Capítulo 27
Es primera hora de la tarde cuando llego a Soi Cowboy y abro el bar con mis llaves. Estoy ansioso por preguntarle a Lek por su noche con Fátima, pero tengo que hablar con Nong sobre el diario de Chanya.
Nada más encender la luz saludo al Buda con un wai. Lo importante, siempre, es no dejar de reponer ni la cerveza ni el espíritu. La mayoría de los clientes beben Kloster, Singha o Heineken, y las chicas, por supuesto, ganan la mitad de su dinero con las bebidas de mujeres, un hecho que a mi madre nunca se le va de la cabeza. Ha dejado un mensaje diciéndome que pida más Kloster y más tequila a los mayoristas en cuanto entre. El tequila no es ningún problema, en el peor de los casos siempre podemos comprar unas cuantas botellas al por menor, pero las existencias de Kloster son peligrosamente escasas.
Cuando levanto la mirada hacia la estatua de Buda, entiendo por fin por qué tengo los nervios tan a flor de piel. El tipo se acaba de quedar sin caléndulas. Fuera en la calle encuentro a un florista a quien le compro todas las guirnaldas que puedo llevar (en mi país, vayas al lugar que vayas, siempre habrá un vendedor de flores con un puesto cargado de guirnaldas de Buda: es una apuesta segura en una tierra poblada por más de sesenta y un millones de jugadores). En cuanto lo he cubierto de flores enciendo un haz de incienso del que mi madre guarda debajo del mostrador, lo saludo a conciencia tres veces con un wai, clavo el incienso en el recipiente con arena que tenemos para tal propósito y le ruego que vuelva a darme suerte. En el preciso instante en que termino llega mi madre Nong con los brazos llenos de caléndulas.
—Ayer estuve tan ocupada que olvidé darle de comer —explica desde detrás de todas esas flores. Yo no digo nada, me limito a observarla mientras se da cuenta de las guirnaldas que acabo de colgarle encima—. ¡Vaya! Bueno, ahora nos perdonará. —Una sonrisa radiante—. Debería esperarnos un poco de buena suerte de verdad. ¿Cómo te ha ido en Songai Kolok?
Pongo mala cara y le digo que se siente a una de las mesas. Le hablo del diario y del muy importante hecho de que Chanya conoció a Mitch Turner en Estados Unidos. Tuvo una relación apasionada con él. Nong captó en seguida lo que trataba de decir.
—¿Podría haber pruebas que la relacionaran con él? Si los norteamericanos investigan, seguro que descubren que se veía con una chica tailandesa en Washington. Aunque ella viajara con el pasaporte de otra persona, ¿ellos podrían descubrir quién es en realidad?
—Exactamente.
Levanto la mirada hacia el Buda y tuerzo el gesto. ¿Cuántas caléndulas harán falta antes de que nos perdone por haberlo descuidado? Nong sigue la dirección de mi mirada, se acerca a él, enciende otro haz de incienso y lo saluda a conciencia con unos wai con bastante más piedad de la que yo he sido capaz de mostrar.
—Estoy segura de que no hiciste los wai como es debido —me reprende—. Ahora estará bien.
En estos momentos suena el Satisfaction en mi móvil. Es Vikorn, que quiere saber cómo me ha ido en Songai Kolok.
—Será mejor que vengas aquí —me dice, y cuelga el teléfono.
La zona pública de la comisaría está atestada con la colección habitual: mendigos, putas, monjes, esposas quejándose de sus maridos violentos, maridos quejándose de sus esposas ladronas y mentirosas, niños perdidos, los desconcertados, los implacables, los pobres (aquí todo el mundo es pobre). No obstante, el pasillo está vacío, al igual que el despacho de Vikorn, en el que sólo está él. Me escucha mientras le cuento más cosas sobre el diario de Chanya y los hombres de la CIA, Hudson y Bright, que aparecieron en Songai Kolok. Al cabo de un rato se pone en pie y camina de un lado a otro con las manos en los bolsillos.
—Míralo de esta manera. Tú eres un estudioso brillante con al menos un doctorado en algo horriblemente complicado. Mientras todavía eres un estudiante idealista decides servir a tu país incorporándote a la CIA, que te recluta con entusiasmo. Tras diez años de trayectoria ya no eres un estudiante ingenuo. Todo el mundo a quien conociste en la universidad está ganando el doble de sueldo que tú y se divierte gastando dinero. Hombres y mujeres que en la universidad eran un veinte por ciento más tontos que tú, ahora son capitanes de la industria, multimillonarios de la tecnología…, quizá se han retirado ya de sus primeras carreras profesionales. Ellos sí que no tienen que preocuparse por lo que hacen y no dicen a sus esposas y familias; ellos no tienen que pensar que en cualquier minuto podría llegar la orden para que empaqueten sus cosas y pasen cuatro o cinco años de sus vidas en algún estercolero de mala muerte como Songai Kolok. Ellos sí que no son sometidos a la prueba del polígrafo cada seis meses, a pruebas de drogas aleatorias o a escuchas electrónicas. Por otro lado, tú estás atrapado en la organización. La única esperanza es un ascenso, la única salida de una trampa increíblemente frustrante. Bueno, ser espía es lo mismo que ser soldado en un aspecto. Lo que necesitas es una buena guerra que abra las posibilidades de ascenso. Desde el 11 de septiembre sólo hay una manera de que cualquiera de la Agencia consiga que lo asciendan, y es pillando a unos cuantos miembros de Al Qaeda. Dime, ¿qué te parecieron esos tipos que te encontraste mientras husmeabas por el apartamento de Mitch Turner?
