cosa. Quizá debería irse antes, incluso, y volvió a aumentar su tarifa por horas. En el tiempo récord de dos meses después de su llegada ya era libre para marcharse.

Una mujer como ella tenía que ir a Las Vegas. Lo había sabido incluso en Bangkok. La primera vez que ve la ciudad desde el autobús Greyhound reconoce las vibraciones. Valiéndose de sus contactos en la mafia tailandesa-norteamericana no tiene ninguna dificultad en encontrar un trabajo en la mayor agencia de la ciudad. Dicha agencia está tan bien organizada, al estilo americano, que hasta le dieron un curso de iniciación. Chanya está sentada en la sala de conferencias de un gran hotel con, aproximadamente, otras cincuenta mujeres jóvenes, la mayoría de las cuales no son de raza blanca.

Con frecuencia ha oído referirse a la prostitución como a una industria, pero nunca la ha visto tratada como tal. La rubia platino que está de pie, de cara a las nuevas reclutas, es una obra maestra de la cirugía moderna: aumentos de pecho, abdominoplastias, rinoplastias, estiramiento facial…, de todo. Tenía más de cuarenta años —hacía tiempo que le había pasado la edad de estar en servicio activo— y seguramente la habían trasladado al sector de recursos humanos de la profesión. No había cirugía que pudiera hacer mucho sobre su voz, que era como el sonido del papel de lija contra el acero:

—Es así y en este orden. No quiero enterarme de que alguna de vosotras tiene el orden mal entendido, de modo que si tenéis dificultades de aprendizaje o un mal inglés, anotadlo todo. He puesto papel y lápiz en todas las mesas.

»Uno: El cliente llega a las Vegas. Ha oído hablar de nuestros servicios y le pregunta al taxista cómo puede contactar con nosotros de camino desde el aeropuerto.

»Dos: El taxista tiene una de nuestras tarjetas, como ésta. —Muestra una licenciosa mujer asiática con unos enormes pechos desnudos a un lado y el número de teléfono al otro—. Observaréis que hay un código de números en la tarjeta. Cada una de las tarjetas tiene un código distinto.

»Tres: El cliente llama al número y la telefonista le pide el código de la tarjeta. Esto nos ayuda a estar seguros de que es un verdadero cliente y no un poli. También significa una compensación para el taxista.

»Cuatro: El cliente expone sus preferencias, esto es, raza, tamaño de los pechos, estatura, sólo una mamada, masturbación, coito vaginal, coito anal, servicios especiales, todo lo anterior, etc.

»Cinco: La telefonista toma nota de los detalles de su hotel y vuelve a llamarlo a su habitación para cerciorarse de que de verdad esté ahí.

»Seis: Si está donde dice estar, la telefonista le dice el precio y normalmente añade que la chica estará allí en veinte minutos.

»Siete: La telefonista llama a la chica a su móvil y le dice adónde ir. También llama a uno de los guardaespaldas para que se reúna con ella en el vestíbulo del hotel del cliente. Esto es importante. No vais a la habitación del cliente y ni siquiera lo llamáis hasta que el guardia está en su lugar. Introducís el número de móvil del guardia en el vuestro con la función de marcación automática. Si en cualquier momento hay algún problema, apretáis el botón y el guardia subirá volando a la habitación.

»Ocho: Os ponéis en contacto con el guardia y luego llamáis al cliente al teléfono del hotel para que baje a buscaros. No vais directas a su habitación.

»Nueve: El cliente os dice cómo va vestido. Vosotras y el guardia examináis al cliente cuando aparece, pero él no verá al guardaespaldas. Os acercáis y lo llamaréis cariño o encanto, no utilizaréis ningún otro término cariñoso.

»Diez: El cliente os lleva a su habitación. Ahora debe pagaros la tarifa base de doscientos dólares. No hacéis ni un movimiento hasta que os hayáis guardado el dinero.

»Once: Entonces le decís que se saque la polla. Esto es importante. Si es un secreta, no se la sacará. Si se niega, os vais de la habitación. Si no es un poli, se sacará la polla, que vosotras le trabajaréis unos momentos.

»Doce: Le decís que se tumbe en la cama mientras os desnudáis. Una vez desnudas y cuando se os haya comido con los ojos le explicáis que el precio que le ha dado la agencia era simplemente por aparecer y desnudarse. Si quiere más, tiene que pagar. Tendréis vuestras propias tarifas de precios empezando desde las masturbaciones hasta llegar al coito anal. Lo que cobréis en este punto es cosa vuestra, obviamente las jóvenes despampanantes cobrarán más. En cualquier caso se os aconseja que no empecéis vuestro servicio hasta que no tengáis la pasta.

»Trece: Lo demás depende de vosotras y de vuestra creatividad, pero utilizad siempre condón para el sexo oral, vaginal y anal. De vez en cuando os colocaremos algún hombre para que compruebe el control de calidad. Cualquier chica que no le ponga su propio condón al cliente será despedida.

»Catorce: Una salida elegante siempre es buena idea. Sed educadas en todo momento; pero una buena salida da la posibilidad de que el cliente repita. El hecho de que los clientes repitan simplifica las cosas y por supuesto la próxima vez ya sabréis que no es un poli.

Al principio se sintió mucho menos aislada que en El Paso. Aquí había muchas mujeres asiáticas del gremio: japonesas, coreanas, vietnamitas, chinas, tailandesas, filipinas, malayas, indias, pakistaníes…, estaban representadas más o menos todas las razas asiáticas. Si bien eran menos populares que las rubias, eso no parecía tener importancia puesto que había trabajo de sobra para todo el mundo. Aquí los hombres eran todos turistas de otras zonas, Nevada entera era como una puerta giratoria y los aviones y autobuses los traían cada semana. Todos los clientes venían con esos ojos salidos de las órbitas, húmedos y expectantes de un hombre que ha escapado de su prisión por una o dos semanas, por un día o por una hora.

No obstante, casi todas las demás mujeres eran ciudadanas norteamericanas. Muchas habían nacido allí y otras habían inmigrado y se habían quedado el tiempo suficiente para hacer el juramento de lealtad y, por norma general, comportarse exactamente como los demás norteamericanos. Prácticamente todas ellas tomaban drogas. Las mujeres blancas solían afirmar, y tal vez con sinceridad, que, para empezar, eran las drogas (principalmente cocaína, crack y metanfetamina, a veces heroína) lo que las había llevado a dedicarse a la profesión. Les hacían falta los billetes grandes para alimentar sus costosos hábitos. Las asiáticas y las negras solían decir que era la prostitución lo que las llevó a las drogas. Todas coincidían en que para sobrevivir en el gremio en Norteamérica tenías que ir más o menos colocada de alguna cosa u otra. Chanya no tardó en comprender lo que querían decir. Los hombres rara vez se molestaban en preguntarle cómo se llamaba, no había conversación, no era divertido, incluso menos que en Texas. Para ella no tenía ningún sentido, puesto que el hecho de imponer una capa de amargura no tenía ningún efecto en la popularidad de la profesión. Por el contrario, ¿podría ser la puritana monotonía de la semana laboral lo que hacía que los hombres buscaran alivio en Las Vegas? No eran precisamente toros embravecidos, sino más bien vacas que esperaban a ser ordeñadas.

Se convirtió en una trabajadora de una cadena de producción, aunque muy bien pagada. Eso era exactamente lo que esperaban los hombres. Les hacía verdadera falta quedar decepcionados; ella los veía empezando a decir para sus adentros cuánto lo sentían mientras se volvían a poner los pantalones, que intentarían por todos los medios llevar una vida mejor y comprarles a sus esposas un vestido nuevo. La belleza y la magnífica figura de Chanya sólo eran ventajas menores…, normalmente los hombres iban con demasiada prisa o sigilo para fijarse en eso.

Empezó a beber de manera habitual, generalmente un par de tequilas al término de una sesión para no perder la cabeza. Se quedó más de seis meses, tiempo suficiente para ahorrar treinta mil dólares, y luego tomó un autobús a Washington. La había llamado una de sus amigas de Bangkok. Wan había llegado a Norteamérica poco después que Chanya y había encontrado trabajo en un hotel de Washington D.C., donde la profesión estaba muy bien controlada. El hotel tenía un anexo con sauna y bañera comunitaria para relajarse; allí Chanya podría trabajar.

En Washington, Chanya tarda una semana en darse cuenta de que ha ido a parar al paraíso de las putas. El hotel donde trabaja Wan tiene cinco estrellas, lo cual significa que en él se alojan diplomáticos, secretarios, jugadores, jefes de seguridad y demás. Pero antes de que Chanya haya tenido tiempo de solicitar empleo, su amiga le presenta a un diplomático tailandés llamado Thanee, un hombre de piel clara y de alrededor de cuarenta y cinco años con claros genes chinos que pertenece a una de las tal vez doce familias más ricas que controlan Tailandia. Chanya ha oído hablar de su familia, que a menudo es noticia en Bangkok. El patriarca, que sigue apenas vivo, ganó mucho dinero con el comercio del opio cuando todavía era legal, o semilegal, pero su hijo mayor demostró un verdadero genio comercial al invertir su parte de la fortuna familiar en la electrónica y después en las telecomunicaciones. Thanee es un segundo nieto que no manifestó ningún interés por los negocios, pero que demostró tener aptitudes para la diplomacia. Con sus contactos era inevitable que antes o después se hiciera con un trabajo fantástico en Washington. Forma parte de un grupo de presión permanente que vela por los intereses de la economía tailandesa…, bueno, por los intereses de los patricios tailandeses, para ser exactos.

Las negociaciones son muy breves, Chanya y él cierran el trato con poco más que una sonrisa. Al cabo de unos cinco minutos Wan encuentra una excusa para dejarlos solos. Es un alivio tan grande hablar en su propio idioma y estar con un hombre que entiende de dónde viene que casi pierde su profesionalidad: Monitor cardíaco: «¡Bip, bip, bip! ¡Peligro! ¡Peligro! ¡Peligro! Es guapísimo».

No hay prisa por llevársela a la cama. Van a un restaurante tailandés cerca de Chinatown donde la anima a que escoja sus platos preferidos. Pide una botella de vino blanco para la ensalada de gambas crudas y una botella de tinto para el pato. La hace reír con algunas bromas tailandesas, pero al mismo tiempo su sofisticación es bastante intimidatoria. No solamente habla inglés a la perfección, sino que además posee una especie de suavidad que parece impresionar, asustar incluso, a los camareros. Domina ambas culturas, lo cual la deja casi muda de admiración. Y lo mejor de todo es que se entienden de maravilla: con este tipo no habrá pasión equivocada ni ofertas de matrimonio. Regresarán a su apartamento sin prisas, a un pausado paso tailandés, su fiesta privada empezará cuando ella le haga lentos masajes con aceite aromático y poco a poco se irá creando más intimidad, él no forzará la situación sino que aguardará a que ella le indique que está lista. Se quedará a pasar la noche, desayunarán juntos, tal vez practicarán el sexo una vez más antes de que él le pague generosamente. Ella se permitirá enamorarse de él de una manera muy controlada. Dentro del sistema de clases tailandés no podrían estar más alejados, de manera que ninguno de los dos va a formarse expectativas poco razonables. Por otro lado, ambos se saludarán con afecto y cierto grado de alivio en su próxima cita. Casi con seguridad ella se convertirá en una de sus mia noi o esposas menores en Washington.

Que es exactamente lo que pasó, sólo que ella en seguida se convirtió en su mia noi favorita. En realidad, Wan le contó que había dejado a todas las demás la misma semana que conoció a Chanya. La primera esposa de Thanee, Khun Toi, la mismísima matriarca, pasaba la mayoría del tiempo en Tailandia con sus dos hijos y rara vez iba a Washington. Por supuesto, conocía la existencia de las varias mia noi de Thanee. Se hubiera reído a carcajadas si alguien le hubiera dicho que su esposo le era fiel. Ella misma, que había recibido educación en Occidente y que estaba tan liberada como cualquier mujer, a su propia manera tailandesa, tenía un amante habitual en Bangkok de cuya existencia Thanee estaba perfectamente enterado. No era imposible que Thanee le presentara a Chanya en su próxima visita. Todo el mundo conocía las reglas, Chanya demostraría gran deferencia hacia Khun Toi y ésta a cambio le tomaría afecto a Chanya.

Eso es exactamente lo que pasó. Khun Toi se quedó diez días y Chanya y ella se llevaron de maravilla y fueron a comprar juntas. Khun Toi le compró a Chanya algunas faldas y vestidos nuevos magníficos, de lo más exclusivo, y Chanya llevó todas sus bolsas a la limusina que las esperaba. Al cabo de diez días Khun Toi le dijo a su marido cómo iban a ser las cosas: Chanya era demasiado hermosa y valiosa para dejarla a merced del comercio del sexo local. Thanee iba a pagarle un estipendio cada mes, lo suficiente para vivir y vestir bien y para acompañar de vez en cuando a Thanee en aquellas pocas funciones sociales donde los norteamericanos no enarcarían demasiado las cejas. A Chanya la invitarían a las veladas sólo para asiáticos. No vivirían juntos y Chanya sería discreta con las idas y venidas del apartamento de lujo de Thanee. Thanee debía darle una llave para que pudiera ir y venir más cómodamente. Por su parte, Chanya se dedicaría a Thanee y no atendería a ningún otro cliente. Eso evitaría el riesgo de enfermedades que durante un tiempo había estado preocupando a Khun Toi. No es que, últimamente, ella y Thanee practicaran el sexo con mucha frecuencia, pero no quería que él enfermara y muriera.

—Tres cuartas partes de mi dinero volverán a mis padres —le explicó Thanee a Chanya delante de Khun Toi. Todos se rieron, al estilo tailandés.

«Chanya cree que tal vez a Khun Toi no le entusiasme organizar los polvos sinvergüenzas de su marido. La olí esta noche cuando me abrazó. Mientras escribo esto ella está haciendo que se la folle. Va a hacer que le explique cómo es Chanya en la cama, qué es lo que él me hace hacer. Bueno, pues hacemos de todo, encanto».

Al principio Thanee es muy cuidadoso y no le deja más que entrever el más mínimo atisbo de su vida profesional, de lo que se entera es de lo que surge en las charlas triviales entre su nuevo amante y sus amigos tailandeses. Sin embargo, aunque dejó la escuela a los doce años y nunca ha dedicado un minuto a pensar sobre la geopolítica, Chanya lo entiende todo en seguida. Está asombrada e incluso un poco consternada ante la visión extraoficial de esta Saharat Amerika que tanto tiempo y esfuerzo le costó alcanzar. Según Thanee y sus amigos chinos, la mayor economía y única superpotencia mundial está al mismo tiempo vieja, estancada, gravada y gobernada en exceso, más sobrearmada que un Tiranosaurus Rex y demasiado retrógrada para que experimente ninguna expansión espectacular. China es un país joven cuya vida empezó en 1949. Acaba de entrar en el gran periodo de empresarios alocados y capitalistas sin escrúpulos, disfruta del equilibrio adecuado entre corrupción y ley y orden que permite que sus más fuertes y feroces hombres de negocios acorten camino entre los trámites burocráticos en tanto que a los ciudadanos corrientes los mantienen bajo control. Se aproxima a la edad de oro de los Rockefeller, Joseph Kennedy y Al Capone. Además, China está muy cerca de Tailandia. Cuando se complete la fase actual de los proyectos de construcción de carreteras en Laos, habrá rutas terrestres directas desde Pekín y Shangai hasta Bangkok. Es esto lo que parece entusiasmar a Thanee y a sus asociados más íntimos, tanto los chinos como los tailandeses. China ya domina las economías del sudeste de Asia. En cuestión de veinte años será la mayor economía mundial y el país más importante del mundo para cualquiera que viva en Tailandia. Con más de dos mil millones de capitalistas natos, su potencial de expansión es incalculable.

Al comprender el mensaje subliminal, Chanya se da cuenta con tristeza de que es el último lujo de Thanee en Washington. Él advierte que lo ha entendido. Tal vez le permitió oír ciertas conversaciones de manera deliberada, no hay duda de que es lo bastante inteligente y taimado como para eso.

Sin embargo, los pasos de una carrera requieren planificación y, con los asiáticos, un montón de comidas y botellas de vino. La mayoría de las noches sale vestido de esmoquin. Son pocas las ocasiones en que puede invitarla, pero le compra tres trajes de noche por si acaso. Ella causa sensación con sus vestidos largos y su reluciente cabello negro trenzado y sujeto en alto, el collar de oro que le compró brillando contra su piel morena y en las orejas unas perlas grandes y sencillas engastadas en oro. Chanya ve que no son pocos los chinos y tailandeses que tienen intención de heredarla tras la partida de Thanee. Y así lo hubieran hecho de no ser por una curiosa jugada del propio Thanee.

Chanya cree que en la vida logrará explicarse el motivo concreto por el que Thanee la presentó al farang. Durante bastante tiempo pensará en aquel hombre alto, musculoso y más bien poco atractivo simplemente como eso: el farang, probablemente porque desde que está con Thanee apenas ha conocido a hombres blancos. ¿Por qué Thanee la invitó a comer con el farang en el 7 Duck de la avenida Massachusetts (mimbre y almohadones por todas partes, la pasta, penne con mariscos, hubiera estado mucho mejor con más chile) precisamente el día en el que le dio la noticia de que lo habían destinado a Pekín y que se marchaba al cabo de dos meses? A veces piensa que podría haber sido una especie de mala jugada, no a ella sino al farang. ¿Quizá fuera la sutil venganza de un diplomático asiático que no había dejado de notar que ni siquiera con su desenvoltura, encanto, inteligencia y perfecto inglés se le podía considerar igual a los norteamericanos que creían dirigir el mundo? Si ése era el caso, entonces fue un golpe de genialidad malintencionada por parte de Thanee; cualquiera podría haber previsto lo fuerte que probablemente sería la caída del farang.