Como siempre, mi maestro había demostrado sin ningún esfuerzo su genialidad estratégica, la superioridad de su mente, sus conocimientos enciclopédicos sobre las debilidades humanas en todas sus formas.
—El mayor, Hudson, era exactamente así —admito.
—¿De mediana edad, frustrado, desesperado por un ascenso, absolutamente harto del tedio del espionaje a pequeña escala, ideológicamente hastiado, preguntándose qué demonios está haciendo en el Tercer Mundo cuando en esta etapa de su trayectoria profesional esperaba verse frente a un enorme y precioso escritorio?
—Sí. —En este momento no parece apropiado mencionar los orígenes extraterrestres de Hudson.
—¿Y el otro?
—El típico farang socialmente inmaduro con grandes ideas y tendencia a meterse en trampas para elefantes. —No parece necesario entrar en los antecedentes del pobre chico; la gente sencillamente no se da cuenta de lo aburridas que son las vidas pasadas de la mayoría. Al igual que muchos otros miembros de nuestra especie, Bright ha sido un animal gregario durante más de mil años, resultando muerto de forma honorable en muchas de las grandes batallas de la historia. La duda no penetra en su alma hasta el momento en que yace mutilado y moribundo en Da Nang, cuando consideró lo impensable: «¿Se había dejado engañar?».
—¡Um! —mirándome intensamente—. La gran debilidad de Occidente es que no tiene nada con lo que inspirar lealtad aparte de la riqueza. Pero ¿qué es la riqueza? ¿Otra lavadora, un coche más grande, una casa más bonita para vivir? En todo esto no hay mucho con lo que alimentar el espíritu. ¿Qué es Occidente sino un supermercado gigantesco? ¿Y quién quiere morir por un supermercado? —Me clava la mirada. Yo me encojo de hombros—. Sencillamente es cuestión de ser prudente. —Hace ese gesto obsceno de hacer cosquillas a un pez y sonríe burlonamente.
Cuando pregunto por Lek, descubro que ha llamado diciendo que estaba enfermo y que estaría ausente dos días. Nadie sabe dónde está. Cuando llamo a Fátima, ella tampoco lo sabe.
—¿Deberíamos preocuparnos? —le pregunto.
—Cariño, era su momento, tuve que echarlo de su pequeño y confortable nido. ¿Voló o no voló? No hay reglas. Si sobrevive, volverá. Ahora no puede pasar sin mí.
—¿Ni siquiera comprobaste cómo le iba?
—No seas infantil, cariño.
La pasada noche Chanya está otra vez en mis sueños. Un lago artificial de los que sólo se ven en Rajasthan, un cuadrado perfecto con un templo que parece flotar sobre una plataforma blanca en el centro. En la orilla, una línea de hombres jóvenes con aspecto triste y desamparado. Todos los peregrinos son transportados hasta la isla para una entrevista con un monje budista que reside allí. Cuando me toca el turno me encuentro con que no puedo mirar al monje a los ojos. Mi mano sostiene una fotografía de Chanya. Me despierto empapado en sudor.
El sueño me ha afectado. No creo que haya admitido ante mí mismo lo desesperadamente que la quiero, y ahora estoy pasando por esa repugnante forma de angustia que tan entretenida es cuando le ocurre a otro. Una cosa es que Vikorn haya hecho referencia a mi vida emocional con comentarios insidiosos, pero que me supere lo trascendente es harina de otro costal. Aun así, me tomo un buen par de horas antes de abrir mi móvil y paso los nombres hasta que llego a la letra «C».
—¿Sonchai? —dice en ese tono pensado para derretir y que hace que quieras matarla cuando lo utiliza con otros hombres.
—Me estaba preguntando qué tal te irían las cosas.
—¿Ah sí? ¿Leíste mi diario?
Un susurro ronco:
—Sí.
—Supongo que en realidad tampoco es tan interesante. Simplemente pensé que querrías conocer los antecedentes, en caso de que…
—Claro. Lo comprendo. De todos modos hay un par de cosas de las que quizá deberíamos hablar.
—¿Ah sí? ¿Cómo qué?
—No es fácil hablarlo por teléfono, ¿no crees?
—¿Por si nos están escuchando? ¿Tan mal van ya las cosas?
—Bueno, tal vez, no lo sabemos.
—¿Qué quieres hacer?
—Quizá podríamos comer algo, ¿no?