Mitch Turner no pudo apartar los ojos de ella durante toda la comida, hasta el extremo de que la situación se volvió embarazosa y Thanee mostró signos de irritación demasiado sutiles para que Mitch Turner los captara. Chanya tenía que bajar la mirada continuamente para no cruzarla con la del farang. En ocasiones, con bastante mala educación, se puso a hablar en tailandés con la esperanza de que el norteamericano se ofendiera, pero él no pareció advertirlo. Aquellos ojos azules sencillamente ardían sobre su piel. No podía dejar de mirarla.

Esto no es del todo sorprendente. Llevaba cinco meses en Washington y durante la mayor parte de ese tiempo la había mantenido Thanee, que no tenía nada que envidiarle a una mujer cuando se trataba de ropa y cosméticos. Chanya lleva puesto un traje chaqueta color beis de Chanel, su cremosa piel morena se ha beneficiado de interminables visitas a esteticistas de categoría que también saben cómo realzar el misterio que albergan esos ojos orientales, pero lo mejor de todo es que su elegancia natural convence a todo el mundo de que ella también es una joven diplomática, el producto de la mejor educación que se puede comprar con dinero. Seguro que una chica campesina que empezó su vida laboral cuidando búfalos de agua descalza en el arrozal no sabría sentarse de esta manera, ¿no? ¿Y estar tan relajada que casi resultaba intimidatoria? Ésa fue la palabra que Mitch Turner utilizó más adelante, cuando se conocieron mejor. ¡Durante toda la comida él se sintió intimidado por ella!

Al menos este día la salva el neopuritanismo. Normalmente Turner sólo se permite media hora para la comida, y ésta ya hace setenta minutos que dura. Cuando puede apartar la mirada de ella, entra en una críptica conversación con Thanee que Chanya no puede seguir. Ahora Turner debe regresar a la oficina.

Thanee y Chanya intercambian muestras de alivio imperceptibles para los que no son tailandeses y en cuanto se va piden champán (por supuesto, Mitch Turner nunca bebía en las comidas, y muy poco en las demás ocasiones) y poco a poco se sedujeron el uno al otro por enésima vez. Cuando finalmente llegan al apartamento de Thanee ella se dirige automáticamente al baño para cambiarse, ponerse un albornoz y empezar a darle un masaje. Cuando lo encuentra en el sofá, también con un albornoz puesto, él le entrega una caja forrada de terciopelo azul. Dentro hay una pesada cadena de oro con un Buda como colgante. Cuando lo saca, ve que la cadena es muy gruesa y no especialmente bonita. Es de oro de veintitrés quilates y sola podría valer quizás unos cinco mil dólares. El colgante del Buda es de oro y jade; vale el doble. La verdad es que la cadena no es de su estilo, es demasiado pesada y ostentosa, pero ella sabe que no se trata de eso. Ésta es la manera tailandesa que tiene Thanee de cuidar de ella. El oro es su seguro en Estados Unidos, o en cualquier otro sitio, en realidad. Si alguna vez tiene algún problema serio puede empeñarlo o venderlo. Thanee está diciéndole adiós con otras palabras. Por primera vez en su vida Chanya rompe a llorar por un hombre. No obstante, se recupera rápidamente; sólo el obstinado gesto de su barbilla deja ver lo duro que está luchando para controlarse.

Él la consuela y le hace el amor como nunca antes se lo había hecho. Su ternura lo dice todo. Él también la ama, más de lo que ella se atrevía a esperar, pero ninguno de los dos es tan tonto como para suponer que pueden salir corriendo hacia una isla desierta en alguna parte. Las normas de la pirámide feudal tailandesa están grabadas en sus corazones. A él le era totalmente imposible llevársela a Pekín, eso sería divulgar sus relaciones de un modo que dañaría la reputación de su esposa y en Oriente no hay nada más importante que la reputación. Esta última fiesta de placer es lo mejor que pueden hacer, y lo aprovechan al máximo. Él le prohíbe que vaya al aeropuerto cuando se marche. Ella lo comprende. La noticia de su nombramiento en Pekín se ha hecho pública y la prensa le estará esperando. El aeropuerto no será un buen sitio para una mia noi.

Nosotros, los tailandeses, no damos mucho valor a esa compulsiva ampliación de las emociones a través de la distorsión de los músculos faciales tan querida en Occidente. Se dicen adiós por última vez en el aparcamiento del edificio del apartamento de Thanee. El chófer de éste, un tailandés, la llevará a casa. Ambos tienen los ojos secos y cara de pocos amigos cuando se dan el último beso. Los dos saben que no volverán a verse nunca.

En el preciso momento en que el avión de Thanee despegaba, Mitch Turner llamó al apartamento de Chanya donde ella estaba mirando la televisión.

—Hola —dijo, con una voz seca y anormalmente aguda—. Espero que no te importe que haya llamado. Supongo que no te esperabas saber nada de mí, pero, bueno, me dijo un pajarito que Thanee acaba de tomar el avión y tenía miedo de que…, esto…, pudieras estar un poco deprimida. Quizá tengas un montón de otras cosas que hacer, pero si no, me preguntaba si podría invitarte a una copa o a comer algo. La verdad es que me gustaría mucho.

—Piérdete —le dijo Chanya, y colgó. Se puso nuevamente a ver Los Simpson, el extravagante humor que apenas empezaba a entender.

No hay duda de que el farang es obstinado. No la acecha, no es tan tonto como para eso, pero elige cuidadosamente momentos en los que simplemente aparece. Thanee le dijo que Mitch Turner era un agente secreto de la CIA, aunque pretendía ser otro empleado de plantilla de Washington que se ocupaba de los grupos de presión y de los dignatarios que venían de visita. Son tan extrañas las ocasiones en las que casi chocan el uno con el otro que ella se pregunta si el hombre no estará abusando de sus privilegios profesionales. Un tailandés en ese estado de intensa lujuria (la palabra es suya, duda que Turner lo hubiera llamado así) sin duda empezaría a amenazar antes o después; a Turner le sería muy fácil comprobar su pasaporte y su visado en la base de datos de la CIA y amenazarla con la deportación si no le daba lo que él quería. Ella confía en que no hará tal cosa. De hecho, se comporta como un caballero enamorado. Tranquilamente persistente, desde las aceras, mesas cuidadosamente escogidas en sus cafeterías favoritas, alguna que otra llamada telefónica:

—Sólo compruebo que estás bien, no hay necesidad de que te sientas amenazada. ¿Quieres que desaparezca?

—No, no pasa nada. Siento haberte dicho eso, era un mal momento. Gracias por llamar.

—¿Algún día cuando lo hayas olvidado?

—Tal vez.

Ella cuelga el teléfono con una lánguida sonrisa. El romántico farang creía que estaba deprimida por Thanee. Bueno, en cierto modo sí, pero hay muchas maneras de estar deprimido. Cuando te han criado unos granjeros pobres, la enfermedad de amor no deja de ser un lujo y Chanya tenía un problema. Thanee le había pagado tres meses de alquiler de su pequeño apartamento y la había dejado con diez mil dólares, aparte de todo el oro y la ropa cara. Además, todavía tenía los treinta mil dólares que había ahorrado en Las Vegas. Pero cuando el alquiler y el dinero se terminaran volvería a estar en el punto cero en cuanto a lo de hacer fortuna en Saharat Amerika. Una semana después de la marcha de Thanee, llamó a Wan para preguntarle si había alguna vacante en la sauna del hotel donde trabajaba.

Wan le consiguió una entrevista con el jefe, un chino de Hong Kong que vio su potencial al instante. Samson Yip se aseguró de que entendiera que estaban en Estados Unidos, no en Asia, especialmente no en Tailandia: había federales por todas partes. Estaban interesados sobre todo en mujeres asiáticas que trabajaran en negocios de sauna y masajes. Algunos de los hombres que acudían a darse masajes eran agentes del FBI con la esperanza de llevar a cabo una operación encubierta en el local. La más mínima insinuación por su parte de abordarlo como cliente sería un desastre no sólo para ella sino también para Samson Yip.

Yip era un hombre bajo y gordo y no compartía su renuencia a lucir enormes cantidades de oro. El collar que llevaba era más grueso aún que el de ella, y mucho más feo. En tanto que tailandesa, estaba familiarizada con la mentalidad china. Él era implacable y avaricioso, pero honesto, no intentaría engañarla. A cambio, sería mejor que ella no lo engañara a él si quería seguir en Norteamérica. ¿Entendido? Bien, pues así son las cosas.

Más de la mitad de los clientes que acudían para los masajes o para utilizar los baños de vapor eran extranjeros. Había algunos sofisticados europeos, franceses e italianos sobre todo, con quienes era posible cierto entendimiento. Muchos eran asiáticos, japoneses y principalmente chinos, que generalmente conocían las reglas del juego. Samson Yip le dijo que en tales casos podía utilizar cierta discreción, pero muy limitada. Por otro lado, con los norteamericanos eso estaba estrictamente prohibido a menos que él personalmente le diera luz verde.

Al cabo de una semana Yip se dio cuenta de que había gastado saliva inútilmente. Chanya era demasiado inteligente para hacer un movimiento en falso. Yip le dijo que nunca se llevara a un cliente a su apartamento. Él proporcionaba la habitación en el hotel. Dicha habitación cambiaba de un día para otro, a veces de una hora para otra, para que así no llamara demasiado la atención.

Algunos empleados del hotel sabían lo que pasaba, por supuesto. Mantenerlos con la boca cerrada formaba parte de los gastos generales de Yip.

En cuestión de dos semanas Yip había doblado el precio por hora de Chanya. Al cabo de un mes era su empleada estrella. No era solamente por su atractivo y sus encantos físicos; esos tres meses con Thanee habían pulido sus talentos naturales. Los diplomáticos apreciaban especialmente cierta sutileza en su aproximación, un nuevo encanto en su conversación. A todos los hombres les gustaba la manera en que hacía que se sintieran especiales. Casi era como no estar con carne contratada, sino algo más parecido a haber encontrado a la mujer de tus sueños esperándote en una sauna.

De modo que cuando Mitch Turner apareció para darse un masaje en todo el cuerpo ella se llevó el susto de su vida. Había tenido mucho cuidado, había tratado de asegurarse de que no la seguía cuando iba y venía del hotel. Entendía muy poco la diferencia entre el FBI y la CIA. Hacía más de tres semanas que no lo veía ni sabía nada de él, por lo que había supuesto que su pasión se había extinguido y que su mente se había volcado en alguna que otra obsesión al caprichoso estilo de los hombres norteamericanos. Pero allí estaba, con una toalla blanca que le envolvía las partes pudendas, tumbado en la camilla de masaje, esperándola.

Ella no dio muestras de reconocerlo, simplemente lo trató como a cualquier otro cliente, excepto porque procuró no hacer nada que pudiera interpretarse mal. Su técnica de masaje había mejorado un poco, aunque a decir verdad nunca tuvo precisamente un nivel de profesional. En su caso Chanya evitó cuidadosamente la parte superior de los muslos y las nalgas. Tenía que admitir que el hombre poseía una magnífica musculatura que obviamente era producto de muchas horas haciendo pesas. Ninguno de los dos dijo nada personal ni dio muestras de conocerse hasta que llevaban media hora de masaje, cuando ella le dijo que se volviera boca arriba y sus miradas se cruzaron. Ella volvió la cara para hablar con la pared.

—¿Por qué has venido?

—Porque estoy obsesionado contigo.

—No quiero que vuelvas a venir aquí.

—¿Cómo puedo evitarlo?

—Me iré, me marcharé a otra ciudad.

—Te encontraré.

—Regresaré a Tailandia.

—Te encontraré.

—Te cortaré la polla mientras estés durmiendo.

—Es la cosa más tailandesa que te he oído decir nunca.

Ella no había considerado que pudiera estar familiarizado con el sudeste de Asia.

Cuando terminó con el masaje y él se marchó, Samson Yip la hizo llamar para que fuera a verle a su despacho. Le preguntó sobre su último cliente. Ella le contó sinceramente todo lo que sabía. Yip puso muy mala cara, casi como si estuviera en estado de choque.

—Lo sabía todo. Absolutamente todo. Hasta los números de habitación que utilizamos. Tenía que ser del FBI o de la CIA. Me cerrará el negocio si no haces lo que él quiere. Depende de ti, puedes huir o puedes verle. Afirma que lo único que quiere es conocerte mejor, cenar unas cuantas veces, nada de sexo, sólo que le des una oportunidad. Es lo bastante raro como para decirlo en serio, ¿no crees? ¿Qué vas a hacer?

—Dile que iré a cenar con él una vez. Eso es todo. Nada de sexo. Si quiere más, tendré que irme…, o puede hacer que me deporten si quiere. Es cosa suya.

Yip movió la cabeza en señal de asentimiento, su gran rostro ovalado de doble mentón se concentró, perplejo.

—Dime una cosa. Parece un buen norteamericano, de vida sana, con una sólida carrera profesional…, la clase de hombre por el que las mujeres como tú vienen a este país para casarse. ¿Por qué sigues rechazándolo?

Chanya miró a Yip a la cara y sólo vio dinero, avaricia, estupidez.

—Porque soy una puta.

Yip volvió a asentir. No era tan estúpido después de todo. Sólo estaba probando lo inteligente que era ella.

—Tienes razón. Un norteamericano como él nunca podría olvidar ni perdonar. En cuanto pasaran los primeros meses de pasión te torturaría durante el resto de tu vida.

—Peor aún, se torturaría a sí mismo.

El chino soltó un gruñido. Había trabajado toda la vida con prostitutas. La manera en que eran capaces de conocer a los hombres con una sola mirada seguía asombrándolo de vez en cuando.

Mitch Turner la lleva a un restaurante tailandés en Adams-Morgan, a poca distancia de Columbia Road. Ella está impresionada de que sepa que no tiene que llevarla a uno de esos sitios tailandeses para gente pudiente donde el chile está diluido y la comida es prácticamente insípida. Éste al que han ido es de presupuesto medio y está frecuentado por tailandeses. La comida, aunque no acaba de ser la que sería habitual en un puesto de comidas de Bangkok, no está nada mal. Uno de los camareros es un joven japonés y durante toda la velada ella está convencida de que Mitch Turner la ha llevado allí para presumir. Cuando lo conozca mejor, cambiará de opinión, pero está impresionada. Parece totalmente norteamericano, de esa clase de hombres que podrían alardear de no tener pasaporte, pero su soltura y evidente familiaridad con las costumbres japonesas hacen que gane en su estima. Lo que más le gusta es su deferencia hacia los orígenes del camarero, hasta el punto de hacerle reverencias. Muy pocos farang poseen semejante cortesía.

Ella le regala una de sus sonrisas más generosas. Él está encantado como un colegial. No hay necesidad de dormir con este hombre para tenerlo en la palma de la mano, ya está bien acurrucadito en ella.

Apenas bebe, cosa que la decepciona un poco. Thanee le enseñó a disfrutar de una botella de vino con la cena, y a la tensión que hay en la atmósfera no le iría nada mal recibir un poco de ayuda por parte del alcohol. Lamentablemente, parece que le tenga miedo. Ella se conforma con un solo vaso de vino tinto, Turner bebe agua mineral.

Otra sorpresa: no se le da mal la charla sobre temas triviales. No es tan bueno como Thanee, por supuesto, que podía hablar de forma divertida sobre pompas de jabón; hay cierta afectación en la manera en que Turner charla sobre Washington, esto o lo otro, pero no es tan tosco como ella se había temido ni mucho menos. A cambio ella le confía lo mucho que le gustan Los Simpson con el tono entusiasta de una recién convertida. Él sonríe. No obstante, está claro que no decir nada sobre su profesión es algo que ya hace automáticamente. La comida casi ha terminado antes de que él vaya al grano.

—Lamento haberle apretado las clavijas a Yip. Estaba desesperado. Ahora has hecho lo que yo quería y has cenado conmigo. Soy un hombre de palabra, cualquiera que me conozca te lo dirá, de modo que no voy a volver a molestarte. Si dices que no la próxima vez que te pida que nos veamos, me lo tomaré como la definitiva. Sólo haz una cosita por mí. Lee esto. —Le entrega un paquete de la medida de un libro en el que ella ya se había fijado—. Está en tailandés. Si no tienes mucho tiempo, lee sólo el Nuevo Testamento, especialmente los cuatro Evangelios.

Ella mira el paquete con desconcierto.

Cuando la deja en su edificio de apartamentos le dice:

—No quiero dormir contigo. No hasta que estemos casados. Sólo quiero verte de vez en cuando. —Una sonrisa apenada—. Quiero cortejarte. Estoy chapado a la antigua.

Ella se lo queda mirando fijamente, con el libro en una mano y el bolso de Chanel en la otra. Reconoce que durante un minuto entero se siente seducida por la perspectiva de una existencia simplificada, segura, limpia y escrupulosamente moral con un hombre fuerte, honesto y devoto que nunca la defraudaría, que la mantendría a ella y a sus hijos y que en general le permitiría vivir felizmente para siempre. Entonces se da cuenta de que está pensando en una telenovela, no en la vida real. La verdad es que el momento escogido se suma a la sensación de irrealidad. ¿Formaba parte de la cultura norteamericana prácticamente proponer matrimonio en la primera cita?

Al reconsiderar la cuestión, su opinión es que se trata de una relación muy peligrosa para uno de los dos. Como inmigrante ilegal, no puede menos que imaginar que la víctima será ella. No obstante, reconoce que él ha ganado el primer asalto. No se negará a verlo otra vez. Sin embargo, hay una cosa que él tiene que entender:

—De ningún modo voy a intimar contigo sin sexo. Piense lo que piense tu dios sobre el tema, será mejor que le digas: no se puede cortejar a una chica tailandesa sin sexo. Toneladas de sexo, hasta que te salga por las orejas.

Ella hace caso omiso de la afligida expresión de su cara y se da la vuelta para dirigirse a los ascensores. Ha decidido no volverse para mirarlo, ni siquiera para decirle adiós con la mano, y él en seguida queda oculto por una columna de cemento. Cuando ella llega a la puerta del ascensor, se para en seco. La voz de Homer Simpson la llama:

—¡Chanya, eh, Chanya! Tengo entradas para el partido de los Isótopos de Springfield el próximo sábado, ¿quieres venir? —Ella se da la vuelta rápidamente, incluso intenta buscarlo en el aparcamiento, pero no está. Se queda boquiabierta de asombro. No había sido una simple parodia por parte de un talentoso aficionado, aquello fue una imitación perfecta, de calidad profesional, algo más que inquietante.

Mientras sube hacia su apartamento está pensando:

«Esta vez Chanya ha pescado un tipo raro. Veinte minutos en la cama con él y Chanya lo sabrá todo. Su cara no está tan mal, pero él se avergüenza de ella. Quiere ser el guapo chico norteamericano. Algo irreal, como en las películas. En Amerika todo el mundo en las películas. ¿Tal vez no se le levanta?».

Eso sí que sería un desastre, casarse con un hombre para descubrir que es un inútil debajo de las sábanas. Pero ¿por qué ha decidido volver a verlo? En el aspecto económico las cosas le van estupendamente bien en la sauna, podría pescar a un montón de hombres asiáticos que conoce en el cuerpo diplomático y que no hacen más que llamarla constantemente, todos los cuales la comprenderían mucho mejor que el farang. En ocasiones el karma es un sistema meteorológico demasiado complejo para analizarlo.

Una vez en su apartamento deja la Biblia sobre una mesa, todavía sin desenvolver, y se olvida del tema.

Así pues, ¿quién es Mitch Turner? Chanya se hubiera sorprendido si supiera cuánta gente se ha hecho esta misma pregunta. Tras la primera cena se da cuenta de que no le ha contado nada en absoluto sobre su vida personal. Incluso la traducción al tailandés de la Biblia, que podría parecer un gesto íntimo y encantador por parte de un hombre piadoso, era claramente un acontecimiento artificioso, algo que no era del todo lo que parecía, como si la piedad sólo estuviera en la interpretación.

Espera tres semanas enteras antes de volverle a pedir una cita y en esta ocasión la lleva a The Iron Hearth, cerca de Dupont Circle.

Aquí no hay chile, es romántico en extremo, hay costillas de cordero con capuchas de papel sobre unas mesas estupendamente puestas en torno a una ardiente hoguera. ¿Se dio cuenta de que se estaba tendiendo una trampa? No es la clase de restaurante donde puedes prescindir del vino sin que parezca una descortesía. Realiza una buena y entendida elección de un tinto de Napa que a Chanya le parece estupendo, pero él apenas toma un par de sorbos de su vaso. A media comida la botella ya se ha vaciado en sus tres cuartas partes y Chanya deja el vaso y lo mira de forma significativa. Se lo ha bebido casi todo ella, pero sólo está ligeramente achispada. Con timidez, él toma tres o cuatro sorbos y deja el vaso. Ella continúa mirándolo fijamente. Él vuelve a levantar el vaso y bebe un poco más. Ella no lo deja en paz hasta que no se lo ha bebido todo. Aparentemente satisfecha, deja que el camarero vacíe el resto de la botella en su vaso.

—¿No es la cosa más hermosa que ha visto en toda su vida? —le pregunta de pronto Mitch Turner, con la cara roja, al camarero, quien intercambia una mirada de asombro con Chanya.

Se saltaron el postre y ella tuvo que eludir sus insinuaciones en el taxi durante todo el camino hacia su apartamento. Sus manos fuertes, glotonas y necesitadas estaban por todas partes. Cuando ella amenaza con soltarle un tortazo, él se ríe tontamente.

—Me sale por las orejas, Marge —susurra en esa perfecta e inquietante imitación de Homer.

Una vez en su piso ella lo toma en sus manos al estilo de una puta: primero una ducha juntos, donde le lava cuidadosamente sus partes pudendas con agua fría, que no tiene ningún efecto en su impresionante erección. Canturreando en voz baja para sus adentros, él le cubre los pechos con jabón líquido e intenta escribir su nombre en las burbujas. En la cama cobra vida de una manera que ella nunca hubiera podido prever.

En realidad, es asombroso. Lleva veinticinco minutos dentro y sigue fornicando mientras ella da sacudidas y se encorva debajo de él, aguantando principalmente por orgullo profesional. A su muy tierna pregunta: «¿Te has corrido, cariño?», hecha con acento francés, ella se ve obligada, como verdadera budista, a admitir sin aliento:

—Tres veces.

—Yo también. Él se ríe entre dientes y sigue follando. Cuando llega al cuarto clímax ella está reconsiderando la Biblia cristiana. Quizá no esté tan mal después de todo.

Incluso después de que él terminara por fin y Chanya se lo hubiera llevado de nuevo a la ducha y se quedaran tumbados uno al lado del otro, sigue funcionando la magia de aquel único vaso de vino. Se queda allí echado confesándose como un colegial.

Después de la historia de su vida (fue a un estricto colegio religioso en Arkansas, a Yale, estudió en Japón) empieza con cotilleos de Washington de lo más virulento.

Parece ser que Mitch Turner fue criado por unos estrictos baptistas del sur y que su padre era senador. Tiene una hermana con la que está muy unido y dos hermanos, ambos hombres de negocios con éxito y casi multimillonarios en la industria de las telecomunicaciones. Pero es su extraño repertorio de acentos y voces lo que a ella le llama la atención y lo que la asombra con la fidelidad de las imitaciones. Su interpretación del gran abanico de personajes distintos que parecen habitar su cuerpo es tan precisa que Chanya tiene que taparse la boca de pura extrañeza ante aquel teatro. Cuando se va, ella no puede hacer otra cosa que no sea sacudir la cabeza. Un tipo raro, en efecto.

En su diario Chanya admite cierta crueldad irresistible en cuanto a Mitch Turner y el alcohol. Ella verá cómo actúa una y otra vez, esa metamorfosis sumamente asombrosa. Turner tiene treinta y dos años y pierde aproximadamente la mitad cada vez que bebe. El misterioso proceso lo incapacita totalmente a efectos sociales, pero en privado es un muchacho enorme, gracioso e hipercalentorro de dieciséis años, con una docena de identidades distintas y mucha diversión. A partir de ahora ella siempre tiene una botella de vino tinto en casa. El ritual nunca falla. Él entra cargado de culpa, tenso, serio, taciturno, muy misterioso, insinuando que no sabe cuánto tiempo más puede seguir pecando con ella. Chanya le da un vaso de vino y en cuestión de minutos se ha despojado de toda su personalidad de adulto y se ha convertido en un bebé grandote, manoseador y balbuciente. Después del sexo siempre se descarga psicológicamente. No obstante, el problema es que esta descarga implica una cantidad de historias cada vez más contradictorias. En algunas versiones de su historia personal su querida hermana desaparece y es reemplazada por un adorable pero díscolo hermano al que Mitch está salvando de la perdición permanentemente. A veces su madre es una católica de Chicago. Con bastante frecuencia su padre es un gandul que abandonó a la familia cuando Mitch tenía cuatro años (Mitch llegó donde está ahora a fuerza de brillantez y de becas). En otras ocasiones su padre era un diplomático que estuvo destinado durante años en Tokio, de ahí el dominio que posee Mitch del japonés.

Puede que otra mujer hubiera visto señales de peligro, pero las prostitutas con experiencia están acostumbradas a escuchar a los hombres mientras se lían ellos mismos. Chanya imagina que tiene esposa e hijos en alguna parte y que no la considera lo bastante inteligente como para percatarse de las contradicciones. Le resulta un tanto gracioso pensar hasta qué extremo sus prejuicios lo han llevado a juzgarla mal, reconoce que espera con ganas sus visitas para ser testigo de su cambio radical de personalidad, del sexo extraordinario y, lo mejor de todo, del divertido y alocado balbuceo infantil con distintas voces que en su humilde opinión lo convierte en una especie de genio. Seamos claros, ella ha conocido a un montón de hombres y ni uno solo de ellos la ha hecho reír nunca así. Cierto, es la risa del asombro, o de la incredulidad, pero ¿no es eso lo que se suponía que los hombres enamorados tienen que ser capaces de darle a una chica? No se lo había pasado así de bien desde que estaba en Tailandia.

Su distanciado lado budista también observa que la dependencia que tiene de ella ya empieza a asustar un poco. Dos veces ha admitido que siente que ha renacido. O, para ser exactos, que ha nacido por primera vez. Ahora que él ha conocido la diversión al estilo tailandés se da cuenta de lo absolutamente jodida que fue su infancia (el expletivo es suyo). ¿O sólo era un farol norteamericano?

Está fascinada por lo mucho que él la ha subestimado y le gusta engañarlo para que caiga en contradicciones aún más flagrantes.

—Mitch, ahora dime la verdad, ¿tu padre fue realmente un senador?

—¿Papá? Ya lo creo, uno de los mejores del Capitolio, un magnífico e íntegro norteamericano, de esos a los que les confiarías tu fortuna, o tu esposa.

Ella mira su vaso. Últimamente ha aumentado un poco la dosis. Compró dos copas de vino abombadas, en cada una de las cuales cabía media botella. Ha vertido quizás un cuarto del tinto de Napa en la copa y él se ha bebido más o menos un tercio de dicha cantidad.

Él esboza una sonrisa burlona. Sabe que ella está esperando a que beba un poco más y experimente su metamorfosis. Ya está ligeramente achispado y se ríe por lo bajo. Ella sonríe. Él toma un sorbo. Por supuesto está pensando en el sexo del que está a punto de disfrutar —otro maratón, seguro— en tanto que ella aguarda con su habitual fascinación el cambio de personalidad. Un par de sorbos más y ahí viene. El rostro se le pone colorado y una nueva luz aparece en sus ojos.

—¿Cómo era realmente?

—Una absoluta mierda, un gilipollas de veinticuatro quilates —dice Homer Simpson.

Ella se dobla en dos en el sofá. Es el dramático cambio de conciencia, tan absoluto y descarado, que viene sin avisar ni pedir disculpas. Para ella es la ilustración más literal de la verdad de la doctrina budista que explica que no hay una sola personalidad sino un millón de modos de conciencia. Debidamente comprendido, un individuo puede elegir cualquiera de ellos en cualquier momento, aunque el iluminado no elige ninguno.

—¿Un gilipollas? —Ella se está riendo con tantas ganas que a duras penas le sale la palabra.

Su risa —la risa de una mujer hermosa cuyos encantos, para él, han alcanzado proporciones míticas— es muy contagiosa. Ella lo ve muy claro (aunque todo lo demás sea falso, su obsesión por ella es auténtica o realmente ha perdido el don de saber interpretar a los hombres). Se sienta en el sofá con ella, que no para de reírse desde muy adentro en una abandonada carcajada ventral.

—¿Sabes que una vez apagó el televisor porque salían dos perros follando? —Eso la hace estallar de verdad y acaba en el suelo, indefensa durante unos cinco minutos. Pero ¿era cierto? ¿De qué se estaban riendo los dos exactamente, del teatro o de la realidad? Tal vez las contradicciones fueran deliberadas al fin y al cabo, para ver si ella jugaba a este juego según sus extrañas reglas. Por un momento cree comprenderlo: es una variación de un tipo de juego sexual común entre los hombres que frecuentan a las putas: su función es entrar en algún mundo de niñez largamente reprimido, que es el único sitio en el que él se siente vivo. Como para confirmar sus sospechas, él empieza unos cinco minutos extraordinarios y comiquísimos en los que imita de forma genial a todas las personalidades de la televisión que ella nombra.

En medio de aquella hilaridad él deja de reír de repente. Esto ella no lo ha visto antes, aunque a partir de ahora se repetirá con mayor frecuencia: súbitamente se ha abierto un agujero en algún lugar de su mente, él traga saliva con nerviosismo y su rostro se ve sacudido por alguna compleja emoción, aunque es difícil saber si se trata de culpabilidad, resentimiento o del puro miedo de siempre; él no da ninguna explicación. ¿Quizá no se ha dado cuenta de su propio cambio de humor? Ella coge el vaso de la mesa de centro y se lo da. Él bebe ávidamente, apurando la copa. En cuestión de segundos ha vuelto la hilaridad. Ella se desvía todo lo posible de los temas peligrosos y deja que la desnude. Toma nota de no volver a preguntarle nunca más acerca de sus padres.

¿En qué consiste exactamente su atracción por ella, aparte de las carcajadas y de los maratones de sexo? ¿Por qué lo aguanta si podría conseguir el mismo dinero con otros cientos de clientes? Cualquier prostituta lo entendería: este hombre extraño ha compartido con ella su complejidad. En una trayectoria profesional que ya casi abarca diez años, lo único que ha conocido de los hombres es la transacción comercial simplificada en exceso, un congreso pasteurizado y de tiempo limitado excepcionalmente apropiado para el Occidente moderno si cambiaran sus leyes hipócritas. Tal como ella lo ve, Mitch Turner es su verdadera introducción a los Saharat Amerika. Quizá sí que sea amor lo que le pone una sonrisa en el rostro cuando él está de pie frente al espejo, admirando sus tríceps y preocupado porque ya no va al gimnasio con la suficiente asiduidad. En un hombre atractivo esta vanidad podría resultar violenta, pero en él es una forma de encanto. Al igual que una mujer, constantemente está trabajando para mejorar. Hace mucho tiempo que tiene planeado hacerse un tatuaje épico en la espalda, pero no puede encontrar al artista corporal adecuado en Estados Unidos, donde la mayoría de los tatuajes son muy chabacanos. La próxima vez que vaya a Japón buscará el mejor. Los tatuajes japoneses —los horimono— eran una forma de arte genuina y podían ser absolutamente exquisitos. Tal vez algún día reuniera el coraje suficiente para pasar un mes en Japón y someterse a un horimono de cuerpo entero.

En la segunda y última visita a su apartamento (su sentido de seguridad personal es extremo) ella descubre, ahora que lo conoce mejor, que el piso es un reflejo exacto de él. A primera vista todo parece estar controlado, todas las cosas en su lugar adecuado como si el menaje estuviera permanentemente en un estado de disposición para el combate; entonces encontró el gigantesco acuario lleno de arañas grandes, exóticas y peludas y las paredes de su dormitorio cubiertas con fotografías de mujeres orientales desnudas tatuadas de forma elaborada. La pornografía no la preocupó ni la mitad que lo hicieron las arañas. ¿Era un pasatiempo normal para un farang adulto?

Una tarde en la que ella se encontraba de un humor un tanto hostil hacia los hombres (un pequeño contratiempo en la sauna que le había acarreado una reprimenda por parte de Samson Yip), rompe su propia regla y se enfrenta a él con la que hasta el momento es la más flagrante de sus contradicciones:

—Mitch, sé franco con Chanya durante un minuto, ¿tu padre era senador, os dejó a todos cuando eras pequeño o murió en un múltiple accidente de tráfico cuando tenías doce años?

No se puede dudar de la velocidad de su mente:

—Todo ello es cierto. El hombre al que llamo mi padre, el senador, era en realidad mi padrastro, con el que mi madre se casó después de que papá se marchara. Papá nos abandonó cuando éramos todos pequeños y murió en un choque múltiple cuando yo tenía doce años, pero para entonces hacía más de ocho años que ninguno de nosotros lo veía.

—Y tu madre: ¿una baptista de Texas o una católica de Chicago?

—¿Mamá? Bueno, fue ambas cosas. Nació siendo católica en Chicago, pero cuando se casó con el senador se convirtió, fue la única condición que puso él, al fin y al cabo, casándose con ella le estaba proporcionando un buen empujón en la escala social.

—¿Y tu querida hermana Alice?

El rostro de Turner se ensombrece durante un breve instante y cambia de tema.

—¿De verdad quieres saber cosas de mi niñez? Fue un infierno, tan sencillo como eso. Un infierno al estilo de la tortura deliberada, planeada y de mentes mezquinas de un campo de concentración. ¿Por qué has sacado el tema si sabes que me disgusta?

—Está bien, de acuerdo. ¿Por qué estudiaste japonés?

La pregunta hace que frunza aún más el ceño. Se queda un buen rato sin responder. Ella cree que está luchando con otro de sus demonios asombrosos y muy occidentales y aguarda con expectación. Finalmente lo dice:

—Un viejo veterano de la segunda guerra mundial me inició en la pornografía japonesa. —Ella se queda boquiabierta de estupefacción. Él se explica.

En aquel tiempo, al igual que ahora, los japoneses estaban mucho más avanzados que Occidente en esta importante industria y con trece años, gracias al veterano, Mitch Turner ya era un entendido del género. Su compinche y él tenían lo que prácticamente era una biblioteca de revistas de todo el mundo compradas por correo. A Mitch y a su amigo les llevó un mes de intensa investigación analítica el confirmar empíricamente que el control de calidad japonés prevalecía tanto en la pornografía como en muchas otras industrias. Casi se podía notar la textura de la carne de las chicas, casi oías los gemidos con sólo mirar las revistas. Cuando entraron en el vídeo, la diferencia resultó aún más evidente. Con sus tatuajes sumamente artísticos, las situaciones llenas de inventiva que tanto se adelantaban al cliché de las mujeres con uniforme de colegiala del modelo occidental y la mera variedad del sadomaso, podías entender por qué la economía japonesa iba tan bien. Turner vio futones y más futones ocupados por jóvenes desnudas y artísticamente tatuadas durante todo el camino de Fukuoka a Sapporo.

—¿Y por qué te incorporaste a la…, esto…, esa cosa a la que te uniste, la Compañía?

De pronto Mitch Turner esboza una sonrisa burlona:

—Querían espías que dominaran el japonés pues en aquellos momentos existía la preocupación de que los japoneses estaban robando secretos industriales norteamericanos de un programa patrocinado por el Gobierno. Y yo soy un genio aprobando exámenes, de modo que superé sin ningún problema toda la rutina necesaria para enrolarse. —Una sonrisa condescendiente—: Tengo memoria fotográfica y un cociente intelectual de 165, nivel de genio.

—¿De modo que puedes ser quien tú quieras? —Ella es consciente de lo provocativa que puede ser la pregunta y cruza la mirada con él a propósito, como en una especie de desafío. Observa detenidamente su confusión hasta que él parece decidirse en otro sentido. Con una radiante sonrisa perfectamente convincente, dice:

—¿Sabes?, no creo que pudiera vivir sin ti ahora que te he encontrado. Eres la única mujer en el mundo que me ha entendido.

Sin embargo, los efectos del alcohol están desapareciendo, la metamorfosis de Mitch Turner va a invertirse, la culpabilidad y la responsabilidad no tardarán en reclamarlo una vez más. Chanya cree que es el momento para una última pregunta inocente:

—De modo que follaste como un loco mientras estuviste en Japón, ¿no?

Demasiado tarde, la reacción química se ha invertido, la capa exterior impermeable empieza a cubrirlo lentamente como la herrumbre, protegiendo ese extraño núcleo interno contra aún más oxidación.

—No, no lo hice.

—¿Por qué no?

Él se encoge de hombros, un gesto en el que de pronto hay poco menos que desprecio, e incluso repugnancia.

—Hay mejores cosas que hacer durante el corto tiempo que estás en la Tierra, Chanya. Espero que algún día te des cuenta de ello. Ojalá leyeras esa Biblia que te regalé. ¿Qué te debo por el masaje de hoy?

Ella ya se había acostumbrado a eso. Al final de cada sesión, incluso cuando pasaban la noche juntos, de repente él fingía haberla contratado para un sencillo masaje sin sexo y se empeñaba en pagarle lo que ella le pidiera. Ella ha aprendido a exagerar.

—¿Por el masaje? Quinientos dólares. —Cuando él ya ha pagado con billetes nuevecitos que debe de sacar del banco cada vez especialmente para ella, Chanya dice:

—¿Cuándo volveré a verte?

Menea la cabeza con aire sombrío.

—No lo sé. No estoy seguro de que debamos continuar con esto, no está bien. No es bueno para ninguno de los dos y la verdad es que necesito pensar sobre mi responsabilidad hacia ti, sobre lo que le estoy haciendo a tu alma. No creo que volvamos a vernos durante un tiempo.

Ella asiente, poniendo la expresión adecuada de aceptarlo con pesar. Sabe que volverá a llamarla al cabo de uno o dos días, pero ¿lo sabe él? ¿Hasta qué punto está perdido entre dos mentes?

Ésta es una pregunta que ella no podrá contestar hasta que ya sea demasiado tarde. Al fin y al cabo, está sola en un país grande y duro, y aunque es fuerte, hay veces en las que en su mente también se abre un gran agujero solitario. En una ocasión, sin pensarlo, lo llamó a la oficina para contarle el episodio de Los Simpson en el que Marge se pone implantes en los pechos. Tenía su número porque él se encargó de darle su tarjeta de visita cuando iba borracho («Quiero que me llames a cada hora en punto, quiero oír tu voz, quiero pasarme horas y horas diciendo guarradas contigo»: claro que ella no era tan tonta como para utilizarla cuando él estaba sobrio y trabajando). Ahora, súbitamente consciente de lo que ha hecho, aguanta la respiración, no está segura de cómo reaccionará él. Quizás esta vez ha ido demasiado lejos y él romperá la relación de verdad. Una larga pausa, y entonces:

—Marge no tenía intención de que le pusieran implantes…, fue una metedura de pata del hospital. —Una pausa—. Te llevaré a comer. ¿Adónde quieres ir?

—¿A Jake’s Chili Bowl?

—Es de negros, no es buena idea.

—Ah, sí, está bien.

—Te diré qué vamos a hacer. Te vistes de mujer de negocios y te llevaré a Hawk and Dove, en el Capitolio, le diré a todo el mundo que formas parte de la delegación de ecología tailandesa. Han venido a pasar dos semanas para intentar evitar que los norteamericanos compren pedazos inmensos de sus reservas naturales. Si alguien viene a hablar con nosotros, ya improvisaremos.

Desde que Thanee se marchó, Chanya no ha tenido la oportunidad de ser un verdadero ser humano. No se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos representar el papel de la exótica delegada comercial de Oriente hasta que Turner mencionó el Hawk and Dove, al que Thanee la había llevado dos veces. El diplomático tailandés le había comprado un traje chaqueta negro de corte americano (con pantalones, no con falda) que ahora vestía para Mitch Turner, junto con el grueso collar de oro con el colgante de Buda que nunca se había puesto fuera de su apartamento. Con el cabello recogido con horquillas y el rímel aplicado con astucia tal como te enseñan en los salones de belleza, zapatos negros de tacón alto y una seria expresión en su cara (una vez Thanee le enseñó a aparentar la Adustez Norteamericana, diciéndole que era la mejor expresión facial para lograr que se hicieran las cosas en Estados Unidos), la combinación del austero traje pantalón con el extravagante colgante de oro le da un aspecto más parecido a una miembro de la aristocracia tailandesa que a una integrante de un grupo de presión.

El contexto es el más mágico de los poderes. En Hawk and Dove, sentada en un taburete al lado del extremadamente serio Mitch Turner, que cuando está de servicio no hace otra cosa más que la Adustez, queda claro que los empleados que sirven las necesidades de los miembros del congreso suponen que es una dignataria extranjera de enorme importancia y la tratan con un respeto que no sabía que su alma ansiara. Decide que le encanta el Hawk and Dove y que le sacará a Turner frecuentes visitas al lugar como precio que tendrá que pagar para que se intensifique su relación íntima, aunque en este preciso instante él está experimentando una especie de crisis, pues no se acaba de creer que haya tenido las pelotas de cometer la imprudencia de llevarla allí. Seguro que entre los parroquianos había clientes de Chanya.

Ella miró a su alrededor con una expresión atenta en su rostro. No, que ella recordara no había allí ningún hombre a cuya polla hubiese prestado sus servicios. Mitch empalideció y pidió una botella de vino.

En su diario Chanya no nos cuenta nada más sobre esta comida, o mediante qué proceso terminaron en su apartamento, donde procedieron con el ritual de costumbre. Sin embargo, la comida había tenido un efecto sobre él que ninguno de los dos se esperaba. Después, en la cama, Turner, que todavía está bajo los efectos de su medicina, reflexiona sobre si es prudente presentarla a sus padres. Ella no pregunta qué pareja de madres y padres posiblemente ficticios tiene en la mente. Obviamente, están jugando a una variante del juego habitual. El clima es desenfadado, despreocupado y a Chanya la pilla por sorpresa.

—No es una buena idea, Mitch. Soy tailandesa. Las mujeres tailandesas tienen una fama, ya sabes.

Meditabundo:

—Pero lo hiciste tan bien hoy en la comida. Siempre podría decirles que estás aquí con alguna clase de delegación comercial. Ellos no se darán cuenta. Tendrás que conocerlos antes o después.

—No, no lo haré.

Ver ese agujero abierto en su mente asusta bastante. Seguro que sólo los niños experimentan unos cambios de humor tan descargadores. Su rostro se crispa de furia, de golpe y porrazo, sin avisar. Pero ¿en qué mundo estaban exactamente? ¿De qué padres estaban hablando? El senador y la hermana habían desaparecido hacía semanas, en la versión más reciente lo había criado una tía excéntrica.

—¿Me estás diciendo que no vas a casarte conmigo?

La incredulidad de su voz lo dice todo: «¿Cómo? ¿Una puta del Tercer Mundo dejando pasar la oportunidad de su vida?».

—No quiero hablar de ello.

—Yo sí quiero. Chanya, lamento tener que decir esto, pero no puedo seguir así más tiempo, no puedo, de verdad. No creo que te des cuenta de lo mucho que me estoy comprometiendo en esto. Ni siquiera has leído nada de esa Biblia que te di.

Para que se calle:

—Está bien, leeré la Biblia y luego hablaremos.

Ella no tiene ni idea de por qué su lectura de la Biblia tiene que ser una condición previa para hablar de matrimonio, al fin y al cabo él no ha demostrado el más mínimo interés por el budismo, pero quería hacer algo a toda costa con el pésimo humor que le había entrado de pronto. Aquélla fue la primera vez en la que ella reconoció realmente que el alcohol tal vez no tuviera unos efectos del todo benignos en este farang. Cuando se marchó, Chanya hizo un esfuerzo y leyó los cuatro Evangelios en la traducción al tailandés, luego fue al principio y leyó el Génesis antes de perder la concentración. Podía decir sinceramente que nunca había oído un galimatías tan infantil en toda su vida. Por lo visto el cristianismo era una religión milagrosa en la que a los ciegos les era devuelta la vista, los cojos andaban de repente, los muertos se levantaban, y encima ese tipo enigmático que hablaba con acertijos, que conseguía resucitarse y andar por ahí llevando todavía en su cuerpo los agujeros de la crucifixión. ¿Y qué hay del propio Dios que lo empezó todo y que resulta que es varón, por supuesto?

Menuda estupidez plantar esos dos árboles en el Paraíso y luego decirles a Adán y Eva que no coman de su fruto. En su mente el libro entero es una especie de extensión del mundo de fantasía de Mitch Turner. Los Simpson eran más convincentes.

Harta de ser objeto de condescendencia, le da, con franqueza, su opinión sobre la Biblia cristiana, sin andarse con chiquitas, y espera la reacción. Por el rostro de Mitch pasan unas expresiones extrañas, su frente está plagada de arrugas, y entonces dice:

—La verdad es que probablemente tengas razón, el cristianismo es una completa sandez. Mira, algún día voy a meterme en política, y en este país necesitas una Iglesia para poder llegar a algún sitio como funcionario del Estado. Tú me has enseñado que me queda mucho camino por recorrer. Debería darte las gracias por ello.

Ella frunce el ceño y le hace una pregunta que nunca se le habría ocurrido antes de estar expuesta a Washington.

—¿Vas a presentarte para presidente algún día?

El rostro de Mitch adopta una expresión de gravedad, como si ella hubiera dado en una verdad personal demasiado profunda para discutirla. Esboza una sonrisa tolerante, pero no responde.

Esta vez Chanya no le ve la gracia. Este hombre no es más que una maraña de trampas, una mente que se descarga rápido, pero que es incorpórea y que escupe explicaciones que cambia de un momento a otro. ¿Quizá la política fuera la única profesión en la que realmente se distinguiría?

Chanya hace constar que su relación empezó a deteriorarse a partir de ese momento. Se había dado cuenta de que el alcohol estaba teniendo un efecto negativo, de hecho él empezó a ser un borracho cada vez más desagradable y dejó de darle vino. Él, por su parte, empezó a beber en casa por primera vez en su vida (así lo afirmaba). Ella parece cansada del conflicto continuo y no se molesta en dejar constancia de sus discusiones excepto de una en la que Mitch Turner se puso del lado del feminismo.

Chanya:

—De modo que aquí todas las mujeres son hombres. En este país sólo tenéis hombres. La mitad tiene conejitos, la otra mitad pollas, pero sois todos hombres. Las mujeres caminan como los hombres, hablan como los hombres, se llaman unas a otras gilipollas y coños, igual que hacen los hombres. En otras palabras, doscientos ochenta millones de personas están buscando algo dulce para follarse. —Le muestra su sonrisa más radiante—. No me extraña que gane tanto dinero.

Él se estremece y busca una manera de guiar la conversación (ella cree que aquí está haciendo alarde de su futura personalidad política). Con calma y sinceridad:

—Las mujeres consiguieron su independencia. Quizás exageran un poco, pero, tal como ellas lo ven, estaban dominadas por los hombres, casi hasta el punto de ser esclavas.

—De modo que ahora son esclavas de vuestro sistema. El sistema no las quiere ni las trata bien, sólo las jode. Tienen que matarse a trabajar todo el día en oficinas, trabajar, trabajar y trabajar para hacer rico a alguien. Después del trabajo están exhaustas, pero salen a buscar hombres. ¿Dónde está la mejora?

—Pero tú te prostituyes para los hombres, por lo que eres una esclava del dinero.

—Cuando tú dices dinero, le das un significado farang. Cuando lo digo yo, le doy un significado tailandés.

—¿Cuál es el significado tailandés?

—Libertad. Yo hago un trabajo que dura quizás una hora, dos horas, y si quiero puedo vivir con ese dinero el resto de la semana. No estoy dominada por el hombre ni por el sistema. Soy libre.

—Aun así te prostituyes. Estás trabajando.

—¿Ves? Te contradices. Trabajo igual que las demás mujeres, acabas de decirlo.

—Pero tú vendes tu cuerpo. ¿Eso es ser una buena budista?

—No lo entiendes. Yo sólo prostituyo la parte del cuerpo que no es importante y nadie sufre, excepto mi karma un poco. No hago un gran daño. Tú prostituyes tu mente. La mente es el templo de Buda. —Agita un dedo hacia él—. Lo que tú haces es muy, muy malo. No deberías utilizar tu mente de esa manera.

—¿De qué manera? Yo utilizo mi cerebro para trabajar. Eso no es prostitución.

—Thanee me contó muchas veces que los profesionales de Washington como tú no están de acuerdo con el presidente, con el modo en que está haciendo las cosas. Es un hombre muy peligroso, podría hacer que todo el mundo odiara a Norteamérica. Tú me dijiste que tiene que dividir el mundo entre el bien y el mal porque sólo sabe contar hasta dos. Pero tú trabajas para él, dejas que se sirva de tu inteligencia para unas confabulaciones que acarrearán problemas al mundo entero. Eso es prostitución. Podría suponer un karma muy, muy malo para ti. Tal vez vuelvas siendo una cucaracha.

Mitch Turner se echa a reír. Parece admirar la descabellada ingenuidad de su argumento.

«Chanya está en un aprieto, no sabe qué hacer con este tipo».

Ella cree que probablemente la relación hubiera continuado deteriorándose tal y como ocurre con ese tipo de relaciones, hubieran tomado caminos separados, tal vez ella hubiera tenido que abandonar Washington, quizá hubiera regresado a Tailandia al cabo de unos cuantos meses más, pues le había ido excepcionalmente bien y ya tenía suficiente dinero para retirarse. Pero la fecha de esta última conversación fue el 10 de septiembre de 2001.

Curiosamente, es este mismo día cuando Chanya, que se siente deprimida y exhausta tras su discusión, anota una de esas revelaciones que le vienen a cualquiera que pase mucho tiempo en un país extranjero. En la esquina de Pennsylvania con la Novena la invade la nostalgia de su tierra natal. Está experimentando una revolución en su actitud.

Desde el principio había algo muy concreto que la había impresionado de los norteamericanos, incluso de los más humildes; era su manera de andar. Hasta los vagabundos caminaban con determinación y energía y con una absoluta certeza sobre la dirección hacia la que querían ir, lo cual era muy diferente al modo de andar de los tailandeses en Bangkok o Surin, donde la necesidad de propósito y dirección no había penetrado mucho en la mente colectiva. Ahora ya había visto mucho de aquel país y en dicho proceso había crecido lentamente un germen de conciencia.

«No saben adónde van, sólo saben hacer que parezca que sí. Caminan de esta manera porque tienen miedo. Algún demonio los está azotando desde dentro. Chanya nunca caminará así».

Por un momento tuvo la sensación de que lo entendía todo sobre Saharat Amerika; coincidió con una decisión de irse a casa, a Tailandia, más bien antes que después. No quería casarse con un hombre asustado que había perfeccionado el arte de ir a ninguna parte con tanto celo y determinación. Admitir que te habías perdido parecía estar más cerca de la iluminación y era mucho más honesto. Incluso más adulto.

Mitch Turner la llamó alrededor de las tres de la tarde del día siguiente, cuando todo el país estaba sumido en el caos. Representaba el papel del profesional consciente e impecable, que era el personaje que utilizaba para trabajar.

—Tendrás que marcharte. —Él sabía, por supuesto, que era una inmigrante ilegal, había comprobado sus datos en la base de la CIA, quizás incluso lo había verificado con sus contactos en Tailandia—. No sé adónde diablos va conducir todo esto, pero puedes apostar a que todo aquel que tenga un pasaporte extranjero de cualquier lugar que esté situado al este de Berlín va a ser sometido a un escrutinio. Ya están hablando de realizar arrestos sin juicio. Podrías verte envuelta en algo que podría robarte años de tu vida.

No hizo falta que se lo dijera dos veces. En cuanto volvieron a funcionar las líneas aéreas se subió a un avión. El 22 de aquel mismo mes estaba de vuelta en su pueblo cerca de Surin, en la frontera con Camboya. El primer artículo de lujo que compró fue un televisor de pantalla plana Sony en el que las imágenes de los 747 estrellándose contra las Torres Gemelas se repetían una y otra vez, daba igual el canal que pusieras.

Aquí termina el diario de Chanya, farang.